El cuerpo de Baphomet cayó sobre el cojín del sofá y se relajó. El ex-demonio Lord bebió todo su licor de un trago y volvió a servir de la botella de vidrio ovalada que estaba en la mesita. Astaroth y Mammon mantenían su postura tranquila; a pesar de que ambos se encontraban a la defensiva ante la presencia de un ser como ese demonio.
—Así que ahora estás en busca de información sobre el rey del Cielo, ¿no es así, Astaroth? —dijo con suavidad y cierto cinismo Baphomet.
—Sí. Justo como lo expliqué en la carta que recibiste —aseguró Astaroth.
—Pero —Baphomet bebió con rapidez y llenó el vaso otra vez; prosiguió—: esa información tiene un costo, mi estimado Astaroth. Supongo que lo previste en tus cálculos.
—Sí. Te daré la información que deseas a cambio de los datos respecto al rey.
De pronto, Baphomet rió con desmesura, luego tosió un poco para impedir al líquido entrar por otro lado de su cuerpo. Casi de un salto se puso de pie y se acercó a la ventana cubierta por cortinas púrpuras oscuras. Astaroth contempló con inquietud a Baphomet; estaba sorprendido ya que las veces que había tratado con él en el Infierno habían sido muy diferentes. La imagen sombría y misteriosa del ex-Lord de la Piedra Púrpura había cambiado; quizá seguía como un ente rodeado de misterio, pero tenía un toque de locura que desbordaba con plena libertad. ¿Qué había afectado al demonio de Sombras para cambiar su comportamiento a ese grado?
—La verdad es que estuve analizando las cosas, Astaroth —la voz de Baphomet sonó con un tinte de falsa alegría y entusiasmo—, y resulta ser que mi revelación es mucho más valiosa que la tuya y no es posible hacer un intercambio así de simple.
—Comprendo —replicó Astaroth con respeto. Por supuesto que lo había considerado, ya que era algo que sí mantenía igual el demonio ex-Lord; siempre buscaba obtener una ventaja superior. Astaroth sonrió, tomó el vaso y bebió un poco del licor dorado; después aclaró su garganta y dijo—: por esa misma razón Lord Mammon está aquí.
Casi instantáneamente, Mammon movió su cabeza para contemplar de frente a su homólogo. Su expresión de sorpresa se mantuvo en su rostro.
—Ah, claro, es razonable —opinó Baphomet con seguridad. Unos segundos después dio la media vuelta y caminó de regreso al sofá, pero no se sentó—. Eso quiere decir que Mammon puede ayudarme, ¿no es así?
—Eh, pues —Mammon pensó en una respuesta factible, empero no continuó.
—Sí, él puede ayudarte —aseguró Astaroth con su tono elocuente y certero.
Baphomet no dijo más. A continuación tomó la máscara de cráneo y la colocó entre sus manos; su rostro mostró una mueca de melancolía y honestidad al observar el objeto. Astaroth buscó por una pista, por una explicación ante aquél cambio, aunque no fue capaz de encontrar lógica ante esa escena.
—El rey del Cielo —sin previo aviso la voz de Baphomet inundó la sala—, es un sujeto peculiar. Sus poderes son casi comparables al tipo de energía que el Creador usa, pero no es capaz de hacer lo mismo que el Creador. Su origen es misterioso, como si algo, o alguien, lo hubiese colocado en la existencia en esas condiciones, con esos rasgos y poderes. A pesar de que los ángeles creen que es descendiente del Creador, yo creo que es algo más. ¿Saben?, es como si ustedes decidieran dotar a un objeto inanimado de su propia esencia, y lo abandonaran para que exista y deambule por el tiempo y espacio necesario. Eso es él. No es un ángel, pero puede tomar la apariencia de uno; no es un demonio pero podría tomar la forma demoniaca que deseara. Ese poder que lo rodea no fue obtenido al azar; no, no, no fue así como lo obtuvo. Quizás el Creador decidió entregarle esa cualidad por una misteriosa razón. Tal vez él sólo es una pieza para conseguir algo todavía más intrigante.
—¿No es un ángel? —Mammon se atrevió a interrumpir en la pequeña pausa del demonio de sombras.
—Exacto, no es un ángel. ¿Y por qué los ángeles lo han aceptado como su rey? —cuestionó Baphomet con honestidad.
Unos segundos después, Baphomet dejó la máscara en la mesita de centro y caminó hasta una de las vitrinas. Abrió la puerta de cristal y sujetó con cautela una figurilla con forma de una estrella de cinco picos tallada dentro de una circunferencia.
—Ellos han avanzado un paso más, pero han tomado un camino que les corresponde sólo a ellos. Ustedes, ¿serán capaces de hacerlo?
Astaroth suspiró con fuerza. Sus ojos rojos no se separaron de la figura del ex-Lord de la Piedra Púrpura.
