LA BOLSA DE BASURA.
—¡Zia! —grito mi mamá desde la planta baja.
Quité mis cascos favoritos de los oídos y pause la música que escuchaba.
—¿Que? —le grité en respuesta.
—¿Disculpa? ¿cómo dijo señorita?
—¡Mande! —me corregí.
—¡Ven a sacar la basura! —me ordenó.
—¡Pero si yo siempre la sacó! —repusé.
—¡Son las desventajas de ser la hija única! ¡Baja ya! —sentencio.
—¡Podrías considerar adoptar! —le respondí—. ¡De preferencia que sea de mi edad, guapo, alto, musculoso e italiano si se puede!
—¡Adoptarlo tú! ¡Baja!
—¡Mamaaaaaaa!
—¡Bajaaaaaaaaaaa! —me imitó.
Suspiré entre quejidos y rodé por toda la cama sin darme cuenta de que llegaba a la orilla hasta que caí en el suelo.
—¿Que fue ese ruido? —gritó, su voz haciendo eco en las paredes—. ¿Te moriste? ¿Ahora sí es necesario adoptar al italiano?
—¡No vas a librarte de mi tan fácil, madre! —grité indignada—. ¡Sigo viva!
—¡Buuu! —me abucheó—. ¡Baja!
—¡Que ya voy!
Me levanté del suelo, me puse mis pantuflas rosas de ositos blancos estampados junto con un suéter gris sobre la blusa interior con diseño de pasteles, la cuál, en realidad, era una pijama.
Me deje el shorts gris que traía puesto desde que me levanté, aún cuando ya eran casi las dos de la tarde, y salir de la habitación pegándole algo fuerte al piso como una pequeña venganza.
Cruce por el pasillo antes de bajar las escaleras sin ganas ni de existir.
Me asomé por el umbral de la cocina y observé como mamá terminaba de atarle un nudo a una bolsa grande y visiblemente pesada. Me vio y me la tendió.
—¿No crees que de va a romper en el camino? —le pregunté mirando con asco la bolsa mientras me acercaba para tomarla.
—Si la sostienes por debajo no va a romperse —me indicó mirándome con cinismo. Respire hondo lejos de la bolsa al tenerla en mi posesión, e hice ademán de vomitar cuando sentí un jugo viscoso saliendo por la parte de abajo, mojando mis dedos—. ¡No te quedes ahí parada! Llévala rápido si no quieres tener que bañarte hoy.
Me di la vuelta y corrí de puntitas hacia la puerta esquivando un par de zapatos y suéteres que había dejado por ahí. Pateé mi bolso de clases con apremio porque odiaba la escuela e intente jalar la puerta, pero me di cuenta de que todavía estaba cerrada y que mi carrera había sido para un culo.
—¡Mamá! —le reclamé desde mi posición haciéndome para un lado.
—¿Que? —me miró con una mueca molesta porque siempre me estaba quejando, antes de mirarme a mí, mirar la puerta, volver a mirarme a mí, volver a mirar hacia la puerta y alzar las cejas, cayendo en cuenta de lo mismo que yo—. ¡Ay, si es cierto! No he abierto la puerta todavía.
Desapareció hacia la cocina otra vez y segundos después apareció frente a mí con su llavero en la mano.
Le miré sin gracia y le seguí con la mirada mientras ingresaba la llave y abría la cerradura. Caminé por el sendero de cemento frente a mí casa cuando me abrió la puerta hasta llegar a la banqueta. Le dedique una mirada rápida al jardín que mi madre de esforzaba por mantener vivo y seguí mi camino.
Desvíe mi mirada hacia la derecha y observé a lo lejos un gran camión de basura pitando como loco y hasta la madre de desechos.
Esa era mi señal.
Levanté la vista y la posé en la acera de enfrente, observando a niños jugando a carreras en sus bicis mientras se chocaban entre sí para ver quién tiraba a quien primero.
