Chapter 33 - II

—Puedes relajarte, Mammon, no voy a castigarte por tu desobediencia. Estás aquí por otra razón, algo más importante que tu insubordinación.

El rostro joven de Mammon contempló con incredulidad al demonio enmascarado; sabía muy bien que no podía fiarse de las palabras de Astaroth, y estaba consciente de que no podría enfrentar a un demonio-arcano él solo. Así que únicamente suspiró y concentró su atención en la sala donde se reunían.

La sala de comando del castillo de la Piedra Gris era espaciosa, con una ventana ovoide que permitía la vista hacia las montañas nevadas, y había unas armaduras en las esquinas que representaban las vestimentas militares de los generales de la Legión Gris. Mammon se encontraba sentado en una de las sillas que quedaban junto al asiento de Astaroth, por lo que ambos demonios estaban a una distancia considerable. La mesa circular estaba vacía, a excepción de una charola con una tetera plateada y dos tacitas de té elegantes; ambos demonios Lores bebían mientras charlaban.

—Si no estoy aquí para recibir un castigo, ¿entonces para qué me has llamado, Astaroth? —Mammon preguntó con un tono apagado.

—Por supuesto —aseguró Astaroth—, ¿para qué te he llamado? Sin importar lo decepcionado que me encuentre por tu comportamiento, no puedo seguir perdiendo el tiempo. Sé que estás molesto porque te veo como si fueras un objeto de poder y ya; y te lo seguiré reiterando debido a que esta es la verdad: eres sólo una pieza más. —De un momento a otro, Astaroth se puso de pie y caminó hacia la ventana ovoide; suspiró y aclaró su garganta para continuar—: no voy a caer en tus juegos inmaduros, Mammon.

—No estoy jugando —aclaró Mammon con fuerza; luego se levantó y caminó hasta el lugar del Lord de la Piedra Gris—. No estoy jugando. Lo que hice fue una forma de demostrarte que no estoy a favor de tus ideales. No voy a permitir que le entregues nuestro reino a un forajido; tampoco voy a seguir apoyando tus planes absurdos por trabajar con un ángel.

En el rostro de Astaroth se dibujó una sonrisa. Le parecía bastante divertido escuchar los reproches de su aliado y se atisbaba de las fantasías que creaba en su mente para controlar y humillar al demonio joven.

Por unos minutos prolongados ninguno de los dos dijo nada. Aquél silencio causaba temor e incertidumbre en Mammon, mientras que en Astaroth lo único que aseguraba era la posición cobarde que Mammon mantenía. Esta acción estaba relacionada con las posibilidades que Astaroth había contemplado; pues faltaba muy poco para que el Infierno destruyera su política actual y con ello Astaroth habría ganado ante el resto de los Señores infernales.

—Tienes razón —parló Astaroth de entre el silencio pesado—, trabajar con un ángel es una de las traiciones más bajas que alguien aquí puede cometer.

Mammon movió su cabeza hacia la derecha; buscaba una reacción lógica en el otro demonio, pero lo único que encontraba era el mismo rostro serio e inmutable de Astaroth.

—Además, sería bueno que tuvieras la oportunidad de pelear por el puesto de rey. Todos vamos a luchar; no, no, mejor dicho: Samael y Belphegor van a luchar por ese puesto tan importante. Después de todo, ¿quién podría dejar pasar una oportunidad así? Imagina el poder que obtendrías, todo un reino a tu disposición, más cuatro Señores que obedecerían a tus mandatos sin reprochar. Harías las guerras más sublimes y destrozarías a otras naciones sin piedad.

—Deja de balbucear, Astaroth. Sé que tenemos un contrato y que estoy atado a ti por el resto de mi existencia. Yo cometí el error por mi inmadurez y los sentimientos que alguna vez tuve por ti. No me vas a convencer de pelear por un puesto que yo no puedo obtener —reveló Mammon con presura.

El Lord del a Piedra Gris no replicó. No le sorprendía que Mammon prefiriera quedar fuera de esa guerra política; sabía que el demonio de la Avaricia era más un ser de investigación científica, creaciones de armas y otras cosas afín.

—Mammon, escucha con atención —la voz de Astaroth estaba cargada de un tono muy paternal. El demonio Lord de antifaz se movió unos centímetros para encarar a su homólogo y luego prosiguió—: nuestra relación de apoyo mutuo va a seguir existiendo. Tú todavía cumples un objetivo, el cual es seguir mis órdenes. Sin embargo, mi querido Lord de la Piedra Blanca, tu insubordinación va a seguir ocurriendo; vas a desobedecer cuantas veces sean necesarias porque así lo creerás correcto. Por supuesto que estoy muy molesto y que deseo castigarte hasta conseguir placer absoluto en esa acción, pero no lo haré.

De forma paulatina, Mammon daba pequeños pasos para alejarse de Astaroth. Estaba aterrado de lo que podría ocurrir en esos instantes contra su persona.

