El regreso al reino había sido pacífico; el grupo había recorrido el territorio de las Almas Perdidas sin contratiempos. Con ayuda de Sadim habían encontrado el camino más sencillo ya que el grupo de mercenarios conocía el sitio por sus constantes salidas del territorio. Durante el viaje, Mammon había informado a Astaroth de los movimientos necesarios que había tenido que realizar; aquello había hecho sentir al demonio mayor de dos maneras, pero no había opinado al respecto.
Cuando arribaron hasta la entrada del Infierno, se encontraron con un grupo de soldados de la Legión Gris; esto ayudó bastante para ingresar al reino de inmediato. Astaroth había decidido visitar la fortaleza del grupo Anti-esclavistas para charlar con Beelzebub, empero no encontró noticias alarmantes hasta el momento.
Astaroth reconocía su propia insensatez y estaba molesto con él mismo; se reprochaba sus actos y todas las consecuencias que había traído su plan, así como las medidas tomadas por Mammon.
La noche era fría y agradable para el gusto del Lord de la Piedra Gris; pues habían decidido esperar un poco más para regresar al territorio de la Zona Gris. Así mismo, todavía no tenía información respecto a Luzbel y su entrada al reino. Astaroth aguardaba en una habitación de invitados que tenía la base del grupo de Beelzebub; el lugar era agradable y estaba adornado con lo básico. Las ventanas altas permitían la contraluz de la luna, también la brisa fresca entraba con libertad. Había una cama, un escritorio cercano a la ventana del sur y una silla junto a la mesita de acompañamiento a un lado de la cama.
—Astaroth —la voz de Mammon apareció una vez la puerta fue abierta—, ¿podemos hablar?
El demonio enmascarado sólo asintió con la cabeza de forma positiva. Astaroth tenía su atención en el paisaje del exterior; la mayoría del territorio lucía enormes hectáreas de arena que ahora parecían ser de un tono azul claro, y las montañas rocosas parecían sombras lejanas. La mente de Astaroth todavía viajaba en los últimos acontecimientos, en especial en lo que había vivido en el Cielo.
Mammon entró y se colocó junto a la cama; pasó la mirada por la figura distante de su homólogo y se llenó de un sentimiento de melancolía. El Lord de la Piedra Blanca recordó aquella promesa que se había jurado tiempo atrás, aquél deseo que había querido conseguir a toda costa: la destrucción de Astaroth. Sin embargo, en estos instantes perdonó al Lord de la Piera Gris y se dio la oportunidad de volver a creer en él.
—Beelzebub me comentó que hubo un grupo de inmigrantes que ingresó a la Piedra Verde hace unos días; después de la rebelión en el Cielo. Supongo que Luzbel ya está aquí en el reino —Mammon dijo con calma—, es una buena noticia, ¿verdad?
Sin embargo, Astaroth no replicó. Se cuestionaba a sí mismo, a sus propios ideales y acciones. ¿Sería capaz de cumplir su objetivo? Sus acciones pasadas denotaban un punto débil que podría convertirse en la única forma de aniquilarlo. De pronto, dio una media vuelta y se acercó a su homólogo. Sus ojos carmesí se fijaron en la imagen de Mammon, pero la mirada que arrojaba era una expresión vacía.
—Si deseas vengarte, Mammon, ahora sabes que puedes hacerlo a través de Sadim, Ashmedish y Gabriel.
—Sé que tuvimos un inicio pésimo, Astaroth, pero no voy a traicionarte nunca. Si lo que deseas es que convirtamos a Luzbel en rey, entonces te ayudaré. No voy a abandonarte ni a volver a tener dobles pensamientos. Tenlo por seguro —contestó con honestidad Mammon.
Nuevamente, Astaroth no respondió. Había comprendido algo de suma importancia; algo que había creído que jamás necesitaría. Astaroth era obstinado, sí, pero ahora era capaz de entender la diferencia entre él y Samael. Astaroth se había cerrado a los demás y había malinterpretado las intenciones de otros, en especial las intenciones de Gilbert. Y, en este momento, estaba frente a una situación parecida. Mammon, sin importar el trato que había recibido en el pasado, había decidido aliarse a él por más que simple poder.
