Dentro de una cabaña cubierta de blanco, entre una arboleda antigua como son las diosas del castigo, la inmundicia y un aroma a cafe. En la frontera que divide el terreno en donde las bestias prevalecen y el plano mundo donde los bárbaros descendientes de los malditos se reproducen y mueren. La empalagosa armonía de una canción sin final emana por última vez de los labios de Nallive. La última con la virtud de dar vida, se encontraba frente a su mejor creación, y se dejaba arrastrar hacia la tierra infertil.
Un titere al desnudo, sin voz, sin ojos ni cabello, con una superficie aspera sin líneas de expresión, confundido y sin propósito. A su costado un carrete de hilo dorado. La tenue luz proveniente de una chimenea dibujaba sombras toscas en las paredes. Con las muñecas atadas a hilos que no correspondían an nadie. El último titere y el único que prevalecía, yacía su atención en aquella mujer que clavaba las garras en la madera putrefacta mientras era demacrada por el terrible pecado de crear títeres debora hombres.