Chapter 40 - IX

Las filas de alistamiento estaban repletas de rostros variados; demonios comunes de cuernos gruesos, demonios arpía, acuáticos y tipo serpiente, inclusive se podían encontrar demonios élite desertores de otras Legiones. De entre la multitud había una cantidad minúscula de demonios híbridos y caídos. A pesar de que todavía existía una tensión entre los pobladores respecto a estos últimos, la emoción del momento era suficiente para crear compañerismo entre los nuevos reclutas.

Samael se encontraba en una de las mesas junto a su General; anotaba a algunas personas para causar sensación de pertenencia. Estaba complacido con la cantidad de civiles que se había presentado en el borde de la Piedra Negra, ya que era una buena señal para su campaña política. Sin contar que estaba más que decidido a conquistar el Edén en un futuro lejano y agregar más honor a su nombre.

Sí, para Samael sus planes marchaban a la perfección. Aunque tenía otra razón por la que creaba un conflicto de esa magnitud; no buscaba abandonar a su reino y dejar el camino libre para Astaroth.

—Mi Señor —Osthar interrumpió los pensamientos de su amo—, el equipo de patrullaje está listo para asegurar la zona cercana al Edén. Nuestros espías están en posición.

—Excelente —replicó Samael con una voz cargada de orgullo.

A pesar de que la última escena entre él y Belphegor no había sido lo mejor de la semana, Samael mantenía una compostura relajada y segura. De algo estaba completamente enterado el Lord de la Piedra Negra, y eso era que el Edén no sería capturado en esa batalla. Samael estaba consciente de que todo ese montaje era sólo una estrategia para ganar seguidores y continuar desvalorizando la figura pública de Astaroth. Era un gran paso para el Infierno, aunque la guerra fuera un teatro bien planeado, Samael no desaprovechaba el momento.

Unos instantes después, un grupo de guerreros de la Legión Negra se posaron frente al General Osthar y el Lord de la Piedra Negra. Se presentaron, hicieron una reverencia e informaron de su partida. Empero, no fueron capaces de volar fuera del territorio debido a algo inusual.

Un grupo de demonios acuáticos se acercaba a toda velocidad con ayuda de un carruaje jalado por serpientes demoniacas gigantes. El capitán al mando se bajó del vehículo una vez estuvo estacionado y caminó con miedo y presura hacia el demonio Lord; hizo un movimiento de respeto atolondrado y aclaró su garganta. Sus ojos azules combinaban con su cabello blanco y tez morada clara, así como su cola y sus alas escamosas de un color tornasol.

—Lord Samael, lamento interrumpir en un momento de suma importancia para usted; pero hay algo urgente que debe saber —parló con desesperación el demonio élite de la Legión Azul.

Samael dio unos pasos al frente y se acercó al joven soldado; su figura temible causó una desestabilización en el informante y lo hizo alejarse unos centímetros hasta que su cuerpo topó con el carruaje.

—¿Qué ocurre? —inquirió Samael con molestia.

—Mi Señor, Lord Leviathan me ha enviado y ha mandado un aviso de clasificación confidencial al resto de los Señores del Consejo. Le pido que venga con nosotros al palacio de la Piedra Azul cuanto antes, ya que el asunto es de la más alta alarma.

Si Leviathan había enviado un comunicado al resto de los Lores, entonces el asunto era externo a los conflictos internos al Infierno. Samael había ordenado estrictamente a su peón no actuar con impulsos; y aun así había enviado a una ronda de soldados a escoltarlo. ¿Qué planeaba su homólogo de la Piedra Azul? Samael se enfureció y creyó que Leviathan había roto el pacto que había entre ellos dos.

—Mi Lord —resonó la voz del soldado acuático—, por favor. Es necesario que usted esté presente así como el resto de los otros representantes. Por favor.

El Lord de la Piedra Negra dio un suspiro profundo y largo; luego accedió a la petición, y creó con su magia un círculo de transportación cerca del carruaje.

—Entren —ordenó Samael—. General Osthar, espera a mis palabras antes de actuar. Nadie debe abandonar el reino hasta que yo lo diga.

—Sí, mi Lord —afirmó Osthar sin reclamos.

Unos minutos después, Samael desapareció junto a los soldados de la legión Azul y arribaron hasta la Piedra Azul.

***

Las hermosas cataratas, paisajes verdosos y lagos gigantescos se hicieron presentes a la vista de Samael. El castillo de la Piedra Azul era una construcción cuidada en los detalles; utilizaba piedra liza y estaba erigido sobre la desembocadura baja de una cascada enorme. El edificio era de color blanco y de algunos detalles azules claros; además estaba cimentado sobre unas rocas naturales que yacían a unos metros de la corriente del agua.