«Uy, no hagan eso. Se van a romper el hocico», pensé. «Créanme niños, se los digo por experiencia».
—¡Vayan más despacio! —les grité, y alce la mano cuando se detuvieron e investigaron de dónde había venido el grito para que se dieran cuenta que era yo—. ¡Se van a lastimar!
Uno de ellos asintió, bajo la velocidad y hablo a los demás.
—¡Ey! ¡Háganme caso a la señora!
Después de escucharlo, llevé una mano dramáticamente a mi pecho, y les miré alejarse en sus bicicletas, para de seguro, seguir jugando como se les pegará la mano en otra parte. Me asegure que se fueran bien lejos para despotricar.
—¡¿Señora?! ¡¿Es en serio?! —espeté completamente indignada—. ¡Dios mío! Es el colmo, ni siquiera me veo tan grande. ¡Osea, hasta por lo estúpida que soy parece que tengo dieciséis, pero por fuera me veo de veinte! ¡Eso no es ser una señora! Ni siquiera tengo treinta y cinco, o treinta y ocho, ¡la gente de esa edad si podría ser señora! ¡Pero yo no! —despotriqué con la mirada en el suelo—. Eso es un insulto —suspire molesta—. ¡Estúpidos niños pubertos!
Afortunadamente yo ya supere la pubertad. Puede que hace un par de años apenas, pero la superé. Espero que gracias a eso la madurez llegue pronto a mí.
Suspiré desanimada y encorve un poco mi cuerpo por el peso de lo que seguía cargando, dejando la impresión de parecer una S.
—Ya lo sé —me sobresalté exageradamente al escuchar una voz hablar a mi lado izquierdo—. Aunque puede que no sepan la diferencia entre señora y señorita.
Giré mi cabeza sorprendida hacia el origen de ella voz, paralizándome, y sip, efectivamente había alguien hablándome. El problema de mi paralización corporal no era que alguien estuviera hablándome en sí... No era antisocial, el problema era quien me estaba hablando.
Le regale una sonrisa cortés y algo extraña a Abel, hermano menor por un año del chico que me encanta y que acoso "ligeramente" (nótese mi irónica y sarcasmo en la parte señalada).
Le alcé una mano olvidandlme de la bolsa de basura que tenía en las manos, aguantando el peso aspirando a no estrellarla contra el suelo.
«¡Ay, la puta madre del carajo!», me dije sonrojándome, «¡Ay, dios mío! ¡Me escuchó!».
Disimule mi inquietud.
—Buenas tardes, vecino —le saludé algo incómoda con una sonrisa que tenía intención de parecer alegre, pero que no quiero ni imaginarme que pareció.
Lo menos que que quería era hacer pensar al hermano de mi adonis angelical en secreto que soy una chica majadera e idiota. Aunque si lo soy, pero no quiero que lo sepa, ¿me entienden?
—Buenas tardes —me devolvió el gesto alzando una mano.
Inspire una bocanada de aire, con disimulada desesperación y le observé acercarse.
Hacia mucho tiempo que no hablaba con él, pero eso sucedió porque su familia dejo de frecuentar su patio trasero. Según me contó mi mamá, la señora Thompson encontró una plaga de algún animal venenoso y peligroso. Aunque no se si es verdad o no, es una buena razón lógica para dejar de ir ahí. Según recuerdo, eso fue alrededor de ocho años casi, cuando apenas empezaba a desarrollar mi fetiche por su guapísimo hermano.
«¡Mames, cabron! ¡cuánto tiempo!».
Abel llegó hacia mi trotando con una radiante sonrisa. Él y sus hermanos pertenecían a una familia adinerada, ya que su padre era un gran abogado fiscal internacional muy popular aquí en el pueblo de Laine, no solo por su trabajo, sino por su carácter extricto e intimidante.