—Es como si su sola existencia le hubiera otorgado una posición frente a esos sujetos; ¿y el Infierno?, seguramente se preguntan —habló con prontitud Baphomet—, pues es probable de que eso lo decidan ustedes con el tiempo. Yo no tengo ninguna intención en regresar a ese reino, así que soy libre de hablar de cualquier tontería. Y si he descubierto que el rey del Cielo es un sujeto sombrío y busca algo que no es poder, ni influencia política, entonces puedo decirlo sin miedo alguno. —De pronto respiró con profundidad y sonrió como un infante; se acercó al sofá y se sentó sin cuidado. Extendió su mano y mostró la figurilla de cristal a los demonios Lores—. ¿Ven esto?
Astaroth reconoció las runas que estaban cifradas en la circunferencia; conocía el poder que eso representaba, así como las consecuencias del mal uso de esa energía. No estaba sorprendido, pues sabía que esa era la verdadera razón por la que Baphomet había sido expulsado del Infierno.
—Esto es lo que hace que mi existencia tenga una razón real de ser —expresó Baphomet con una elegancia casi distante—, es lo que une a dos mundos en uno solo; es lo que hace que cada uno de nosotros seamos diferentes, únicos, especiales. Cada uno de nosotros tiene ese algo, esa pizca de vida que vale la pena robar. —Se carcajeó con emoción; luego continuó—: y él ha robado una diminuta fracción de lo que corresponde a la esencia del Creador.
—Pero, ¿es capaz de usar esa energía? —Astaroth dudó con intriga.
Mammon se puso de pie y causó un estruendo frente a los otros dos presentes; bebió de un sorbo el licor y colocó con fuerza el vaso en la mesita.
—¿De qué rayos están hablando ustedes dos? —por fin intervino el Lord de la Piedra Blanca.
Astaroth y Baphomet contemplaron a Mammon cono si fuera un desconocido; empero no dijeron nada.
—¿Se han dado cuenta de lo que están afirmando? Si no es un ángel, pero es el rey del Cielo, ¿cómo fue aceptado por esos sujetos acérrimos? ¡No es posible! Y ahora dices que él robó una parte de la esencia del Creador, ¿y debo creer que eso es posible?
Todas las cuestiones de Mammon resonaron como un remolino en la cabeza de Astaroth; a pesar de que él tenía algunas dudas parecidas, creía que no era el momento de iniciar un análisis a profundidad. Estaba allí para obtener palabras cargadas de pistas, pero no para concluir algo, ni mucho menos para aceptar todo lo que Baphomet divulgara.
—No me interesa si crees o no —replicó Baphomet de manera plana—, yo sólo les estoy otorgando las cosas como son. El rey no es un ángel; es un sujeto poderoso, aunque su energía parece estar limitada y su existencia tiene una extraña relación con las Sombras y el Creador. No voy a afirmar algo que no haya podido corroborar.
—¿Has estado en el Cielo? —inquirió Mammon con su rostro cargado de incredulidad.
—Sí. Tengo mis propios asuntos, así que no es de tu incumbencia la razón por la que visité el Cielo ni al rey. Por favor, no te sientas en la disposición de preguntar. Ya les he dicho todo lo que querían saber respecto a él. —De forma repentina, Baphomet colocó el objeto de cristal sobre la mesa y sirvió más alcohol en su vaso—. Además que están de suerte. Sus amigos los Nefilinos han hecho algo genial.
Astaroth escuchó con cautela y aguardó a que Mammon prosiguiera con sus preguntas sin intención y poco cuidadosas. Baphomet bebió con rapidez y nuevamente llenó de licor el vaso.
—Los Nefilinos, ¿ahora ellos qué tienen que ver con el rey del Cielo? —Mammon inquirió de forma predecible.
—Nada. Pero sí con mi visita al Cielo. No es que fuera la visita al Cielo misma, pero mis rondas por aquí y por allá —reveló Baphomet al terminar su bebida—, sólo les puedo decir sobre la belleza que vi por esos rumbos. Esos mal nacidos han conseguido crear armas más poderosas que un simple armamento. No; esos sujetos me han enseñado algo atroz y poético. ¡Ah, casi sublime! —se deleitó con su propia frase.
—¿Armas?, ¿te refieres a objetos como las armas míticas?
—Mejor aún, Lord Mammon —aseguró Baphomet con una sonrisa pícara—, las armas míticas son poderosas, sí, pero están atadas al poder de un amo. No tienen vida propia, así que requieren de una pieza de energía para activarse. Estas armas no requieren de eso, y tienen un potencial superior a cualquier otra, no necesitan de un propietario para funcionar, ya que tienen vida propia, mente propia, esencia propia. Son capaces de matar a un Nefilino, a un demonio Lord, a un arcángel, a un dios. Son armas de destrucción masiva, aniquilamiento puro, capaces de causar una catástrofe de palabras mayores.
