El amor es una mancha.
No como suciedad, sino una impresión de flores en una seda impecable.
Una hermosa mancha floral de diferentes colores.
Azul, como los ojos de mi amado.
Negro, así como el largo cabello que se envuelve en mis dedos.
Carmesí, tan oscuro como la sangre.
Púrpura, igual que el vestido que llevé puesto en aquel funeral.
Amarillo, del tono que puede confundirse con el brillante sol.
Y Plateado, reluciente color plata, que interrumpe mi visión ahora mismo.
—Si lo lanzo desde aquí...
Ella no está sentada muy lejos.
Puedo ver perfectamente su nuca pálida y desprotegida, como un blanco.
De solo imaginarlo...
Una escalofrío me recorre la columna.
No creo ser capaz.
—¿Qué pretendes?—Hermana empuja la mano con la que tengo empuñado el cuchillo hacía abajo y la sostiene con fuerza.
—Huhg...
Ella es tan silenciosa que no me di cuenta cuando llegó, y aunque me acaba de sorprender, su estoica expresión permanece mientras me observa con atención.
—Nada...—Tiro de mi mano para soltarme escondiendo el cuchillo detrás de mi espalda.
—Se que tienes mucho en contra, pero el asesinato es un crimen—Dice pasando de mí en dirección al refrigerador.
—No es nada de eso, solo estaba comprobando algo—Intento explicarme rápidamente.
Saca una botella con agua y bebe de ella con tranquilidad.
Parece que está meditando profundamente.
Hasta que me mira de reojo—Deja de hacer experimentos arriesgados, terminarás muriendo antes de hacerle daño a alguien con eso.
Me encojo ante la dureza de sus palabras.
Ella habla como si tuviera experiencia en áreas peligrosas, como si supiera cuál es el límite de mi habilidad y ya lo hubiera analizado a fondo.
Así de aterradora es.
—Ven aquí, te ayudaré con la cena.
Echo un vistazo sobre mi hombro a la mujer sentada en el sofá.
Parece que ignora todo lo que ha sucedido ahora, lo cual me hace sentir aliviada.
Hermana me arrebata el cuchillo con un movimiento elegante en cuanto me encuentro cerca de ella.
—Déjame las verduras a mí.
En la familia Wayne nosotros, los hijos, nos encargamos de hacer la cena como una costumbre.
No porque no haya nadie que la haga por nosotros.
Es una demostración práctica de que podemos sobrevivir otro día más como los hijos de Bianca Jones y Francis Wayne.