Chereads / El reino de la nieve y el guerrero escarlata / Chapter 1 - Un curioso objeto

El reino de la nieve y el guerrero escarlata

Javier_Montes
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Synopsis

Chapter 1 - Un curioso objeto

Viernes 8 de Agosto

Ari era un niño de siete años, esa tarde salió de casa con sus binoculares en el cuello, en la acera en la que se encontraba no hizo otra cosa más que mirar con sus ojos redondos y negros, a un dragón, era enorme y lucía triste. Se acercaba por el lado derecho, llevaba encima a un puñado de personas que habían pagado cien nieskos para pasear encima de la criatura. A Ari le causó gracia ver a todos señalar y sonreír a las casas no tan anchas, pero si muy altas, de Nostom, la ciudad más importante del país, en el sureste. Ari creía que era curioso que la ciudad donde vivía tuviera el mismo nombre que el país. Pero más curioso todavía era, ¿por qué el dragón no volaba?

—Esa casa parece un pound cake —una niña con trenzas y vestido dijo a su familia.

Cuando el dragón se alejó, Ari puso su mirada en la vecina, Anastasia Rubio, una mujer que era conocida por vivir sola desde que sus padres (que eran conocidos como Los Rubio) murieron.

��No quiero que la colonia se convierta en un lago de roperos y bajillas —dijo la vecina, que barría las hojas y las ramas que dejó la tormenta que azotó la zona el día anterior.

Ari no fue nada cortés, y le enseñó la lengua.

—La vecina no está loca. Deja de creer todo lo que dicen las personas —dijo Roi con cierta gracia.

Roi era el hermano mayor, con nueve años, era tan alto que parecía de trece, tenía la nariz puntiaguda de su padre, pero el cabello largo y chino como el de su madre. A diferencia de Ari, Roi siempre prefería perder el tiempo paseando en los bosques donde estaba asentada la colonia. Esa tarde llevaba puesto un pantalón corto, una playera y una gorra. Se veía tan alegre como un arcoíris.

Su otro hermano era Cris, el hermano del medio, el preferido de Ari, porque lo trataba bien, le podía confiar sus secretos y experiencias más vergonzosas sin pasar la noche dando vueltas por la preocupación de que iba a contarle a media colonia. Cris poseía los mismos gestos que su padre, todo lo demás lo heredó de su madre. A diferencia de sus dos hermanos, nunca decía lo que pensaba, a menos que estuviera muy enfadado. Se vistió un pantalón corto y un suéter con capucha.

Los tres hermanos se subieron a sus bicicletas, la bicicleta de Roi llevaba una máscara de dragón atada en el manubrio, la de Cris tenía una botella de plástico en la llanta trasera para que lo hiciera sentir que iba en una motocicleta, la de Ari sólo tenía una ruidosa y molesta campana dorada. Se pusieron en marcha hacia el cine a toda velocidad. Antes de llegar a la esquina, donde darían vuelta, Ari, giró el cuello hacia atrás y una vez más le enseñó la lengua a la vecina, y luego esbozó una sonrisa de burla.

Doblaron a la izquierda en la Calle La capa, gritaron y se rieron porque se encontraron con innumerables charcos de todos los tamaños, los cuales no evitaron por nada del mundo. Roi pedaleaba con fuerza para salpicar a los niños que jugaban en las aceras con canicas, y algunos otros a saltar la cuerda, mientras que Cris y Ari, competían para ver quién era el mejor cruzando los charcos más hondos.

Después de medio kilómetro, doblaron a la derecha, en la calle más larga de la Colonia Doncella, perfecta para conducir una bicicleta a la velocidad máxima. Todas las carreras que hubo allí las ganó Roi. Pedalearon con toda la fuerza de sus delgadas piernas, a toda velocidad pasaron entre las enormes patas del mismo dragón que vio Ari antes. Era la Calle Agramonte, adornada por enormes arboles de copas anchas, abundantes nidos que parecían cunas de bebés, y enormes estatuas de hombres nostonianos que fueron importantes o que hicieron grandes cosas. La estatua más importante e impresionante era la del inventor Roberto R. Agramonte, con cuarenta y cinco metros de alto, y un bigote mas largo que el ancho de un ala de dragón, o eso parecía a los ojos de Ari y sus hermanos.

