(Celia, nuestra protagonista, se levanta un día sintiéndose diferente, y decide hacer un viaje repentino que la llevará a un inesperado final.)
Pasó como pasan las cosas que no te esperas. Era un día de verano cualquiera; ideal para ir a la playa, como haría pronto Celia.
A sus 26 años, no solía tomar muchas decisiones que no hubiese pensado antes hasta el cansancio. Pero ese día, extrañamente, lo hizo. Se levantó más temprano de lo habitual y el impulso que tuvo por irse a la playa de repente, la lanzó fuera de la cama. Y después de eso, hizo todo como una autómata: se dio un baño (depiló sus piernas y axilas en el proceso), se puso su bañador y, sobre él, el vestido a rayas que había comprado hacía 3 meses, esperando la oportunidad de irse al mar para estrenarlo. Agarró un bolso grande y guardó en él su monedero, un tupper con un snack para pasar el mediodía, su bloqueador solar y una toalla. Completó su outfit con unas sandalias planas y sus lentes de sol. Agarró sus llaves y salió a buscar el autobús que la llevaría a su destino.
Se sorprendió al caer en la cuenta de lo que había hecho sin hacerse a sí misma un millón de preguntas. Normalmente, ella tendría la precaución de esperar a que amaneciera antes de decidir irse a la playa; ni siquiera sabía si haría buen clima. ¿Y si la sorprendía un aguacero cuando menos lo esperara? ¡Qué extraño! Hoy esas cosas no le preocupaban. ¡Irse sola a la playa! ¡Sin avisar a nadie que pasaría en día fuera! "¿Quién es esta Celia" se dijo "y qué ha hecho conmigo?"
Y fue entonces, aún antes de terminar esa idea en su mente, cuando lo vio, a un par de asientos de distancia, en uno de esos que le quedaban de frente.
"¡Qué raro!" pensó. "Un chico que lee con tanta atención y..." se dijo concentrando la mirada en el libro "más raro aún porque lee a Buesa."
Y sí, era raro. Porque la mayoría de los chicos que leen poesía, tratan de ocultarlo del resto del mundo.
Pero allí estaba él, con esa expresión en el rostro; esa que es una mezcla equilibradamente perfecta de concentración, placer y empatía por los sentimientos del autor.
Entonces, pasó. El muchacho levantó la vista, sus ojos se hundieron en los de Celia y esbozó una dulce sonrisa. Cerró el libro, caminó hacia ella y se sentó a su lado.
-Hola, -le dijo- me llamo Alex.
-Hola; soy Celia. Encantada.
-El gusto es mío
¿Día de playa, Celia?
-Sí, eso espero -le dijo ella con esa sonrisilla tonta que se le dibujó en el rostro apenas él se acercó. -Parece que será un lindo día.
-Ya *es* un lindo día -le dijo él, mirando al interior de sus ojos como si quisiese grabar en ellos su reflejo para siempre.
Y Celia lo supo, lo sintió de alguna manera: pasarían el día juntos. Y así fue. Bajaron del autobús cuando llegó a la playa; se sentaron en la arena y hablaron para conocerse, pero ella tenía la sensación de que eran viejos amigos. Intercambiaron gustos, anécdotas y sueños: así averiguaron que Buesa era el poeta favorito de ambos. Compartieron el almuerzo y juntos vieron en atardecer, tomados de la mano, parados ante el mar, con las olas bañando sus pies. Fue en ese lindo momento en el que él se acercó a ella y Celia supo con certeza que iba a besarla, y cerró los ojos esperando deliciosamente a que sus labios se encontraran... Lo escuchó claramente: el canto alegre de los pájaros con una suave música de fondo.
"Ah, sí" pensó. "La alarma del celular."
Celia se despertó, estirándose con una sonrisa dibujada en los labios y el deseo inexplicable de irse ese día a la playa.