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Chapter 3 - Capítulo 1

Alizees, 2041.

O la vida era cruel o yo era increíblemente sensible.

Muchas personas a lo largo de la vida repiten una y otra vez "perdí mi tiempo en esto". Jamás comprendí aquella frase sin importar que mi propia madre la decía de vez en cuando, más que mal dichas está mal estructurada. Porque el tiempo no se pierde, simplemente sigue su curso. Lo que hagamos depende de nosotros y no del tiempo. Ya que él no espera por nosotros. Y me hace pensar que el repetir esa frase es una mera excusa para no aceptar el hecho de que fracasamos en algo. "No lo hice porque el tiempo no me alcanzó" es más sencillo que aceptar un "no lo logré, porque no me esforzé". Todo esto da vueltas y vueltas, pero tienen un mismo fin en común: Nosotros somos el problema, no el tiempo.

¿Qué loco, no?.

Así que guiándome por el maestro Jorge Bucay, quien escribió "Esta es la secuencia más sana de lograr mis metas: fantasía, ilusión, deseo, proyecto, plan, estrategia, táctica y ejecución"he llevado el curso de mi vida. Uno que no ha sido interesante hasta ahora, mi vida aún no tiene una chispa de emoción. Digamos, que aún estoy en la estrategia.

Nunca fue mi idea ser profesor, en realidad no creo que sea idea original de alguien en el mundo elegir ser profesor. Porque según el dicho "cuando no lo logras, terminas enseñando" es lo primero que pasa por la mente de las personas cuando dices que eres parte de la formación académica de los adolescentes — diciendo todo esto de manera refinada — y en resumen; quedas como fracasado a ojos sociales. No me malinterpreten, hay cosas que realmente me gustan de mi trabajo, como ver el desarrollo artístico de un chico que no creía tener talento. Pero muchas veces veo a las personas en la calle, hombres de mi edad siendo exitosos y es ahí donde me pregunto; ¿esto es todo lo que soy?, ¿esto es todo lo que fui capaz de hacer?.

Pero recuerdo que apenas estoy en la estrategia y precipitarme no está en las fases para la grandeza. Ya que, según mi egicentrismo, no seré felíz sin tener grandeza. Porque Alizees Wang sin grandeza no podría ser Alizees.

Mi amor es el arte, todo lo que tenga qué ver con el lienzo y los colores. Y ver el mundo de manera que puedas transformarlo en un cuadro. Porque el puente Golden no se ve igual en la noche a como se ve en el atardecer. Ser pintor no es captar la realidad, no me interesa captar la realidad. Pero, en efecto, mi realidad es que estoy aquí solo para costear mis gastos, mientras labro mi futuro como artista. Pero, por desgracia, es un camino lento y que conlleva mucho trabajo. ¿Que si conseguiré reconocimiento por mis cuadros siguiendo las fases sanas?, no lo sé. Es un enigma que no estoy muy seguro de cómo resolver.

Como sea, no puedo pensar esas cosas en este preciso momento. No era un aburrido sábado como para darme el lujo de malhumorarme sentado en el sofá mientras bebo café; era un largo jueves por la tarde y tenía una clase qué dar. Así que cuando dejé de escribir, volteé para sentarme frente al escritorio, entrelacé mis manos encima de mi estómago recargando la espalda de la silla y observé con detenimiento lo que realizaban mis alumnos. Tuve la mala suerte de quedar con ese grupo que nadie quiere, los que aún no habían salido del caparazón llamado madurez. Fruncí el ceño al notar que todos estaban haciendo absolutamente nada.

— ¿Copiamos eso profesor? — rompió el silencio Cassie, mientras levantaba la mano formando una sonrisa.

Llevé mi mano a la frente y suspiré con lentitud. Si no muero de un derrame cerebral por estrés mientras termino un cuadro, moriré de un ataque al corazón en este salón.

