Chereads / The Other Life / Chapter 1 - Capitulo 1

The Other Life

daniela_gonzalez_2253
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Synopsis

Chapter 1 - Capitulo 1

Recuerdo la primera vez que me enamoré, recuerda las mariposas en el estómago y la emoción.... no, la necesidad de ver al niño que me gustaba al día siguiente. Recuerdo mirarlo embobada desde mi asiento pensando en él como la criatura más perfecta, creada por el mismísimo Dios. Me sentía como en una noche de verano todos los días, aunque el más frío viento soplara en mi rostro pálido y mi cuerpo desabrigado me obligara a temblar para poder seguir con vida. Era como una llovizna primaveral, refrescante y magnífica; limpiaba todo a su paso y creaba vida a su alrededor. Recuerdo los nervios al hablarle, como si de repente, mi capacidad de hablar se hubiera ido como todos los males de la tierra. Las palabras solían ser insuficientes para describir mis sentimientos e ideas y muchas veces me encontré utilizando metáforas y comparaciones para ser comprendida por mis amigas. Recuerdo el sentimiento de explotar de amor que al final lo único que me dejaba era sonreír y llorar y pasmarme ante mis propias emociones.

Hasta en los días más escandalosos y tormentosos lograba ver algo bueno en lo malo, lograba amar y amar la idea de amar a alguien más. Pero nunca me trajeron bonitos recuerdos, las tormentas contaminaban los días con agua ácida que quemaba en mi corazón aterrorizado por los truenos e inundaban las flores que comenzaban a germinar en mi terraza. Flores que había cuidado con tanto esfuerzo y dedicación, que acariciaba con el dulce tacto de mi regadera y alimentaba para que siguieran vivas. Lilas y rosas, las había de todos los colores, y desprendían olores frescos y suaves que purificaban el aire y lo llenaban de placer y sosiego. Y así de la nada como aparecía, la tormenta se iba y me dejaba al desnudo sin nada para protegerme o aferrarme. Nunca me fie de las tormentas y sus habilidades impredecibles para destruir vida.

Recuerdo como si fuera ayer la secundaria de White Memphys como mi segundo hogar, mi segunda familia, mi segunda piel. Donde había crecido, hallado una identidad en la cual me sentía segura y capaz de dominar al mundo con mi mirada y mi ágil andar. Donde cada lugar significaba un recuerdo y un único concepto, un comienzo y un final de cada etapa que había atravesado. La vieja biblioteca pública detrás del instituto retenía mis recuerdos más recientes, el lugar en el que me sumergía en historias de princesas, reyes y dragones y simplemente dejaba a mi imaginación divagar libremente por las páginas de todos los libros y estanterías posibles. En mis comienzos devoraba las historias románticas, hipnotizada por la danza de las dulces palabras y desamores en las hojas, los sentimientos a flor de piel y desamores que terminaban en tragedias. Pronto me vi envuelta en la fantasía, un lugar donde las cosas no tenían sentido y cada libro era un universo distinto y único. Con problemas que amenazaban con terminar a la raza humana, en los cuales el protagonista sufría cambios de personalidad para afrontar sus miedo y convertirse en el héroes que nació para ser. En la vieja biblioteca, reconocida por su olor típico a vainilla y por las largas escaleras de caracol que abrían puertas a miles de mundos e ideas, se encontraba una chica que pasaba todas sus tarde allí, soñando hasta que sus puertas se cerraban por la noche.

Pero era allí, donde lo increíble era posible, que se ocultaban los más oscuros y temibles secretos.

