Chapter 221 - Capítulo 16

Para: GobDes%ShakespeareCol@MinCol.gob/viaje

De: MinCol@MinCol.gob

Asunto: Como pediste

Clave de intercambio: 3390ac8d9afff91 21001

Estimado Ender:

Como has pedido, he enviado al sistema de la nave un mensaje de mi parte y del polemarca Bakossi Wuri empleando la conexión que insertaste en el software ansible de la nave. Si tu programa se ejecuta como se supone que debe hacer, tomará el control de todas las comunicaciones de la nave. Además, te adjunto la notificación oficial al almirante Morgan para que la imprimas y se la entregues.

Espero que te hayas ganado su confianza lo suficiente para que te permita tener todo el acceso que precisas para dar uso a todo esto.

Una vez que lo borres, este mensaje no dejará ningún rastro de su existencia.

Buena suerte,

HYRUM

El almirante Morgan había estado en comunicación con el gobernador en funciones en funciones, Ix Tolo (vaya nombre más ridículo), porque el gobernador en funciones oficial había tenido la mala educación de ausentarse para partir en un viaje sin sentido, cuando se le necesitaba para el traspaso público de poder. Probablemente el tipo no podía soportar que le quitasen el puesto, el muy vanidoso.

El oficial ejecutivo de Morgan, el comodoro Das Lagrimas, le confirmó que, en la medida en que tal cosa se podía garantizar desde la órbita, la pista construida por los colonos para el transbordador se ajustaba a las especificaciones. Gracias al cielo que ya no había que asfaltar... La época en que los vehículos voladores tenían que aterrizar sobre ruedas debía haber sido muy cargante.

Lo único que le preocupaba era que el chico Wiggin iría con él en el primer aterrizaje. Hubiera sido muy fácil decir a los viejos colonos que él se había

adelantado a Wiggin para preparar el camino. Así hubiera tenido tiempo de sobra para hacerles comprender que Wiggin era un adolescente y que difícilmente podría ser el auténtico gobernador.

Dorabella estuvo de acuerdo con él. Pero luego le .dijo:

—Por supuesto, todas las personas mayores de la colonia son los pilotos y soldados que lucharon al mando de Ender. Podría decepcionarles no verle. Pero no, así será mucho más especial cuando aterrice posteriormente.

Morgan lo meditó y decidió que tener a Wiggin a su lado podía ser más beneficioso que perjudicial. Que viesen al niño legendario. Por eso hizo ir al chico Wiggin a su camarote.

—No sé si debes decir algo a los colonos a tu llegada —dijo el almirante Morgan.

Era una prueba: ¿se mostraría Wiggin contrariado si lo obligaba a guardar silencio?

—Por mi bien —dijo Wiggin al instante—. No se me dan bien los discursos.

—Excelente —dijo Morgan—. Llevaremos marines por si planean ofrecer algún tipo de resistencia... nunca se sabe, toda esa cooperación podría ser una treta. Llevan cuatro décadas aquí aislados... Tal vez los ofende la imposición de autoridad desde cuarenta años luz de distancia.

Wiggin se puso serio.

—Nunca se me había ocurrido. ¿Realmente cree que podrían rebelarse?

—No, no lo creo —dijo Morgan—. Pero un buen comandante se prepara para todas las eventualidades. Estoy seguro de que con el tiempo adquirirás ese hábito.

Wiggin suspiró.

—¡Me queda tanto por aprender!

—Cuando lleguemos, bajaremos la rampa de inmediato y los marines asegurarán el perímetro. Saldremos cuando la gente se haya congregado en la base de la rampa. Yo te presentaré. Diré unas palabras, luego tú volverás al transbordador hasta que pueda conseguirte un alojamiento adecuado en el asentamiento.

—Toguro —dijo Wiggin.

—¿Qué?

—Lo siento. Argot de la Escuela de Batalla.

—Oh, sí. Yo nunca fui a la Escuela de Batalla. —Por supuesto, el mocoso tenía que recordarle que había ido a la Escuela de Batalla y Morgan no. Pero que usara argot era buena señal. Cuando más infantil pareciese Wiggin, más fácil sería dejarle de lado.