Agramonte era de ojos pequeños, mas pequeños que su nariz, sus mejillas eran huesudas y su quijada parecía una "w". Al hablar dejaba claro que, o había nacido en la ciudad de Tenebra, o había vivido allí unos años, porque las palabras que terminaban con alguna silaba, eran alargadas, y la "r" al final de una palabra era potente y corta.

Las piernas de Ari comenzaron a acalambrarse por tanto pedalear, al pedalear con menor fuerza comenzó a perder velocidad y a quedarse atrás, tanto, que sus hermanos parecían ir montados en cohetes pirotecnicos, y no en simples bicicletas. Frenó y se detuvo en la orilla de la carretera, justo enfrente de una de las estatuas gigantes, Ari, vio la base de cemento donde fue construída una de las estatuas, y se sorprendió al ver que las letras del nombre R. R. Agramonte eran más altas que él.

— ¡Apresúrate enano! —se oyó gritar a Roi.

—Sabía que no aguantaría el ritmo, ¡otra vez! —dijo Cris quedo, por lo que Ari no pudo escucharlo.

—Es un tonto —dijo Roi.

—Debimos dejarlo en casa —dijo Cris.

Pero Ari estaba ocupado rellenando sus pulmones con aire, y viendo con su cara de asombro las enormes letras. Eso hasta que escuchó una vocecilla que no se parecía a ninguna otra que haya escuchado antes, ni en el colegio ni en la calle, y mucho menos en casa. Por un momento pensó que eran sus hermanos que le llamaban, que la distancia era el motivo por el cual la vocecilla era distinta.

—Cabello dorado… —escuchó decir a la vocecilla con un tono de duda—. ¿Qué podrá significar? ¿Qué es cabello dorado?

Ari miró a lo más alto de la estatua, sobre la calva del gigante de cemento de R. R. Agramonte, a una figura humanoide que estaba sentada de la misma forma que el padre de Ari se sentaba debajo del alero todas las tardes. El humanoide daba la impresión de estar viendo los árboles que crujían por el viento y el cielo amarillento como sopa de elote. Vio cómo los ultimos rayos de luz del día se quedaban quietos sobre los brazos y las piernas de la figura humanoide, a excepción de esos ratos en que los talones se impulsaban para golpear el cemento.

Impresionado, miró sus delgados brazos, se preguntó por qué la luz no se quedaba en su piel y la hacía brillar. Al principio la dificultad de la situación era la misma que un problema matematico en el colegio, pero luego vio su medalla de metal con el tallado de un rostro de mujer, colgando alrededor de su cuello. Brillaba mucho.

Una vez más miró a la figura humanoide que parecía estar sentada en la calva de R. R. Agramonte, y entonces Ari entendió, que los brillantes brazos y piernas tenían que ser de metal. Sorprendido puso sus binoculares sobre sus ojos y apuntó a lo más alto de la estatua, pero fue una sorpresa al no ver nada. Ari hizo a un lado los binoculares con desilución, pero vio a la figura humanoide como si nunca hubiera desaparecido. Una vez mas puso sus binoculares sobre sus ojos, y otra vez no vio nada.

— ¡Enano! Si no vienes ahora, tendrás que llegar solo al cine —gritó Roi, con sus manos haciendo un circulo alrededor de su boca.

—No, ¡por favor! No quiero cruzar el puente de la muerte solo ¡espérenme! —imploró Ari, subió a su bicicleta y se puso en marcha hacia sus hermanos a toda velocidad.

Cuando se reunieron, discutieron sobre la importancia de no separarse y sobre la importancia de llegar temprano al cine, después de eso continuaron pedaleando. Roi iba adelantado, diciendo a sus hermanos que nunca iban poder mantener su ritmo.

—Lo sabemos —dijeron ambos.

— ¿Qué estabas mirando? —preguntó Cris que iba a la misma velocidad que Ari.

—Te lo diré cuando volvamos a casa —respondió.

