Estaba rodeado de ellos. Evité mirarlos a la cara, pero de reojo alcanzaba a ver cómo hablaban entre ellos y reían, cómo revisaban sus armas, cómo se presumían sus cadenas y anillos de oro y cómo subían el volumen de sus respectivas radios hasta el punto en el que había tanto ruido que no se podía oír nada.
De repente, unos cuantos de ellos encendieron las sirenas de sus respectivas patrullas y arrancaron a toda velocidad, como siempre. Nuestro semáforo aún estaba en rojo, por lo que los automóviles que en ese momento avanzaban por el crucero tuvieron que detenerse repentinamente para no chocar contra las patrullas —y para no terminar detenidos por obstrucción a la justicia o algo así.
Las demás patrullas avanzaron poco después. Nuestro semáforo seguía en rojo, pero aun así las patrullas encendieron sus sirenas, avanzaron por el crucero, apagaron sus sirenas y aceleraron a fondo.
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Ya en el estacionamiento del centro comercial revisé mis mensajes. El comprador que iba a verme ahí quería comprarme una figura de Jonathan Wild. En el asiento del copiloto tenía varias figuras de la colección "Hall of InFame" —mejor conocidas como "Infames"— que iba a vender ese día. Estas figuras, como su nombre lo indica, son de varios personajes históricos considerados como infames, desde Hitler o Stalin hasta Al Capone o "El Chapo" Guzmán.
Tomé la figura en cuestión. Jonathan Wild. Parecía una persona cualquiera de los libros de historia, con su tricornio y su peluca blanca. ¿Quién fue él y porque su figura era tan cara? ¿Por qué la gente compraba estas cosas? Bueno, mientras venderlas me diera de comer qué importaba.
Salí de mi auto y entré al centro comercial. Aún era temprano, así que aproveché los minutos para curiosear y, de paso, buscar una tienda con coleccionables baratos para vender, pero no tuve tanta suerte, como tampoco la tuvieron todos los locales que estaban cerrados o rematando su mercancía.
En fin, fui a la parte del centro comercial donde había acordado con mi comprador que nos viéramos y lo esperé ahí.
Casi no había gente.
Al menos no iba a ser difícil reconocer al comprador.
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—¿Tú eres el de los "Infames"? —me preguntó alguien 20 minutos después de la hora acordada.
—Sí, soy yo —guardé mi celular y me levanté. Él miraba fijamente a la figura —Si gustas checarla —se la entregué, y él procedió a revisar detenidamente cada uno de los lados de la caja.
No dejaba de sonreír.
—No, pues sí está 10 de 10, y ya llevaba buen rato buscándola. Oye, ¿tienes local?
—No, solo vendo así por Facebook.
—Ah, ya, y ¿en cuánto me la dejas? —dijo y señaló la figura.
—$1,200. Ya habíamos quedado.
Él miró indecisamente a la figura.
Y después suspiró.
—'Ta bien, pues… ¿Te puedo pagar con transferencia bancaria?
Me encogí de hombros y le pasé mi número de cuenta.
—Perfecto —me dijo—. Deja te transfiero el dinero —sacó su celular, y yo hice lo mismo con el mío. Abrí la aplicación del banco y esperé recibir la transferencia pero, en ese momento, alguien se acercó a nosotros. De reojo solo alcancé a ver que usaba un uniforme azul marino.
"Puta madre," pensé.
—Está prohibido el ambulantaje —dijo el oficial de policía.
—Está bien. Ya nos vamos —dije y me volví hacia la salida, pero el oficial colocó su mano sobre mi hombro.
—Está prohibido el ambulantaje —repitió—. Me los voy a tener que llevar a los dos a la estación.
—No, no, no, espérate —le digo—. No hemos hecho ninguna venta, y ya nos vamos, pues.
Pero el oficial no me quitaba la mano del hombro.
—Yo me encargo —el comprador sacó una placa del bolsillo y se la mostró al oficial.
"Puta madre", pensé.
El oficial asintió con la cabeza y se fue.
—Listo —dijo el comprador, quien también era oficial de policía—. Pero no te enojes con él; lo hace para proteger los negocios que quedan aquí.
—Ah, pero yo pensé que cerraban por tanto crimen y tantas cuotas de 'derecho de piso'. Al menos por eso cerró el negocio donde yo trabajaba.
—Sí, bueno —él tecleó algo con el celular y después me enseñó la pantalla—. Ya hice la transferencia.
Yo revisé mi celular y, en efecto, había recibido el dinero.
—Sí, está bien. Bueno, pues gracias —le dije, y me di media vuelta.
Pero él colocó su mano sobre mi hombro.
—Oye, antes de que te vayas ¿me podrías mandar una foto de las figuras que tienes? A ver si podemos hacer más tratos, y si quieres hasta se las mando a mis compañeros; ellos también coleccionan estas cosas.
—Sí, está bien —le dije y me fui.
Ya en mi hogar, me dirigí hacia los estantes donde tenía todos mis "Infames" a la venta. Al principio eran 10 que había comprado con una parte de mis ahorros. Ahora eran alrededor de 60.
Saqué mi celular y empecé a tomar fotos.
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Estaba fuera de la estación de policía. El comprador de aquella ocasión, junto con varios de sus compañeros, me había encargado varias figuras —Benedict Arnold, Judas Iscariote, Marco Junio Brutus, Robert Hanssen, Antonio López de Santa-Anna, entre otras— y, con el fin de cerrar todos estos tratos en una sola vuelta, me citaron ahí.
"Ya llegué", le mandé un mensaje al comprador de la vez pasada.
