El lobezno se apoyó contra sus fauces sobre tierra, siendo el pastizal natural y sin cortar lo suficientemente alto para dejarlo perfectamente camuflado. su respiración era pesada, sus caninos estaban comprimidos contra su hocico mostrando una postura intimidante a pesar de estar escondido. el sonido de la cascada era lo único que se oía acompañado por las botas pesadas que removieron la tierra entre las zancadas que daba dicha cazadora- sin embargo, lo único que no pudo imaginar fue el olor afrodisiaco que nublo sus sentidos y fibras más sensibles, captando su completa atención a cada mínimo detalle empezando por la blusa casi transparente acompañada de mangas largas, pero revelando su piel aceituna a la altura de sus hombros siendo complementados por pantalones de material de cuero hecho a mano.
su largo cabello cenizo caía por sus hombros finalizando en su cintura mientras que sus orbes aguamarina casi irreales terminaron por remover aquellos sentimientos de deseo y posesión por tal belleza fémina que creía sepultados.
El castillo casi en ruinas donde ningún alma habitaba además de él; quedaba a solo unos metros del sendero en donde ambos se encontraban, la posibilidad de salir frente a ella y revelar su identidad no parecía lo más sensato, sabiendo que ellos tenían más que aclarado cazar a los roges o exiliados, sin manada o a quién proteger solo era un peligro para su especie e incluso hacía el mismo. llevándolo a recordar los sucesos catastróficos que una droga había causado en su sistema, siendo contaminado por magia oscura que descontrolo su lobo interior— Akhtar llevaba tres años sin dar señales solo abría aquel enlace cuándo necesitaba transformarse- causando millones de muertes tanto como la desgracia y culpa que arrastraba como cadenas eternas.
—Sal de donde sea que estés escondido, tu respiración pesada y olor a perro mojado está arruinando mi descanso matutino- aquella voz fuera de ser titubeante, tenía cierto toque de seguridad mientras su mano alzaba sin dificultad alguna la espada de plata con antiguos escritos tallados a lo largo de su mango.
pero aún no podía arriesgarse a tener una completa multitud de asesinos por naturaleza y contrincantes por elección propia detrás de su pellejo, con una última mirada decidio moverse lo más rápido que sus patas le dejaban cruzando la cascada en segundos alojándose entre las hojas y ramas profundas de las ruinas, no había necesidad para observar hacia atrás.
Sabía que nadie se condenaría a pisar tierras malditas, cuando el aire seguía envenenado y casi se podía oír los gritos de las almas en pena maldiciéndolo- era un ser maldito, y había encontrado su cura y destrucción en un solo día.