Chapter 2 - .

La gran locura del hombre y de la mujer es el amor - Paulo Coelho.

Marie

El sonido del reloj resonaba por la sala, empezando a enloquecer a cualquiera.

Tic tac, tic tac, tic tac

Junto al sonido de los tacones acercándose.

Retumbando sobre el silencio de esta cárcel muda en la que me habían encerrado.

Me habían dejado aquí sin importarles mis suplicas.

Yo no mentía, decía la verdad pero nadie me creía. Y esa era la triste verdad de una supuesta demente.

— Hola — escuche una voz aguda — soy la doctora Branden.

Mi vista siguió en mis manos, aquellas que ahora estaban raspadas con diferentes heridas múltiples.

Mi cabello ya no tenía el mismo brillo, mis ojos solo permanecían hinchados, mi rostro ya solo era pálido y mi cuerpo era mas hueso que algo mas.

Mi vida ya no tenía sentido. Me habían quitado lo único que me mantenía respirando, la razón por la que seguía de pie y soportaba lo demás.

Ahora me quedaba sola.

— Vengo a remplazar al doctor Greaven — siguió hablando — y... tú eres mi primera paciente así que estoy un poco nerviosa.

—¿Podemos ir al punto? — levanté mi vista para observarla.

Parecía un poco mayor que yo pero nada más con unos años.

— Claro — reviso unos papeles y se le cayo algunos — lo siento, a veces soy muy...

— Torpe — terminé de decir por ella — me lo decían muchas veces.

Recuerdos pasados se amontonaron en mi mente e hicieron un revoltijo de sensaciones agrias. ¿Cómo unos recuerdos hacían tanto en mi sistema?

— Estuve leyendo tu caso hace unos días — se acomodo nuevamente en la silla — Sufres de...

—No es necesario decirme lo que ya sé — la interrumpí, colocando ambas manos sobre mi cabeza.

Dolía, las voces que escuchaba gritaban cesantemente dentro de mi cabeza. Necesitaba un respiro.

Lo necesitaba a él.

— ¿Se encuentra bien? — me pregunto preocupada — si quiere puedo llamar a un...

— No es necesario — volví a interrumpirla — solo haga las preguntas que no tengo todo el tiempo.

El dolor aumento pero solo cerré los ojos para desconectarme unos segundos de la realidad.

Si tan solo pudiera desconectarme también de este mundo.

— ¿Podría decirme su nombre? — espero mi respuesta.

Tarde unos segundos en responder.

— Marie Ann Hassler

— ¿Edad?

— Cumpliré 18 en tres meses — asintió para si misma.

Siguió anotando algunas cosas más mientras la esperaba con el silencio que me caracterizaba.

Las paredes eran blancas con algunas manchas según los años iban pasando. La pequeña ventana que se encontraba a mi espalda solo emitía un pequeña luz que se distinguía desde mi distancia.

Los colores fríos de esta habitación me recordaban a mi antigua casa, donde el silencio era costumbre.

— Y cuéntame ¿Por qué estas aquí?

¿Por qué estaba aquí? Habían pasado diferentes situaciones para estar aquí, pero solo había una razón aparente.

— Por amor — susurre para mi misma.

— ¿Perdón? No te escuche — recorrió su silla hacia adelante.

Sonaba estúpido pero el sonido solo hacía palpitar mas mi cabeza.

— Dije que por una injusticia — me cruce de brazos — piensan que yo estoy desquiciada pero no es así.

Claro que no estaba loca, pero algunos no solían ver la realidad de la misma forma en que yo la veía.

Me preguntaban lo que había pasado ese día pero no podía responderles, o al menos ellos no querían creerme. Me tachaban de loca solo por conocer la verdad.

— Puedes confiar en mí, cuéntame lo que pasó — insistió.

¿Confiar en una persona que no conocía?

Ya lo había hecho una vez y no salió bien, porque aun sigo esperándolo.

La confianza es frágil y si la rompen no hay manera de repararlo.

No podía confiar en cualquiera porque de alguna manera todos te fallaban. Me fallaron a mí.

Aunque ahora ya no me quedaba nada, pronto olvidaría todo.

Lo olvidaría a ��l.

Y a ella.

Mis recuerdos desaparecerían y viviría sin saber lo que había pasado estos meses en los que me sentí completamente viva.

Lo único que podía era aferrarme pero ya no podía, las fuerzas se desvanecieron de mi cuerpo y tampoco tenía ganas para seguir luchando.

Ya no podía.

— Todo empezó cuando lo conocí...