Cuando lo tuve frente a mí, caí en cuenta de que no llevaba camisa en todo este rato, así que, como buena muchacha de 18 años que soy, baje la mirada indiscretamente hacia sus abdominales marcados, antes de sonrojarme y desviar la mirada. Él era un año más chico que yo, pero según recuerdo, cumple años en dos semanas.
¡Si! Puedo ser muy estúpida y todo lo que quieran, incluso puta, pero jamas olvidadiza.
Retrocedió un paso intimidada por su altura, ya que me sacaba como una cabeza. La famosa familia Thompson no solo era reconocida por la gran fama de su padre, sino también por los buenos estudios que reciben sus hijos y la belleza de ellos. En total son cuatro, y la mayor es una chica. Abel es el menor de todos.
Posó sus manos en sus caderas rectas, que, por estar sin camisa, me llevaban a apreciar la línea en V que bajaba hasta ya sabemos dónde oculta bajo sus pantalones. Se paró igual que yo, seguramente imitándome.
Y también fue ahí cuando me di cuenta de que estaba sudado y había estado corriendo en su rutina tardía y exhibicionista.
—¿Te ayudó? —me pregunté señalando la bolsa que aún tenía en las manos.
Maldije internamente cuando también me di cuenta de que seguía cargando la bolsa que olía a mierda contra mi ropa, y cuando volví a sentir el jugo asqueroso mojandome los dedos.
No es mi culpa que la belleza de los Thompson ocupe la mayor parte de mi mente y conversa de WhatsApp.
—No, no —le detuve negando con la cabeza—. Yo puedo, no te preocupes.
Me gire y dejé la bolsa en el suelo. Una corriente de aire me golpeó el trasero helándome la piel justo cuando acomodaba muy bonito la bolsa llena de mierda, y caí en cuenta de que los shorts que traía eran muy cortos, por lo que, según mis cuentas y mi vaga inteligencia, le estaba mostrando mi trasero a un chico menor de edad de 17 años.
«Fantastico».
Me enderece rápidamente y volví a girarme hacia él. Le observé levantar la vista lentamente recorriéndome todo el cuerpo hasta mi rostro con una ceja alzada y una sonrisa torcida, que, si no estuviera enamorada de su hermano, me hubiera parecido sexy.
«Idiota. Me estaba viendo el trasero».
Guarde las manos en mis bolsillos de mi delgada sudadera gris y me balanceé adelante y atrás, incómoda por mi reciente descubrimiento.
—¡Vaya que estás más alto! —le solté intentando crear un vínculo "compa a compa"—. Antes te ganaba por unos centímetros.
Era el hermano Thompson con el que más me llevaba. No éramos amigos, pero si... ¿conocidos?
—Eso fue hace tiempo, pero tú no has crecido tanto —dijo en burla, que por su tono, entendí que le divertía de cierta manera.
Sonreí divertida.
—Me lo han dicho seguido —le aseguré cruzandome de brazos.
Asintió de acuerdo y me sonrió enseñando sus puentes perfectamente rectos y blancos. Buena suerte para él, mala para mí ya que los míos no están tan limpios. Su sonrisa, aunque fue muy encantadora, me pareció muy tierna viniendo dé él. Raro, lo sé.
—¿Y como has estado? —me preguntó después de unos segundos de silencio.
—Bien, durmiendo hasta tarde, gracias —«Me la paso espiando a tu hermano», me faltó decirle. Le sonreí de manera inocente—. ¿Y tú? ¿Cómo va todo?
—Vivir en un pueblo es tranquilo, ¿cierto?
Me encogí de hombros.
—Nunca he vivido en otra parte en realidad. Así que no podré afirmar nada.
—¡Ah! Es verdad —dijo haciendo ademán de recordar junto a una mueca pensativa—. Llevas viviendo aquí desde tus cinco años, ¿no es así?
—Si, ¿cómo lo sabes? —le pregunté desconcertada, sorprendida, confundida y extrañada. Todo al mismo tiempo.
