Los golpes en la puerta no se detuvieron. Sonaban una y otra vez. Moví mi cuerpo hacia la esquina derecha de la cama y abrí los ojos; el reloj de mesa mostraba cuarto para las nueve. Volví a percibir el golpeteo en la madera de la puerta y decidí salir de la cama.
La habitación era amplia, con la cama extensa, dos mesas de noche, un librero cerca de la ventana, un escritorio básico, un mueble de peinador y un clóset grande. Caminé con lentitud hacia la entrada; portaba una playera básica de color gris y unos bóxers negros. Bostecé y llegué hasta la entrada; la abrí y encontré el rostro de Charles acompañado de Roy y Princesa.
Charles no se excusó y se adentró a mi habitación junto a los otros dos sujetos. Charles vestía su traje gris de oficinista que hacía juego con su cabello castaño, ojos miel y su cara de pocos amigos. Era un hombre de entre cuarenta y cinco o cincuenta años. Roy era un tipo altísimo, de dos metros, de cabello negro y corto como militar, sus ojos eran de un tono café y su tez estaba bronceada por el sol; además, su cuerpo resaltaba por la playera negra ajustada que dejaba ver su cuerpo hinchado por los músculos trabajados. Era un ex-militar que ahora trabajaba para mí. El otro sujeto era Edward, mejor conocido como Princesa; pues el chico, quizá de dieciocho o diecinueve años, vestía siempre con pelucas diferentes y vestidos de coctel de color rosa claro o blanco. Princesa traía su cara maquillada con tonos claros que acrecentaban su porte femenino y compaginaban con sus ojos de color azul claro, y en comparación con Roy, Charles y yo, era muy delgado que hasta podía pasar fácilmente por una mujer joven. Tal vez era un travesti, como esas reinas de cabaret, pero era mi mejor negociante.
—¿Tienes idea de la hora que es? ¿Dónde dejaste el teléfono? Te estaba marcando una y otra vez —Charles inició con los cuestionamientos con su clásico tono molesto—. A Connor no le gusta que lo hagan esperar. Recuerda, fuiste tú quien pidió el favor, y después de que matáramos a su padre, el chico no estará muy feliz de continuar con nuestro acuerdo.
—Charles tiene razón —agregó Princesa con una voz de sabelotodo y un tono suave que iba con su imagen—, Jefe, no me diga que otra vez se puso hasta las trancas. ¿O consumió?
—Eso no les importa a ustedes —renegué con prontitud—, y —contemplé a Charles—, la cita con Connor es a las once.
—Por eso —insistió Charles como un padre molesto—, tendrás menos de dos horas para revisar el local para el laboratorio, reunirte con el químico y responder algunas amenazas de Jamie y Don B.
Antes de que pudiera replicar, Charles y Princesa inspeccionaron la habitación y comenzaron a reprobar mi alto consumo de alcohol revelado por las botellas de cerveza y licor que yacían en el suelo. Suspiré y me senté en la silla frente al escritorio; ya estaba acostumbrado a lidera con mis subordinados, pero era la primera vez que no discutíamos. Pues, ¿cómo iba a explicar que me había enamorado de una especie de asesino que trabajaba para el gobierno? Y, encima de eso, casi un desconocido.
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Al cuarto para las diez, ya estábamos camino a la cita que teníamos con un arrendador de perfil bajo. Yo había tomado una ducha, había saltado mi entrenamiento matutino con Jenny, y había optado por vestir casualmente. Hoy portaba una chaqueta de cuero, unos pantalones de mezclilla negra, mis botas militarizadas y un par de cadenas que hacían juego con mi imagen de rockero barato. Era consciente de que mi rostro lucía jovial, más de lo que mi edad real dictaba, y como estaba pálido y lleno de piercings y dos tatuajes, no podía negar la imagen de casi un adolescente que caracterizaba a mi persona.
Llegamos hasta una especie de almacén descuidado. Charles iba junto a mí; manejaba con propiedad y había decidido mostrar su enojo al darme la ley del hielo durante el recorrido. No estaba molesto con él, y comprendía sus acciones, pues sólo a él le permitía esos reproches. Charles era mi mano derecha, el único ser al que podía llamar familia; quizás había una diferencia generacional entre nosotros, pero ambos compartíamos conceptos parecidos en nuestro trabajo y vida.
—Heath —Charles rompió el silencio al estacionar la camioneta lujosa y blindada junto a un sedán azul de modelo viejo—, cité al químico aquí. Ya no podemos esperar más. Después de la traición en el puerto del norte, en la ciudad de Floral, el último incidente con Pedro y Princesa… No tenemos más mercancía en venta. Sí, sé que Luna es nuestra estrella, pero incluso el trato con Connor está en peligro de acabar.