—¿Cuándo podrá bajar Valentine?

—Pasarán varios días hasta que llevemos a los nuevos colonos. Debemos asegurarnos de hacerlo de forma ordenada. No queremos sobrecargar a los viejos colonos con demasiados de los nuevos hasta que no haya casa y comida para todos. Lo mismo por lo que respecta a los suministros.

—¿Bajaremos con las manos vacías? —preguntó Wiggin, sorprendido.

—Bien, no, claro que no —dijo Morgan. No había pensado en eso. Sería todo un gesto si llevaban algunas cosas—. ¿Qué te parece? ¿Comida? ¿Chocolate?

—Ellos tienen mejor comida que nosotros —dijo Ender—. Fruta y verdura fresca... ése será su regalo para nosotros. Pero apuesto a que se pondrían como locos por los deslizadores.

—¡Deslizadores! Eso es tecnología importante.

—Bien, no es que sean de mucha utilidad en la nave —dijo Ender, riendo—. Pero en ese caso... algo de equipo de xeno. Algo que les demuestre lo mucho que nuestra llegada les será de ayuda. Es decir, si tiene miedo de que nos odien, entregarles un poco de tecnología útil nos convertirá en héroes.

—Por supuesto... eso planeaba. Simplemente no había pensado en los deslizadores para el primer descenso.

—Bien, vendrían muy bien para llevar la carga a donde la vayan a almacenar. Sé que estarían encantados de no tener que cargar las cosas a mano, en carros ó en lo que usen para el transporte.

—Excelente —dijo Morgan—. Ya empiezas a aprender a ser un líder. —El chico era listo de verdad. Y sería Morgan quien se beneficiara de la buena voluntad por haber traído los deslizadores y otros equipos de alta tecnología. A él mismo se le hubiera ocurrido de haber tenido un rato para detenerse a pensarlo todo bien. El chico podía pasarse el día pensando, pero Morgan no se lo podía permitir. Estaba trabajando constantemente y, aunque Das Lagrimas se ocupaba bien de casi todo, Morgan además tenía que tratar con Dorabella.

No es que ella fuese exigente. Al contrario, le apoyaba asombrosamente. Nunca se inmiscuía en nada, no intentaba meter baza cuando el asunto no iba con ella. Nunca se quejaba de nada, siempre se adaptaba a sus planes, siempre le sonreía, le animaba y le comprendía, pero jamás intentaba darle consejos ni hacerle sugerencias.

Lo distraía, sin embargo. De una forma muy agradable. Cuando no estaba ocupado con alguna reunión se descubría pensando en ella. La mujer era sencillamente asombrosa. Tan bien dispuesta. Tan deseosa de agradar. Era como si Morgan no tuviese más que pensar en algo para que ella lo hiciera. Morgan no hacía sino dar excusas para regresar a su camarote, y ella siempre estaba allí, siempre feliz de verle, siempre dispuesta a escuchar, y sus manos, tocándole, haciendo que resultase imposible ignorarla o irse tan pronto como debía.

Otras personas le habían contado que el matrimonio era un infierno. La luna de miel dura un día y luego ella se pone a exigir, a insistir, a quejarse. Todo mentira.

Quizá sólo fuese de aquel modo con Dorabella. Pero, si tal era el caso, se alegraba de haber esperado para casarse con la mujer entre un millón que podía hacer a un hombre verdaderamente feliz.

Porque estaba perdidamente enamorado. Sabía que sus hombres se reían de él a sus espaldas... los veía sonreír cuando volvía de un encuentro de una o dos horas con Dorabella en un día de trabajo. ¡Que riesen! No era más que envidia.

—¿Señor? —dijo Wiggin.

—Oh, sí—dijo Morgan. Le había vuelto a pasar... en medio de una conversación se había puesto a pensar en Dorabella—. Tengo muchas cosas en la cabeza y creo que con esto ya hemos terminado. Estate en el transbordador a las 08.00... a esa hora cerraremos las puertas, todo habrá sido cargado en el turno de tarde. El descenso llevará varias horas, me dice el piloto, pero nadie podrá dormir... así que hoy querrás acostarte temprano para estar descansado. Y es mejor tener el estómago vacío al entrar en la atmósfera, no sé si me entiendes.