"Pues si quieres pásale, que tenemos un buen de chamba", me respondió. "Pregunta por el oficial perez".
Así que entré. Lo único que había ahí era un escritorio, un recepcionista mirando su celular y una puerta.
—Ando buscando al oficial Pérez —le dije al recepcionista. Él me miró de reojo.
—¿Qué es eso? —levantó ligeramente la cabeza para señalar la caja donde traía todas las figuras que iba a vender.
—Son figuras, de las "Infames".
—¿En serio? —el recepcionista inmediatamente se levantó de su escritorio y se acercó a mí—. A ver.
Dejé la caja en su escritorio, saqué una figura al azar y se la di.
Él la inspeccionó con una sonrisa en el rostro.
—Están bien chidas, ¿verdad? —me dijo, miró dentro de la caja y comenzó a sacar las figuras.
—Pues sí —le dije mientras volvía a guardar las figuras que él había dejado a un lado.
—No, pues ahora sí que los oficiales se sacaron la lotería —él me regresó las últimas figuras, y yo las guardé en la caja. Después me dirigí hacia la puerta y entré. Dentro había un montón de policías, unos cuantos iban de un lado a otro, acompañando a la gente de acababan de arrestar; unos más estaban sentados en sus respectivos escritorios escribiendo reportes o algo en sus respectivas computadoras; y todos los demás solo platicaban y perdían el tiempo.
A mi lado había dos oficiales platicando. Apenas llegué se callaron y me miraron.
—Buenas —les dije y dejé la caja en el suelo, saqué mi teléfono del bolsillo y busqué la conversación que había tenido con el comprador de la vez pasada—. El oficial… Pérez, ¿está aquí?
—Sí, al fondo —señaló un escritorio donde había mucha gente.
Tomé mi caja y me dirigí hacia allá. Todos los presentes se callaron y fijaron sus miradas en mí. El comprador de la otra vez estaba sentado en el escritorio, y en este había un montón de figuras "Infames".
Dejé la caja en el único espacio libre que había en el escritorio.
—Que onda, ¿cuáles me encargaste tú?
—Oye —me respondió—, ¿te acuerdas que el otro día estabas cometiendo ambulantaje?
—¿Qué?
—Sí, ese es un crimen muy serio, así que vamos a tener que confiscar tu mercancía —apenas dijo esto, los demás oficiales me tomaron de los brazos y de los hombros.
—¡¿Qué chingaos?! ¡Esa vez tú dijiste que no había problema!
—No —él negó lentamente con la cabeza. Sonreía burlonamente—, yo dije que me encargaba, y eso es lo que estoy haciendo. Este es mi trabajo.
—¡Hijo de tu puta madre! ¡Con razón tienes tantos "Infames"! ¡Te los andas robando!
—No te estamos robando nada —ese hijo de la chingada se acercó a mí. Me miraba con esa maldita sonrisa—. Esto es evidencia. Nosotros solo la estamos confiscando —señaló la caja mientras varios de sus compañeros se repartían mis figuras—. O compruébame que esos "Infames" son tuyos.
—Ok, te lo compruebo. Nomás diles a estos hijos de la verga que me suelten y que dejen mis putas figuras.
Los oficiales me soltaron. Pero no dejaron de repartirse mis figuras.
Bueno, ya iban a ver esos cabrones.
Saqué mi celular y abrí la aplicación de Messenger; ahí había varias conversaciones que había tenido con la gente a la que le había comprado varias de esas figuras.
Se las mostré a ese hijo de su puta madre.
—Esas son solo conversaciones por Facebook, no un documento legal que acredite las compras, como una factura.
—Tengo facturas —dije.
En ese momento los demás oficiales terminaron de repartirse mis figuras y quitaron la caja del escritorio. En medio de todas las figuras de ese hijo de la verga estaba el Jonathan Wild que le había vendido. Rápidamente me acerqué y lo tomé.
—Hey, deja ahí. ¿Qué haces? —me preguntó el oficial.
—Nada, solo me llevo mi figura. Tengo factura O compruébame que es tuya —le dije.
—Pero tú me la vendiste. Mira: aquí está la transferencia —el oficial buscó algo en su celular, y después me lo puso en frente. Tenía su aplicación bancaria abierta y mostraba la transferencia que me había hecho hace unos días.
—Sí, pero eso es solo una transferencia bancaria, no un documento legal que acredite la compra, como una factura. Además, si la figura es tuya, ¿tienes manera de probarlo? ¿No? Entonces es mía. Con permiso —me di la media vuelta y me dirigí hacia la salida.
Pero, justo antes de llegar a la puerta, alguien se colocó detrás de mí y me tocó la nuca con algo frío.
Seguramente era una pistola.
Guardé silencio y dejé que los dos oficiales que había frente a la puerta se acercaran a mí y me quitaran la figura de las manos.
—Ahora me están asaltando, y luego ¿qué? ¿Me van a secuestrar?
—Esto no es un asalto —dijo ese hijo de su reputísima madre. Seguramente era él quien me apuntaba con la pistola—. Solo estamos deteniendo a un criminal que quería llevarse mi figura. Tengo muchos testigos que pueden corroborarlo —después me tiró al suelo, puso mis manos sobre mi espalda y las esposó—. Y no te vamos a secuestrar, solo te estamos arrestando. Este es nuestro trabajo.
Tras decir esto, me levantó del suelo y, junto con varios oficiales, comenzó a arrastrarme a lo que seguramente era una celda. Frente a mí, dos oficiales se acercaron a la puerta y la cerraron lentamente.