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Chapter 3 - 3. Por segunda vez

Grité y grité sin poder evitarlo, sin poder detenerme si quiera. Aún cuando mi garganta me suplicaba parar no pude, ni cuando mis pulmones se vaciaron de aire casi por completo. Dándome un sentimiento de ahogo.

Mi cuerpo se paralizó y mi cerebro solo repetía la misma escena del chico siendo golpeado una y otra y otra vez. Y en cada repetición escuchaba más fuerte el extraño sonido que su cuerpo emitió. No sabría sí fueron minutos o segundos, cuando sentí de un momento a otro que me encontraba en el suelo. Las palmas sudorosas de mis manos estaban en las frías losetas.

Apenas podía respirar sin la necesidad de toser. No daba crédito a lo que había visto y tampoco supe que pensar cuando vi a la demás gente que sólo miraba al metro acercarse. Ese al que yo también esperaba. Estaban todos en silencio, con la misma cara de momia que traían todos siempre en ese lugar.

«¿En serio no vieron lo que yo vi? ¿Por qué yo sólo me sentía abrumado?» Era extraño ver tanta indiferencia en un solo lugar, o muy probablemente, yo era el extraño.

El metro llegó, las puertas se abrieron y la gente se empezó a meter con forme las filas. La puerta que estaba enfrente de mí también estaba abierta, pero nadie se metía ahí.

Mi cuerpo seguía entumecido, pero aun así, di un pequeño salto en mi lugar cuando escuché el pitido que hacían para avisar que las puertas se cerrarían en cualquier momento.

Aún cuando el metro comenzó a moverse, seguí pensando en aquél chico y pese a que no me gusta aceptarlo, me di cuenta de que en realidad no quería saber nada del asunto.

«Yo no puedo con esto, alguien más se hará cargo de ese chico.» Pensé, tragando un poco de mi amarga saliva.

Así que me metí al vagón justo antes de que las puertas se cerraran y me senté en un lugar que estaba vacío y alejada de la demás gente.

«Que suerte tengo.» Me dije a mi mismo, recordando que siempre luchaba por un asiento en los vagones y ese día, varió un poco.

Sabía que a mí alrededor el metro se estaba movimiento, al igual que también sentía que había gente en ese vagón a la espera de su estación. Pero sus voces se escuchaban lejanas al igual que su presencia. Tal vez ellos no estaban ahí o, tal vez, era yo el que no estaba con ellos.

Cuando el metro se detuvo en la estación en la que bajaría, me di cuenta que el tiempo fue relativamente corto. Cosa que también se me habría hecho rara por el simple hecho de que yo me bajaba en la última estación y que esta, por lo general siempre tardaba un buen rato. Pero nuevamente, no fue así. De hecho sentí alivio al leer el letrero que indicaba la estación en la que estaba.

Bajé y caminé hacia la salida. Seguí mirando el piso, como si fuera la cosa más interesante que existiese en la vida. Hasta que noté por el rabillo de mi ojo, una persona, en lo que me pareció, traía la misma ropa que ese chico que saltó a esas vías.

Sentí un hueco en mi estómago, acompañado de una incómoda sensación al sentirlo cerca.

«No, no puede ser.»

La duda me pudo así que busqué con la mirada algún indicio de sus ropas, de su cara o algo que me confirmara qué lo había visto de verdad y no me estaba volviendo paranoico.

Miré a ambos lados repetitivamente, pese al sudor frío me escurría por la frente, me di cuenta que no había nadie parecido a él. Era solo una ilusión que me había creado.

(...)

Ahí estaba yo. Existiendo en una esquina de mi cama, con el pijama que siempre usaba cuando estaba en mi departamento. Las manecillas del reloj que estaba colgado en una de las paredes pálidas, era lo único que se escuchaba en el pequeño y sombrío lugar.

Tic tac, tic tac.

11:06 pm.

Tic tac, tic tac.

Había llegado hace una hora, pero no me sentía con ánimos de hacer lo que siempre hacía después de llegar a casa.

Que prácticamente consistía en hacer comida para el día de mañana y colocarla en tuppers; asear las cosas que no había hecho con anterioridad y finalmente, escuchar alguna historia de la radio mientras comía una sopa Maruchan. Pero como siempre, alguien tenía que hacerlo.

