Trataba de abrir la puerta. La llave se atoraba como siempre, y él no tenía fuerzas para apoyarse. El frío dificultaba la operación, sus dedos demasiado rígidos por haberlos mantenido tanto tiempo al aire libre sin nada que los cubriera se negaban a ablandarse. Cualquier día se romperían de una vez antes de doblegarse.
Sentía el aire frío chocar contra su cuerpo, revolviendo sus cabellos y secando ligeramente su ropa para de inmediato ser mojada nuevamente por la lluvia que iba cada vez más en ascenso. La maldita llave no abría la puerta y un asqueroso olor se había comenzado a escabullir por sus fosas nasales causándole un asco horrible. Sospechaba ya lo que era, así que se lamió los labios con nerviosismo preparándose para la próxima escena que esperaba encontrarse al abrir la puerta.
Dos esfuerzos después, por fin pudo girar la llave, pero la puerta seguía cerrada. Nuevo esfuerzo. Tiro hacia afuera, empujó dos veces, y así abrió. Pudo entrar al cálido interior, aunque lo hizo con cautela, forzando su vista ante la oscuridad total.
Para su alivio, en el suelo no podía distinguirse nada parecido a lo que esperaba, al pisar no sentía aquella viscosidad esperada, pero el olor desagradable seguía ahí. Pensó que muy probablemente fuese él quien olía de aquella forma.
—Estoy en casa —anunció, esperando una respuesta que jamás llego.
Debía seguir dormido.
Iba empapado. La lluvia era menuda, pero el lento vagar por los abandonados y peligrosos senderos del bosque, pasó a pasó y sin prisa para llegar a esa vieja casa le había otorgado el tiempo suficiente para terminar así.
Sus ropas estaban pesadas, el agua destilaba de las orillas, y las puntas de su despeinado cabello eran como un tobogán de agua que se derramaban sobre su chamarra. Esa fea chamarra violeta, opaca, desgastada, horrible, ahora salpicada de litros de sustancia roja y espesa.
Necesitaba cambiarse.
Todo era oscuridad dentro del departamento. Empujado por la lluvia que había arreciado, cerró la puerta inmediatamente. A tientas, despacio llegó hasta la orilla del comedor, donde dejo la bolsa goteante que había llenado de provisiones. Buscó un cerillo o encendedor en toda la extensión de la base para encender una bendita vela. Siempre que había tormenta, había apagón. Estaba seguro que hoy no era excepción, así que no tenía caso intentar encender la luz.
Fue un tanto tardado, al no ser fumador o algo parecido, no se acostumbraba a los cerillos ni a cargar un encendedor.
Siguió buscando, y de un manotazo tiro un vaso que había dejado ahí esa mañana si no mal recordaba. Escuchó como se estrellaba a sus pies.
—Ya que —suspiró —. Bastardo idiota. Ya lo limpiaremos después cuando podamos ver algo.
A oscuras arrastro una silla y se sentó muy al borde mientras se quitaba la chamarra húmeda. Apestaba a perro muerto, y sentía la piel pegajosa y endurecida, como si la tuviese embarrada de una fina pero firme capa de cera derretida, o como si su piel estuviera exageradamente reseca y áspera.
Simultáneamente se había quitado los zapatos y se abandonó sobre aquella silla incómoda, hundiéndose en ella. El cuarto estaba oscuro, los bordes de los muebles estaban totalmente difuminados con las paredes, la única luz distinguible era la de las ventanas sutilmente más claras, y el sonido de la lluvia afuera lo ponía ciertamente inquieto. Pensó que quizás sería buena idea subir a donde Shoto y quedarse con él.
Pero también pensó, que esa era una pésima idea si Shoto llegaba a despertar.
Fue entonces que sucedió. Podía jurarlo, lo había escuchado, a su izquierda, en el pasillo, directo a su habitación, pasos rápidos, ágiles, suaves y que pasaban casi desapercibidos de no ser por su excelente sentido del oído y su perfecta vista periférica que le permitió captar una alta figura oscura correr al compás del sonido de aquellos pasos.
Movido por la adrenalina de pensar que algún bastardo había entrado a su casa, se levantó con lentitud de la silla, a ciegas caminó a paso lento, recordando mentalmente por donde podía caminar pero chocando de vez en cuando con algunos muebles. Apenas podía distinguir aquel pasillo por donde había visto correr al intruso.
