Durante un día cálido lleno de suspenso se asemejaba a que algo iba mal cuando de la nada se escuchaban los pisotones de aquellos caballos negros que llenaban de temor a aquel pequeño pueblo, pues cada uno de los habitantes sabia que cada que escuchaban esos ruidos algo estaba por suceder, al instante en que los escuchaban se preparaban para lo que se aproximaba, teniendo consigo cualquier arma sin importar indole. Con el afán de atacar a aquellos obispos, pero cada uno de ellos sabia que no lo harían ya que con solo ver la apariencia de cada uno de ellos les causaba un rotundo temor.
Con el paso del tiempo en vez de enfrentar a dichos obispos se resignaron a hacerlo, acostumbrándose de un día para otro a esos ruidos extraños. Sabían que nunca podrían con ellos, con el hecho de saber la cantidad de personas que habían entrado a la ciudad sin saber mas de ellos, como si la tierra se los tragara al momento de entrar a dicho territorio.
A como pasaba el tiempo la ciudad iba oscureciendo, fuese de día o noche no se apreciaba ningún tipo de luz, ni la del propio sol entraba a aquella ciudad, como si estos practicaran algunos tipos de rituales, dejando a cada uno de los ciudadanos del pueblo con esa congoja, como las veces que era imposible saber exactamente lo que había del otro lado de aquellas enormes y largas murallas.