Internado Baxter-Reid, Washington D.C.
Noviembre 5 del 2019.
La última semana de Octubre fue pesada para los Thompson, con Keith y yo peleados en el cuarto sin poder elegir un bando. Demasiado incómodo y tenso.
Pero no se compara con lo que lo fue para mí.
Mis altos mandos se enteraron de la pelea tanto por la escuela como por mi reporte, me enviaron un e-mail que decía que si no me reconciliaba con Keith para la segunda semana de Noviembre, que ni pensara en seguir con la misión. Debería de estar asustada, después de todo, tener una misión era la meta que me había puesto cuando entre a La Agencia pero lo único que sentía era que hacía lo correcto, Keith era un engreído, un niño de papi que no sabía lo que era trabajar para conseguir algo.
Estaba redactando mi trabajo de historia en la biblioteca cuando alguien se sentó a mi lado.
— Oye, ¿te puedo preguntar algo? — La voz del menor de los Thompson me hizo levantar mi mirada de Word, le hice una seña para que supiera que lo estaba escuchando— Cuando pasó el altercado… mientras te sacaba del circulo… no pude evitar ver que-
— ¿Lloré? — Sonreí levantando la mirada de la pantalla de la laptop— Pensé que, los tres, tú eras el que menos se iba por los estereotipos-
— Y no lo hago— Dijo con voz firme— Pero en el tiempo que llevamos de conocernos pude ver que eres una persona muy fuerte y para que alguien así llore… Me sorprendí, eso es todo.
Sean hizo el ademan de levantarse.
— Espera. —Le dije.
El rubio se volvió a sentar. Sus ojos celestes me veían con curiosidad. Suspiré tratando de ganar valor para lo que iba a decir.
— Fue por la mención de mis padres yo no…—
¿Debería de decir lo del reporte? No me sentía bien diciéndole eso a Sean, él es demasiado dulce como para que le puedan mentir.
A la mierda el reporte.
— Yo… crecí en Lawrence, Kansas con mis padres hasta los 7 años, ellos murieron, no recuerdo muy bien de que o como era él pero sé que era una persona muy amable. Él si me enseñó a golpear, de hecho él me metió a Karate para que me supiera defender de los Bullys, el que Keith hablara así de él… No lo sé, desató algo en mí que no quiero volver a sentir.
Aunque no fuera toda le verdad él pareció creerme y me dijo que lo sentía, después de todo, las mejores mentiras están basadas en la verdad.
(…)
Internado Baxter-Reid, Washington D.C.
Noviembre 9 del 2019.
Las cosas entre Keith y yo se había enfriado, ahora por lo menos nos podíamos ver en clase y en la habitación sin tirarnos veneno mutuamente. Acá entre nos, él era el que seguía enojado con el mundo, pensar que yo creí que las mujeres somos las rencorosas. Yo por otra parte me había resignado a aguantarlo, Keith aún seguía en duelo por la pérdida de su amigo y aunque los Thompson trataban de disuadirlo, él cada día se volvía a encerrar en su burbuja.
Era un viernes por la tarde cuando fuimos a comer, solo éramos Keith y yo ya que Sean se quedó estudiando y Josh tenía una cita fuera del campus. Keith iba de mal humor como siempre, recibió su comida y nos fuimos a sentar, comí mi ensalada de pollo viendo como Keith se desesperaba por intentar abrir un pudín. Derrotado, arrojó el pudín a su tabla y yo lo agarre para abrirlo de un solo tirón y ponerlo en la mesa bajo la mirada incrédula de Cregan la cual solo duró unos segundos, después la volvió a cambiar por su cara iracunda.
— Ya la había aflojado. — Dijo indiferente agarrando el pudín y comiéndolo.
— Como tú digas. — Dije prestándole poca atención.
Estuvimos unos minutos callados en los que yo aproveché para hacer la tarea de Álgebra bajo la atenta mirada de Keith.
— ¿Qué haces? — Preguntó picándome varias veces con su dedo.
— Tarea. — Respondí conteniéndome.
— ¿De? — Siguió molestando hasta que explote, nunca combines matemáticas con una persona irritante.
— ¡De tu chingada madre! — Grite a lo que varios se rieron al fondo, ajenos a la conversación pero el simple hecho de escuchar una mala palabra les daba risa, malditos inmaduros.
— ¡No me hables así!
— ¡Es que me tienes harto! — Grite, gracias a Dios ningún gallo salió a la luz.
Guarde mis cosas con enojo y agarre la muñeca de Keith para salir de la cafetería. Llevé arrastras al moreno hasta la salida del instituto y fuimos a la parada de autobús más cercana donde gracias a Dios no pasó ni un minuto cuando llegó este y nos subimos después de que yo le pagará al conductor. En el camino Keith no dijo nada hasta pasados varios minutos de espeso silencio.
— ¿A dónde vamos? — Dijo con un hilo de voz.
— A donde te tuve que haber traído desde un principio.
No volvió a hablar hasta que el autobús paró y bajamos, caminamos un par de cuadras para parar en un letrero neón que había visto llegando a la ciudad, sin pensarlo entre arrastrando a Cregan hasta el mostrador.