Una vez logró llegar haciendo el menor ruido posible, se sujetó de la pared, las yemas de sus dedos delineaban la construcción a la par que caminaba, tanteando la superficie, sintiéndose indefenso. Caminar a ciegas, escuchando los sonidos que la noche se sacaba del bolsillo no era tarea fácil, pero Bakugo podía soportarlo. Él ya había aguantado cosas peores, eso era poco, pero igual escalofriante. Más teniendo un posible enemigo en casa.
De pronto y por reflejo flexiono las rodillas en un rápido movimiento cuando fuertes pasos se escucharon en el techo, en el ático, dos gritos desgarradores a lo lejos y después silencio total acompañado de la lluvia interminable, tres segundos eternos y el sonido de algo caer con brutalidad contra el suelo a la vez que un rayo golpeaba la tierra.
No sé movió, se quedó en su lugar con los nervios de punta, intentado no mirar a sus lados y fijando la vista en el suelo oscuro. Pensó y pensó y pensó, en su mente maquino cientos de ideas y posibles escenarios, una y otra vez sin parar. Porque, en definitiva algo andaba mal. Aquella casa era vieja, la pintura desgastada se caía en pedazos, las puertas se atoraban, rechinaban al abrirse, las paredes tenían fisuras y... según sabía, nadie más habitaba ahí además de él y Shoto.
Y de verdad, rogaba porque Todoroki estuviese dormido aún.
Entonces, ¿Que había sido ese grito? Las pisadas tan bestiales y aquel golpe tan estridente... no podían haber sido falsas, él no podía haberlo imaginado.
—Es él.
Se tensó al escuchar su propia voz, temblorosa y notablemente aterrada, se llevó ambas manos a la boca e intentó controlar su respiración.
Despertó.
No podía ser, no era verdad, él no podía estar ahí, tenía que estar dormido, tenía que estar en el ático, incluso en el sótano, pero encerrado y tranquilo. Ellos no tenían por qué haber salido.
"—Vienen a matarme. Me quieren asesinar. "Pensó mirando con histeria a todos los rincones de aquel pasillo. Nada en el techo, nada en el suelo, nada en las esquinas ni en los extremos que llevaban a otras estancias. Estaba solo.
Pero él sabía perfectamente que en realidad no lo estaba. No por completo.
De nuevo los pasos resonaron, pero esta vez pesados y rápidos, y ahora no en el techo sino en su propia casa. A su derecha, estaba seguro que en la cocina. Pero ahora los pasos no eran suaves ni mucho menos, eran pisadas fuertes que parecían querer hacer saber de su presencia en el lugar.
"-¿¡Cómo demonios entró?! ¡Se supone que estaba arriba!"
Salieron dos, dedujo entonces, uno estaba arriba, el otro en la cocina... lo estaban rodeando.
De manera rápida pero sin hacer un solo ruido caminó con rapidez por el pasillo, al lado contrario de dónde provenía el sonido, siguió adelante dando miradas de reojo hacia atrás para asegurarse que nada lo seguía. Una vez llego a su habitación, giró la perilla lento y con cuidado como todos sus movimientos, esperando no hacer ni un solo sonido para advertir de su posición al enemigo. Ya abierta, entró y repitió la misma acción para cerrar.
No le dio la espalda a la puerta, caminó hacia atrás hasta que sintió la orilla de la cama chocar contra sus rodillas, sus dedos tanteando la superficie, de forma lenta se sentó sin separar sus pupilas de la madera. Dio dos bocanadas de aire, y estrujo su camisa justo sobre su corazón, el cual latía con desenfreno a un ritmo alarmante. Sentía que en algún momento sufriría un infarto.
Se alteró ligeramente un poco más cuando algo le habló al oído, un susurro, que le hizo girar la cabeza para encontrarse con la nada. Poco a poco no fue uno, sino tres, luego siete, después veinte y poco a poco se convirtieron en cientos, voces claras que hablaban al mismo tiempo, diciéndole cientos de cosas, cada una diferente. Pero eso no lo perturbó. Después de todo estaba acostumbrado a ellas, siempre le decían cosas tontas, sin sentido o que no le importaban, y después de un tiempo comenzaban a irse al verse ignoradas.
Ahora su pánico estaba concentrado en otra cosa.
No supo cuánto tiempo se quedó ahí, sentado completamente inmóvil mirando fijo al mismo punto, ni cuando dejó de temblar o cuando los pasos desaparecieron y los susurros se hicieron cada vez más débiles, solo pudo reaccionar cuando, de un momento a otro dejó de oír la lluvia. Las gotas dejaron de caer tan violentamente que fue casi abrumador pero a la vez calmante.
Miró su reloj sobre el pequeño buro a la izquierda de la cama, marcaba pasadas las tres de la mañana, razón por la cual sentía que sus párpados se cerraban solos. Pero no dormiría... no podía hacerlo en tal situación.