—Tu me lo contaste —afirmó. Con la sonrisa que aún estaba en mi rostro, fruncí el entrecejo, aún más desconcertada, creando una expresión graciosa. ¿Que yo qué?—. ¿No lo recuerdas? Me lo dijiste cuando nos sentamos a hablar y jugar de cada lado de la cerca.
Abrí mi boca haciendo una 'aaaa' muda. Claro que lo recuerdo. Estábamos pequeños en ese entonces. Y había tardes en donde yo me sentaba con él haciéndole compañía del lado de mi jardín o viceversa. Hablábamos por horas ahí sentados de lo que pasaba en nuestras vidas, lo cuál no era mucho, ya que fue cuando teníamos 10 años. ¿Que se podrías hacer a esa edad? ¿Confesarte a alguien? ¿Perder tu virginidad? No es su servidora lo haya hecho, para nada...
Pero en fin, era divertida esa época de la niñez.
—No tenía fea de que todavía recordabas eso —dije ladeando la cabeza hacia un lado con una sonrisa nostálgica.
Casi pude ver cómo su aspecto cambiaba y tomaba forma de aquel niño lindo de hace 8 años. Sonreí con ternura.
—Como olvidarlo —soltó con una risita algo apagada—. En aquel entonces me hacían bullying porque mi padre era muy reconocido y no tenía amigos, así que tú fuiste de mucha ayuda. Mi única amiga —dijo la última frase con algo de lentitud, mirándome atentamente.
Asentí, recordando su situación.
—Me alegra saber que ahora eres muy popular aquí tu también —le sonreí—. Imagino que ahora tienes muchos amigos.
Bajo la mirada y se quedó en silencio un segundo antes de asentir.
—Si. Muchos amigos.
—Por cierto, ¿cuánto tiempo ha pasado? —le pregunté con algo de gracia.
—¿Ocho años? ¿Tal vez? —tanteó algo indeciso.
—Si, creo que también fue hace ocho años —me encogí de hombros—. Tanto tiempo y no puedo creer que aún lo recuerde como si fuera ayer. ¿Dónde está mi libreta? Dejo anotar eso —dije haciendo ademán de mirar el pasto a mi alrededor
Soltó una risa divertida y se cruzó de brazos.
—Sigues siendo igual de graciosa que en ese entonces.
¡Vaya que si se acuerda con lujo de detalles! Imagino que sufrir bullying y estar solo, marcó su infancia. Además, si yo lo hacía reír, puedo asegurar que no era intencional. Mi pendejez data desde estos tiempos.
—¿Y como va todo con tu madre?
Baje la mirada con los ojos un tanto desorbitados, desconcertada. ¡Dios, que lengua tan suelta tenía de pequeña! Es muy probable que le haya contado la situación de mis padres, o nuestra situación económica, o lo que pasaba en aquella época. Así que no sabía de qué hablaba específicamente, decidí optar por la mejor opción.
—Pues todo bien. Vamos progresando poco a poco. Mi madre pasa la mayor parte del día trabajando.
—¿Siendo empleada en la floristería? —pregunto ladeando un poco la cabeza.
Levanté la mirada para verle los ojos y negar con la cabeza.
—No. Sigue trabajando en la misma floristería, pero ahora es dueña de esa floristería.
—¡Ah! Ok, ok —asintió, como si fuera un dato importante.
Compartimos una sonrisa. No se si solo fui yo por andar de alucinada, pero sentí una extraña conexión o lazo entre nosotros. Deben ser por tantos años que convivimos. Dieron frutos. Podía sentir esa sensación de camaradería.
Su cabello estaba desordenado y algo largo. Su cuerpo con músculos definidos me hacían sentirme algo... nerviosa. Sus ojos azules con toques que llegaban al verde a medida de que iba acercando a la pupila le daban un aire casi exótico y majestuoso si le mirabas bien. Él también era perfecto, pero en mi opinión, no tanto como su hermano.