Samael detectó de inmediato una conmoción cercana a la entrada del sitio, así que caminó con prontitud. De entre los murmullos y pláticas se escuchaban frases relacionadas con una guerra contra el Cielo. Antes de que Samael entrara al primer puente que dirigía hasta la compuerta principal, reconoció a un demonio de máscara teatral y ropajes grises y alargados.

—Astaroth —Samael dijo con sutileza al acercarse a su homólogo—, veo que llegaste a tiempo.

El rostro serio del Lord de la Piedra Gris no se inmutó; su expresión denotaba desinterés en el otro demonio Lord. Samael ya estaba acostumbrado a las actitudes de Astaroth, por lo que no lo tomó como algo personal. Ambos demonios cruzaron a través de la multitud y arribaron a la entrada del palacio.

—Lord Leviathan los espera en la sala de comando —informó el guardia de turno.

Los pasillos del palacio eran resplandecientes debido al piso de cristal que permitía ver al agua pasar; además que la decoración de pilares era también de vidrio que dejaba al agua correr en el interior. A pesar de que no era la primera vez que Samael visitaba esa construcción, sí disfrutaba de lo maravilloso que era el castillo.

La sala de comando estaba en el costado derecho, al pasar el pasillo principal, tenía un acceso fácil y directo hacia la habitación del trono, y conectaba con la torre del sur. También tenía la misma fachada que el resto del palacio, pues los muebles eran todos de cristal, a excepción de las sillas de una madera de caoba pintada en blanco perla. En el interior de la sala ya se encontraba Leviathan; mostraba un rostro de pánico y miedo. Había algo peculiar que no pertenecía a la decoración del sitio; era un cadáver mutilado de una demonio élite de la Legión Azul. El cuerpo estaba tan dañado que su rostro era irreconocible, pues había sido desollado.

Tanto Samael como Astaroth contemplaron el cadáver horripilante y examinaron las heridas. Samael detectó que la pobre demonio había sido torturada en vida y había sido dejada a la deriva casi muerta. No tenía más que unas horas de haber perecido. Su cuerpo se encendió de rencor y odio; sabía que sólo los ángeles eran capaces de tal atrocidad para provocarlos.

—Samael, Astaroth —la voz de Leviathan temblaba y estaba al borde del quiebre—, yo no sé qué decir. Mi patrullaje encontró el cuerpo hace unos minutos y estaba acompañado de esto. —Caminó hacia la mesa de cristal y tomó un sobre ensangrentado; luego lo mostró a los dos demonios—. Era una de mis tenientes de una división de defensa.

—Su cuerpo todavía está fresco —opinó Astaroth con sequedad.

Aquella frase invadió como un estruendo la sala. Samael se percató de que el cuerpo de Leviathan tenía pequeños espasmos y sus ojos morados se cristalizaban. A diferencia de él y Astaroth, Leviathan era joven y un tanto inocente, no estaba acostumbrado al dolor de ninguna forma, y evitaba la tortura así como todo acto barbárico.

Con un paso firme, Samael se acercó al demonio de cabellos azules y retiró la carta de su mano. Los ojos de Leviathan se incrustaron en el rostro de Samael; su expresión denotó miedo y desolación. Empero, Samael no había ido hasta allí para consolar a Leviathan, ya que para Samael ese demonio era sólo un cuerpo obediente. Una vez abrió el sobre encontró una carta dirigida al consejo Infernal.

—El Cielo —Samael habló con fuerza para capturar la atención de Astaroth—, ha sido el Cielo quien ha hecho esto. Sus clásicos insultos; no me sorprende que hayan iniciado un juego de guerra otra vez.

—¿Qué dice? —inquirió Astaroth con sutileza.

—Lo de siempre —aseguró Samael al mantener su mirada en Astaroth. Aquél momento era decisivo, ya que por fin Samael podría descubrir los planes de su enemigo.

—¿Lo de siempre? —Astaroth insistió con precaución.

Los dos demonios mayores ignoraban a Leviathan; puesto que ambos buscaban sacar la mayor ventaja de la escena. Mientras que Leviathan se sintió desahuciado; casi como si no fuera más que un cuerpo vacío. De pronto, el Lord de la Piedra Azul dirigió su mirada hacia el cadáver y por fin comprendió que él era igual a ese cuerpo: era un trozo de carne sin valor.

—Sí —afirmó Samael con una sonrisa.

—Entonces, ¿nos acusan de tener espías cercas del Edén? —Astaroth volvió a emplear una voz cautelosa.

—Sí —mintió Samael.

De un momento a otro, las miradas de Astaroth y Samael se quedaron estáticas. Samael no podía dejar que Astaroth arruinara sus planes por una alerta del Cielo; al final él ya había tomado la decisión de invadir el territorio del Edén.

