El sol salía poco a poco, brillando con exageración. Los rayos iluminaron las puntas de las pirámides, despertando a una pequeña niña. Al sentir la luz filtrarse se levantó con pesadez, estirándose y tronando parte de sus huesos. Se levantó hacia el baño y miró su reflejo en el balde de agua fresca. Su hermosa tez morena combinaba con sus profundos ojos café obscuro. Su cabello negro estaba tan esponjado como despeinado, estaba por llamar a su cuidadora cuando alguien tocó la puerta— Pasa, Esmeralda.— Dijo la pequeña al regresar a la cama.
—Perdóneme señorita, es un día tan importante para usted y yo llegando tarde...
—Se puso de rodillas y empezó a cepillar el largo cabello de la niña.
—No te preocupes, Esmeralda. No es tan importante como parece...— Mencionó Cabizbaja— Si existiera alguna forma de evitar dar esa noticia, créeme que lo haría.
—Debería estar emocionada. ¡Usted marcará historia hoy mismo!— Al terminar de peinarla busco qué ropa le favorecía hoy.
—No quiero hacer "historia" ¿Por que tengo que ser yo quien la cambie?— Pregunto irritada, ladeando la cabeza.
—Deja de quejarte y ponte esto, resaltara con tu rostro— La cuidadora le dio un beso en la frente antes de irse— Tranquila, todo saldrá bien. Por algo te escogieron los dioses, querida.
Ketzaly se acercó a la ventana, se sorprendió al ver cómo todos empezaban a reunirse, en ese momento pensó en mil maneras de escapar, pero ninguna era viable.
—¿Estás lista, hija?— La niña lo miro de reojo.
—Aún no— Suspiro resignada —Estoy nerviosa, no estoy segura de esto, Papa.
—¿Nerviosa?— Arqueó una ceja confundido—¿Por que?
—¡¿Por que?! ¡Por qué todos ellos me verán!— Explico exaltada, mirándose en el espejo. Sus carnosos labios estaban resecos, debía tomar más agua.
—Siempre te han visto ¿Cual es el problema ahora?— Se acerco lentamente hacia ella. Había veces que no entendía a su hija.
—Además de mi ostentoso atuendo...— Miró su ropa y volteó los ojos— Tengo miedo a equivocarme y que no me acepten... algo me dice que no estarán de acuerdo...
—No te preocupes, puedes hacerlo, después de todo eres nuestra hija— Su padre le dio un apretón en el hombro— Vamos, nos están esperando afuera.
Al salir de la habitación pudo sentir todas las miradas de los sirvientes sobre ella, no pudo evitar sentirse incómoda. De solo imaginar estar frente a todo su pueblo hacia que se estremeciera.
—¡Cariño! ¡Te vez preciosa! —Su Madre acarició sus mejillas y al ver su corona chueca, la acomido de inmediato— ¿Lista?—Preguntó emocionada.
—Más que lista...— Pronunció con evidente sarcasmo.
—Oh vamos, quita esa cara. ¿Acaso quieres que el pueblo recuerde esa expresión el día de tu coronación? Corre, te están esperando.
La pequeña tomó aire y acomodo nuevamente su corona de plumas, apenas y podía ver con ella encima.
Espero que la presentarán para mostrarse.
—¡Saluden a la princesa Ketzaly! Hija de Yaotzin y Tonalli— El pueblo hizo reverencia, emocionados— Elegida por Quetzacoalt, ¡Futura reina de Tenochtitlán!— Después de unos segundos el reino quedó en total silencio, señal que temía que pasara.
—Buenos días querido pueblo— Grito lo más fuerte que pudo, aunque por dentro sentía morir de vergüenza — Hoy es mi presentación como princesa y futura reina.—Todos parecían más confundidos cada que hablaba— Se ha decidido que mi hermano Cuatli...— Trago saliva pesadamente — Será el líder de los guerreros, entre otras cosas— La gente empezó a murmurar, siempre se había acostumbrado a que el varón se quedara con el trono— Sin más que decir— Alzó la voz, tratando de calmar su temblor— ¡Que empiece el juego de pelota!!
Todos quedaron en shok. La familia real, teniendo un hijo varón, elegirían a la niña como futura reina, eso era algo nuevo para todos.
Ketzaly al regresar con su madre, pudo respirar con tranquilidad — ¡Eso estuvo perfecto hermana!!— Felicitó su hermano menor.
—¿Enserio lo crees?— Pregunto tímidamente.
Su madre asintió— Claro cariño, para tener 12 años no estuviste nada mal.— Le quito la enorme corona a su hija, peinando sus cabellos revoltosos— ¿Vienés a los juegos?
—Gracias, pero prefiero quedarme en mi aposento— Se despidió de su familia . Odiaba ser el centro de atención.