Afuera se escucharon más pasos, las suelas de los zapatos caminando con cautela, primero lentos, después rápidos, y pronto corriendo, el corazón casi se le sale del pecho y un gruñido al otro lado de a puerta le hizo cubrirse la boca antes de jadear con terror.
Esperó, mirando atentamente la puerta, viendo por el pequeño espacio bajo esta una sombra tan negra que aún en la oscuridad era muy notable, mientras el olor a sangre se hacía cada vez más penetrante. Cinco segundos, y la sombra desapareció.
Pero él no bajó la guardia.
Quitó su mano de sobre su boca, con lentitud... y todo quedó en un silencio sepulcral.
—Bakugo.
Giró su cuerpo de manera violenta, totalmente aterrado mientras una ráfaga de aire helado golpeaba suavemente su persona, removiendo sus cabellos y erizando su piel de forma horrible. Su mano acuno el oído derecho donde aquella voz tan fina y grotesca susurró su nombre de manera escalofriante.
Y ahí estaba él detrás, junto a la ventana, parado, inmóvil y mirándole con aquellos ojos tan fríos. Uno de ellos.
No hizo movimiento alguno, paralizado por el terror y el pánico. Él estaba igual que la última vez que le vio, un traje negro y elegante, guantes negros, el bozal negro, la mirada llena de locura...
No corrió, se miraron intensamente durante lo que parecieron horas, tiempo en el cual la lluvia comenzó de nuevo, esta vez acompañada de relámpagos y truenos juguetones.
— ¿Por qué no huyes de mí?
Su voz ronca, ahogada por el bozal y el tono escalofriante que usó, hizo a Bakugo regresar a la realidad, se levantó de un salto de la cama dispuesto a correr, pero la adrenalina causó que sus torpes pies se enredaran haciéndole caer al suelo de boca. Con una rapidez inhumana se giró sobre su espalda, rogando porque el Todoroki detrás de él no se hubiese acercado.
Pero girarse fue una mala idea.
Gritó, aterrado ante lo que veían sus ojos.
Debajo de su cama estaba su Shoto, recostado y con los ojos cerrados, su barbilla recargada sobre ambas manos, como un pequeño príncipe tomando una siesta.
Pero ese no era Shoto. No realmente. Ese de ahí era gris, el cabello de tonos negros y grises, los labios oscuros, la piel grisácea. Abrió los ojos de repente, de forma abrupta. Cuencas totalmente negras que le miraban con diversión inexplicable. La sonrisa sutil solo aumento sus nervios.
—Hey —murmuró, y comenzó a reír de manera escandalosa.
— ¡NO!
Grito con todas fuerzas, se levantó del frío suelo cuando el ser bajó su cama comenzó a arrastrarse hacia su dirección con una enorme sonrisa que mostraba sus dientes puntiagudos y manchados, corrió a la puerta y la abrió de un tirón, huyó por el pasillo, a ciegas, tropezando con los muebles, golpeándose con las paredes intentando llegar a un lugar seguro.
Entró a la cocina, y salió por la puerta trasera, al exterior. La lluvia golpeó su cuerpo, el viento le causó más escalofríos, pero se sintió ligeramente más seguro. Dio vueltas en su mismo lugar, buscando cualquier indicio de que ellos también hubiesen salido al jardín, pero no encontró nada en particular. Solo eran él, la lluvia y la soledad de la madrugada.
O eso creía, hasta que escuchó algo. Un sonido extraño, como agua burbujeante, pero más espesa. Un sonido de gárgaras... detrás de los botes de basura en una esquina del jardín.
Se abrazó a sí mismo en busca de valentía, el cabello mojado y aplastado por la lluvia se le pegaba a la frente dificultándole aún más la vista, pero aun así caminó hacia el lugar. Pasos lentos y temblorosos, dudosos y que parecían no querer llegar.
Jadeos, gárgaras, gruñidos, el sonido inconfundible de huesos romperse, la cerca que separaba el jardín del bosque manchada de sangre... y un cuerpo inerte tirado en el césped.
Lo vio. Lo encontró.
Era Shoto. El real, arrodillado en el césped, con la pijama puesta, frente a un cuerpo despedazado, una persona con los ojos abiertos, los brazos extendidos y la sangre corriendo por su boca, labios violetas y piel pálida en exceso señal de las horas muerto. Vestido de oficial de policía.