— Necesito hablar con alguien que tatué a mi amigo.
No pasó mucho cuando un hombre lleno de diversos tatuajes se acerca a nosotros y me empezara a hablar de diferentes tipos de tatuajes, en ese momento le dije a Jerry, nuestro tatuador, que nos dejará un momento para decidir, me giré para quedar frente a frente con los glaciares de Keith que en este momento parecían estar nublados por la confusión.
— ¿Tienes alguna idea?
— ¿Qué mierda estamos haciendo aquí?
— ¿En una tienda de tatuajes? Comprando pollo frito.
Keith rodó los ojos tan fuerte que temí que se le fueran a salir de sus cuencas.
— Sabes a lo que me refiero.
— Estás pasando por mucho dolor emocional, creí que un poco de dolor físico lo arreglaría. Creo que deberías de tatuarte algo alusivo a él.
Él se quedó callado un momento, se levantó y fue a hablar con Jerry, al regresar Cregan llegó con él, Keith se quitó la camisa dejando ver una musculatura promedio aunque bastante buena para mis preciosos ojos pervertidos, el tatuador puso el marcador sobre el pectoral izquierdo del moreno y basándose en algo del celular de Keith empezó a trazar. Cuando el diseño estuvo listo y aprobado procedió a ponerle tinta a la aguja y empezar a hacer permanente la marca en el cuerpo del hijo del presidente. Rápidamente buscó mi mano y la apretó con fuerza, su cara mostraba algo de dolor por lo que yo le regrese el apretón, con la misma velocidad me enterró su mirada mientras yo le regalaba una tranquilizadora.
Aproximadamente media hora después salimos del estudio, Keith con el número dieciséis con la caligrafía de Patrick Hass en su pectoral izquierdo, junto al corazón y yo contenta de que por fin se le quitara la cara de enojado a mi misión.
Mientras íbamos en el camión Keith me golpeó levemente el brazo para llamar mi atención.
— Quería pedirte perdón por la pelea, la pérdida de Patrick fue mucho para mí. — Suspiró y miró a otro lado— Él y yo éramos… muy cercanos, su muerte fue muy repentina y ni siquiera la había asimilado cunado llegaste tú. Luego vino lo del memorial y pues ya sabes la historia— Rio un poco y yo sonreí— Ahora, pensándolo más con calma, debo de decir que actué como un idiota. — Regresó su mirada hacía mí, sus ojos azules me veían con un brillo que yo no había visto en él— ¿Me puedes perdonar?
Sonreí, ese brillo junto con esa sonrisa le quedaba bien.
— Claro. —Su sonrisa se ensanchó— Pero debes de pedirle perdón a todas las personas a las que heriste. — Él soltó una carcajada.
— Obviamente.
Nos quedamos callados unos minutos y Keith volvió a golpear mi brazo y con una mirada sincera murmuró un ligero "gracias por todo" para volverse a sumergir en su celular, mi sonrisa persistió todo el camino.
Después de reportar lo sucedido esa semana con Keith, la Agencia me dejó continuar con la misión y lo cual me dejó conocer conocí a un Keith amable que se disculpó personalmente con todos a los que hirió, era juguetón, sarcástico que siempre te sacaba una sonrisa. Un Keith que según los hermanos Thompson había estado dormido desde la noticia de Patrick Hass. Hasta había ido con los tres al partido en honor a su antiguo compañero de cuarto, la sonrisa de Keith duró por varios días.
(…)
Club nocturno "The Pitbull", Washington D.C.
Noviembre 12 del 2019.
Pray For Me de The Weeknd y Kendrick Lamar sonaba potente en las bocinas del club, remarcando el bajo de la canción lo suficiente como para que las bebidas en las mesas temblaran por las vibraciones, los cuerpos de los jóvenes se movían con la música, unos más entrados en las copas que otros. El corpulento hombre podía ver casi por completo su camino, en parte porque medía poco más del metro ochenta y en parte porque su postura decía "Apártate o te rompo esa cosa que llamas cara".
Llegó a la puerta que decía "Solo personal autorizado" al otro lado del salón no sin antes saludar al barman con un choque de puños. Al entrar la canción quedó silenciada por algún partido de futbol americano que las cuatro personas alrededor de la mesa estaban viendo mientras hacían su trabajo. Eran dos mujeres y dos hombres contando montones de dinero sobre la mesa.
— ¡Beetlejuice! — Dijo uno de los hombres al ver que el pelinegro entró a la habitación.
Él se quitó su chaqueta de cuero y la dejó en el perchero a un lado de la puerta para ir a saludar personalmente a los trabajadores, además de las personas alrededor de la mesa había otros dos hombres como montañas en la habitación.
— Apollo, Rocky— Dijo el pelinegro en forma de saludo hacia los hombres, ambos movieron su cabeza correspondiéndole, uno le abrió la puerta y dentro solo se veía oscuridad pero Beetlejuice sabía que había en ella.
Él entró con una sonrisa en el rostro.