Ari mencionó el puente de la muerte porque sabía que sus hermanos también lo pensarían dos veces antes de cruzar solos, pero en realidad, su verdadero temor no era el puente de la muerte. Todos los niños de Nostom que alguna vez preguntaron por Rita Rumas, escucharon las siguientes palabras, ‹‹si llegas al puente de la muerte y desvías los ojos a la derecha, verás un camino de tierra y piedras sueltas, custodiado por arboles infernales, que parecen ser huesudos como una calaca, aves de picos filudos y largas plumas dan aviso de los intrusos, en un desolado camino que no tiene otro destino más que la locura de Rita Rumas››.

Llegaron al puente de la muerte, se detuvieron antes de un letrero de metal oxidado que decía "NO ASOME LA CABEZA AL PRECIPICIO, MUCHOS HAN CAÍDO A LO PROFUNDO". Bajaron de sus bicicletas, con las primeras gotas de sudor empapando sus playeras, y se miraron con inseguridad.

—Crucemos ahora mismo. No queremos que Rita Rumas nos sorprenda —dijo Cris, montándose en su bicicleta.

—Puedo ir a la casa de Rita Rumas y volver sin ningún problema, ¿saben por qué? No, no lo saben. Bien, se los diré, ¡porque Rita Rumas es sólo una leyenda! Todo eso que nos han contado no es verdad, piénsenlo hermanos, los adultos disfrutan de trabajar y beber cerveza, y de las historias absurdas que nos cuentan. Rita Rumas es una mentira que usan para controlarnos —dijo Roi con el ceño fruncido.

—Yo no iría a esa casa ni aunque me pagarán un millón de nieskos —dijo Cris, con los ojos engrandecidos.

—Debes considerar lo que dices hermano —aclaró Roi.

—No hay nada que considerar, mejor démonos prisa o llegaremos demasiado tarde —dijo Cris. Estuvo a poco de decir otra palabra, pero Ari lo interrumpió.

—Murió otra persona —dijo Ari, con su mano apuntando al puente.

Cuando sus hermanos escucharon lo que dijo, se sorprendieron, pero no fue por sus palabras, sino que fue porque era verdad. En el puente de la muerte era fácil saber cuándo otra persona había muerto, no era un don especial en nadie.

—Es cierto, ¡hay flores nuevas y frescas! —gritó Cris.

— ¡Shh! Vamos a husmear —dijo Roi—. ¿Quién murió esta vez?

Roi se acercó a una lápida preguntándose quién había muerto. Cris, atrás sin dar un solo paso, movió las manos para intentar decirle a su hermano que no se acercara; como siempre eso era inútil, porque a Roi nadie de sus iguales podía detenerlo. Luego leyó lo siguiente con voz misteriosa para que todos escucharan:

DESCANSE EN PAZ, OFELIA HAASE. 1960-2002. RECUERDO DE SU FAMILIA Y AMIGOS.

— ¿Quién rayos es Ofelia Haase? ¿Qué rayos hacemos aquí? Tenemos que llegar al cine —dijo Cris con una voz desquebrajada a causa del miedo que lo comenzaba a morder por dentro.

—No creo que haya sido una mujer importante. No nos hablaron de ella en el colegio, no que yo recuerde —dijo Roi, poniéndose de rodillas para revisar el interior del recipiente donde colocaron las flores—. No dejaron monedas ni nada de valor. Son unos tacaños.

—Eso no le sirve a los muertos —aclaró Cris, con un gesto de desagrado.

—Pero quiero caramelos —dijo Roi, lamentando que su hermano no entendiera nada.

— ¡Caramelos! Revisa bien —dijo Cris, yendo hacia Roi.

—No llegaremos a tiempo al cine —Ari sabía que no lo escucharían, siempre era así cuando sus hermanos tenían un propósito. No obstante, quería que lo supieran.

No pudo evitar sentir desprecio hacia sus hermanos, que en lugar de que le prestaran atención, se enfocaban en sacar las flores que de tan viejas que eran se hacían polvo en sus manos, volteaban los botes y los sacudían con la esperanza de que monedas salieran de ellos, pero lo único que salían eran bolas de aspecto asqueroso.

—Creo que es desecho de duende —se quejó Cris, con los labios curvados.

—Los desechos de duende apestan a salsa podrida de tomate, lo escuché decir a papá cuando sospechaba de la presencia de uno en la cocina —dijo Roi, acercó su nariz a la viscosidad y olfateó con mucha energía—. Lo ven, ¡huele a flores podridas!