Me miró divertido achicando sud ojos a la vez que negaba lentamente con la cabeza y se inclinaba hacia mí. Aleje un poco mi cabeza, confundida entre su repentina cercanía.
—¿Todavía haces lo mismo? —pude sentir su aliento mentolado darme en la cara con lo cerca que estaba. Fruncí el entrecejo.
—¿Que cosa?
—Eso —se acercó más, dejando centímetros de separación entre nosotros—. Mirarme fijamente a los ojos para poder ver el azul y verde, y después pensar que era increíble y sentir envidia por no tenerlos como yo.
Retrocedí un paso de golpe, pasmada, antes de bajar la mirada hacia el suelo, sonrojada. Sonriendo avergonzada, solté una risita aguda y me lleve una mano a la nuca para rascarla incómoda.
Literalmente a dicho lo que realmente pienso cada vez que le veo. La envidia de sus ojos.
—Te he contado bastante de pequeña, ¿no es así? —dije haciendo una mueca incómoda.
—Podria decirse que no te andabas con rodeos —solte otra risa nerviosa gracias a esa afirmación.
Se enderezó en su lugar, ya que, aunque había retrocedido, había quedado inclinado hacia mí, justo antes de que me sobresaltará exageradamente al oír el pitido del camión pasando a un lado de nosotros. No me había dado cuenta de que ya había llegado por estar distraída con el menor de los chicos perfectos de Laine. Abel soltó una carcajada por mi reacción mientras yo sostenía mi pecho de forma dramática.
Me giré hacia el camión, y observé como uno de los señores se dirigía directamente hacia mí.
Abel puso una mano en mi espalda de modo protector y se acercó a mí más de lo que me gustaría. De pronto me arrepentí de no haberme cambiado antes de salir de mi casa.
—¿Pa' una coca? —dijo el camionero extendiendo su mano hacia nosotros—. ¿O una papas?
—No —dijo Abel secamente.
—Hijole señor, va a tener que disculparme, pero no tengo nada —me disculpé con una mueca.
El señor se alejó con mi bolsa y más boten en las manos mientras, decepcionado, despotrican sin nada de discreción.
—¡Estúpidos niños ricos! —escupió—. ¡Tacaños!
Giré la cabeza al lado contrario a la calle y sonreí abiertamente ocultando mi sonrisa. Observé a Abel imitarme también, intentando respirar para aguantar la risa. Esperamos en silencio a que el camión se alejará lo suficiente para hablar.
—Creo que no le caímos bien —pense en voz alta.
—No —soltó una sonora carcajada—. Creo que no.
Baje la mirada hacia el suelo. Observé por consecuencia sus shorts deportivos grises que se había subido hasta la cadera, exhibiendo la liga superior de sus bóxers, decían Calvin Klein.
Eso me hubiera parecido muy sexy de no ser porque su hermano ocupo instantáneamente mi cabeza. ¿Acaso él se vería tan bien como Abel?
—Son lindas —levante la cabeza hacia Abel, tan obvia como me hubiera podido ser, creyendo que me descubrió viéndole la liga de su ropa interior, pero él, en cambió, me señaló mis pantunflas infantiles—. Muy modernas.
Sonreí avergonzada otra vez y recogí un mechón de mi cabello por atrás de mi oreja.
—Solo las uso para dormir en realidad.
«¡Mentira!», me grito mi vocesita interior, «Las usas hasta para ir al parque».
«¡Cállate, estúpida!», me respondí.
La puerta de mi casa se abrió. Mamá apareció en la puerta y me chasqueó los dedos para apresurarme a entrar a cada.
Suspiré.
Era obvio que nos había visto por la ventana y que ahora intentaba hacerme pasar vergüenza como la clase de pequeñas venganzas que nos dábamos una a la otra. Era divertido de cierta forma. Hasta que estábamos en estás situaciones.
Típico de mi ama.
—Creo que quiere que entres —dijo Abel después de saludarla con un gesto. Asentí con una mueca de pesar—. Pronto va a llover.