La tarde moría con el colosal estruendo de los truenos en el exterior mientras una pequeña chica buscaba su siguiente novel para engullir en la ventana de la biblioteca, como solía hacer todas las tardes desde que había descubierto el silencioso lugar. Las nubes habían llorado todo el día, tiñendo la ciudad de un gris oscuro y sombrío, sin dejar colar ni un haz de luz a través de ellas. Todo seguía igual en la metrópoli de White Memphys, excepto por los colores desteñidos de los edificios a lo largo de las calles de asfalto y la extraña sensación fúnebre que sofocaba el ambiente. Su vestido largo rozaba el piso, pero a ella parecía no importarle mucho, nadie realmente iba a la biblioteca y los funcionarios de limpieza siempre se encontraban allí, lo que significaba que ni una partícula de polvo se vería atraída a las finas costuras de seda de su ropaje morado. Resultaba fascinante que las antiguas maderas del suelo no rechinaban ante la dura suela de sus zapatos contra ellas, teniendo en cuenta que ma desolada sala solía estar llena de enormes pisadas que iban de un lado al otro ajetreadamente hace no mucho tiempo . Las estanterías inferiores habían resultado insuficientes últimamente para la cabeza rojiza de la chica. Se había conformado con los libros más cercano, los cuales correspondían a los infantiles también, por varios días y estaba decidida a subir de nivel, ya era una chica grande.

-Ten cuidado de no resbalarte- resonó como un eco la voz de la vieja bibliotecaria al ver a la chica tomar la escalera para darle un vistazo a las estanterías más altas.

Su repentina voz la tomó por sorpresa, el lugar solía estar ocupado solamente por aquellas dos personas que no se dirigían la palabra a menos de que fuera imprescindible. La anciana odiaba a los niños, pero supuso que trabajando en una biblioteca no los vería tan seguido, solo aguantar a unos pocos pagaría por todas sus demandas de vida adulta. Normalmente seguía su rutina de acomodar algunos libros, escribir su novela en proceso e intentar asustar a los alumnos desconcertados que buscaban allí por respuestas a preguntas no formuladas en el horario de clases. La aparición de la pelirroja la desconcertó un poco al principio, intentando espantarla con historias de terror del lugar, pero eso simplemente hacía crecer la curiosidad de aquella personita con pequeñas manos y pequeña cabeza. De a poco se fue acostumbrando a sus silenciosas y tranquilas visitas a la biblioteca, llegándole a tomar un poco de cariño. A veces dejaba una pequeña taza de té en la ventana donde ella solía leer y observar el exterior con curiosidad, otras veces era un biscocho que la recibía en la mesa de la entrada o un tomo de alguna colección que esperaba que le gustase. Sus únicas palabras intercambiadas constituían en preguntas sobre secciones de libros y sobre como funcionaba el mundo, las cuales eran evadidas por la anciana.

Su pequeña y hambrienta cabecita se volvió hacia ella antes de mover la escalera de madera y le dirigió una suave y agradable sonrisa. Haciendo fuerza, movió la escalerilla uno, dos, tres lugares hacia la derecha y luego adentrándola en un oscuro pasillo repleto de obras antiguas escritas hace más de cien años. Fuera de la vista de la señora podría tomar el libro que desease sin que ella se diera cuenta y la regañase si creía que todavía no estaba lista para leerlo.

Pasó por varios nombres populares como Hedwick Chaus y Margot Roth, famosos escritores por obras como "El Despertar del Humano" y "Aventuras Mundanas con Crane Bone". Maravillada por sus descubrimientos soltó una pequeña risa mientras sentía el dulce tanto de los libros aterciopelados contra sus dedos. Aquellos eran libros de adultos y ella lo sabía, eran los "libros prohibidos" de aquel entonces y que solo podría leer cuando alcanzara cierta madurez. Tener esos tesoros frente a ella se sentía como romper las reglas sagradas de la iglesia, o en este caso, la biblioteca. "Memorias de un Susurrador" pasó por su cabeza, uno de los libros más mencionados en su casa, un libro que su padre solía leer varias veces y del cuál se sabía algunas frases pero no realmente su significado. Lo tomó sin dudar más de un segundo y lo admiró en sus manos como a un tesoro.