Le miré fijamente y ella pareció notar que no me dió nada de gracia la pregunta, pero manteniendo la cordura pronuncié:— No lo sé Cassie, no escribí cinco minutos en la pizarra solo porque me guste hacerlo.

Escuché algunas risas. ¿Estos eran estudiantes Universitarios?, la mayoría ni siquiera sabe qué hace aquí. Sí, lo admito; le he cogido cariño a la mitad, pero no por ser buenos estudiantes sino por ser buenos amigos. Hablo con la mayoría, algunos sin razón aparente me cuentan su vida y sus inseguridades con la carrera. Quizás porque soy el docente más joven es la explicación a su confianza y no me desagrada del todo, pero no significa que esto sea bueno, porque he notado que no saben diferenciar la vida personal con la relación alumnos-profesor. Esto es más común de lo que parece. Muchos pretenden que regale calificaciones simplemente porque intercambiamos palabras mínimas en la salida.

Y las chicas suelen confundirse sentimentalmente, creyendo que remotamente despertarán mi interés. Ladeé la cabeza cerrando los ojos, porque un rostro en especial se me vino a la mente.

Dejé mi tren de pensamiento cuando tocaron la puerta tres veces, entonces abrí los ojos fijando la vista en la puerta.

— Adelante — di el permiso acomodándome en mi asiento.

Vaya, la llamé con el pensamiento.

— Buenas tardes, ¿tiene un minuto..., profesor? — soltó tímidamente ella, sonriendo de lado mientras acomodaba sus lentes.

Estaba parada sin dar un pequeño paso. Ya sabía qué quería y ya sabía que asistiría a su llamado, por una razón que ignoro. Eché un vistazo al salón, todos estaban en silencio y haciendo lo que les pedí. Lo que transcribí en el pizarrón era lo suficientemente largo como para entretenerlos y tener tiempo para escuchar lo que sea que esa chiquilla tenía que decirme. Así que asintiendo con lentitud me levanté.

— Ya vuelvo — avisé. Acomodé la silla y caminé hacia la puerta para cerrarla detrás de mí.

Ambos quedamos en el pasillo. La vi darse la vuelta y caminar hasta las escaleras que daban al tercer piso, se sentó silenciosamente allí y me observó desde donde estaba. Metí las manos en mi bolsillo y fijándome que no hubiese nadie en el pasillo fui a sentarme a su lado. Ella se quedó callada, tal vez pensado qué me diría esta vez. Así que aproveché para analizarla un poco y preguntarme qué tenía en su actitud como para convencerme se escucharla y de, al final de todo; rechazarle.

Ella era Zafiro Rodgers. Una estudiante de psicología que frecuentaba la facultad de arte para venir a verme, según ella; estaba enamorada. Pero una parte de mí me dice que es solo un capricho inocente que tiene. De esos que están de momento. Porque, a diferencia de las otras chicas que tienen dobles intenciones conmigo; Zafiro jamás se ha sobrepasado. No se vestía provocativamente para mí, no invadía mi espacio o me ofrecía unos minutos de placer en cualquier salón vacío. Por eso tengo la idea de llamar su fijación como algo inocente y esfímero. Era sincera y directa, intentaba conquistarme de forma romántica y creo que es eso lo que me hace sentir cierta empatía con ella.

Tenía, al menos, la intención de querer conocerme y no de manera carnal.

La miré un poco, a ese perfil singular. Sin necesidad de ser indiscreto, admiré su figura. Su naríz era ancha del frente, pero de lado era muy puntiaguda y recta. Su piel era tostada como una flor y algunas pecas se asomaban por sus mejillas. Con ojos cafés, labios gruesos y muchos lunares en los hombros. Y esa singular forma de vestir, como si viviera en otra época. Su cabello ondulado por doquier de color chocolate, y el excesivo rubor que usaba le hacía semejansa a tal conejo perdido en un lugar que decosconocía y por desgracia, la vida le haría conocer. Sí, ella era un conejo. Con su especie; confiada, arrogante y lista. Pero conmigo, era un conejito asustado e inseguro, los hombres como yo eran ese lugar que tenúa que conocer pero que no requiere ser lindo. Sin embargo, no me costaba pensarlo dos veces para admitir que ella, efectivamente; era muy bonita.