Para ese momento Ari se volvió porque escuchó un puñado de lejanas voces de todos los tipos, eran las alegres personas que venían encima del dragón que los había alcanzado, pero apenas iba asomando sus colmillos en la curva.

—A su derecha, ver��n el camino más temido en todo Nostom, lugar de una de las leyendas más horripilantes —se escuchó hablar a una señorita de pelo rizado que no debía tener más de veintisiete años—. Y al fondo, lo que ven es la casa de Rita Rumas. De Rita Rumas se dicen muchas cosas, señoras y señores. Algunos afirman que murió por su edad avanzada, otros aseguran que deseaba la muerte porque lo que más disfrutaba era atormentar a los vivos.

— ¡Oh! ¡Ay! —dijeron todos, al mismo tiempo que sus cámaras fotográficas emitían destellos de luz.

—Señoras y señores, a continuación, el puente de la muerte —dijo la señorita de cabello rubio.

Las personas continuaron tomando fotografías, Ari y sus hermanos saldrían en algunas de ellas. Sin querer los habían atrapado queriendo robar algunas monedas.

El dragón cruzó el puente de la muerte, con sus alas destruyó algunas lápidas, y raspó contrafuertes. La señorita de pelo rubio continuó diciendo cosas curiosas sobre Nostom, y las reacciones de todos todavía podían ser escuchadas por Ari, que con furia hizo sonar la campana dorada de su bicicleta para acaparar la atención de sus hermanos.

Pero tuvo que esperar a que terminaran de revisar todos los botes, cuando terminaron y sin encontrar ni una sola moneda, subieron a sus bicicletas y se dirigieron hacia el cine, que desde el puente de la muerte y en bicicleta eran otros veinte minutos de recorrido. Tenían que llegar al kilómetro 18, después subir una pendiente de cien metros y luego pasar por media hectárea de territorio de duendes. Después de eso por fin llegarían a la Colonia La manecilla. Por desgracia, ni siquiera lograron llegar al kilómetro 18.

A pocos metros del puente de la muerte, vieron además de altos árboles, que el dragón venía de regreso, la mujer de pelo rubio se lamentaba que no pudieran llegar a La manecilla.

—Su recorrido termina en La manecilla —dijo Ari, viendo al dragón echar humo por sus enormes fosas nasales.

—Vamos a averiguar por qué retornó —dijo Roi, mientras respiraba con exaltación—. No dejen de pedalear.

En el kilómetro 18 se encontraron con dos guardianes que impedían el paso a La manecilla, explicaron que un árbol había caído a causa de la tormenta del día anterior. Ari y sus hermanos creyeron que podían ir por alguno de los senderos, los guardianes dijeron que eso no era posible, que las corrientes de agua se habían llevado todo a su paso, que los senderos ya no eran visibles y que los duendes de esa región no soportaban a los intrusos.

— ¡Maldición! No podemos perdernos la película —dijo Ari con enfado.

—Lo siento jovencitos, den la vuelta y vuelvan a casa —dijo un guardián—. La película tendrá que esperar.

Los guardianes de Nostom no eran como los de otros reinos. Estos guardianes llevaban puestos unos pantalones grises que cubrían unas largas botas negras, una gabardina gris hasta las rodillas, con enormes botones plateados hasta el cuello, debajo de la gabardina vestían una camisa de cuello ancho, que siempre estaba fajada, con una leyenda en el lado derecho a la altura del pectoral que decía GUARDIA DE NOSTOM, y justo sobre la leyenda un dragón parado en dos patas y un guerrero montado en él, con una espada apuntando al sol.

Ari no podía creerlo, su furia se manifestó con un color rojizo en sus mejillas, se cruzó de brazos, subió a su bicicleta y se puso en marcha hacia el puente de la muerte, con la campana dorada haciendo un escándalo.

Sus hermanos fueron tras él a toda velocidad, cuando llegaron al puente de la muerte, se dieron unos minutos para descansar, bajaron de sus bicicletas y se sentaron sobre la húmeda tierra, dando la espalda a la casa de Rita Rumas. Ari se quejó porque era la película que esperaba ver con ansias. No gastó tres mesadas en caramelos, para poder pagar la entrada al cine, no hizo travesuras, no insultó a la vecina, se comió sus verduras, y se durmió a las nueve las últimas dos semanas, para obtener el permiso.

