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—Y ¿va a ser niño o niña? —preguntó Santiago.
—Todavía no sabemos —dijo Esteban.
—¿Todavía no? Pues ¿con qué doctor fueron?
—Con Martínez Ortiz.
—Mejor vayan con López Peralta, es amigo mío. Hasta hace ultrasonido en 4D y la madre. Sí es medio carero, pero si quieren le digo para que les haga un descuento.
—Pero apenas vamos en la tercera semana de embarazo.
—Sí, pero López Peralta es chingón. Yo fui con él cuando tuve a Santi. Él es mucho más chingón que el Martínez Ortiz este.
—Ok.
—Y ¿cómo va la chamba?
—Pues con un chingo de pedos, pero ahí vamos.
—Pues si quieres le hablo al diputado Torres Lambda, es compa mío. Si quieres le digo que te de chamba.
—Pero él es de otro partido.
—¿Y? No, m'ijo, 'tas muy verde. Yo a tu edad ya había puesto dos negocios —los cuales habían fracasado poco antes del año—, pero cada quien crece a su ritmo. Digo, si quieres seguir como chalán ahí en la cámara de diputados pues muy tu pedo.
—Sí, sí, y a ti ¿cómo te va?
—Pues ¿cómo voy a estar?; ya ves que yo tengo que hacerlo todo aquí. Ojalá estuviera como este cabrón —Santiago golpeó con el dedo el ultrasonido de Esteban—, bien agusto dentro de la panza de su madre. Ahí ¿quién lo chinga? ¿Qué pedos tiene?
—Pues si tienes tantos pedos pide ayuda. Ahí está mi papá; te puede ayudar.
—No, pues no te ofendas, pero él está medio wey. Pero si quiere hacer algo, que me diga. Bien que quiere dinero pero no hace nada. Y hablando de ese cabrón.
Esteban padre se acercó a Santiago.
Esteban hijo saludó a su padre y se fue.
—Oye, pues otra vez vengo con lo mismo. Es que no ajusto. No se renta mi casa.
—Pues si vienes con lo mismo, yo te voy a contestar igual. Ya recibes suficiente dinero.
—A Vanessa le estás expandiendo la casa, le pagan todos sus servicios, y cada mes le dan mucho más que a mí.
—Eso no es cierto.
—¿Cómo no? Pregúntale al contador. O es más: tú también llevas el control de toda la contabilidad de la familia. Ahí está todo. Checa cuánto gana ella y cuánto gano yo. Es más: checa cuánto gana cualquiera de los hermanos y cuánto gano yo. No me dan ni la mitad de lo que me toca.
—Mira, carnal: ahorita no tengo tiempo para ver eso; ya ves que yo tengo que hacerlo todo aquí, sin que nadie me ayude, porque si no lo hago yo, ¿quién se va a encargar de la contabilidad, de todas las rentas familiares, de mi propio negocio, de los arreglos en la casa de Vanessa, de la remodelación de esta, la casa de mi madre?
—Pero la cuarta parte de lo que se recibe me toca a mí. Tú dijiste que se iba a repartir en cuatro partes iguales, una para cada hermano.
—Pues tú ya recibes bastante. Y de seguro has de gastarlo todo en chingaderas.
—Claro que no, aquí tengo mis gastos.
Esteban padre le mostró a Santiago las notas con todos los gastos que había tenido en el mes.
Eran notas del súper, de medicamentos, de la gasolina, de la colegiatura de Regina; seguros de varios autos; facturas de agua, luz, teléfono, internet.
Los gastos claramente superaban sus ingresos.
Pero Santiago desvió la mirada y se fue.
—Al cabo tienes tu inversión —dijo—. De ahí agarra.
Santiago sacó su celular. Tenía 34 nuevos mensajes.
1 mensaje de Carlos Rivas Contador.
1 mensaje de Santi Hijo.
1 mensaje de Christian Benitez Abogado.
2 mensajes de Ricardo Peralta Cardiólogo.
2 mensajes de Jorge Estrada Arqui.
3 mensajes de Claudia Enfermera.
4 mensajes de Mauricio Tienda.
8 mensajes de Vanessa.
12 mensajes de Mi pinche EX.
Los ignoró y miró la hora.
Las 4:15 pm.
Guardó el celular en el bolsillo y salió de la casa de su madre. Había un montón de albañiles trabajando en la entrada. Construían un muro.
—¿Cómo va mi casa? —le preguntó a uno de los albañiles.