El poder no era el motivante de los que rodeaban al Lord de la Piedra Gris; había estado en un error fatal. Samael y Belphegor alguna vez habían entablado una relación de compañerismo que los había colocado sobre el Lord de la Piedra Gris, y con ello habían representado más que un simple reto durante un tiempo. El verdadero problema era que Astaroth todavía ejercía las enseñanzas de su padre y abuelo.
Sin previo aviso, el demonio de ojos rojos agachó la mirada. Había sido insensato, cruel y abusivo con quienes no lo merecían. Había tratado como objetos a quienes le eran leal; en especial al ente que le había salvado la vida.
—Lamento todo lo que te hice —la voz de Astaroth sonó pesada y profunda—, he sido un idiota. He hecho todo lo que mi padre y abuelo hicieron alguna vez, por esta razón he dañado a quienes realmente me apoyan. De verdad, Mammon, quiero que comprendas mi error.
—Lo comprendo —resolvió con prontitud Mammon—, por eso no tienes que disculparte. No eres como los otros archidemonios, ya que eres capaz de aceptar lo que sientes, controlar tus poderes y proteger a otros. Por eso mismo quería decirte que seguimos juntos en esto, y que haremos todo lo necesario para enaltecer a nuestro reino, y a nuestra raza.
La mirada de Astaroth se cruzó con la de Mammon. El demonio de cabellos blanco presentaba una expresión sonriente y amigable. Por fin, Astaroth aceptó que Mammon era su amigo más leal, y eso estaba bien.
—Lo mejor será que descanses. Mañana regresaremos a la Zona Gris y comenzaremos nuestro siguiente movimiento —la voz de Astaroth sonó tranquila pero con su seriedad usual.
—Sí. De acuerdo. ¿Esperaremos a que Luzbel haga su primer movimiento?
—Sí. Será lo mejor.
—Entendido —aseguró Mammon con entusiasmo. Luego hizo un ademán para despedirse del otro demonio; caminó hasta la puerta y se detuvo—. Nos vemos mañana —agregó con serenidad.
La puerta de la habitación fue cerrada. Otra vez Astaroth quedó en soledad. El Lord de la Piedra Gris suspiró con fuerza y se sentó sobre el colchón. Su mente vagó en todo el arrepentimiento que se había apoderado de él momentos atrás; aquellas sensaciones que habían sido necesarias para reconocerse como un ente diferente. Astaroth agradeció en silencio a la memoria de Gilbert, ya que había sido ese híbrido quien le había enseñado aquello tan especial. Sí, Astaroth era un demonio, un archidemonio de poderes temibles, pero no era un tirano desalmado como su padre o abuelo, y eso también estaba bien. Estaba bien sentir cariño y respeto por otros, y era algo que lo fortalecía y le daba ventajas para usar contra su enemigo de la Piedra Negra. Astaroth estaba listo para ofrecer ayuda al nuevo candidato al puesto máximo del Infierno; y estaba listo para dejar que sus decisiones tomaran el camino necesario para conseguir la estabilidad que el reino necesitaba.
A pesar de que el Lord de la Piedra Gris se había resignado a tomar las cosas con calma, las sorpresas estaban a la orden del momento y ocurrían sin previo aviso. Debido a que Astaroth ya había relajado su cuerpo, se encontraba recargado sobre las almohadas de la cama con sus ojos cerrados, y había bajado la guardia al estar en territorio aliado, así que no detectó la presencia que se adentró a la habitación.
Con suma cautela, un joven de cabellos rojos oscuros, tez morada clara, cuernos asentados y rojizos entró a la recámara. Su torso estaba desnudo y sólo cubría con una prenda larga la parte baja de su cuerpo; además lucía de sus clavículas unas alas de tamaño chico tipo dragón. Sus alas dobles de un color rojo estaban cerradas justo como las alas de plumas moradas oscuras. Los pies del muchacho se apoyaron en el piso frío y caminó hacia la cama. En su cabello se apreciaba un adorno de perlas moradas que separaban cuatro mechones frontales.