Sin una palabra, Astaroth extendió su mano y pidió la carta. Samael aguardó unos instantes; se había sentido amenazado con ese simple movimiento. Pasaron unos minutos y ninguno de los dos se atrevió a actuar; sin embargo, Leviathan se acercó a Samael y arrebató la carta.

—Señores del Infierno —Leviathan leyó en voz alta—, por este medio les informamos que no se tolerará su —empero, Leviathan se detuvo ya que Samael colocó la mano sobre su boca.

Astaroth caminó hacia el demonio acuático y tomó la carta con un movimiento suave. Samael comprendió que era muy tarde para intervenir.

—Interesante —expresó Astaroth con un tono triunfal—, según el Cielo ahora nosotros estamos ayudando a los Nefilinos.

Sin previo aviso, Belphegor arribó a la sala de comando; había escuchado las palabras de Astaroth. Se quedó parado en la entrada con un rostro confundido.

—¿Qué? —preguntó el Lord de la Piedra Roja—, ¿con los Nefilinos?

—Sí, Belphegor —replicó Astaroth—, el Cielo nos acusa de ayudar a esos monstruos para crear una estrategia y obtener el Edén.

Samael se alejó de Leviathan y arrojó una mirada de enojo al joven demonio. Luego se colocó cerca del cadáver.

—No entiendo de qué forma creen que ahora ayudamos a esos híbridos —dijo Samael con enojo.

Astaroth clavó la mirada en el cuerpo del Lord de la Piedra Negra, puesto que dudaba de sus acciones. Además, todavía tenía en consideración que los Nefilinos habían recibido apoyo para crear armas de un poder inexplicable. Una vez que Belphegor notó a los otros dos demonios entrar en una especie de trance donde se acusaban en silencio, se atrevió a intervenir.

—Samael, tú buscas conquistar el Edén, así que es muy obvio que pudieron haber sido tus nuevos reclutas los que causaran este problema —Belphegor usó una voz neutral para expresarse.

—Es verdad —agregó Astaroth—, hace unos días comenzaste la organización de un nuevo cuerpo militar. Has permitido a los civiles involucrarse en un conflicto que lo único que va a traer es desilusión.

—Mira quién habla —rebatió Samael con su voz ronca—, el nuevo defensor de los esclavos. Eres un hipócrita.

—¿Hipócrita? —dudó Astaroth con cinismo—. Creo que te confundiste, Samael. Tú eres el hipócrita que vende ilusiones y falsas esperanzas a nuestra gente; los estás mandado a su propia tumba sin una razón real. No hemos tenido la necesidad de provocar al Cielo porque primero debemos resolver nuestros problemas.

—¿Estás diciendo que debemos aceptarte como rey? —contrapuso el Lord de la Piedra Negra con una postura retadora.

Belphegor aguardó por la respuesta de Astaroth; aprovechaba el momento para obtener información de sus dos contrapartes.

—No. No seré yo quien se quede como rey, Samael. Porque hay otro demonio que te humillará.

—¿De qué estás hablando? —intervino Belphegor con impresión. Ya había dado unos pasos para obstruir la visión de Astaroth—. ¿Otro demonio?

—¿Beelzebub? —Samael preguntó al aire. Su mente se enfrascó en teorías y posibilidades.

—¿Beelzebub? —insistió Belphegor.

Empero, Astaroth contuvo su postura y retó a su homólogo de la Piedra Roja con la mirada. Astaroth estaba en total desventaja; Samael y Leviathan estaban unidos, era más que aparente. Mientras que Belphegor tomaba la posición necesaria cuando así lo creía. Y, en esos instantes, Astaroth era el enemigo de los otros tres demonios Lores.

—Ese sujeto no es capaz de enfrentarme —Samael opinó. Daba pasos cortos para buscar la mejor posición ante su enemigo; estaba consciente de que tres demonios representaban un reto para el Lord de la Piedra Gris—. Es un caído; y además no tiene la madera de un líder. Lo único que quiere es sacar ventaja de todo nuestro caos político.

A continuación, Belphegor convocó a Kin lentamente; la lanza se materializó de una arena clara y se quedó en la mano de su amo. Samael también llamó a Lieruz e hizo una señal con la cabeza para que Leviathan se prepara.

—Ese ha sido tu plan desde el inicio, ¿verdad? —indagó Belphegor—. Sugerir a un caído. A un demonio que no tiene ningún peso en nuestro reino.

—No. Mi verdadero plan, Belphegor —Astaroth habló con una clama alarmante—, ha sido… —luego miró hacia el lugar donde Samael se encontraba y sonrió con seguridad. Prosiguió—: evitar que Samael se quede en el poder.