La historia es un punto de vista. Los hechos de una comunidad, un país en este caso, son fenómenos aislados donde creemos leer una intención.
Se entrelazan caóticamente, unidos a veces por circunstancias sociales poderosas en la tormenta del devenir humano.
En medio de ese bosque de fenómenos desconectados aparece la necesidad humana de coherencia, de sentido; ahí surgen los lectores de signos, los ancianos de la tribu intentando tejer los hechos para construir tapices donde el pueblo puede verse reflejado, un ejército donde eligen ciertos aspectos y se desechan otros intentando limpiar y pulir el arquetipo, la metáfora, el relato.
La artesanía que lija y esculpe el mito hasta convertirlo en un espejo donde podamos reconocernos. Pero cuidado, porque también está la intención, el complot y la farsa.
Soy escritor, tiendo a leer la realidad en forma de novela, cuento o fábula.
Conozco la mecánica tras la armazón de un cuento, la labor de tomar eventos y organizar un cuerpo narrativo interesante, y reconozco en la historia esas dinámicas.
La historia también trata de darle un propósito a la retahíla de hechos muchas veces no relacionados que nos ocurren como país.
La veo construyendo una fábula a través del uso de una serie de accidentes, escaramuzas y situaciones en las que nos vemos metidos. Tratando de inventar una línea de tiempo que tenga coherencia narrativa, un relato épico y lleno de sentido para la nación.
En el fondo, un cuento donde nos veamos hermosos, podamos querernos y sentirnos orgullosos de lo valientes y resistentes que podemos ser, ojalá más que el vecino, por supuesto.
Línea de tiempo no necesariamente cierta, ojalá incompleta, porque se trata de elegir con pinzas las cuentas con que armamos el collar, destacando algunas, escondiendo otras, diseñando con cuidado lo que debemos recordar y lo que debemos olvidar.
Organizando la memoria del país, inventando un país.
¿Donde esta Freiré?
¿Donde están los grandes y pequeños hechos que no se cuentan; los que son ignorados, los que pueden dar otros significados o enriquecer nuestro relato?
¿Quien enseña la guerra fratricida, el Vietnam criollo que sembró de cadáveres el sur de Chile después de la independencia?
¿Donde están los puertos en donde recalaban los submarinos nazis en el sur durante la Segunda Guerra, apoyados por residentes y protegidos hasta por el propio gobierno?
¿Quien cuenta que en la Patagonia les pagaban a cazadores por cada cabeza de Selknam entregados a los estancieros?
¿Cuando podremos leer que las Fuerzas Armadas de Chile han matado a más obreros, estudiantes y trabajadores chilenos que a soldados de otros países?
¿Quien contará que el cráneo de Pedro de Valdivia fue usado como jarra para tomar chicha por diferentes Lonkos Mapuches antes de perderse en algún rincón de la historia?
¿Enseñaremos algún día los nombres de los más de cincuenta estudiantes que fueron masacrados sin juicio en 1938, a pocos metros del Palacio de la Moneda, en plena democracia?
¿Sabremos los nombres de médiums, espiritistas y canalizadores que han asesorado y guiado tomas de decisiones de nuestra autoridades a lo largo de sus mandatos?
¿Encontraremos en algún doblez de la historia la razón por que la fecha 11 de Septiembre se repite tanto y siempre asociada a tragedias nacionales, desde terremotos, invasiones y masacres, hasta dos golpes militares en el siglo XX?
¿Seremos capaces de enfrentar con todas sus letras que la campaña libertadora de O'Higgins fracasó en realidad, y que tuvo que venir José de San Martín a liberarnos con un ejército Argentino, financiado por Argentinos?
¿Que Bernardo O'Higgins hizo tambalear el triunfo en la primera batalla nada más entrando a Chile con sus maniobras equívocas y falta de disciplina militar? ¿Que puse en riesgo a Santiago luego del desastre de Cancha Rayada y que no ganó ninguna batalla que el dirigiera?
¿Podremos enseñar algún día que la batalla decisiva la ganó en Maipú el Argentino y que nuestra principal vía urbana debería llamarse avenida del Libertador José de San Martín, porque lo único notable que hizo el chileno pelirrojo en esos días fue llegar tarde al campo de batalla a tomarse la foto oficial y robar un poquito de cámara?
¿Cuando nos dirán que la única razón por la que San Martín liberó a Chile no fue por su sentido de hermandad transandina, sino porque necesitaba un puerto en el Pacífico para si expedición libertadora hacia el verdadero premio gordo: el virreinato del Perú, y que dejó a Chile en la quiebra financiando esa campaña?
¿Que somos producto de la conspiración de un grupo de caballeros racionales de orientación masónica dirigido desde Inglaterra y financiado por capitales desconocidas?
La historia es líquida, es blanda, moldeable, cortable, definible y esculpible.
No está hecha de mármol: es arcilla en manos de vencedores y de la clase dominante. Un espejo donde nos vemos lindos. La revista porno de cada país.
Inventamos y bordamos héroes de acuerdo a la conveniencia de quienes imprimen los textos.
En Bolivia no tienen idea de Prat, en Chile nadie conoce a Abaroa.
En Perú enseñan que nuestro máximo héroe naval lo mataron de un sartenazo en la cabeza, acá escondemos que murió con la cara completamente destrozada; que capitaneaba la Esmeralda como un castigo, que era despreciado por el alto mando por defender el derecho de su primo a casarse con una viuda.
Que no era el uniformado de élite, sino un abogado que los fines de semana enseñaba gratuitamente en escuela de obreros, practicaba el espiritismo y creía en el derecho universal a voto.
Que en nuestra Historia nada es tal y como aparece.
Chile es un país nuevo, extraño.
Un asentamiento humano reciente instalado entre la placa tectónica más activa del planeta y el cordón de volcanes más largos de todos.
Donde un año se le inunda el desierto más seco del mundo y se le queman bosques con árboles de mil años.
Tiene a su haber los dos terremotos más violentos registrados por el hombre y una seguidilla de catástrofes geológicas, aluviones y tsunamis que te hacen preguntar a quien se le ocurrió la idea de poner un país aquí.
Es justo aquí, en este campamento donde todavía no conseguimos sentirnos cómodos, con apenas doscientos años de abierto el boliche y lidiando con una identidad que se niega a parecer todavía; es aquí, colindando con pueblos originarios que tienen religión propia, vestimenta propia, dioses propios y lenguaje propio, mientras nuestro idioma es originario de España, nuestra religión viene de Medio Oriente y nuestra ropa se hace en Asia, que debemos inventarnos un ser nacional a través de una memoria mutilada, más o menos ordenada a punta de cuchillo, vaga entre la niebla de los hechos mal registrados, los palimpsestos acordados y los intereses de los dueños de la tierra.
Hay todo un trabajo que hacer, no desde la frustración, sino desde el olvido y el buen humor, entre la arqueología y el chisme, la anécdota y el hecho duro.
Desenterrar es recordar, en encontrarnos bajo capas de tierras y cal.
Es nuestro deber encontrar-nos para entender por qué carajo está más acá y dejar de ser desaparecidos de nuestra propia historia.
Hay cosas ocultas terribles y otras simplemente divertidas que también somos nosotros.
Hay una Historia secreta de Chile que es bueno desvelar para que cualquiera pueda armar el rompecabezas a su gusto y sin la dirección de la élite de turno, porque nada más sano que saberlo todo, abrir la ventanas y barrer la casa, dejar que entre la luz y que salgan los ratones.
Nada más sano que abrir el sótano, haya lo que haya ahí abajo.