Levanté la vista hacia el cielo.
—No me había dado cuenta de que estaba nublado —confese tratando de mirar el cielo con una mano sobre los ojos para evitar la luz.
Desvíe la mirada hacia detrás de él, y volvió la parálisis corporal. Era su hermano, mi amado, mi Adonis angelical, Arien, quién se acercaba trotando hacia nosotros con una mirada extrañada y helada en su PERFECTO rostro. Conecte una mirada con él a duras penas sobre el hombro de Abel antes de desviarla cobardemente.
«¡Ay, estúpida!».
Tomé el brazo de Abel, llamando su atención. Al principio también me miró extrañado y preocupado, porque de repente estaba roja como tomate y pálida como cadáver, antes de dejar una mano en mi hombro.
—T-Te... También te... buscan —le hice saber señalándole discretamente hacia atrás en indicándole que volteará.
Al final no fue necesario, porque justo Arien venía llegando a nosotros. Se detuvo a un lado de su hermano. Mantuve mi mirada fija en el suelo, mientras escuchaba como ambos se saludaban. Un montón de emociones revolvieron mi estómago.
—¿Te dejo adelantarme cinco minutos y vienes y te ligas a la vecina? —preguntó con burla y sarcasmo.
—¡Cállate, Aiden! No me la estaba ligando —dijo dándole un golpe en el hombro con el dorso de la mano.
—Mas te vale, puto.
Levanté la vista disimuladamente hacia su rostro, mientras el miraba a su hermano y le molestaba. Su cabello negro desenfrenado y sus ojos azules como los de Abel, con la diferencia qmque estos no solo se difuminan al verde, sino que incluso al café, contrastaban perfectamente con su piel blanca. Llevaba puestos unos shorts oscuros y también me di cuenta de que no tenía camisa. Si con los músculos de Abel pensaban que estaban marcados, eran una baba comparados a los de él.
Literalmente se le marcaba la tableta de chocolate, y aún así, lucía delgado.
Pude apreciar como sus brazos se tensaron.
Abel suspiró y volvió a verme. Alzó una ceja al verme completamente roja.
—Ya debo irme —dijo caminando a mi lado y dejando un brazo sobre mis hombros, como si fuéramos los amigos de la vida, dejando a Arien frente a nosotros—. Nos vemos después.
Asentí dedicándole una sonrisa antes de pasmarme, al sentir como dejaba un beso en mi mejilla a modo de despedida. Y pasmarme aún más al notar la textura de sus labios suaves contra mí cálida mejilla, dejando sensaciones poco confortantes.
Al ver mi reacción, mostró una sonrisa divertida y me dijo el hombro antes de soltarme y alejarse unos pasos. Él le hizo una seña a Arien, y al volver la vista hacia él, descubrí que nos miraba a ambos con una ceja alzada.
Le miré algo embobada, observando con indiscreción su rostro y cuerpo, antes de sacudir la cabeza, sonrojarme como si no hubiera un mañana, y apartar la mirada, nerviosa.
Debía mantenerme a raya, ya que, aunque me ví muy mal mirándolo así, no debería exponerme a mi misma y crearme mala reputación.
«¡Recuerda, Zia! ¡Mantente a raya! ¡No la cagues más!».
Conecte otra mirada con Arien cuando levanté la vista, y este me miro de la misma forma fría a la que mira a todos, y me alzó una mano a modo de despedida antes de pasarme de largo, ya que Abel se había ido valiéndole verga el dejarme sola con su GUAPISIMO hermano DIOS del OLIMPO.
Al verlos alejarse a paso rápido, además de recordarme que debía retomar mi ejercicio ya que me estaba poniendo gorda, noté como mi corazón latía al mil por hora. Y fue por el hecho de darme cuenta de que Arien Thompson, mi crush desde hace más de nueve años, me saludo por primera vez en todo este tiempo.
Ahora puedo dormir en paz.