Chapter 32 - I

Los ojos naranjas resplandecientes del demonio Lord se movieron hacia la derecha; en su camino notaron las tazas y platitos sobre la mesa de centro, éstos hacían un juego sombrío con las paredes ennegrecidas y la iluminación tenue. Después se posaron sobre la figura del otro demonio que se encontraba parado junto a la ventana; sus alas invertidas y sus cuernos pronunciados de base triple eran una característica que ambos compartían. De hecho, las únicas diferencias que había entre ellos dos eran los colores de sus pieles y ojos; sus estructuras eran casi idénticas, pero sus rostros marcados los hacían lucir diferentes en apariencia e incluso en edad. Belphegor mostraba unas facciones fuertes y como desgastadas, mientras que Samael tenía un rostro elegante y atractivo para los estándares de un demonio.

El Lord de la Piedra Roja no replicó ante las palabras que habían resonado unos minutos atrás; su mente estaba nublada por la incertidumbre, pero tampoco podía afirmar algo como lo que Samael planteaba.

La relación de esos dos demonios Lores había mejorado de una forma notoria en los últimos años; ambos aceptaban que ahora hablar era más sencillo. Sin embargo, Samael todavía creía reprochable la posición que Belphegor tomaba en el Consejo; más ahora que el pueblo había demandado por la creación del puesto de un rey. Sí, Samael estaba convencido de que Astaroth lo había planeado todo, desde aquél momento en que ambos se habían conocido cara a cara en el antiguo palacio de la Zona Alta. Desde aquél instante, intuía Samael, Astaroth había iniciado su plan para apoderarse del reino y convertirse en el supremo soberano. Por otro lado, Belphegor aún encontraba difícil creer que todo había sido orquestado por una sola mente.

—Sé que lo crees imposible —la voz profunda de Samael sonó en la habitación como un eco desalentador—, sé que lo ves así porque no conoces sobre él todo lo que yo sí.

—Samael —Belphegor interrumpió con prontitud—, lo que realmente creo es que te has obsesionado con tu propia ilusión. Has puesto el rostro de Astaroth como el de tu único enemigo y como tu propio némesis, por esta razón crees que todo lo que ocurre alrededor del reino él lo ha deseado así.

¡Lo ha sido, maldita sea, Belphegor!, Samael recriminó en su mente. Primero, recordó el Lord de la Piedra Negra, había descubierto sus falsas palabras durante la rebelión. Samael había presenciado la escena entre el Lord de la Piedra Gris y su hermano perdido; aquél momento en el que Astaroth dejó con vida a un archidemonio de poderes grandiosos e incontrolables. Estaba convencido de que Arxeus había atacado el Cielo, aunque no podía asegurar que Astaroth así lo había pedido. Por supuesto que existía la posibilidad, ya que sus soldados habían provocado una reacción en el demonio Lord una vez habían atacado al demonio-arcano menor; Samael confirmaba que Astaroth había influenciado de alguna manera extraña en el territorio del Edén y había sido esto lo que en la primera batalla contra el Cielo los había salvado.

—Samael, por favor, responde una pregunta —Belphegor parló con cautela y respeto—, dime algo: ¿crees que Astaroth tiene el poder para controlar a La Bestia?

El Lord de la Piedra Negra suspiró. Interrumpió sus pensamientos y analizó el cuestionamiento. Astaroth era un archidemonio y sus poderes arcanos estaban más conectados a ese engendro que los poderes de él y Belphegor; entonces, asumió Samael, si Astaroth tenía esa capacidad la usaría para anteponerse al resto de los Señores infernales.

¡No, no lo permitiré!, volvió a pensar con furia el demonio de tez roja. Cerró los puños y chistó con fuerza para denotar su sentir.

De pronto, Belphegor se puso de pie y caminó hasta su homólogo; se colocó junto a Samael y dirigió su atención al exterior. Sin importar que los jardines interiores del castillo fueran una vista agradable, ninguno de los dos demonios daba importancia al horizonte.

—Hay una posibilidad de que tú conozcas la respuesta a esta duda, Samael —Belphegor habló con sutileza—, ya que tú dices conocer cosas sobre él. Pero yo no lo creo. No creo que él pueda convertirse en rey.

—Que no haya iniciado su carrera política en este momento no quiere decir que no esté planeando algo.