—Sí, señor —dijo Wiggin.

—Entonces, puedes irte —dijo Morgan.

Wiggin le saludó y se fue. A Morgan casi se le escapó una carcajada. El chico ni siquiera comprendía que, incluso en la nave de Morgan, la superioridad de Wiggin como vicealmirante le daba derecho a ser merecedor de cierta cortesía, incluido el derecho a irse cuando le apetecía en lugar de esperar a que lo despidieran como a un subordinado. Pero estaba bien mantener al chico a raya. El simple hecho de que le hubiesen concedido esa graduación antes de que Morgan se ganase la suya no significaba que Morgan tuviese que fingir respetar a un adolescente ignorante.

Antes de que Morgan llegase, Wiggin ya estaba en su sitio, vestido de civil en lugar de llevar el uniforme militar... lo que estaba bien, porque no convenía nada que la gente viese que tenían insignias y uniformes idénticos y que Ender tenía muchas más condecoraciones de batalla. Morgan se limitó a hacerle un gesto y ocupó su asiento en la parte delantera del transbordador, con la consola de comunicación a su disposición.

Al principio el vuelo del transbordador fue un viaje espacial normal: suave, perfectamente controlado. Pero cuando orbitó el planeta y luego se dirigió al punto de entrada, el transbordador se reorientó de tal forma que el escudo disipase el calor, y fue cuando comenzaron los saltos, los virajes y los giros. Como le había dicho antes el piloto: «Girar y virar no tiene importancia. Si nos ponemos a cabecear, entonces tendremos problemas.»

Cuando se estabilizó en un vuelo sin problemas a diez mil metros, Morgan se encontraba muy mareado. Pero el pobre Wiggin...

El chico prácticamente había volado al baño, donde sin duda vomitaba el hígado. A menos que hubiese olvidado no comer y tuviese algo que vomitar.

El aterrizaje se produjo sin problemas, pero Wiggin no había vuelto a su asiento... aterrizó en el baño. Y cuando los marines informaron de que la gente se congregaba, Wiggin seguía dentro.

Morgan fue en persona a la puerta del baño y llamó.

—Wiggin —dijo—, es la hora.

—Sólo unos minutos más, señor —dijo Wiggin. La voz sonaba débil y entrecortada—. De verdad. Mirar los deslizadores los mantendrá ocupados unos minutos y luego nos recibirán con vítores.

A Morgan no se le había ocurrido enviar por delante los deslizadores, pero Wiggin tenía razón. Si la gente ya había visto algún producto maravilloso de la tecnología terrestre, sentiría todavía más entusiasmo cuándo él se presentase.

—No pueden mirar los deslizadores eternamente, Wiggin —dijo Morgan—.

Cuando sea el momento de salir, espero que estés preparado para unirte a mí.

—Lo estaré —dijo Wiggin. Pero luego otro sonido de vómito demostró que la afirmación era una mentira.

Claro está, las arcadas podían producirse teniendo o no teniendo náuseas. Morgan sufrió un ataque momentáneo de sospecha y abrió la puerta sin previo aviso.

Allí estaba Wiggin, arrodillado frente al inodoro, con al vientre estremeciéndose al arquear el cuerpo en otra arcada. Se había quitado la chaqueta y la camisa, que estaban tiradas en el suelo cerca de la puerta... Al menos el chico había pensado en no mancharse la ropa de vómito.

—¿Puedo ayudar? —preguntó Morgan.

Wiggin le miró con un rostro que era una máscara de náuseas apenas contenidas.

—No puede durar siempre —dijo débilmente, logrando sonreír un poco—. En un minuto estaré bien.

Y luego volvió a la taza. Morgan cerró la puerta y logró no sonreír. Ahí quedaban sus dudas de que el chico pudiera no cooperar. Wiggin se perdería su propia entrada triunfal y no sería culpa de Morgan.

Por supuesto, el oficial que envió a buscarle regresó con un mensaje y no con el chico.

—Dice que saldrá en cuanto pueda.