—Ya en unos días queda el muro, patrón, ya después de eso empezamos lo de la cochera y el jardín.
—Órale pues, cuando acaben el muro me dicen para empezar a poner las cámaras y todo sí.
—Sí, patrón, 'tamos en contacto.
—Ya estás.
Santiago se dirigió a su coche y se volvió hacia la casa de su madre.
Estaba quedando bastante bien. Exactamente como él la quería.
Abrió su auto y se sentó en el asiento del conductor. Tomó su celular y abrió el mensaje de Carlos Rivas Contador. Decía: "tienes las facturas de esteban del 2016 y tambien necesito las de vanessa de dos años para aca, ya me dio varias pero le faltan muchas."
Antes de que Santiago se encargara de todo lo relacionado a la familia, Don José, padre de Santiago, había manejado toda la contabilidad con Alberto Pereira, quien los estafó durante los últimos 10 años al quedarse con el dinero que Don José le daba año con año para pagar los impuestos de toda la familia.
Santiago, al enterarse de esto, demandó a Alberto Pereira y contrató al contador Carlos Rivas. El problema era que él tuvo que crear los archivos fiscales de cada miembro de la familia desde cero, y aún no acababa. Además, la demanda contra Alberto Pereira seguía en proceso, pero aparentemente estaba a punto de terminar.
Santiago dejó su celular en uno de los portavasos del auto y arrancó. Aceleró rápidamente y comenzó a rebasar autos.
Pero tuvo que detenerse en un alto.
Tomó su celular y revisó el mensaje de Santi Hijo. Decía: "donde estas? Si vas a pasar por mi o le hablo a mi mama?"
Y fue enviado a las 2:40 pm.
Revisó el mensaje de Christian Benitez Abogado. Decía: "si nos vemos a las 4 no?"
Santiago regresó su celular al portavasos y aceleró.
—¿Dónde carajos está Pereira?
Santiago, Christian Benitez Abogado y un grupo de policías estaban afuera del despacho de contabilidad de Alberto Pereira.
Venían a embargarlo.
Pero el despacho estaba vacío.
Y Pereira no contestaba su celular.
Seguramente había se había dado a la fuga.
—¡ME LLEVA LA CHINGADA! —gritó Santiago—. ¡¿POR QUÉ NO HICISTE NADA, CABRÓN?!
—Pues te dije que estaba vendiendo todas sus propiedades —respondió Christian Benitez Abogado—, pero tú me dijiste que me esperara.
—¡CLARO QUE NO, YO NO ME ACUERDO!
—¿Cómo no? Me dijiste que tenías un chingo de cosas que hacer y que ahorita no podías encargarte también del embargo, que al cabo ya lo teníamos bien amarrado.
—¡PUES LO HUBIERAS HECHO TÚ, PARA ESO TE PAGO!
—Lo hice. Llevo más de 6 meses en chinga.
—¡PUES TE TARDASTE; YA SE NOS PELÓ ESE CABRÓN!
—Hubiera acabado antes si no me hubieras dicho que me esperara.
—¡QUE YO NO TE DIJE ESO, NO MAMES!
—'ta bien, 'ta bien, ya.
—Y ¿ahora qué chingaos hacemos? —preguntó Santiago.
—Pues nomás esperar a que lo encuentren.
Santiago regresó a su auto y se encerró ahí.
—¡CHINGADA MADRE! —gritó—. ¡PINCHE PUTO HIJO DE TU REPUTÍSIMA MADRE! ¡!¡PERO TE VOY A ENCONTRAR, CABRÓN, Y TE VOY A PARTIR TODA TU PINCHE PUTA MADRE, PORQUE NO TE VAS A BURLAR DE MÍ, HIJO DE LA VERGA! ¡TE VOY A CHINGAR BIEN Y BONITO! ¡DE MÍ TE VAS A ACORDAR! ¡Y PINCHE CHRISTIAN PENDEJO; NO HICISTE NADA, CABRÓN! ¡¿PARA QUÉ PUTAS SIRVES?! ¡ESTÁS DESPEDIDO, PENDEJO! ¡ME LLEVA LA CHINGADA, ¿POR QUÉ TENGO QUE HACELO TODO YO MIENTRAS ESOS HIJOS DE SU REPUTÍSIMA MADRE NO HACEN NI MADRES?! ¡PINCHES MANTENIDOS! ¡YA PASAN DE LOS CINCUENTA, NO MAMEN, YA HAGAN ALGO CON SUS PUTAS VIDAS! —y solo dejó de gritar porque ya le ardía la garganta.