—Perfecto —dije con calma—, yo hablaré con Kirsanov.
—¿Y cómo lo vas a convencer de trabajar para nosotros si ha negado al resto de nuestra clase?
Todavía no pensaba en ese ligero detalle. Sven Kirsanov era un muchacho, tal vez dos años mayor que yo, que había dejado la universidad tiempo atrás por problemas con un grupo de drogas. Por supuesto, yo había aprovechado la oportunidad y había salvado al chico, más que por su bienestar, por su reputación. Aunque debía agregar, el sujeto era en exceso inusual, difícil de rastrear y leer.
Charles tocó mi hombro y me hizo regresar a la realidad. Volteé hacia la izquierda y encontré un rostro consternado. Charles era fácil de interpretar, por lo menos cuando estaba a mi lado, así que conocía el rostro que sólo un padre cariñoso puede ofrecer a un hijo. Sonreí y negué con la cabeza.
—Me encargaré de los detalles, Charles. Descuida, no voy a amenazarlo como solía hacer Connor o como lo hacen nuestros competidores.
—Lo sé —reiteró Charles con su tono suave—, es sólo que no quiero que le des demasiadas ventajas.
—Charles, conoces nuestro método. Las esferas altas son como la familia, y las bajas serán escuchadas para asegurar su lealtad.
—¿Entonces?
—¿Qué? Oh —comprendí de inmediato. Desvié la mirad y busqué un cigarrillo en la cajetilla de la guantera; saqué el encendedor y fumé un poco—. Si será mi químico, entonces debemos ofrecer algo que le haga sentir seguridad y que pueda confiar en mí.
—Es un sujeto en exceso raro. Y para que nosotros lo digamos, deja mucho que pensar.
—Será raro, pero no deja de ser un humano como el resto. Anda, vayamos —compuse al notar a las dos escoltas extras llegar en dos camionetas lujosas, blindadas y de color negro que se estacionaron a los costados.
Una vez bajamos, ingresamos al interior del almacén. Ya había una persona en espera: era el arrendador. El hombre portaba unas gafas gruesas, su cuerpo era regordete, su tez era clara y estaba llena de cicatrices causadas por el acné de la adolescencia, su cabellera era de un rojo claro y sus ropajes parecían sacados de un baúl de los años noventa y con el estilo de playa barata.
—Buenos días —dijo el hombre gordo con una voz casual y amigable—, Don Alipsis, es un gusto conocerle en persona.
—Alec Ramos, ¿cierto? —pregunté al ofrecer una mano como un saludo.
—Sí, sí —aceptó el señor Ramos la mano con rapidez y un poco de pena notoria—, eh, esperaba que fuera un poco mayor, Don Alipsis, pero… ¡Ah! No, por favor, disculpe mi indiscreción y atrevimiento. ¿Quiere revisar el lugar?
—No. En los planos que nos envió se muestra que hay una especie de búnker subterráneo, ¿cierto? Tengo una nueva oferta, señor Ramos.
—¿Una nueva oferta?
Hice un movimiento hacia Roy y Pedro. Pedro era una especie de matón con mirada de asesino experimentado, quizá entraba apenas a los cuarenta; pero su cara marcada por cicatrices de combate era suficiente para intimidar a cualquiera. Roy y Pedro se acercaron al señor Ramos, colocaron dos maletines frente a él y abrieron los objetos. El rostro del señor Ramos se llenó de impacto y no pudo contener una sonrisa de felicidad. Había elegido a Alec Ramos como mi contacto para adquirir un almacén viejo, pues era un sujeto de clase media que todavía vivía con sus padres, un fracasado que lo único que hacía con su tiempo libre era navegar en la red para buscar pornografía animada y series de caricaturas para adultos para luego venderlas de manera ilegal. No tenía aspiraciones y era fácil de impresionar, por lo que un par de millones parecían como una oferta irrefutable desde su perspectiva.
—No quiero rentar su almacén, señor Ramos —expliqué al dar unos pasos hacia el hombre y dar otro toque al cigarro que todavía portaba—, quiero comprarlo. Le ofrezco diez millones, el triple de su valor como terreno y un traspaso directo; claro, esos gastos correrán por nuestra cuenta. ¿Qué dice, cerramos el trato?
—S-Sí, sí, por supuesto —dijo casi al borde de la excitación notoria el señor Ramos.
Guardé una sonrisa de satisfacción, pues no había esperado menos del hombre. ¿Quién querría quedarse con un viejo almacén heredado tras la muerte de sus abuelos?, y, peor, sin capital de inversión y sin compradores del gobierno; este almacén era una carga más que una bendición para el hombre y su familia.