Morgan consideró la idea de enviarle el mensaje de que no permitiría que la llegada tardía de Wiggin fuese a distraer a la gente en medio de su propio discurso. Pero no, podía permitirse ser magnánimo. Además, no parecía que Wiggin fuese a estar preparado pronto.

El aire de Shakespeare era agradable pero extraño; había una brisa ligera en la que flotaba algún tipo de polen. Morgan era muy consciente de que simplemente por respirar podía estar envenenándose con el gusano chupasangre que al principio casi había matado a la colonia, pero tenían tratamiento contra ellos y les darían la primera dosis con tiempo de sobra. Así que, por primera vez en mucho tiempo, saboreó el aire de un planeta... había estado en la Tierra por última vez seis años antes del comienzo de aquel viaje.

El paisaje cercano era como la sabana: árboles salpicando el paisaje, muchos arbustos. Pero a ambos lados de la pista crecían las cosechas, y comprendió que sólo habían podido encajarla en medio de sus campos. Debían odiar haberlo tenido que hacer. Menos mal que se le había ocurrido enviar primero los deslizadores para distraerlos del daño causado en las cosechas por la pista de aterrizaje.

Sorprendentemente, había mucha gente. Recordó vagamente que los centenares de la invasión original ahora serían más de dos mil, ya que se habían estado reproduciendo como conejos, incluso considerando el número relativamente bajo de mujeres de la fuerza original.

Lo importante era que aplaudían cuando salió. A lo mejor los aplausos se debían más a los deslizadores que a él, pero por él ya estaba bien siempre que no hubiese resistencia.

Sus ayudantes habían montado un sistema de locución pública, pero Morgan no creía que fuese a necesitarlo. La multitud era numerosa, pero muchos eran niños y estaban tan apretujados que, desde la parte superior de la rampa, se les podía hablar a todos. No obstante, ya que habían montado el atril, Morgan habría quedado como un tonto si no lo usaba. Así que se acercó hasta él y lo agarró con ambas manos.

—Hombres y mujeres de la colonia Shakespeare. Os traigo los saludos de la Flota Internacional y el Ministerio de Colonización.

Había esperado aplausos, pero... nada.

—Soy el contraalmirante Quincy Morgan, el capitán de la nave que ha traído a nuevos colonos, equipo y suministros para vuestro asentamiento.

Una vez más, nada. Oh, le escuchaban con atención, y no eran hostiles, pero se limitaban a asentir, y eso sólo unos cuantos. Era como si esperasen. ¿Esperasen qué?

Esperaban a Wiggin. La idea le llegó como bilis que sube a la garganta. Saben que se supone que Wiggin es su gobernador y le esperan.

Bien, pronto descubrirán lo que es Wiggin... y lo que no es.

Luego Morgan oyó el sonido de pisadas corriendo en el interior del transbordador y descendiendo la rampa. Wiggin no hubiese podido elegir mejor momento. A él le iría mucho mejor si la multitud podía mirarle.

La atención de la multitud se desplazó hacia Wiggin y Morgan sonrió.

—Os presento a...

Pero no le oyeron. Sabían quién era. Los aplausos y los gritos ahogaron la voz de Morgan, a pesar del sistema de amplificación, y no tuvo que decir el nombre de Wiggin porque la multitud ya lo gritaba.

Morgan se volvió para dedicarle al chico un gesto de bienvenida y quedó conmocionado cuando se encontró a Wiggin vestido de uniforme. Sus condecoraciones eran casi obscenamente abundantes (empequeñecían todas las del pecho de Morgan). Era ridículo... Wiggin simplemente jugaba a videojuegos, y allí estaba, cargado de medallas por todas las batallas de la guerra, y con todas las que le habían concedido tras la victoria.

Y el cabroncete le había engañado deliberadamente. Se había vestido de civil y luego se había cambiado en el baño para poder eclipsarle. ¿El mareo también había sido fingido, para poder realizar su gran entrada? Bien, Morgan mostraría una sonrisa falsa y luego haría que el chico pagase por aquello. Después de todo, quizá no mantuviese a Wiggin como figura decorativa.