—No tengo tiempo ni disposición en estos momentos. Samael ya ha comenzado con su carrera política y buscará un método para controlar a La Bestia. No hay muchas opciones, así que debes comprender la importancia de esto; ¿a caso quieres inclinarte ante Samael?

Antes de que Mammon pudiera moverse más, Astaroth tomó el brazo del joven demonio y lo acercó hacia él. El cuerpo de Mammon se tensó e intentó alejarse nuevamente; empero Astaroth tocó el rostro de su homólogo con cuidado y suavidad.

—Samael quiere quedarse como el nuevo rey, y por ende quiere someter a todo el consejo de Señores. Estoy seguro de que Leviathan lo apoyará y quizás Belphegor también; únicamente quedaremos tú y yo.

—No me aliaré a él —reiteró Mammon con temor.

—No, no lo harás, porque eres una sabandija que se escuda con los más poderosos y en estos momentos yo soy el demonio más poderoso del Consejo —replicó el Lord de la Piedra Gris con soberbia.

Cuando Mammon detectó el aliento de Astaroth cerca de su rostro, se sintió aprisionado. De manera repentina, Astaroth recorrió el cuello de Mammon con su mano hasta llegar a las clavículas marcadas.

—Sé que vas a seguir desobedeciéndome —repitió con gusto y lujuria el demonio enmascarado—, y sé que planeas vengarte de mí, porque eres un demonio, Mammon. Eres un demonio como el resto de nosotros, y la venganza es una forma natural de nuestra expresión. —Rió con un tono burlesco. Acercó su boca hasta el oído de Mammon y susurró—: y está bien que lo hagas. Pero recuerda que cada acción tiene una reacción y por lo tanto obtendrás una consecuencia por esos actos vengativos.

De forma brusca, Mammon empujó el cuerpo de Astaroth y arrojó una mirada de molestia genuina.

—No puedes matarme —se atrevió a reprochar Mammon.

Astaroth analizó en silencio aquellas palabras. Sí, era cierto, no podía matar a una parte esencial de sus planes, ni tampoco podía deshacerse del Lord de la Piedra Blanca. Sin embargo, era este hecho lo que más excitaba a Astaroth para proseguir con sus actos recriminatorios contra el joven demonio.

—No. No puedo matarte. Es verdad, Mammon; pero sí puedo torturarte.

Antes de que Mammon pudiera defenderse, Astaroth encerró el cuerpo de su homólogo en una barrera cúbica de un tono azul claro; luego lo electrocutó por más de unos cinco minutos. A continuación, liberó el cuerpo de Mammon y lo elevó con sus poderes para colocarlo en una posición abierta: los brazos extendidos y las piernas juntas. Sin previo aviso, Mammon sintió sus palmas y pies ser perforados por objetos filosos, y su cuerpo ardía de dolor; aunque quisiera gritar su voz estaba opacada por algo más.

—Mammon —Astaroth interrumpió su propio momento de diversión—, voy a permitir que actúes como un idiota, pero debes recordar que una vez tu vida ya no tenga ninguna razón o importancia para mis planes, voy a matarte. Además, debes tener en consideración que voy a torturarte hasta que ruegues por tu propia muerte; descuida, mi querido Mammon, si te comportas en los siguientes años, te permitiré un poco de libertad.

Como un estruendo, Astaroth liberó al otro demonio y lo colocó con sumo cuidado en el piso. Después, se acercó hasta Mammon y le ofreció su mano. Empero, Mammon se puso de pie y comenzó su camino hacia la puerta.

—Soy tu única opción, Mammon. Samael sí te matará y Belphegor podría tomarte como prisionero. Si te quedas conmigo obtendrás protección y poder.

Mammon se detuvo en seco pero no encaró al Lord de la Piedra Gris. Sus ojos estaban cristalinos y su respiración agitada; lo único que pasaba por su mente era el dolor y odio que ese demonio causaba en él. ¿Cómo podía unirse a un ser como Astaroth? Mammon buscaba una resolución lógica para dejar de reprochar la realidad.

—¿Y vas a seguir humillándome?, ¿vas a seguir usando mi cuerpo como te plazca?, ¿qué más tengo que pagar para obtener tu protección contra ellos dos?

—Nada —aseguró el Lord de la Piedra Gris con desinterés.

—¡No me mientas!

—No estoy mintiendo. Lo único que te pido es que hagamos pública la alianza política que hay entre los dos. Yo estoy dispuesto a apoyar tus desiciones políticas dentro de tu propio territorio. Eso es lo único que requiero de ti.

—Eres un mentiroso —Mammon rebatió. Luego se dio la media vuelta y dejó que el otro demonio visualizara su rostro honesto. Mammon era incapaz de controlar su expresión y sus lágrimas—. Siempre me mientes; me dices lo que quiero escuchar, porque así me puedes controlar. Alguna vez te admiré y respeté.