—Entonces, señor Ramos, ¿sería tan amable de acompañar a Pedro y Roy hasta el notario? Queremos que hoy mismo quede resuelto este asunto, ya que los de la constructora iniciarán hoy las remodelaciones.
—¿Remodelaciones? —inquirió el señor Ramos sin mucho interés—. Bueno, el lugar ya es suyo, Don Alipsis, así que podrá hace lo que quiera con éste.
—Pedro, Roy —Charles ordenó con rapidez—, acompañen al caballero y hagan las transacciones necesarias. Pedro, lleva esto contigo —entregó una tarjeta pequeña a Pedro—, y una vez termines, llámame.
—De acuerdo —sonó la voz agradable de Pedro. Debía decir que, sin importar su apariencia de malvado de película, su voz era sensual, como la de un locutor de radio capaz de causar paz en su público—. Nosotros nos encargamos de esto. Te llamo después. Hasta luego, Jefe.
El señor Ramos, Pedro y Roy abandonaron el edificio. Unos minutos después, alguien se acercó a la entrada. Dos de mis escoltas interceptaron al sujeto e inspeccionaron su mochila de aspecto gastado y el interior de su gabardina. El sujeto ingresó al almacén y se quedó parado frente a nuestro grupo. Su rostro era extrañamente agraciado, pues tenía diecisiete perforaciones con argollas distintas, mismas que distorsionaban un poco su apariencia; sus ojos eran de color gris claro y su cabello estaba estilizado con un lado completamente rapado. Su tez era en exceso pálida, como la mía, y su color de cabello era blanco claro, obviamente pintado con tintes platinados a la moda. Era muy alto y fornido, y sus ropajes góticos compaginaban con su imagen casi diabólica; al final su apodo hacía honor a su estilo y reputación.
Por unos minutos no hubo sonido alguno; yo ofrecí un cigarro de una cajetilla guardada en mi chaqueta y él aceptó con una voz dura y agradable.
—Es un placer tenerte aquí —inicié la conversación— Nekros, ¿o prefieres que te diga por tu nombre?
—Nekros está bien —repuso el químico—, y dejemos las formalidades. Sé que salvaste mi vida hace unos meses, Heath, pero no estoy interesado en trabajar para ningún Señor de la Droga. Estamos perdiendo el tiempo, y si quieres amenazarme, pudiste haberlo hecho en el momento en que salvaste mi pellejo, no ahora que ha pasado tiempo y que he podido contactar con otros.
—Claro —acepté con honestidad—, las amenazas siempre funcionan en el instante en que tienen la validez. Sé que pudiste haber hablado con alguien más, o hasta contratar a un asesino para cuidarte la espalda. Pero, Nekros —sonreí con cinismo—, me ofendes. Pensé que serías más perspicaz que esto. ¿Yo?, ¿amenazarte? No tienes familia, por lo menos no una que te importe. Bueno, eso creía hasta hace poco. Eres un genio en la química, biología, física y otras ciencias matemáticas, pero tu reputación de pocos amigos te mantuvo protegido por un tiempo. Ya no puedes seguir escondiéndote. Por lo menos no de mí.
—No tengo nada que ofrecerte. Y no voy a aceptar trabajar como tu químico. Las drogas mediocres pueden ser encontradas con cualquier imbécil que juegue al laboratorio.
—Lo sé. Pero, verás, chico, no busco vender la misma porquería que el antiguo Connor o Don B. Sé que conoces uno de nuestros productos: Luna, y sé que has mostrado interés en esa nueva droga.
Nekros rió con un sonido pesado. Suspiró y sostuvo la mirada conmigo.
—Tampoco voy a copiar una droga de alguien más.
—Exactamente —proseguí al dar unos pasos de aquí para allá para mostrar el control—, no vas a copiar el producto del niño Connor. Vas a crear uno nuevo.
Ahora noté un rostro serio y casi satisfecho en el joven. Por fortuna, nos habíamos conocido durante uno de los encuentros contra los hombres de Jamie, y yo había salvado su vida y lo había liberado de las amenazas del enemigo. Aunque su apariencia dictara otra cosa, había descubierto que Nekros era un joven ordinario que había salido adelante por sus propios méritos y no por el dinero de papi y mami, como la mayoría que estudiaba en las universidades más prestigiosas del país.
—Eso suena bien —dijo Nekros—, pero no quita el hecho de que trabajaría para ti.