Pero Wiggin no se dirigió al lugar que Morgan le indicaba, a su lado, tras el atril. En lugar de eso Wiggin le entregó un papel doblado y luego corrió por la rampa hacia la superficie... donde la multitud le rodeó de inmediato, sus gritos de «¡Ender Wiggin!» convertidos en parloteos y risas.

Morgan miró la hoja. A lápiz, Wiggin había escrito: «Su supremacía terminó cuando el transbordador llegó a la superficie. Su autoridad se acaba al pie de esta rampa.» Y la había firmado «almirante Wiggin», recordándole que, en puerto, era su superior.

Las agallas del chico. ¿Creía que algo así se sostendría allí, a cuarenta años de cualquier autoridad superior? ¿Y cuando era Morgan el que mandaba un contingente de marines bien entrenados?

Morgan desdobló el papel. Era una carta. Del polemarca Bakossi Wuir y del ministro de Colonización Hyrum Graff.

* * *

Ender reconoció de inmediato a Ix Tolo por la descripción que le había hecho Vitaly, y corrió directamente hacia él.

—Ix Tolo —gritó al llegar—. ¡Me alegra conocerte!

Pero incluso antes de llegar junto a Tolo y darle la mano, Ender buscaba a los ancianos y a las ancianas. La mayoría estaban rodeados de jóvenes, pero Ender los buscó e intentó reconocerlos basándose en las caras más jóvenes que había examinado y memorizado antes incluso de la partida.

Por suerte, acertó en el primer caso, y en el segundo, llamándolos por su nombre y graduación. Hizo que fuese un momento solemne, el primer encuentro con los pilotos que realmente habían luchado en la guerra.

—Me enorgullece conocerlos al fin —dijo—. La espera ha sido larga.

De inmediato la multitud comprendió qué hacía y retrocedió, acercando a los ancianos para que Ender pudiese verlos. Muchos lloraron al darle la mano a Ender; algunas de las mujeres mayores insistieron en abrazarle. Intentaron hablarle, contarle cosas, pero él sonrió y levantó la mano, indicándoles: «Esperad un minuto, debo saludar a más gente.»

Dio la mano a todos los soldados y, cuando alguna vez se equivocaba de nombre, ellos le corregían entre risas.

A su espalda, los altavoces seguían en silencio. Ender no tenía ni idea de qué haría Morgan con respecto a la carta, pero allí su obligación era mantenerlo todo en marcha, para que nunca hubiese un hueco en el que Morgan pudiese insertarse.

En cuanto hubo dado la mano al último anciano, Ender alzó la suya y se volvió, indicándole a la gente que se congregase a su alrededor. Lo hicieron... de hecho ya lo habían hecho y estaba completamente rodeado por la multitud.

—Hay a quienes no he podido llamar —dijo—. Hombres y mujeres a los que no he podido conocer. —Luego, de memoria, recitó los nombres de todos los que habían muerto en la batalla—. Demasiados muertos. Si hubiese sabido el precio que se pagaba por mis errores, quizás hubiese cometido menos.

Oh, lloraron al oírlo, e incluso algunos gritaron:

—¿Qué errores?

Y luego Ender recitó otra lista de nombres: los de los colonos muertos en las primeras semanas del asentamiento.

—Sobre su muerte y su esfuerzo heroico se levanta esta colonia. El gobernador Kolmogorov me contó cómo vivíais, lo que lograsteis. Yo era todavía un chico de doce años en Eros cuando vosotros luchabais contra las enfermedades de esta tierra, y triunfasteis sin mi ayuda.

Ender se llevó las manos a la altura de la cara y aplaudió, con fuerza y solemnidad.

—Honro a los que murieron en el espacio y a los que murieron aquí. Le vitorearon.

—¡Honro a Vitaly Kolmogorov, que os dirigió durante treinta y seis años de guerra y paz! —Más vítores—. Y a Sel Menach, ¡un hombre tan sencillo que no pudo soportar enfrentarse a las atenciones que sabía que recibiría hoy! —Vítores y risas—. Sel Menach, que me enseñará todo lo que preciso saber para poder serviros. Porque,

estando yo aquí, tendrá tiempo de volver a su verdadero trabajo. —Rugidos de risas y vítores.