— Yo... le traje un sándwich. Lo preparé esta tarde porque sé que a veces no come bien — levantó la vista sonriendo y al ver mi expresión confusa soltó una pequeña risa y encogió los hombros, para abrir su bolso y sacar efectivamente de allí un sándwich envuelto en papel transparente —. La profesora de antropología dice que deja de comer por pintar, que incluso lo hace en la sala de profesores — me extendió su regalo y yo lo observé dudoso. Alzó sus cejas y entrecerró los ojos —. No acepto un no como respuesta.

— Está bien, está bien — me rendí fácil, porque sabía cuán insistente era.

No tenía idea por qué hacía esto. Pero siempre que Zafiro me llamaba yo iba a escucharla, sin importar el conocer la verdad detrás de su atención conmigo. Tampoco sé si es correcto, no es como si la hubiese tocado o algo por el estilo. De todas maneras, era un simple sándwich que no puedo rechazar ya que lo preparó especialmente para mí y no soy tan cruel. Así que lo destapé y el olor a mantequilla y queso me llegó, despertando mi estómago. Sí, tenía hambre. Así que di una mordida y a pesar de que estaba bajo la atenta mirada de ella, lo disfruté.

— Profesor Wang — me llamó y miré masticando, mientras soltaba un "uhm" flojo. Tenía apoyado sus brazos en su pierna, mientras sostenía sus mejillas con la palma de sus manos. Parpadeó — Me gusta. Me gusta mucho.

Cerré los ojos y negué con la cabeza, dejé el sándwich a un lado y procedí a quitarme los lentes para masajear mi frente. Pensando, de qué otra manera podría rechazarla sin ser cruel. Había rechazado a muchas chicas, unas por la misma razón y otras por no ser lo que yo buscada. Todas, absolutamente todas aceptaban mi rechazo menos Zafiro.

— Zafiro... — dejé en el aire su nombre, para acomodarme y tenerla frente a frente. Haciendo contacto visual. Ella estaba relajada, mientras yo me encontraba frustrado. Carraspeé un poco antes de hablar —. No te rechazo porque no seas lo suficientemente bonita, de hecho; te considero muy linda. Y no dejes que nadie te haga pensar lo contrario, ¿bien? — sonrió de lado tiernamente y parpadeé muchas veces, buscando las palabras correctas —. Pero mírate y mírame. Tienes veinte y yo treinta. Visto de negro y a ti te gustan los arcoíris. Ves psicología y yo prefiero el arte — abrió la boca para decir algo, pero la interrumpí —. Muchas veces creemos que algo nos gusta pero olvidas que existe la "experimentación", solo quieres probarme. Soy... — alcé la mirada al techo, pensando una buena comparación — Así que no estás enamorada de mí, porque no me conoces —. Soy como un pétalo marchito que ya vivió lo que tenía qué vivir y tú eres una flor que apenas nace y conoce el rocío — hice una pausa para tomar aire —. Posees inteligencia y eres decidida, te pido que busques a alguien dispuesto a no romperte el corazón.

Apartó su mirada de mí y comenzó a jugar con sus manos, evitando mi mirada. Por primera vez en todas las veces que le he dado la misma charla su facción decayó. Pero, me quitó con lentitud los lentes de las manos y ahora ellos eran su fuente de atención. Estaba a punto de hablar e incliné la cabeza para escucharla mejor, ya que una repentina timidez le invadió.