—No malinterpretes, Mammon. Nunca he deseado convertirme en rey; todo lo que he hecho tiene un porqué. Samael y Belphegor son débiles y no pueden comandar a un reino así de poderoso. Yo tampoco.

—Entonces, ¿qué vas a hacer?

—Luzbel.

—¡Es un ángel, maldita sea! —gritó Mammon y movió los brazos para expresar su frustración—. Los ángeles son nuestros enemigos, ¿cómo puedes dejar que una creatura como esa se apodere de nuestro territorio?

—No lo había contemplado hasta hace poco —informó Astaroth con calma.

—¿Y me pides que acepte a un ser que representa aquella imagen eterna de nuestros enemigos?

—La enemistad con los ángeles va más allá de nuestro origen. Los ángeles y los demonios no son tan diferentes.

—¡Lo son Astaroth! Los ángeles fueron creados para proteger. Nosotros los demonios fuimos creados para destruir. ¡Somos opuestos!

—Y funcionamos dentro de un balance.

El rostro de Mammon denotó confusión. Limpió sus lágrimas y contempló la figura oscura de su homólogo. Astaroth, por su parte, se dirigió hacia la mesa y creó una imagen de un ángel común y un demonio ordinario con sus poderes al trazar líneas en el aire.

—Los ángeles y los demonios comparten más similitudes de las que creen. No son tan distintos en ADN. Tú, mejor que nadie, lo comprendes porque has estudiado nuestra composición. Los híbridos existen gracias a que podemos reproducirnos con otras razas de alguna manera —explicó Astaroth con seriedad—, por eso mismo existen los Nefilinos.

Las palabras de Astaroth resonaron con fuerza. Mammon comprendía muy bien de lo que hablaba su homólogo, puesto que él había descubierto dichas similitudes en sus estudios genéticos con los híbridos. Sí, era obvio que los Nefilinos pudieran existir gracias a la extraña compatibilidad que había entre ángeles y demonios. Empero, no lo había aceptado ya que su orgullo lo cegaba a admitir algo así.

—Los demonios destruyen, tú lo has dicho. Los ángeles protegen, también lo mencionaste. Sin embargo, debo diferir Mammon. ¿Qué hiciste durante la última batalla contra el Cielo?

Mammon se movió un poco para acercarse a la mesa; unos segundos después agachó la mirada.

—Protegí al territorio.

—Exacto. ¿Y qué hicieron los ángeles?

—Destruyeron nuestras tierras.

—Ambas razas hacen lo mismo. Ambas razas están obsesionadas con los sentimientos de odio mutuo. Ahora bien, ¿por qué los ángeles pueden modificar sus rasgos generales una vez llegan al Infierno?

—Los caídos —susurró Mammon.

—Sí, los caídos. Pero no sólo los ángeles pueden hacer esto. Es visto en otras razas que adoptan formas demoniacas para encajar en nuestra sociedad. Mammon, hemos estado siguiendo el camino impuesto por alguien más; ¿no te has cansado de ello?

El Lord de la Piedra Blanca no replicó. Lo único que hizo fue levantar el rostro y suspirar con fuerza. Su mirada evitó la mueca del otro demonio Lord y buscó un punto sobre la mesa. Odiaba reconocer que Astaroth tenía razón. Él también había cuestionado su papel como un supuesto enemigo del Cielo, ya que no consideraba eso como algo absoluto.

—Un caído pude transformarse en un demonio, no por su apariencia, sino por sus actitudes y deseos. Los demonios desean poder, control, información y más que un simple título político. Somos insaciables, ya que estamos en la constante búsqueda de obtener más sin medir consecuencias. Si un ángel actúa así, es, por consecuencia, un demonio. ¿Qué pasa con los demonios que no buscan el poder?, ¿son erróneos? No. Para nosotros no es un mandamiento ser de una forma u otra.

—No tienes que seguir hablando —intervino Mammon con un tono calmo—. Sé lo que quieres decir. Sé por qué no deseas a Samael como nuestro líder, pero sé que quieres mantenerlo como un Lord; lo comprendo bien, Astaroth. No va a ser fácil, ya que ambos se van a oponer. Belphegor y su orgullo son suficientes para levantar una guerra civil contra nosotros. Y Samael —pronunció con molestia—, piensa como tú, aunque desea otro tipo de poder.

—Mammon, mi legión sola no puede anteponerse a los dos. Mi figura como político es insuficiente para conseguir el apoyo de las masas.

—Sí, lo sé.

—No puedo seguir destruyéndote. Y, sin importar de que ahora me odies, no tenemos a nadie más. Ninguno de los otros tres aceptará el cambio…no… A menos de que tú y yo lo hagamos.

—Hay sólo una condición.

—Te escucho —reiteró Astaroth al guardar su complacencia.

—No soy un súbdito. Somos iguales, pero no podremos traicionarnos o uno de los dos deberá morir. Ese debe ser nuestro nuevo pacto.

—De acuerdo —sonrió Astaroth al afirmar.