Y desde detrás de la multitud, desde los altavoces, llegó el sonido de la voz de Morgan:

—Hombres y mujeres de la colonia Shakespeare, por favor, perdonad mi interrupción. No estaba previsto que el programa de hoy se desarrollara de esta forma.

La gente que rodeaba a Ender miró confusa hacia la parte superior de la rampa. Morgan hablaba en un tono agradable, incluso jocoso. Pero él era irrelevante en lo que había estado sucediendo. Era un intruso en aquella ceremonia. ¿No comprendía que Ender Wiggin era un comandante victorioso que se reunía con sus veteranos?

¿Qué tenía Quincy Morgan que ver con todo eso?

¿No había leído la carta?

* * *

Morgan sólo podía dedicar la mitad de la atención a la carta, tan furioso estaba con Wiggin por haberse dirigido directamente a la multitud. ¿Qué hacía? ¿De verdad se sabía el nombre de toda esa gente?

Pero luego recibió el impacto de la carta y la leyó con toda su atención.

Estimado contraalmirante Morgan:

El antiguo polemarca Chamrajnagar, antes de retirarse, nos advirtió del riesgo de que usted hubiese mal interpretado la naturaleza limitada de sus responsabilidades al llegar a la colonia Shakespeare. Acepta toda la responsabilidad por tal malentendido y, si se equivocaba, nos disculpamos por las acciones que hemos emprendido. Pero debe comprender que nos sentimos obligados a tomar medidas preventivas en caso de que usted esté confundido pensando que debe ejercer su autoridad, aunque sea momentáneamente, en la superficie del planeta. Nos hemos asegurado de que, si se comporta con absoluta corrección, nadie, excepto usted y el vicealmirante Andrew Wiggin, sabrá que estábamos preparados para atajar la situación en caso de que actuase inapropiadamente.

Lo correcto es lo siguiente: aceptará que al poner el pie en Shakespeare, el vicealmirante Wiggin se convierte en el gobernador Wiggin, con autoridad absoluta sobre todos los asuntos relativos a la colonia y cualquier transferencia de personas y material a la colonia. Conserva su graduación de vicealmirante, por lo que, fuera de la nave en sí, él es su superior y debe usted someterse a su autoridad.

Regresará a su nave sin poner el pie en el planeta. No se reunirá con ningún miembro de la colonia. Realizará de forma ordenada el completo traspaso de toda la carga y las personas de

su nave a la colonia, siguiendo con exactitud las indicaciones del gobernador Wiggin. Hará que la ComFI y el MinCol estén al corriente de sus acciones informando cada hora por medio de ansible de todo lo que haga para cumplir las órdenes del gobernador Wiggin.

Damos por supuesto que eso era lo que siempre tuvo intención de hacer. Sin embargo, debido a la advertencia del polemarca Chamrajnagar, previmos la posibilidad de que tuviese otros planes y que hubiese considerado seguirlos. El viaje de cuarenta años que nos separa nos obligó a tomar precauciones que podremos anular, y así lo haremos, cuando la misión se complete con éxito y usted vuelva a la velocidad de la luz.

Cada doce horas, el gobernador Wiggin nos informará por medio de ansible holográfico, dando fe de que usted cumple con su deber. Si no nos informa, o si parece estar sometido a cualquier tipo de coacción, activaremos un programa que ahora reside en el ordenador de su nave. El programa también se activará si se produce cualquier intento de reescribirlo o volver el software a un estado anterior.

Ese programa iniciará una transmisión vocal y holográfica en los ansibles que hay a bordo de su nave y en los transbordadores, en todos los altavoces y pantallas de ordenador de su nave y de los transbordadores, y también en todos los ansibles de la colonia Shakespeare, afirmando que se le acusa de motín, ordenando que no se le obedezca y que debe ser arrestado y puesto en estasis para el viaje de regreso a Eros, donde se le juzgará por motín.

Lamentamos que la existencia de dicho mensaje le resulte ofensiva si no planeaba comportarse de otra forma que no fuese la estrictamente correcta. Pero en tal caso su correcto comportamiento le garantizará que nadie vea ese mensaje, y cuando haya regresado a la velocidad de la luz, después de haber cumplido con éxito la misión, el mensaje desaparecerá del ordenador de su nave y no quedará ningún rastro de su existencia. Regresará usted con todos los honores y su carrera continuará inmaculada.