Cuando Mammon se sentó y suspiró como si hubiera perdido toda la energía, Astaroth buscó una explicación. Existían unos cuantos seres en la Creación que conocían la forma para crear armas míticas, de entre esos seres estaban los Forjadores, aunque, incluso en su sociedad, habían solamente algunos con este conocimiento. Alguien ha revelado información crucial, pensó Astaroth. Y ahora los Nefilinos tenían un medio para exterminar a los demonios y ángeles. Una preocupación más se postró en la mente del Lord de la Piedra Gris.
—Pero, por lo que a mí respecta, ellos pueden hacer lo que les plazca con sus nuevos juguetes. Yo tengo mis propios planes, así que será mejor que entreguen el objeto que necesito. Un trato es un trato, Astaroth.
—Por supuesto —contestó Astaroth con seriedad—, Mammon, Baphomet necesita la Esfera de la Oscuridad que te envié junto con la máscara.
Mammon y Baphomet contemplaron a Astaroth con asombro. Mammon estaba sorprendido por la orden que había escuchado. Por otro lado, Baphomet había concentrado su atención en la palabra 'máscara'.
—Espera, ¿estás seguro? —inquirió el Lord de la Piedra Blanca.
—Sí. Tú no la necesitas, ni yo tampoco. Así que es un precio justo a cambio de saber más sobre ese sujeto —resolvió Astaroth.
Sin reproches, Mammon apareció la Esfera de la Oscuridad y se la entregó a Baphomet con recelo. Baphomet aceptó el objeto y sirvió más licor en los tres vasos.
—Caballeros, ha sido un placer hacer negocios con ustedes. ¿Por qué no se quedan un poco más y nos acompañan para la cena?
—Lo siento mucho, Baphomet. Lord Mammon y yo tenemos algo muy importante que atender. Espero que en un futuro podamos reunirnos para una cena.
—Oh, Astaroth, no tienes que fingir que te interesa pasar tiempo conmigo —insistió el demonio de Sombras.
—No es fingir, Baphomet. Lo creas o no, realmente me interesa seguir en contacto contigo. Eres un demonio lleno de información y una pieza clave para restaurar el Domino de las Sombras.
—Que tú destruiste —reclamó Baphomet con un tono plano y casi carente de molestia real.
—No —aclaró Astaroth—, no lo destruí. Está oculto.
—Y atrapado en el Edén —insistió Baphomet. Sin embargo, se quedó estático y reaccionó con brusquedad, se puso de pie y señaló al Lord de la Piedra Gris—. ¡Es verdad, casi lo olvido!
—¡¿Qué?! —la voz de Mammon sonó molesta por el susto que Baphomet le había provocado.
—¡El Edén!
Algo de Baphomet hacía sentir a Astaroth en plena seguridad, como si ese cambio de personalidad fuera el verdadero temperamento del demonio de Sombras. Astaroth aceptó que Baphomet era un experto en la actuación y un maestro para emplear las palabras a su favor. Era, de verdad, un sujeto admirable.
—El Edén está en peligro.
—Siempre lo ha estado —divulgó Mammon con rapidez.
—No, no —rebatió Baphomet—, esta vez sí es de verdad. Yo sé que el Cielo y el Infierno pretenden pelear por un pedazo de tierra desahuciado y sin importancia por mero pasatiempo; pero en realidad ahora sí es serio. Los Nefilinos están planeando un ataque y buscan quedarse con ese pedazo de tierra como su nuevo territorio y hogar.
—Les tomará mucho tiempo abrir el sello —interrumpió Astaroth—, además de que encontrarán más enemigos aparte del Cielo y el Infierno.
—Pero Absalom puede abrir el sello.
No, ya no, respondió en silencio el Lord de la Piedra Gris. Astaroth sabía que el sello del Edén había cambiado desde la última vez que había visitado las afueras de la tierra sagrada. Así mismo desconocía el rostro de la persona responsable de romper el primer sello; intuía que ese mismo individuo había sido el que había modificado el sello que protegía la entrada al Edén. Con ello, ni los Nefilinos, ni ninguna otra raza, podrían acceder a ese territorio prohibido. A pesar de que Astaroth deseaba conocer la identidad de ese sujeto, se conformaba con saber que el Edén no podría caer en manos erróneas por un tiempo prolongado; por lo que lo había descartado de su lista de preocupaciones.
—¿De verdad? —Mammon interrogó al aire.
—Descuiden —la voz de Astaroth sonó con un tono suave y seguro—, el Edén está a salvo por un tiempo. Absalom tendrá que averiguar el nuevo poder y así buscar una manera de romper el sello. No podrá abrirlo a la primera.
De un momento a otro, el rostro de Baphomet dibujó una sonrisa de satisfacción; por fin había recibido un dato que equivalía a todo lo que había revelado ante esos dos demonios.