Belphegor suspiró con pesadez. Sentía un desasosiego recorrerlo cada que hablaba con Samael sobre el tema presente. Para él era difícil comprender la obsesión que su homólogo mostraba respecto a Astaroth.

—Samael, te pido que seas racional. Es ahora que necesitamos unir nuestras influencias para buscar una solución.

—¿Una solución? —inquirió Samael con enojo. Luego volteó su mirada hacia el otro demonio—. Si es necesario, entonces mataré a Astaroth. No voy a permitir que se quede con el puesto del máximo gobernante.

—Matar a Astaroth —repitió Belphegor con seriedad—, ¿esa es tu resolución?

—No lo comprendes —replicó Samael al regresar su mirada hacia el jardín—, Astaroth ha convencido a Mammon de trabajar con él y esto le ha dado una ventaja sobre nosotros.

—¿Y tú no hiciste lo mismo? —recriminó Belphegor.

—¿De qué hablas?

Por unos instantes, Belphegor arrojó una mirada de incredulidad a Samael. Unos momentos después negó con la cabeza y dio una media vuelta.

—Leviathan.

¿Leviathan?, pensó Samael con descaro. No le parecía correcto que Belphegor usara esa excusa para compararlo con Astaroth.

—¿O me vas a decir que el chico simplemente te admira y decidió ayudarte en todo de la noche a la mañana?

—Leviathan no tiene nada que ver en esta conversación.

—Leviathan y tú tienen una relación política muy obvia, justo como Mammon y Astaroth —aseguró el Lord de la Piedra Roja.

Samael movió su cuerpo de forma abrupta y tomó el hombro del otro demonio. Las miradas quedaron estáticas y ambas recriminaban. Belphegor arrojaba dudas, mientras que Samael reclamaba el último comentario.

—Mammon y Astaroth trabajan juntos, Leviathan y yo no —aseguró el Lord de la Piedra Negra.

—No quiero escuchar explicaciones de algo que ya me ha quedado claro, Samael. No tienes que seguir mintiendo; y aunque te moleste, tú y él son más parecidos de lo que crees, de lo que ambos creen —la voz de Belphegor denotó decepción.

Con sumo cuidado, Belphegor retiró la mano de su homólogo y regresó hasta su asiento. A pesar de que no estaba de acuerdo con las formas de actuar de ninguno de los dos demonios Lores de la Piedra Gris y Negra, tampoco estaba dispuesto a permitir la creación de un título como el rey.

—Samael, quiero que recuerdes lo que pasó durante la rebelión; las razones por las que nuestros padres y familias fueron asesinados. Incluso tú también pudiste haber muerto. Quiero que no olvides la verdadera causa de una rebelión así de grande.

—No lo he olvidado —aseguró Samael.

—Bien. Entonces debes comprender que si aceptamos a un demonio como nuestro rey, estaremos deshonrando los principios por los cuales fundamos este Consejo.

—Sí, lo sé; me queda claro.

Aquella frase causó alerta en Belphegor. Conocía bien a Samael, y aquello no auguraba un buen inicio.

—Entonces, si te queda claro, ¿por qué no cambias tu posición?

—No te confundas, Belphegor —volvió a decir Samael con el mismo tono seguro.

El Lord de la Piedra Negra caminó hacia la sala de estar y quedó parado detrás del sofá que le correspondía. Su rostro serio era suficiente para marcar su intención.

—No voy a cambiar la opinión de nuestro pueblo. Si desean un rey, entonces yo me convertiré en esa figura y comandaré al Infierno en una era gloriosa. Conseguiré el poder necesario para aniquilar a Astaroth, controlar a La Bestia y —empero fue interrumpido antes de terminar.

—¿Y someternos? —Belphegor terminó la frase con enojo.

No hubo respuesta. El rostro de Samael quedó pasmado con una mueca de orgullo y reto. En ese instante, Belphegor comprendió que no podía razonar con la única persona que alguna vez había peleado por la justicia. Samael estaba embriagado de poder justo como Astaroth, y no había manera de hacerlos cambiar de opinión respecto a sus figuras tiránicas.

—Si es necesario lo haré —respondió Samael con un gesto de insolencia.