Una copia de esta carta ha sido enviada a su oficial ejecutivo, el comodoro Vlad das Lagrimas, pero no podrá abrirla mientras el gobernador Wiggin siga certificándonos que toma usted las decisiones correctas.

Como la suya es la primera nave colonial que llega a su destino, sus acciones establecerán un precedente para toda la F.I. Ansiamos poder comunicar a toda la flota la excelencia de sus acciones.

Sinceramente,

Polemarca BAKOSSI WURI

ministro de Colonización HYRUM GRAFF

Morgan leyó la carta, al principio lleno de furia y terror, pero gradualmente fue adoptando una actitud diferente. ¿Cómo podían haber imaginado que había planeado algo que no fuese supervisar la toma ordenada de poderes por parte de

Wiggin? ¿Cómo se había atrevido Chamrajnagar a decirles nada que los indujese a pensar que pensaba hacer otra cosa?

Tendría que enviarles una carta muy seria informándolos de que se sentía decepcionado por ser tratado de una forma tan arrogante e innecesaria.

No, si enviaba la carta, ésta pasaría a formar parte de su expediente. Debía mantenerlo limpio. E iban a darle mucha publicidad al hecho de que él era el primer capitán de una nave colonial en completar su misión: eso sería un inmenso plus en su carrera.

Debía actuar como si la carta no existiese.

La multitud vitoreaba. No habían dejado de vitorear y aplaudir mientras Morgan leía la carta. Alzó la vista y vio que ya rodeaban por completo a Wiggin. Ninguno de ellos miraba el transportador, la rampa, al almirante Morgan. Ahora que se fijaba, comprobaba que todos miraban atentamente a Ender Wiggin, con devoción, con avidez. Vitoreaban, reían o lloraban con cada palabra que decía.

Increíblemente, le adoraban.

Incluso sin la carta, incluso sin la intervención de la ComFi y el MinCol, Morgan había perdido su batalla por el poder cuando Ender Wiggin apareció vestido de uniforme, llamó a los veteranos por su nombre e invocó el recuerdo de los muertos. Wiggin sabía ganarse sus corazones y lo hacía sin engaño ni coacción. Simplemente se limitaba a molestarse en aprenderse los nombres y los rostros, y a recordarlos. Lo único que había hecho había sido guiarlos a la victoria cuarenta años antes, cuando Morgan tenía a su cargo una operación de suministro en el cinturón de asteroides.

Por lo que sé, esta carta podría ser un farol. El mismo Wiggin la ha escrito, simplemente para distraerme mientras él ejecutaba su maniobra de relaciones públicas. Si yo decidiese inmiscuirme, si decidiese actuar a sus espaldas para socavar la confianza que le tienen, para destruirle como gobernador y que yo tuviese que ofrecerme y...

La gente volvió a vitorear cuando Wiggin invocó el nombre del gobernador en funciones.

No, Morgan jamás podría socavar su confianza en Wiggin. Querían que fuese su gobernador, mientras que Morgan no era nadie para ellos. Un extraño. Un intruso. Ya no pertenecían a la F.I. No les importaban la autoridad ni la graduación. Ahora eran ciudadanos de esa colonia, pero tenían consigo a la leyenda de su fundación. El gran Ender Wiggin, en su victoria, acabó con todos los insectores de la superficie de aquel mundo, dejando libre el terreno para todos esos humanos, para que pudiesen llegar e instalarse allí. Y ahora Wiggin había ido en persona a reunirse con ellos. Era como el segundo advenimiento de Cristo. Las posibilidades de Morgan habían quedado reducidas a cero.

Sus ayudantes le miraban con atención. No tenían ni idea del contenido de la carta, pero temía que mientras la leía su rostro no hubiese sido tan impasible como pretendía; es más, el hecho de mostrarse impasible era un claro mensaje en sí mismo. Así que Morgan les sonrió:

—Bien, ahí queda el guión. Parece que el gobernador Wiggin tiene sus propios planes acerca de cómo debe transcurrir el día. Habría estado bien que nos lo hubiese contado, pero... no hay forma de prever las bromas de los chicos.

