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El quinto jinete

Vivianne_Martinez
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Synopsis
Cuenta la leyenda antigua sobre cuatro diosas que dominaban todo lo que se conoce, pero se les llamaban las cuatro jinetes. Madre tierra, Aire, Fuego y Agua eran sus nombres. Eran tan temidas como adoradas por todos. Todas tenían habilidades, y manipulaciones dignas de ser envidiadas por todo lo que viviera. Agua representaba la vida, junto a Madre tierra. Fuego era la destrucción misma, pero Aire era la más poderosa de las tres, ya que ella podía aminorar o empeorar las habilidades de las demás. Pero hubo algo que nadie supo, ellas tenían un secreto que terminó matándolas, y ese secreto reencarnó. Su hermana. El quinto jinete.

Table of contents

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Chapter 1 - Prólogo

Caos.

Caos por todas partes.

Los gritos de terror y angustia que se oían alrededor, y los disparos que recibía y atravesaban mi cuerpo me aturdían y lastimaban sin que pudiera hacer nada al respecto.

El ambiente se torno tan abrumador que causó el zumbido que tanto había evitado sentir durante meses.

Era incontrolable.

Yo lo era.

Cerré los ojos y lleve mis palmas a los costados de mi cráneo tapando mis oídos, con la alusión de desaparecer todo y aislarme, pero a la vez, de mantenerlo dentro de mí. Sin fuerzas, me deje caer hacia el frente de rodillas, rompiendo mi piel al paso. Había aprendido que el dolor era lo único que lograba mantenerme cuerda.

Apreté los ojos con fuerza y retraje el rostro. Mi pecho se hundió, y sin saber que más hacer para detener todo lo que sucedía, en iba suceder, solté un grito ensordecedor.

Me desgarro la garganta.

Todo a mi alrededor tembló, como si hubiera un terremoto, y el aire vibró a causa de mi rugido.

La sensación de que algo salía fe mi dolorosamente a través de mi piel, como mil cuchillos queriendo salir desde mi esqueleto, me inundó tanto, que mi vista se duplicó; pero pude ver claramente como esa energía salía de mi pecho e iba a parar con los cuerpos que me rodeaban, aquellos hombres de traje apuntándome con pistolas.

Fue demasiado tarde para detenerlo, y todo continúo demasiado rápido. Ese cuerpo de humo negro se deslizó como serpiente por el aire y atravesó los cuerpos de toda la audiencia, pudriendo a su paso los cuerpos como si hubieran sido inyectados por una sustancia tóxica y letal. Las madres intentaron detenerlo interponiéndose entre sus hijos y la nube mortífera que había salido de mi, pero fue en vano, ya que el hizo el mismo trabajo en ellas al igual que en su descendencia.

Los soldados con sus trajes oscuros se retorcieron en el suelo una vez que "él" les atravesó el cuerpo. Sus ojos perdieron color, y los orificios de su cara comenzaron a sangrar. El comandante en jefe, quién estaba parado frente a mí mirándome desconcertado y horrorizado, soltaba sangre por la boca sin decoro.

Él era quien me había disparado. Todo fue su culpa. Él era la razón de todo este desastre. Si tan solo hubiera escuchado lo que tenía para decirle... Si tan solo me hubiera dejado explicarle que no era peligrosa, estoy segura de que nada de esto hubiera sucedido.

El pecho del jefe de abrió hacia afuera de manera normal, como dos puertas de un salón abriéndose. Pude ver su corazón todavía palpitando al momento de terminar su mutilación. Observé como sus órganos caían por la gravedad y se estrellaba contra el suelo provocando un sonido que no pudo hacerme sentir más asco. Así que, de alguna manera tratando de sacar todo lo que sentía, rodé hacia el lado contrario a todo y vomité una gran mancha negra que variaban entre negrura y sangre. Al terminar de expulsar todo, me giré y quedé tendida en el suelo, con el dolor del disparo en mi estómago, mirando el cielo extrañamente reluciente.

El humo negro y espeso se detuvo sobre mí. Fui testigo de como se transformaba en una masa más grande y oscura. Después, fue adquiriendo forma. Forma de un humano. Esa masa se convirtió en un chico. Su cabello blanco como la nieve, sus ojos amarillos de un brillo y color inusual, su tez pálida, la altura prominente, su musculatura cada vez más marcada, sinónimo de la fuerza que yo iba adquiriendo, y su ropa oscura, le daban una apariencia intimidante, amenazadora y sobre todo letal. De asemejaba a un ninja. Un ágil. Uno con experiencia. Cuando estuvo completamente formado, dejo descansar sus pies a los lados de mi cintura, mirándome en picada de manera enojada, con la mandíbula apretada a través de la tela que le cubría la boca y parte de la nariz.