Shoto lo devoraba con fervor, enterraba sus dientes con fuerza en la piel fría y dura del hombre, arrancándola de un bestial tirón, metía sus manos en el estómago ya abierto y sin dudar un segundo, sacando así un puñado de vísceras que se llevaba a la boca tratando de comerlas todas a la vez, queriendo beber la sangre también. Su boca chorreaba, su ropa era un desastre, estaba igualmente empapado, y el charco carmesí llegaba a los pies de Katsuki.
No estaba seguro afuera tampoco.
Si Shoto lo veía... estaba perdido.
Retrocedió poco a poco, pisando con delicadeza en busca de no emitir ruido alguno, todo el tiempo sin darle la espalda al bicolor, una vez lo suficientemente lejos corrió de vuelta a la casa. Entró con cautela, cerrando la puerta con sutileza y caminó despacio, una vez más en la oscuridad de la enorme casa rogando piedad a cualquier dios existente.
Pensó que volver a la sala no era mala idea.
Aunque también creyó que se habían ido, pues no se escuchaba absolutamente nada. Ni pisadas... ni risas maníacas.
Pero al llegar al comedor, ahí estaba una vez más.
Un tercer Shoto. Uno calmado, sentado en la orilla de la mesa, mirando a la nada, vestido totalmente de blanco y bailando los pies de atrás hacia adelante en el aire. Bakugo esperó, pero aquel Shoto al verlo solo negó con la cabeza lentamente.
—Ellos no saben del sótano. Ahí estarás a salvo, cariño.
Bukô. El único que jamás le haría daño.
—Mejor vete rápido, Kat. Él se quedará bajo la cama pero Kyosuke y Kairū te buscan. Date prisa, son rápidos—le susurro, bajando de la mesa y comenzando a caminar de forma lenta por ahí.
Haciendo caso a sus palabras, Bakugo forzó la vista intentando encontrar el camino a las escaleras. Dio un respingo cuando sintió que le tomaban las manos, pero al notar que era Bukô se relajó. Lo dirigió con lentitud hasta las escaleras, puso su mano sobre el barandal y le dejó ahí, siguiendo su camino poco después.
Katsuki buscó con desesperación la pequeña puerta debajo de las escaleras, y una vez que encontró el picaporte lo giró con violencia, abriéndose al instante. Entró, y cerró la puerta lo más lento que pudo cuando comenzó a escuchar pasos una vez más. Ya cerrada corrió escaleras abajo con rapidez, no pudiendo evitar el sonido de sus zapatos golpeando al bajar o el rechinar de la madera al pisar.
Estando abajo, busco un rincón y arrojándose a él abrazó sus rodillas, escondió su rostro entre sus piernas y sin poder soportarlo, sintiéndose indefenso y abandonado, sollozó.
¿Cómo había escapado Shoto? Se suponía que debía estar en el ático, en su cama, pacíficamente dormido y sin dejarlos salir. ¿Quién le había despertado?, ¿quién mierda había sido el que la cago?
Entonces recordó el cuerpo, el oficial de policía, ¿Qué mierda hacia un oficial en medio del bosque? ¿Que estaba buscando? Fuera lo que fuese, tocar su puerta había sido una gran equivocación, ahora estaba muerto, y siendo devorado en el jardín trasero.
Uno más a la lista.
Katsuki entonces se preguntó, ¿Cuándo terminaría todo aquello? ¿En qué momento tendría una noche en paz de nuevo? ¿Algún día podría dormir sin el temor de ser asesinado?
Odiaba la sensación, el tener que huir, que su corazón casi se detuviera noche tras noche... ¿Cuándo iba a parar?
Algo le susurró:
Cuando él muera.
Entonces Bakugo pensó: Si Shoto moría... ellos también lo harían. Todos ellos lo harían. Todos desaparecían y entonces solo quedarían él... y todas esas voces en su cabeza que no intentaban matarlo. Estaría a salvo.
—Debe morir... debe morir.... debe morir, debe morir. Mi Shoto... tiene que morir... así podre... ser libre.
Se tiró del cabello, se talló los ojos y tuvo espasmos por el llanto mientras pensaba que no podía. No podía matar a Shoto. No podía matar a la persona que más amaba aún si eso significaba ser libre. No podía después de todo lo que había hecho para sacar a su Shoto de aquel lugar, llevarlo a esa gran casa y quedarse juntos al fin. No podía hacerlo. No quería, y en definitiva no iba a hacerlo.
— ¿Katsuki? ¿Cariño?
No fue consciente de que la puerta se abría poco a poco hasta que la suave voz de Shoto le llamó desde arriba. Ahí estaba él, adormilado y ajeno a todo, con el rostro salpicado de sangre ajena ya seca y la ropa tintada de la misma sustancia.
