Jayden y Bonnie llevaban una relación en secreto desde hacía una semana. No era mucho tiempo, pero les costaba ocultar lo enamorados que estaban. Los padres de Bonnie le habían informado que los resultados de su prueba llegarían esa tarde y que no estarían en casa hasta la noche, por lo que tendría que verlo sola.
Honestamente, ella no quería que nadie supiera lo que podría tener, así que actuó normal todo el día, lo único que sabían sus amigos, era que hoy tendría la casa para ella sola todo lo que quedaba de día. Estaban en las taquillas, ella y Jayden, hablando de cualquier cosa.
- ¿Quedamos hoy a la tarde?- preguntó el joven. No habían quedado en toda la semana, quería estar un rato con ella.
- Hoy no puedo, lo siento mucho Jay-Jay- el joven hizo un puchero, inflando sus adorables mejillas.- ¿Te parece si mañana vemos un partido de fútbol? Me recoges en mi casa a las 10 de la mañana, ¿sí? La última vez, vimos uno de béisbol.- se excusó la muchacha. Jayden volvió a sonreír y asintió con la cabeza, dando a entender que por él estaba bien.
El día transcurrió normal y corriente, el esperado timbre sonó indicando que había terminado la jornada escolar. Bonnie había salido con Caroline del centro, hablaban de la nueva coreografía que tenían que aprenderse para la semana que viene, se quejaban del poco plazo que les había dejado para aprendersela y perfeccionarla. En la mitad del camino, se separaron y cada una se fue a su respectiva casa.
Al llegar los resultados estaban en la encimera de la cocina, lo más probable es que sus padres lo habrían dejado allí, corrió con algo de miedo por lo que podría salir en ese informe. No estaba segura de querer saberlo. Pero igualmente lo tenía que abrir y enfrentarse a la realidad.
Lo abrió y sintió que su mundo se venía abajo.
Tenía la enfermedad de Fabry.
Llorando, llamó a sus padres.
- Tranquila cariño, respira, por favor. Hablaremos con el doctor. Estoy seguro que hay una cura- trataba de tranquilizarla su padre desde la otra línea.
- Todo va a estar bien- aseguraba su madre.
Consiguieron tranquilizarla un poco al cabo de media hora. No sabía qué hacer, estaba debatiéndose sobre a quién llamar. A su mejor amiga o a su novio. Decidió hablar primero con Caroline.
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Decían los mensajes. Ella le respondió con un:
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En 10 minutos Caroline se encontraba en la puerta de su casa, tocó y espero a que su mejor amiga le abriera.
Se preocupó al verla llorar, al principio pensó que podría ser por el baile, tal vez lo había estado practicando y no le salía. Podría ser, era algo perfeccionista. Preguntó la razón de su llanto, en medio de sollozos e hipo le explicó todo lo que tenía que ver con su enfermedad, desde cuándo sentía los síntomas, el tiempo que tardó en contárselo a sus padres, la prueba, el resultado de ésta y la llamada con sus padres.
Caroline le consoló e incluso terminaron riéndose, no sabía cómo pero la rubia lo había conseguido. Por momentos como éste sabía que tenía la mejor amiga que podría haber tenido. Se sentía afortunada, y no sólo con su mejor amiga, con todas las personas que le rodeaban.
Se pasó la tarde tratando de estudiar algo de Francés, en su instituto como en todos en Estados Unidos tenían que elegir un idioma para estudiar, era mínimo un año, pero Bonnie llevaba ya dos años y medio. Como era de esperar, no pudo estudiar nada, así que cerró el libro y abrió su ordenador para investigar sobre la enfermedad de Fabry.
Esa noche rezó, agradeciendo la gente en su vida y pidiendo seguir viviendo, no quería irse, no todavía, no cuando había conseguido al mejor novio del mundo, cuando su mejor amiga la necesitaba para que sus padres no supieran nada, ni cuando sus padres la necesitaban. Sus padres siempre fueron muy cariñosos y siempre demostraban cómo la querían. No quería arruinar aquella felicidad.