—Es verdad. Yo sería tu jefe, pero no quiero que nos veamos así, como simple empleado y empleador. Porque te ofrezco más que eso. Tu propio laboratorio, en este lugar, y tú podrás elegir a tus asistentes. Tendrás que cumplir con fechas límites, aunque consideradas desde tu perspectiva como el maestro de la química que eres; también respetarás algunas reglas, mismas que nosotros también seguiremos. Obtendrás un treinta por ciento de la ganancia final y podrás hacer con ese dinero lo que quieras.
Nekros apartó la mirada y suspiró como si estuviera bastante consternado. Detuve mis pasos, arrojé el cigarrillo al suelo y me acerqué al muchacho.
—Tendrás protección, si es eso lo que te preocupa.
—¿Qué tanta protección? —contrapuso Nekros al encararme otra vez.
—La necesaria.
—Heath —Nekros acortó la distancia y mostró molestia—, no dejaré de ser desechable para ti y tu grupo.
—Te equivocas —empero fui interrumpido.
—Y aunque me ofrezcas protección, no podrías ayudarme con algo más.
—Pruébame.
—Jefe —Charles intentó intervenir, pero detuve sus palabras con un ademán.
—Hasta este momento las cosas habrían sido más fáciles —reinició Nekros—, y casi habría aceptado tu propuesta; pues es muy tentadora. Me simpatizas, porque me salvaste sin saber quién era, ni a lo que me dedico. No cualquier narco hace eso. Pero las cosas no son tan fáciles para mí. Todo se complicó hace dos meses, y por esos descuidos fui atacado. Mi ex…ella…bueno, en realidad nunca fuimos una pareja oficial, sólo éramos amantes, ya sabes, sexo casual. Pero me enamoré y sé que ella también. Ella sale con un tipo rico que encaja en su sociedad elegante de élite; y yo, tan sólo mírame, parezco una especie de monstruo salido de un cómic. Ella está embarazada de mi, y decidió tener a los bebés, porque, además de nuestros descuidos, son gemelos idénticos, o eso le dijeron en la clínica.
Ante las palabras de Nekros sentí un estruendo recorrer mi cuerpo. Era una historia parecida a mi propia vida; aunque él parecía desear ser parte de la vida de esos niños.
—El punto es que Jamie podría hacer algo en contra de Maya y de su familia si yo decido involucrarme en el narco; y no quiero causarle más problemas…
—Maya —susurré. Si su amante era de la élite del país, entonces podía asociar ese nombre con una familia. Estaba de suerte. Reí con calma y revelé en mi rostro satisfacción—. Nekros, ¿quieres protección para ellos? No puedo dártela.
De pronto, Nekros dejó salir un suspiro con fuerza. Tal vez estaba desilusionado.
—Pero —continué—, sí puedo ayudarte con algo más. Ella es hija de uno de los hombres más ricos del mundo, ¿verdad?
Nekros asintió con la cabeza.
—Entonces no necesita protección. Sin embargo, te negará el derecho como padre legítimo que tienes, y, no sólo eso, supongo que ya ha cortado toda relación contigo.
—Sí —reveló el joven al agachar la cabeza—, creo que ha decidido casarse con su novio oficial y aparentar ser una familia feliz.
—Lo que sí puedo ofrecerte es que ella no se case con ese fanfarrón de novio que tiene; puedo hacer que tus hijos tengan contacto contigo y que no pierdas el derecho a la paternidad si ocurriera lo peor. Si deseas conocerlos desde su nacimiento, también puedo hacer que suceda. Comprende que habrán limitantes, pero no quedarás excluido de tu derecho por completo. Y, quién sabe, si la suerte está de nuestro lado, podríamos llegar a un acuerdo con el padre de ella para que pudieras tener parte de la custodia.
Los ojos de Nekros habían regresado a mi rostro; era tan notoria su sorpresa que lo único que hice fue ofrecer una sonrisa honesta. Quizás era el sentimentalismo, como John lo había nombrado, que me hacía actuar así. No podía desearle el mal a las personas sin conocerles, a excepción de Gary Connor; por esta razón había aprovechado la situación, mis contactos y los sentimientos de ese muchacho.
—¿E-Estás seguro de que puedes hacer eso? —dudó Nekros.
—Sí. ¿Trabajaremos juntos?
—Si es así —Nekros sonrió—, entonces acepto ser tu químico. Tenemos un trato, Heath.
—Perfecto. Bienvenido al grupo —compuse complacido.
Por fin había obtenido a la siguiente pieza para escalar a otro nivel y competir contra Jamie y Don B. Aunque todavía no podía cantar victoria, pues tenía un asunto pendiente que arreglar con el hijo de mi ex-jefe; y, a pesar de que lo negara, necesitaba continuar con el tratado de paz que tenía con Oswin Connor.