Los imparables susurros del otro sector quitaron su insaciable atención a los libros. Su padre le había enseñado a no escuchar conversaciones ajenas, pero sonaba tan cerca que parecía imposible no escuchar lo que se estaba discutiendo.

Justo por el hueco que había dejado el libro, pudo observar a una mujer alta vestida completamente de negro que se quejaba sin parar ante la figura potente de un hombre en traje. Ambos rostros cubiertos por sombreros que solo dejaban ver sus labios color escarlata, se encontraban enfrentados y separados por varios metros de distancia. Las delicadas manos cubiertas por guantes de seda de la mujer comenzaron a recorrer los libros mientras ella lo rodeaba seductoramente. El golpeteo del taco contra la madera retumbaba como un reloj a punto de explotar. La oscura figura de la mujer ahora se encontraba detrás de la de él y sus manos recorrían su fornido de pecho intensamente, asegurándose de no omitir ninguna parte y quitando la chaqueta del costoso traje, revelando una figura más atlética.

- Vamos General Brasco, estoy segura que podrá revelarme algunos secretos- le habló al oído al supuesto General- a cambio le mostraré mis dulces secretos- siseó ella aún más cerca de él.

Sus labios comenzaron a besar su piel dejando pequeños rastros de labial en ella y acercándose cada vez más a su boca. Mientras más besaba, más se ampliaban sus labios, dejando ver una fina y delicada dentadura blanquecina. Su garganta comenzó a ronronear una dulce melodía que hizo que la niña se cayera de la escalera. El General, como encantado por la canción de cuna, despertó de su sueño de belleza, quitándose del agarre de la fina muchacha.

La niña se aceró más al orificio, las figuras se estaban alejando y ella tenía que saber que iba a pasar después, ¿se besarían apasionadamente como dos amantes?¿se pelearían y alguno de los dos se vería obligado a salir de la oscuridad? Ella tenía que saberlo, el misterio la consumía mientras una pequeña sonrisa se abría paso en sus labios ante la idea de los lejanos amantes. Pero lo que vio luego no sólo le sacó la boba sonrisa de su rostro, sino que también la retuvo en el interior de su casa por la siguiente semana, con miedo de salir de su zona segura.

Tan rápido como el ronroneo apareció enamorando a todo aquel que lo escuchara, también lo hicieron enormes dientes filosos a los costados de la dentadura de la mujer. Sus dientes rojos danzaron en el cuello del General quien había sido tomado por el cuello hasta quedar separado por tan solo milímetros de la muchacha. Las cuerdas vocales del hombre comenzaron a chillar en cuanto aquellas dagas perforaron su piel como si fuera puré de papas. Los gritos se hacía cada vez más fuertes y atemorizantes, el cuerpo sacudía sus miembros en el aire para intentar zafarse del agarre de la figura seductor, sin éxito.

La niña solo ton un grito tan agudo que la hizo resbalarse de la escalera y caer al suelo, golpeándose la cabeza contra varias estanterías.

Mis ojos se abrieron de repente. Una pequeña gota de sudor rodeó mi frente hasta caer en las sábanas de mi cama. Había sido otra pesadilla, desde que me había mudado no había logrado conciliar sueño, y si lo hacía, eran pesadillas como esa. Que parecían familiares, como si supiera exactamente que estaba haciendo, como si fueran recuerdos.

Miré a mi izquierda y observé el reloj en mi mesa de luz marcar las siete de la mañana. Mis manos recorrieron mis rostro acariciando mis sienes para prepararme para el maravilloso día que tendría hoy. Las clases comenzaban ese día y yo no podía estar más molesta, tener que conocer gente nueva era un proceso extremadamente agotador e inútil, en dos años iría a la universidad y tendría que volver a pasar por lo mismo. "Simplemente estúpido", pensé.