Una vez el joven misterioso estuvo a un metro de distancia del demonio Lord, lo único que hizo fue contemplarlo con asombro. Astaroth abrió los ojos, alzó la mirada y lo observó con cautela. Cada uno de los detalles de ese individuo eran únicos, exquisitos y casi tentadores. La reacción del Lord de la Piedra Gris fue tranquila; se puso de pie y se acercó poco a poco al desconocido. De entre el fleco sin forma encontró unos ojos verdosos claros resplandecientes y un rostro fino, perfectamente acentuado y todavía joven con un toque de inocencia.
—Tú debes ser Luzbel.
—Lucifer —corrigió el joven de cabellos rojos con un tono de voz juvenil.
La capacidad de poder sorprendió a Astaroth. Aunque estuviera parado frente al ex-ángel más poderoso de la Creación, ante el caído más poderoso del Infierno, era incapaz de sentir su energía y su presencia. Increíble, pensó Astaroth, simplemente sorprendente.
—Lucifer, un gusto verte de nuevo. Mi nombre es Astaroth —ofreció un saludo cordial el demonio enmascarado.
—Astaroth…ya nos habíamos conocido antes, ¿verdad?
—Sí —contestó con elegancia el demonio Lord—. Por supuesto que te recuerdo. Por eso te llamé Luzbel.
—Fuiste el demonio que intentó encarar a ese sujeto cuando invadieron el Cielo la última vez —dijo Lucifer con una voz de jugueteo—, pero llevabas otra máscara y ropas diferentes.
Astaroth contemplaba con fascinación los movimientos del demonio. Lucifer caminaba con pasos cortos por la habitación; parecía buscar algo de interés.
—Sí, tenía que presentarme ante Su Majestad.
—Una pérdida de tiempo, si me lo preguntas —aseguró el demonio joven.
De pronto, Astaroth sonrió con suavidad. Era obvio que Lucifer se comportara así, como sin interés de nada. A diferencia de él y Mammon, Lucifer era todavía un jovencito, un adolescente en sus últimos años de pubertad.
—Veo que tu opinión respecto al rey ha cambiado —presionó con intensión obvia Astaroth.
—Es un imbécil. Pagará por todo lo que ha hecho.
—¿Y cómo harás que alguien como él pague por lo que ha hecho?
Lucifer no respondió de inmediato. Su atención se enfrascó en la cajonera que tenía la mesita de dormir; había abierto las compuertas y tomaba los objetos variados para mirarlos por unos segundos y regresarlos a su sitio.
—Me convertiré en el supremo rey del Infierno —dijo Lucifer al aire—. Escuché por allí que ahora ustedes están en una especie de competencia para elegir a un rey. Sé que los demonios son despiadados, así que pretendo enfrentar a todos los que se interpongan en mi camino.
Astaroth no pudo evitar reír con un tono de burla, pero un tanto seco. Aquello hizo que Lucifer abandonara su actividad y lo contemplara con incredulidad. El joven demonio se acercó de nuevo al Lord de la Piedra Gris y lo retó con la mirada. Había una diferencia de unos siete centímetros entre ellos dos; siendo Astaroth más alto.
—¿No me crees?
—Sí, sí te creo —aseguró Astaroth.
—Por eso mismo estoy aquí. Eres el demonio más poderoso de este reino, ¿verdad?
—Sí. Eso es verdad. Soy un archidemonio.
—Sentí una presencia salir y entrar al reino en un mismo día; así que decidí buscarte para asegurarme de que no seas un posible problema en el futuro.
—¿Pretendes matarme? —inquirió Astaroth con una sonrisa cargada de seguridad.
—Si es necesario, sí —dedujo Lucifer con un rostro sereno.
