–"¿Ah?... ¿Dónde estoy?" Dijo la pequeña Lucile de 12 años.
Lucile era conocida por todos en el pueblo. Su fama se debía a su particular belleza. Muchos decían que se parecía a las hadas de leyendas. Tal vez de tanto haber escuchado aquello dio brote a su costumbre de ir a jugar al bosque. Motivo por el cual sus cariñosos padres la regañaban siempre.
Lucile emanaba un aire de pureza y un poco de misterio cuando rondaba por las calles del pueblo en medio de la nada, como si no encajara, como si la luz emanate de su presencia contrastara en des-saturado y aburrido lugar.
Era una pequeña pizca de alegría para todos en el pueblo verla ir y venir, saltando mientras hacía recados, siempre acompañada de su fiel perro, y jugando con los otros niños.
Todos tenían a Lucile como una buena y obediente niña. Sin embargo, era un poco traviesa si le preguntabas a los padres de la pequeña, pero siempre lo decían orgullosos y en su mente aparecían las palabras: La mejor hija que pudimos haber deseado.
Lucile apretó las sabanas y respiro profundamente para ganar el coraje de apartar la mirada del techo de la vivienda, que lo fue lo primero que vio cuando despertó.
Por alguna razón se encontraba agitada y con ansias.
¡Se encontraba en la habitación de sus padres! ...Acostada boca arriba en la humada cama, lo que la hizo sentirse mejor, a pesar de la pegajosa sensación, pero enseguida su hiperactiva cabecita la llevó a formular otras preguntas.
¿Por qué estaba aquí? ¿Dónde está mamá y papá... y Pitt, su fiel mascota?
No conseguía recordar nada en particular, su mente estaba en blanco.
–"¡Mama!" Dijo Lucile. "¡Pa! ¿Están en casa?" Continuó. No hubo respuesta. "Pitt ¡Ven!"
En ese momento la puerta de la habitación crujió tres veces. Se abrió levemente, lo suficiente como para ver quién estaba detrás, pero no había nadie.
–"¿Mami?" Dijo Lucile, sacando los pies de la cama, luego el resto del cuerpo.
Camino hacia la puerta y la abrió sin más, pero lo que vio la aterró como nada lo había hecho antes, ni su imaginativo ser podía procesar la imagen que penetraba sus ojos.
¡Ya no se hallaba más en su casa!
¿Cómo podía ser esto? Si hace solo un momento estaba en el cuarto de sus padres, es más, aún no había puesto pie fuera de la habitación.
Frente a ella se encontraba un largo pasillo con multitud de puertas, cada una con un número grabado profundo y áspero de apariencia que empezaba por 4 e iba sumando 7 de puerta en puerta; 7, 11, 18, 25, 32, y así. Las perillas tenían la forma de la cabeza de diablillos con los ojos excesivamente abiertos. Como si estos no pudieran apartar la mirada de ti aunque quisieran.
–"Tiene que ser un sueño. Mamá di-dijo una vez en que, que algunas veces se da cuenta que está soñando ¡Eso tiene que ser lo que está pasando!"
Ciertamente había algo perturbador con su sueño, pero ¿Qué daño podría hacerle? Es un sueño después de todo, pensó, llena de una nueva emoción que su experiencia no comprendía.
Sin dudar más, Lucile, salió al pasillo y enseguida se dio cuenta que algo estaba mal. No fue una premonición, sino más bien una sensación corpórea. El pasillo se sentía algo fuera de lugar, más precisamente, desubicado de la estructura de la casa.
El pasillo y las puertas estaban inclinadas varios grados hacia la izquierda, es más, a medida que Lucile avanzaba esta inclinación se hacía más pronunciada. Además había momentos en que ciertos segmentos se estrecharon mientras que otros se hinchaban con una especie de voluntad. Un ligero viento soplaba sus cabellos cada vez que esto pasaba.
Eventualmente la pequeña llegó a la única puerta que reconoció de entre todas las otras, la puerta de entrada a la casa, ¡Tal vez esa era la salida del sueño! Pensó, Lucile.
No estaba cerrada del todo, un objeto la obstruía. Una adornada y coqueta correa. La misma que usaba para sacar a Pitt a pasear.
–"¡Pitt!" Dijo Lucile, llena de ánimos a alivio, al mismo tiempo que abrió la puerta y terminó viéndolo, la terrible escena que estaba siendo llevada a cabo.
Una deforme y oscura figura estaba enterando algo en el suelo varios metros cerca de su casa. En un principio no distinguió lo que era, pues la figura llamó muchas más su atención.
Estaba acuclillado, pero se notaba que era alto, con delgados brazos y extremadamente largos dedos, pero lo más extraño de todo era la joroba que brotaba de su espalda. Era casi proporcional a su tamaño, aferrado firmemente a su espalda y hombros.
Fue entonces que la pequeña y perturbada Lucile distinguió lo que estaba siendo enterrado.
Era un perro, o al menos, parte del cuerpo de uno. La mitad del animal lucia como la sobra de algo que fue arrancado de un visceral bocado.
Dejó escapar un ahogado y desgarrador grito. Lo que alteró a la criatura.
Unos cuantos gruñidos incomprensibles salieron de esta. Parecía como si más de una boca estuviese hablando.
Sin sabiendas de donde salió la voluntad y la fuerza, Lucile echó a correr. El momento en que salió reconoció donde se encontraba, era efectivamente su casa, por alguna razón el cielo era violeta oscuro, bordeando a negro. Nunca había visto semejante cosa, pero tampoco podía procesar nada de aquello, ni del contorno pincelado del horizonte, ese ligero tono rojizo que se reflejaba en sus propios ojos.
Su amado Pitt... o lo que quedaba de él, había sido... Ay, pobre Lucile.