No me tomé mucho tiempo en arreglarme, no es como si el pasillo fuera mi pasarela debut de mi carrera imaginaria como modelo, pero me vestí lo suficientemente decente como para que no me juzguen por mal vestida. Ni que me importara tanto, pero la primera impresión es siempre la más importante. No quiero que se queden con la imagen de niña pijama de mi. Me vestí con una remera negra y una jean flojos, más mis famosas y adoradas vans. Nada que pudiera superar mi outfit más básico.

- Vamos Mae, vamos a llegar tarde al instituto- me recriminó mi hermano mientras yo comía lentamente mi desayuno en la mesa de la cocina.

- Está bien, de todas formas no entiendo tu emoción por ir a esa cárcel- le respondí tomando mi mochila y siguiéndolo mientras él salía por la puerta de la casa con paso despreocupado y algo perezoso.

-No estoy emocionado, solo quiero que conozcas a mis amigos, a demás de poder verte más seguido, sabes que no te veo hace mucho tiempo- me miró él mientras me daba un beso dulce y suave en la mejilla.

Mi hermano era un año mayor que yo, pero cuando nuestros padres se separaron, nosotros también lo hicimos. Solo nos veíamos en nuestros cumpleaños u ocasiones especiales como las fiestas. Normalmente nosotros éramos quienes organizaban todo para vernos.

Finalmente nuestros padres accedieron a compararnos un departamento para los dos. Ocupaba un piso entero y a decir verdad era bastante lujoso, era de dos pisos pero a la vez bastante simple.

En mi antigua ciudad había pasado por muchas cosas, todas dolorosas, cada una más que la otra. Esta era mi oportunidad perfecta para empezar de cero una nueva vida y no cometer los mismos errores que había cometido en el pasado. Esperaba no cometerlos y por una vez en la vida darme cuenta lo que ocurría a mi alrededor.

-Mae, estás bien? Sabes si es por lo de Scott, no tienes porqué ir al primer día sabes- mi hermano comentó en el auto. Su mirada se tornaba lastimosa hacia mi, ya sabía lo que él estaba pensando "pobrecita Maesie, no le debería haber ocurrido eso", y eso era lo que más detestaba. Dar lástima.

- Por favor Eth, no vuelvas a mencionar a Scott otra vez, no quiero volver a escuchar su nombre- dije sin poder mirarlo a los ojos. Un nudo se hizo en mi garganta al mencionar aquel nombre. Tan solo con recordarlo mi corazón latía más lento y una frialdad bajaba lentamente por mi espalda para hacerme recordar todo el dolor que sufrí.

Ethan siempre fue mi consejero, hasta se podría decir que era mejor que mis amigas, quienes solo me generaban más dudas e inseguridades. Todas una banda de chicas tóxicas, que aunque quisiera no podría escapar de ellas. Sabían demasiado. De todas formas yo no era lo suficiente valiente como para alejarme de ellas por mi cuenta, así que cuando Ethan me dijo que se quería mudar para vivir los dos juntos, acepté con la condición de que íbamos a vivir cerca de donde el vivía solía vivir con papá. Yo en cambio vivía bastante lejos. Penosamente le dije a mis toxi-amigas que me habían obligado a mudarme con él. Gracias a Ethan esas chicas dejaron de molestarme ya que el me había cambiado de número de teléfono.

- Llegamos niña- dijo cuando pude ver el edificio en el cual pasaría la mayor parte de mi tiempo, y también en el cual sufriría bastante.

Pude sentir todas las miradas de las chicas sobre mi, como me miraban por estar con mi hermano, uno de los chicos más apuestos aunque no de los más populares del instituto. Me vigilaban como un águila a su presa. Las miradas intimidantes en su mayoría no solo se posaban en mi, pero también en mi hermano, quien parecía ignorarlas por completo y sin problemas. Caminamos juntos hasta llegar a un grupo de chicos que estaban jugando con un balón. Parecían estar divirtiéndose entre ellos como un par de niños chicos es un parque.