También había golpeado el volante y el tablero hasta que le dolieron los puños.
Después se llevó las manos a la cabeza y respiró lentamente para tratar de calmarse.
Tomó su celular y revisó sus mensajes.
Ignoró los de Ricardo Peralta Cardiólogo.
Revisó los mensajes de Jorge Estrada Arqui. El primero decía: "Que onda santi, oye fíjate que ahorita vimos que las casas tienen moho y pues no te voy a mentir, arreglarlas va a salir en una buena lana pero pues ni modo de dejarlas asi"
Y el segundo: "Ya hicimos la cotización y te va a salir en 30 por casa.
Jorge Estrada era el encargado de remodelar las casas del fraccionamiento de la familia. Hace unos meses le había comentado que el clima de la ciudad era muy seco y que prácticamente nadie tenía problemas de moho. También su padre, quien se había encargado de ese fraccionamiento por más de 30 años, jamás había tenido ese problema.
Pero quién sabe. Quizá había moho por culpa del aire acondicionado que acababan de instalar.
Santiago respondió: "pues ya que chingaos, empiezale y luego vemos."
Después revisó los mensajes de Claudia Enfermera. El primero decía: "la señora Esther no quiere comer"
El segundo: "dice que esta esperando a que regreses"
Y el tercero: "le digo que ahorita llegas o le hago la lucha"
Santiago respondió: "ya sabes que ella no me debe esperar dale de comer" y revisó su reloj.
Eran las 5:48 pm.
Santiago encendió su auto y arrancó.
—Entonces serían $34,000 por la reparación —dijo Angélica, la arrendataria.
—Pero eso te toca a ti, fue una falla en tus tuberías.
—Viene estipulado en el contrato que todas las reparaciones las hago yo, pero corren por tu cuenta.
—Pero eso ha de ser ilegal. Así me vas a cobrar lo que se te pegue la gana.
—Checa tu contrato, así viene. O ¿no lo leíste?
—Pero no fue mi culpa, y aparte se me inundó todo el negocio. Todos mis comics y mis timbres valieron madre.
—Pues hubieras asegurado tu negocio.
—Ahí tienes mi depósito: agárralo de ahí.
—El depósito es para cuando finalice el contrato, y ya te dije, esto te toca pagarlo a ti.
Santiago salió de las oficinas de Angélica, se encerró en su auto y volvió a gritar y a lanzar golpes hasta que le dolieron la garganta y los puños respectivamente.
Después se llevó las manos a la cabeza y respiró lentamente para tratar de calmarse.
Cuando logró calmarse un poco, sacó su celular y buscó: "seguros para negocios".
Revisó los mensajes de Mauricio Bodega. El negocio de Santiago constaba de tres locales, dos tiendas y una bodega.
El primer mensaje decía: "creo que está faltando producto"
El segundo: "vamos a hacer inventario otra vez"
El tercero: "si esta faltando mucho producto"
El cuarto: "se me hace que se lo esta llevando todo este Javier, ya correlo"
Javier era hijo de Jorge Quezada, uno de sus compañeros de universidad, por lo que no iba a despedirlo.
Además, se perdía mucho producto desde mucho antes de que Santiago lo contratara, en ese tiempo solo tenía a Manuel, y Manuel era un gran amigo suyo.
Y Manuel nunca se había llevado bien con Jorge Quezada.
En fin, Santiago revisó los mensajes de Vanessa.
El primero decía: "Hola oye, ya que están expandiendo mi casa no estaría mejor darme otro cuarto para que Paty guarde ahí sus peluches"
El segundo dec��a: "Oye, aprovechando que le vas a hacer otro cuarto a Paty, también expande nuestros closets, ya no cabemos "
E ignoró los demás.
También ignoró todos los mensajes de Mi pinche EX.
Los borró, de hecho.
Santiago miró el reloj.
Eran las 6:33 pm.
Santiago encendió su auto y arrancó.
—Pero es que no te puedo pagar —dijo Don Bernardo—. Ya no ajusto con la pensión.
—Pues sí, pero ya debe 6 meses, y ya habíamos quedado en que me iba a pagar la mitad a fin de mes o si no lo iba a embargar.
—Es que y mis hijos ya no me depositan, y ni modo que me dejes en la calle.