Comencé a negar con la cabeza.

—No lo hagas —le pedí en un tono débil, casi un aliento.

Él desvío la mirada hacía hacia mí derecha, hacia el cuerpo del comandante, que de alguna forma imposible, seguía de pie, vivo. Quitó el pie que estaba a mi derecha y comenzó a caminar hacia el cuerpo. Antes de que se alejará demasiado, tomé su tobillo, tensando el rostro gracias al dolor que me causó estirarme.

Él detuvo su paso y se giró un poco para verme. Paso la mirada desde mi rostro hasta mi brazo en su pie. Se agachó y puso su mano sobre el dorso de la mía para después quitarla de su pie por más que intente aferrarme.

—No —repetí soltándome y tomando su muñeca—. No.

—Tu no quieres que paré —dijo con una seguridad que me hizo temblar.

—No —segui diciendo—. Quiero que pares. No lo hagas.

Esta vez no respondió y volvio a girarse, dejándome tendida. Recorrió el espacio faltante y se detuvo frente al comandante sin hacerme caso.

Deje caer mi cabeza en el suelo y sentí como las lágrimas inundaban mis ojos. Baje la mirada durante un segundo hacia mi estómago, observando como mi bata blanca estaba completamente manchada de mi sangre. Apoyé una mano en mi torso y presioné la herida, apretando los dientes. Sin más fuerzas, me encogí en posición fetal en el asfalto y tragué saliva con dificultad. Mi boca se sentía seca, mis ojos cansados, mi cuerpo adolorido y débil.

A pesar de la debilidad de mis párpados, giré la cabeza y le observé. Seguía parado frente al jefe. Pude ver cómo metía las manos en el pecho del comandante, abriendo manualmente su caja torácica, rompiendo todo y arrancando su corazón desde adentro.

El jefe, que había seguido de pie después de vaciarse casi por completo, cayó hacia atrás como un saco de lona lleno y pesado. Su cabeza crujió y se rompió, liberando sangre rápidamente, ocasionando que se acumulara debajo de su cuello y ropa. Seguí con la mirada toda su caída, y después, visualice mi alrededor. Había cadáveres de mujeres mayores, niños, padres de familia, bebés y abuelos. Acompañaban todo de una manera marcaba y sangrienta.

Con el corazón en la mano, "él" se giró hacia mí. Conecte la mirada con sus ojos amarillos. Fue ahí, en ese momento, cuando supe que no estaba dominándose. Seguía bajo las influencias de mi mente. Bajo mi inestabilidad.

Sin rencor alguno y compasión, estrujó en menos de un segundo el corazón, salpicando sangre en nuestras caras.

Esa inestabilidad que tanto tenía de misma, siempre terminaba salvándome de morir todas las veces, tanto ahora como en el laboratorio. Siempre dalia en el momento en que estaba en peligro y mataba a todos para dejarme con vida. Mi inestabilidad era él. Él era la representación y así lo había sido siempre.

Mientras respiraba cada vez más lento, el dolor que me invadía se volvía más sordo. Seguía estando ahí, pero comencé a entrar en una especie de trance que me permitía descansar, de cierta manera. Los disparos que en un principio me habían atravesado el estómago, y tal vez algún pulmón, me dificultaban respirar. Dolía. Mucho.

Abrí la boca para soltar mis suspiros débiles, y recosté un costado de mi rostro en el asfalto. Fui consciente de que me desangraba, gracias al líquido caliente que mojaba mi vestido blanco.

Con la poca lucidez que me quedó, observé como él se acercó a una mujer y tomo su bolso. Con el móvil en sus manos, marcó el número de emergencia que conocía tan bien, y que a la vez, me llevaba nuevamente hacia ellos: 808.

—Hubo un incidente —le escuché decir cuando yo ya no pude sostener mis ojos—. En la esquina 405 junto a la calle Bloje. Frente a un mercado —su voz grave dejo de oírse durante un momento—. Hay una chica que necesita ayuda, todos los demás están muertos.