Esa imagen dibujó un lindo recuerdo en mi mente. Ethan y yo éramos muy pequeños para aquel entonces, solíamos frecuentar la playa como un parque de aventuras y nos adentrábamos en las olas cual peces en el mar. Solíamos intentar doblar los elementos y creíamos que nuestros padres nos ocultaban nuestras habilidades sobrenaturales. Sólo éramos unos niños a los que les encantaba soñar, y que pronto, tuvieron que dar a car con la dura realidad y crecer.

-Chicos, esta es mi hermana pequeña Maesie- dijo presentándome a los 4 chicos. A decir verdad no me molestaría ser amiga de ninguno de ellos, era muy guapos. Todos habían dejado de bromear en cuanto Ethan y yo nos acercamos lo suficiente como para obtener su atención.

El pasillo central esta repleto de estudiantes pero todavía dejaba lugar para moverse libremente y juguetear. De vez en cuando recibía un golpe ya sea con un hombro o mochila de alguien intentando pasar por allí. Había un aire veraniego, olor a mar y arena y muchos rostros bronceados, aunque otros no tanto.

- soy Alex- se atrevió a responder uno primero. Alex era un chico de tez pálida, ojos celestes y cabello rubio, típico chico popular pensé. Definitivamente debería alejarme de él si quería mantener mi sano juicio. Sujetaba el balón con una mano y con la otra tomaba su mochila mientras se la subía al hombro. Era tan alto como Ethan e incluso un poco más corpulento que mi hermano.

- yo soy Caleb, pero dime Cal- respondió el que estaba al lado de Alex, ahí es cuando me di cuenta de que Alex y Cal eran gemelos, se parecían mucho y no estaba segura de si había alguna referencia de cual era cual. La única diferencia entre ellos en este momento era quien sostenía el balón, pero Alex no lo tendría todo el rato, me vería obligada a preguntar cual es cual. Simplemente de pensar en esa situación incómoda me ponía nerviosa. Miré a Ethan en busca de ayuda, pero mi hermano simplemente echó una risa mientras sacudía la cabeza, de alguna manera eso logró calmarme un poco.

- Nate- dijo uno, el cual me tomó por la mano para darme un suave beso en ella.

Nate era algo más alto que los gemelos, su bronceada tez brillaba con cada mínimo movimiento que daba y su cabello claro como la arena acompañaba sus movimientos como una ola. El brillo de sus ojos oscuros se encontró con los míos y por un instante pensé ver un destello en ellos, un destello curioso y picante, un destello fuera de lo normal. Muchas chicas lo describirían como un dios griego y se sentirían nerviosas ante su presencia, y no dudo que lo hagan, simplemente me limité a sonreírle de la manera más falsa y hueca posible.

- yo....... me llamo Caden- dijo el último rascándose la nuca, parecía algo nervioso por mi presencia. Confirmé que era el tímido del grupo cuando nos dirigimos a nuestros respectivos salones y su voz fue la única que no escuche en el trayecto. Cada uno de los chicos me hacía preguntas sobre mi vida fuera de Annapolis como si ninguno de ellos hubiera salido de allí en su vida.

Mi hermano era un año mayor, pero eso no le impedía tener amigos menores que el y por mi desgracia algunos de esos estaban en mis clases así que ni podría tener un año libre de ellos. Ethan les hizo jurar de que mantendrían un ojo en mi en cada momento, argumentando que era por mi estabilidad mental. Yo simplemente bufé ante la exagerada protección de mi hermano, él tenía miedo de que me fuera a romper cual frágil cristal, otra cosa más que me molestaba. Pero Ethan no comprendía, el dolor fuerte ya había pasado, ahora era solo un recordatorio de no ser tan tonta y estúpida.

Él quería hacer todo lo que podía para cuidarme, para que nada se le volviera a escapar de las manos. Pero en su forzoso intento de salvarme de mi misma, no se daba cuenta de que me estaba ahogando, y eso me estaba matando