—Ya habíamos quedado —Santiago dio media vuelta y dejó que los policías entraran en la casa de Don Esteban y le embargaran sus bienes.
Aunque no había nada de valor.
Santiago solo alcanzó a visitar las casas de otros 4 inquilinos y de otros 3 en diferentes partes de la ciudad. No embargó a ninguno de ellos, pero sí les dio un primer aviso.
Eran las 11:29 pm. Santiago regresó a casa de su madre. Él había vivido ahí durante toda su vida, y era el único lugar donde se sentía verdaderamente cómodo.
Entró a la casa.
—Hola, hijo —Esther se le acercó. Vestía un ropón holgado, y caminaba tambaleándose ligeramente.
Estaba cada vez más delgada.
—Hola, madre. ¿Por qué sigues despierta?
—Es que te estaba esperando.
—Pero ya te dije que no me esperaras.
—¿Cuándo?
—Todos los días.
—No me acuerdo.
—Bueno, y ¿ya cenaste?
Esther miró a Santiago.
—No te acuerdas, ¿verdad, madre?
—No.
—¿Tienes hambre?
—No.
—Entonces ya cenaste. Vámonos a dormir.
—Está quedando muy bien la casa.
—Sí, ¿verdad, madre? Ahí va, pero sí me está costando.
—Le va a quedar muy bien a Regina, porque yo se la quiero dejar cuando me vaya.
Santiago frunció el ceño y se encerró en su cuarto.
Su madre siempre decía lo mismo.
Regina, Regina, Regina.
Y Regina era solo su nieta; no se merecía esa casa. Él siempre había cuidado a su madre, siempre se había preocupado por ella, y es que ambos siempre fueron muy unidos, a diferencia de sus hermanos; ellos solo visitaban a su madre para pedirle dinero o para reclamarle por asuntos de hace más de 20 años. Él era el único hijo que de verdad la quería, que le tenía la confianza para compartirle varios aspectos de su vida, que siempre la había apoyado cuando ella tenía algún problema, y por eso la casa iba a ser suya.
En fin, entró al baño.
Él estaba cada vez más pálido y delgado.
Sus ojeras eran cada vez más notorias.
Su cabello era cada vez más escaso.
—Estoy bien —dijo Santiago y se lavó la cara.
Salió del baño y fue a su escritorio. Ahí había cómics, películas y timbres postales, contratos, tickets, facturas, ceniceros repletos de colillas de cigarro, memorias USB, platillos a medio comer (y a medio pudrir), uno que otro bicho que pasaba por ahí y un montón de medicinas. Encendió su computadora y comenzó a revisar contratos de arrendamiento, documentos de Excel con la contabilidad de cada miembro de su familia, correos de parte de sus proveedores, el seguimiento de cada uno de sus envíos, cotizaciones de la remodelación de varios inmuebles (incluyendo la casa de su madre, la de Vanessa y las del fraccionamiento que rentaba), fichas de pago de solo la mitad de sus inquilinos, el calendario y las calificaciones de sus hijos, todo lo relacionado a la demanda de su exesposa, ofertas de algunos coleccionables que podía comprar para su negocio, cotizaciones de sistemas de seguridad, planes de teléfono e internet, calificaciones y reseñas de diferentes compañías aseguradores, el estado de todas las cuentas bancarias que manejaba, facturas que debía pagar, salarios que ya debía, el estado de sus pedidos, el menú semanal de la cocina económica donde compraba, páginas de internet con consejos para reducir el estrés y la ansiedad y varios videos pornográficos.
Santiago miró la hora. Eran las 2:27 am. Apagó la computadora y tomó las pastillas que le había recetado el cardiólogo:
· 1 de Amlodipino/Valsartán/Hidroclorotiazida;
· 1 de Ezetimiba/Simvastatina, y
· 1 de Esomeprazol.
Y una tableta de Difenhidramina para dormir.
Revisó la alarma de su reloj. Estaba programada para las 6 am.
Santiago dejó el celular en la mesita de noche, se acostó en su cama y se cubrió con el cobertor.
Pensó en la casa de su madre, y en cómo sacaría a sus hermanos de ella. Apenas se repartiera la herencia, él se quedaría con la casa (y la cuarta parte de todo), cerraría las puertas y que cada quien se rasque con sus uñas.
Él pasaría el resto de sus días dentro de la casa de su madre.
Santiago abrazó el cobertor y se acomodó de lado con las piernas recogidas.
No podía sentirse más cómodo.