— Tiene razón, no lo conozco y no me conoce. Pero yo sí me conozco a mí misma y... cuando lo miro; siento que estoy viendo un lindo poema que me hace sonrojar — admitió. Y apreté mi mandíbula, con toda mi atención en ella. Miraba mis lentes y los inspeccionaba como si fuese lo más interesante. Sus palabras me hicieron tensar los hombros —. Me siento pequeña y ansiosa por saber cuál es su color favorito, que me diga si alguien alguna vez le rompió el corazón o qué prefiere pintar cuando está aburrido — por fin, me miró al rostro. Y elevando la comisura de su labios preguntó:— ¿Quiere saber por qué insisto tanto?, eso es porque siempre me dice lo que pensarán las personas si nos ven juntos, pero jamás ha dicho qué siente por mí — infló sus mejillas como una niña pequeña y me sentí fuera de lugar, porque tenía razón, ¿sentía algo por ella?, espero que no —. Y no tiene que decirme hoy, solo déjeme estar cerca de usted un poquito más.

Las palabras de Zafiro tuvieron un gran efecto en mí. Su voz era aterciopelada, de esas que sobresaltan en una conversación. Subestimé su poder para persuadir, y se me olvidaba que era estudiante de psicología. Pero hablaba como si realmente tuviese muchos sentimientos encontrados hacia mí y estuviese segura de que yo también los tenía hacia ella. Jamás he sido bueno expresando o teniendo en claro qué es lo que siento, ni siquiera sé que siento hacia mí mismo. ¿Cómo podría darle una respuesta?. Pero sintiera lo que sintiera, ella era muy pequeña. Muy risueña. Muy inusual. Era un sabor prohibido que no podía darme el lujo de probar alguna vez.

No obstante, abrí la posibilidad de que me conociera un poco. Dejándome llevar por esa voz en mi cabeza que me decía que matara su curiosidad y la mía también, quizás.

— Sí — ella volteó a verme y bajé la mirada, un poco apenado por lo que diría —. Sí me han roto el corazón, Zafiro.

— ¿Lo ve?, no es tan difícil hablar conmigo — expandió su sonrisa y luego, abrió las patas de mis anteojos y me los colocó con cuidado de no pincharme el ojo. Yo me quedé quieto y sentí una cosquilla en la mejilla al rozar la misma un poco con sus manos frías y suaves. Miró cómo me quedaban y asintió varias veces orgullosa —. Me gusta cómo se ve con los lentes.

Nos observamos unos minutos y ella se sonrojó al ver la seriedad con que la veía. Evité sonreír por aquello y fingí que no me di cuenta, pero era un tomate hinchado. La campana sonó y ella se sobresaltó, yo ya estaba acostumbrado al sonido así que no le di mucha importancia.

— Tengo que irme — avisó levantándose y acomodó su falda, miré hacia otra parte para no incomodarla o ver algo por accidente. Pero al volver mis ojos hacia ella, me sorpresió que se acercó para darme un beso en la mejilla —. Adiós, señor Wang.

Me quedé allí sentado. ¿Qué era lo que estaba haciendo?. Tenía que cortar este lazo extraño que se había formado de la nada o me podría arrepentir en un futuro. No, Zafiro no me gustaba. No era remotamente posible. No se acerca a mi tipo de mujer y tampoco a la actitud qur me atrae de alguien. El silencio me gusta y ella era bulliciosa. Todo en ella era justo lo que no me atraía de alguien, y aún así, ¿me sentía nervioso por un beso suyo en mi mejilla?. Tomé el sándwich que me regaló y cerré los ojos soltando una maldición.

No debo confiar en mi autocontrol. Así que supe que tenís que hacer algo de inmediato. Debía ser directo.

— Zafiro — le llamé y con una sonrisa volteó, haciendo que su cabello se pegara a su labial. Lamí mis labios y miré a los lados, para luego decir:—. No siento nada hacia ti más que respeto. No me gustas, así que no me vuelvas a buscar.

Y, sentí un nudo en el corazón al notar que solo asintió, bajó la cabeza y se alejó.

Había funcionado.

Esa fue la última vez que Zafiro Rodgers me buscaría voluntariamente.

Y esa fue la primera vez que extrañé a alguien