—Qué lástima, ya que entonces perderías de inmediato tu oportunidad para quedarte aquí en el reino. Yo soy el Lord de la Piedra Gris, y para convertirte en rey necesitarás más que sólo fuerza bruta.
Por unos minutos prolongados, Lucifer no reaccionó. Después suspiró con pesadez y se acercó hasta la ventana.
—¿Lord de la Piedra Gris? ¿El famoso enemigo de Samael?
—Ah, veo que ya has escuchado sobre el otro Gran Señor del Infierno.
—No son oponentes para mí.
—Pero todo el reino sí —contrapuso Astaroth con una voz serena. Dio unos pasos hacia el joven demonio y admiró su figura como si se tratara de una deidad—. La política en el Infierno es más complicada de lo que crees.
—Puedo aprenderla —respondió con un tono infantil el pelirrojo.
—¿Tú solo?
—Quizás. No lo sé todavía. Estoy considerando aliarme a Beelzebub; tiene ideas muy buenas y que podría usar en contra de Samael y sus demonios.
—Lucifer, llegaste aquí como un desterrado del Cielo. ¿Por qué decidiste el Infierno? Normalmente Exilia es la mejor opción para los refugiados —explicó Astaroth.
—Sí, es verdad —concordó Lucifer sin desprender su atención de los detalles que lo rodeaban—, pero hice un juramento.
—¿Cuál?
—Oh, vamos, ¿de verdad crees que te lo voy a decir?
—Supuse que habías venido con otra razón en mente más que matarme —reiteró el Lord de la Piedra Gris con suavidad.
—No veo por qué deba contarte algo tan personal como eso —divulgó el demonio adolescente.
—Por supuesto. Entonces deberás comprender que has venido con una desventaja que te impedirá conseguir tus objetivos aquí en el Infierno —Astaroth se movió unos pasos para quedar junto a Lucifer. Continuó con su explicación—: sin importar que tan poderoso seas, no será tan fácil y tal vez sea imposible para ti ser rey aquí.
—¿Y qué?, ¿debo intuir que me estás ofreciendo tu ayuda?, ¿a caso no eres el Demonio de la Mentira?
—No —reveló el Lord de la Piedra Gris—, no debes intuir que estoy ofreciendo ayuda. Lo que quiero que te quede claro, Lucifer, es que yo puedo convertirte en el demonio más temido, respetado y poderoso del Infierno. No sólo basta con poder, como ya lo he mencionado, ya que necesitas algo más. Influencia, conocimiento de la política y las estrategias de cada uno de los Lores del Infierno.
A continuación, Lucifer dio un giro de noventa grados hacia la izquierda y encaró a Astaroth; su rostro, de manera casi imposible, irradiaba cierta ingenuidad y admiración. El demonio enmascarado hizo lo mismo para quedar de frene al jovencito.
—¿Quieres que me una a ti?
—No.
La respuesta de Astaroth creó una reacción en el rostro de Lucifer. No era confusión, sino desconfianza.
—Permíteme que sea tu guía, tu maestro en la política, en la historia de este reino. Yo puedo hacer que subas al poder, y decirte cómo conseguir el respeto de nuestra gente.
—¿A cambio de qué?
—De nada. Sólo te pido que cumplas tu palabra y sigas el camino que te llevará hasta la gloria. Así podrás enfrentarte como un igual a quien te humilló y apuñaló por la espalda.
—¿Cómo lo sabes? —indagó con presura Lucifer.
El Lord de la Piedra Gris sonrió con seguridad.
—Porque te esperaba. Porque sabía que algún día tú llegarías aquí y te coronarías rey.
Lucifer no dijo nada. Tomó su tiempo y aceptó que Astaroth era un demonio de gran valor en esos instantes y seguramente en el futuro prometedor que tenía en mente.
—Bien, Astaroth —Lucifer aceptó con una voz cargada de respeto y tranquilidad—, conquistemos el Infierno juntos y muéstrame el camino hacia la gloria.
—Con gusto, Mi Lord —dijo Astaroth complacido.
THE END