Mi mente daba vueltas con el mismo tema. Y no paré de pensar en lo sucedido en el metro cuando cociné las verduras sobrantes al vapor. Seguí con esos mismos pensamientos cuando la música de la época inundaba mis oídos; y estos continuaron en mi mente aun cuando, de un momento a otro, deje de escuchar el sonido del reloj.

Después... después, no supe cuánto tiempo había transcurrido, ni dónde estaba, incluso creo que hubo un momento en que no sabía quién era. Lo único que quería hacer era enfocar mi vista para visualizar mi entorno, pero me era imposible. Todo lo que me rodeaba estaba en completa oscuridad. Quería ver algo, en encontrar un objeto o tan siquiera una persona. Algo que me diera una señal de que en realidad no estaba en la nada.

La ansiedad me consumió lentamente, mientras que el sudor frío comenzó a recorrer mi espalda con la lentitud de un caracol. Caminé y caminé por todos lados, sin rumbo fijo. Sintiendo que el aire se salía de mi cuerpo sin poder evitarlo.

Hasta que lo ví.

Estaba a unos cuantos pasos de mí, mirando el suelo, sin prestarme la mínima atención. Un poco de alivio se instaló en mi pecho, relajando mis músculos. A decir verdad, lo observé con detenimiento y tal vez, con alegría, sin creer por completo que era verdad. Aunque su imagen me parecía borrosa por momentos, no perdí la esperanza. Así que comencé a acercarme en su dirección, dispuesto a comprobar que era real y que no lo había imaginado.

Di un paso más, pero el sentimiento de que enfrente ya no había piso, me llenó de miedo. Y me detuve, un tanto contrariado porque no podía ver el suelo que seguía en completa oscuridad.

Así que le grité al chico en un intento por llamar su atención, pero parecía no escucharme. Me fijé más en su rostro, tratando de ver si podía verme hacer alguna señal.

Y mientras hacía señas con mis brazos en alto, empecé a notar rasgos conocidos. Mismos ojos cafés oscuro, misma nariz chata, mismos hombros caídos. Habría jurado que me encontré con la réplica exacta de mí, pero la diferencia era... ¿cómo decirlo? Él parecía tener más vitalidad, probablemente desprendía otro sentimiento al que yo.

Me quedé sin palabras por la sorpresa, y por lo mismo, mis brazos se quedaron quietos y después bajados. Quise retroceder y esconderme debajo de la tierra si era posible, pero fue entonces que me miró. Habría jurado que me estaba mirando en un espejo, pero aquél chico era diferente a mí e incluso podía ver que irradiaba luz.

Mi extraño reflejo, hizo ademán de que iba a hablar, pero de sus labios no salió sonido alguno.

-¿Qué?- pregunté.

Volvió a mover su boca, pero de nuevo no alcancé a escuchar algún sonido de sus labios. Así que volví a preguntar lo mismo, tratando de entender esta extraña situación.

Por suerte, no parecía molesto por no escucharlo. Siguió intentando ser comprendido por mí. Haciendo algo diferente: con su mano derecha señaló repetidas veces la parte de piso que nos separaba. Miré el lugar antes mencionado y después, como única respuesta, hice una mueca visible de no haber entendido.

Siendo sincero, cualquiera en ese punto habría perdido la paciencia conmigo, pero él no, él parecía distinto. Sólo se limitó a seguir señalando el piso repetidas veces. Por lo que, sin querer, quise caminar hacia su dirección y, en su expresión el único cambio que pude notar fue que sus ojos se abrieron un poco más. Alertándose.

Fue entonces que un par de vías aparecieron en mi campo de visión, al mismo tiempo que el claxon del metro retumbó en mis oídos. Él, por su parte, comenzó a hacerme señas de que me fuera, pero no hizo más. Solo se quedó ahí, mirándome. Supongo que en eso sí éramos parecidos.

Odié con profundidad que nunca quitara sus pupilas cafés de mí. Y odié aún más que la misma escena se hubiera repetido en frente de mis ojos.

Soloque ahora, yo era el protagonista.