Todoroki, desde arriba, se preguntaba porque demonios había despertado a mitad del jardín, en medio de la lluvia, con un sabor amargo en la boca y lo que parecía ser comida atorada entre los dientes.
¿Bakugo le había jugado una broma? Si había sido así, menuda broma de mierda. Ahora estaba mojado, mareado y le dolía un poco el estómago.
— ¿Shoto?... —la voz de Katsuki le llamó desde abajo —Amor... entra, cierra la puerta... y ven aquí. Pero guarda silencio —ordenó, levantándose con cuidado, esperando su llegada.
— ¿Qué? No, quiero cambiarme, estoy mojado —Todoroki tragó saliva, saboreando de nuevo ese asqueroso sabor —. Y también quiero lavarme la boca. ¿Por qué no subes?
— ¡Solo baja maldita sea! —gritó/susurró, miedoso a que ellos supieran de su localización.
—No. Iré a cambiarme, si quieres quedarte ahí abajo está bien. Ya vuelvo.
Shoto cerró la puerta, Bakugo volvió a su rincón. No se preocupaba por Shoto, después de todo ellos no podían hacerle nada, no lo lastimarían, porque a quien querían era a él. Así que esperó su regreso con paciencia.
Mientras, Shoto fue a la habitación, se sentía mareado, estaba mal, seguro estaba enfermo pero no se explicaba por qué. Con rapidez y en total oscuridad, cambió su ropa, secó su cabello aún goteante y lavó su cara después de su boca. Al no haber luz, Shoto no pudo distinguir el tono rojizo que tiñó el agua.
Una vez "aseado" caminó de regreso al sótano, la casa en completo silencio, y la lluvia sin detenerse aún. Le había perdido el miedo a la oscuridad hace tiempo. La temporada de lluvias era ciertamente horrible.
Abrió la puertecilla, y una vez más, al escucharle Katsuki le ordenó bajar. Todoroki obedeció, hizo todo al pie de la letra, bajó las escaleras con cuidado y buscó a Bakugo con las manos. Al tocarse uno al otro el rubio suspiró, le sujeto de los brazos y le atrajo hacia su cuerpo, abrazándose a su cintura. Shoto tuvo nauseas ante el rápido movimiento. Su estómago estaba revuelto.
—Cariño, no me siento bien.
Una maldición se escabulló de entre los labios ligeramente fruncidos de Bakugo, su corazón se aceleró y el enojo se hizo presente en su completo ser. Paso una de sus manos por la mejilla del bicolor antes de atraerlo hacia si para abrazarle con ganas. Miraba a su alrededor con pánico mientras le acariciaba el cabello.
—Joder —susurró —. ¿Cuándo despertaste?
La mirada perdida de Shoto, su apariencia y gesto totalmente desorientado le dieron la respuesta a Katsuki.
—No lo sé —respondió, perdido sin saber que pasaba exactamente —. Katsuki, no quiero estar aquí, está oscuro... vamos a dormir.
—No. No podemos ir arriba —de inmediato contestó —, quedémonos aquí, solo... solo quédate aquí... conmigo.
Se arrojó al piso, con Shoto aún en brazos, le abrazó de la espalda, lo acurruco en su regazo, le besó los labios y le trasmitió su calor en un abrazo. Shoto se dejó hacer al instante sin reprochar por qué dormirán en el sótano. Sabía que a veces su novio estaba un poco loco.
—Kat... ¿Volvió a pasar, cierto?
Bakugo no le respondió. Le sostuvo más fuerte y besó su frente. Una vez más, evadiendo el responder. Todoroki suspiró, frustrado, sin ninguna otra opción que quedar con la duda.
Cerró los ojos, se abrazó a su torso, y Shoto se permitió caer nuevamente en la inconsciencia.
Y entonces, mirando su rostro, su gesto dormido, enroscado como una oruga bajo la lluvia, tan calmada y adorable... Bakugo supo que podía soportar mil noches más como ésa con tal de volver a ver a Shoto.
Bakugo no pegó los párpados esa noche, sus ojos viajaron de la puerta a la ventana, de la ventana al rostro de Todoroki y de ahí a la puerta de nuevo, una y otra vez, se concentró en las personas corriendo en el piso de arriba, abrazando a Shoto un poco más fuerte cada que escuchaba pisadas o voces cerca de la puerta.
Y cuando el sol se asomó en el horizonte, y la luz iluminó la pequeña y sucia habitación... Katsuki pudo respirar con normalidad una vez más.
Otra noche de terror... al fin había concluido.