—Como siempre, mis planes nunca resultan —se quejó Ari, con la cara colorada por el enojo y con sus manos hechas puño.

A sus hermanos les daba igual si la veían o no, era una película que no significaba nada para ellos, porque no era de terror, estaban convencidos que era un estreno para niñas. No querían decírselo a Ari para no herirlo, al final Roi fue quien se lo dijo.

—No entiendo por qué te enfadas, te hemos dicho una y otra vez que el cine de terror es el mejor, te pone la piel de gallina y los pelos se paran como espinas. No tienes idea del gusto que sentí cuando nos prohibieron llegar a La manecilla, y si por mí fuera, ni siquiera estaría aquí —dijo Roi con entusiasmo y cierto disgusto.

—Es suficiente —intervino Cris, y se irguió para mostrar autoridad.

— ¡No soy niña! —gritó Ari, también irguiéndose.

—Te duermes con tu muñeco de peluche, ¡eres una niña! —gruñó Roi.

—Los dos cállense —intervino Cris.

—No lo soy. Tú eres un descerebrado —gritó Ari, parecía que se incendiaba por dentro y que pronto iba a estallar.

—Será mejor irnos a casa —se lamentó Cris.

—No soy un descerebrado —aclaró Roi.

—No soy lo que tú crees —aclaró Ari.

—Rétame —gritó Roi.

—Tú rétame —gritó Ari.

—No hay nada que probar hermanos —intervino Cris sin saber qué más hacer.

— ¿Cuál es la raíz cuadrada de 324? —preguntó Ari con la seguridad de que su hermano no iba a responder—. Sabes que tengo razón, ¡eres un descerebrado!

Roi se sintió acorralado, como todas las veces que le preguntaron en el colegio algo que tuviera que ver con números. Sólo se sabía de memoria la tabla del uno y del dos. Luego echó los ojos hacia el suelo porque se sentía avergonzado, entonces recordó algo que le devolvió el brillo de burla a sus ojos.

— ¡18! La raíz cuadrada de 324 es 18 —respondió, con una sonrisa en su rostro que mostraba su victoria.

—Eso es trampa, nunca haz acertado en matemáticas —se sorprendió Ari.

Roi en la mayoría de los casos, las cosas o situaciones cotidianas lo ayudaban para salir de aprietos. Recordó un par de semanas atrás, cuando vio a su padre intentado resolver el número nueve vertical de un crucigrama, y escucharlo decir ‹‹aquí es dieciocho, estoy seguro››.

—Lo ves enano, soy mejor que tú, ¡no soy un descerebrado! —aclaró Roi sin dejar de reír, sintiéndose afortunado por adivinar la respuesta.

—Es pura suerte —dijo Ari con los cachetes inflados por el coraje.

—Ahora es tu turno —dijo Roi con cierto desdeño—. ¿Estás listo? ¿Seguro que no vas a llorar?

—Dejen estas bobadas y vámonos a casa —intervino Cris.

—Soy mejor que tú, anda, pregunta lo que quieras. ¡Vamos! ¡Vamos!, ¡zopenco!, —dijo Ari con valentía.

Roi bajó de su bicicleta, la recargó sobre el barandal de metal del puente de la muerte, se acercó a Ari, y lo retó.

—Ve a la casa de Rita Rumas —la frialdad con la que lo dijo se sintió en el viento.

Ari engrandeció los ojos como un par de bolas de nieve, tragó saliva y miró de reojo a su derecha, ahí estaba el camino olvidado por todos, los arboles parecían que lo esperaban con ansias para comérselo. No pudo evitar pensar en todo lo que se decía de Rita Rumas, tampoco pudo evitar estremecerse.

—No es necesario que haga esa tontería. No lo obligues, Roi —dijo Cris, pero en el fondo sabía que no iba a solucionar nada.

—Lo sabía, eres una niñita —fastidió Roi.

Ari frunció el entrecejo, dejó caer su bicicleta sobre el asfalto para luego dirigirse hacia la casa de Rita Rumas. Cris no lo podía creer, le dijo que no era necesario que lo hiciera, pero Ari no hizo caso. Roi por otro lado, creía que a mitad de camino su hermano vendría de regreso.