—Has traicionado los ideales de la Rebelión y por ende a tu padre. Nuestro pueblo peleó para derrocar a un rey tiránico que lo único que hacía era abusar de su poder y descalificar a nuestra gente. Tú y Astaroth, ahora, son esa misma figura que destruimos con fervor —explicó Belphegor con elegancia y molestia. A continuación se levantó y caminó hacia la puerta. Dio una media vuelta para quedar frente al otro demonio—. Eres la misma imagen de los proto-demonios: arrogante y destructivo. Creí que tú, mejor que nadie, comprenderías lo importante que es conservar al Consejo y buscar otra solución. Un rey no nos traerá orden ni nos glorificará, Samael.

—Bien —contestó Samael con fuerza—, si has tomado tu decisión, ¿a qué has venido?

—A razonar contigo, por supuesto. A buscar un resultado para no permitir otro error. La gente parece haber olvidado algo tan importante como la figura del tirano que nos gobernó por muchos años.

—No seas ridículo, Belphegor —contrapuso el Lord de la Piedra Negra—, si nos oponemos al pueblo, nosotros cinco seremos los tiranos.

—Tres —volvió a interrumpir el demonio de tez oscura—, tres. Nosotros tres.

—¿Aun sigues pensando que Mammon y Leviathan no son parte de este Consejo?

—Sí. Ninguno de los dos tiene voz por culpa de ustedes dos. Tú y Astaroth son el verdadero problema en este Consejo. Ustedes dos han hecho de la política su propio campo de batalla y han conseguido sus caprichos a costa de nuestro pueblo. —Rió con desilusión el Lord de la Piedra Roja—. ¿Sabes algo? Baphomet tenía razón; todo ese tiempo cuando insinuó que había una guerra aquí y yo no le creí. Ahora lo veo muy claro. Tú y Astaroth han estado en una contienda destructiva por el poder.

—¡Somos demonios, Belphegor! Es normal que busquemos el poder.

—No generalices. Ser un demonio no significa seguir mandatos absurdos de destrucción, ni tampoco quiere decir que debamos comportarnos como los ángeles y otras razas nos sugieren hacerlo. Yo no creo que seamos una abominación en la creación, Samael. Y no voy a cambiar mi postura sólo porque un grupo de entes alados como pájaros así lo creen. Y tampoco creo que los Nefilinos sean una aberración. Pero estoy cansado de discutir con ustedes dos —aseguró Belphegor con desilusión—, siempre es la misma situación, la misma postura y respuesta. Bien, si así lo quieren, entonces luchen por un puesto político y destrozen al reino. Sin embargo, les aseguro que yo me opondré y escucharé a la gente para abrir un diálogo con ellos. Si tengo que convertirme en su enemigo lo haré.

—Perfecto —agregó Samael con cinismo—, así te queda claro que no hay vuelta atrás. Y que si te pones en mi camino, justo como a Astaroth, te destruiré.

Belphegor cerró los ojos y contuvo sus impulsos. Había deseado pelear contra Samael para borrar la sonrisa de seguridad que pasaba por sus labios y para hacerlo callar. Empero, Belphegor respetaba el código de honor que Samael y él guardaban como guerreros; además de que creía que la violencia no era la mejor solución en esos momentos. Al abrir los ojos, hizo una reverencia de cortesía y se despidió de Samael. Luego, como si la última frase de su homólogo no hubiese sido pronunciada, abandonó la habitación con un paso lento y sereno.

Samael, por su parte, se quedó estático con un sentimiento mixto que se postraba en su pecho. Había considerado a Belphegor como un amigo, incluso; pero ahora había destruido toda la relación política y personal que había existido entre ambos. Estaba molesto, porque su único aliado real no había visto lo peligroso que era permitir a Astaroth avanzar con sus planes. Además, la última conversación había sido un caos; y había dicho palabras provocadas por estímulos de enojo hacia su enemigo, pero las había pronunciado con el objetivo de herir a Belphegor.

El Lord de la Piedra Negra suprimió su enojo y tristeza, y comprendió que una sensación del pasado lo envolvía. Samael estaba solo, justo como en aquel momento en donde había perdido a su familia y había sido encarcelado en el viejo castillo de la Zona Alta. Así había terminado en ese instante. Había declarado a su único amigo como un estorbo y eso había desatado otra situación de soledad y dolor.

Cuando Samael arribó a la ventana se percató de que el cielo estaba cargado de nubes y el agua caía con suavidad. De pronto sonrió y aceptó su error. Sin embargo, no estaba dispuesto a retirar su orgullo, así que se alentó a continuar con su objetivo. Él derrocaría a Astaroth y se convertiría en el rey del Infierno; de eso creía estar seguro.