Sus ayudantes rieron, porque sabían que eso era lo que el capitán esperaba. Morgan sabía perfectamente que comprendían perfectamente lo que había sucedido allí. No las amenazas de la carta, sino el absoluto triunfo de Wiggin. A pesar de ello, Morgan actuaría como si así hubiesen estado previstas siempre las cosas, ellos se comportarían de la misma forma y se mantendría la disciplina de la nave.

Morgan se volvió hacia el micrófono. En una pausa de los vítores y gritos, habló, en un tono amistoso y bromista:

—Hombres y mujeres de la colonia Shakespeare, por favor, perdonad mi interrupción. No estaba previsto que el programa de hoy se desarrollara de esta forma.

Distraída, incluso molesta, la multitud se volvió hacia él. De inmediato volvieron a mirar a Wiggin, que miraba a Morgan sin la sonrisa luminosa de la victoria, con la misma expresión solemne que siempre tenía en la nave. El muy cabrón. Lo había estado tramando desde el principio sin jamás dejar entrever nada. Ni siquiera cuando Morgan pasaba los vídeos de Wiggin en su camarote, incluso cuando le veía con la hija de Dorabella, el chico no había dejado de fingir en ningún momento, ni un segundo.

Gracias a las estrellas que se va a quedar en este mundo en lugar de regresar para ser mi rival en la F.I.

—Sólo os robaré un momento de vuestro tiempo —dijo Morgan—. Mis hombres descargarán de inmediato todo el equipo que hemos traído y los marines se quedarán para ayudar al gobernador Wiggin en lo que desee. Yo regresaré a la nave y seguiré las instrucciones del gobernador Wiggin sobre el orden que hay que seguir y el momento de realizar la descarga de material y personas a la superficie. Mi labor aquí ha terminado. Os felicito por vuestros logros en este lugar y os agradezco vuestra atención.

Hubo aplausos dispersos, pero Morgan sabía que la mayoría no le había prestado atención y simplemente esperaba a que terminase para poder seguir adorando a Andrew Wiggin.

Ah, bien. Cuando volviese a la nave, allí estaría Dorabella. Casarse con esa mujer había sido la mejor decisión de su vida.

Por supuesto, no tenía ni idea de cómo se tomaría la noticia de que, después de todo, ella y su hija no serían colonas... que se quedarían con él en el viaje de regreso a la Tierra. Pero ¿por qué iban a quejarse? La vida en esa colonia sería primitiva y dura. La vida como esposa de un almirante (el primer almirante en llevar nuevos colonos y suministros a una colonia) sería agradable, y Dorabella florecería en ese entorno social; a Dorabella se le daba genial. Y la hija... bien, podría ir a la universidad y tener una vida normal. No, no sería normal, excepcional... porque la posición de Morgan sería tan elevada que podría garantizarle a Alessandra las mejores oportunidades.

Morgan ya se había vuelto para regresar al interior del transbordador cuando oyó la voz de Wiggin llamándole.

—¡Almirante Morgan! Creo que esta gente no ha comprendido lo que ha hecho por todos nosotros, y precisan oírlo.

Como Morgan tenía reciente en la mente la carta de Graff y Wuri, no pudo evitar percibir ironía y mala intención en las palabras de Wiggin. Estuvo a punto de entrar en el transbordador como si no le hubiese oído.

Pero el chico era el gobernador, y Morgan debía pensar en su propio mando. Si pasaba del chico, sus hombres lo considerarían una admisión de su derrota... y además muy cobarde. Por tanto, para que no le perdieran el respeto, se volvió para oír lo que el chico tuviese que decir.

—Gracias, señor, por traernos a salvo hasta aquí. No sólo a mí, sino a los colonos que se unirán a los originales y los nacidos en este mundo. Usted ha restablecido la conexión entre el mundo de la especie humana y estos hijos lejanos de la especie.

Luego Wiggin les habló a los colonos.

—El almirante Morgan, su tripulación y estos marines que veis aquí no vinieron a luchar en una guerra y a salvar a la especie humana, y ninguno de ellos morirá a manos del enemigo. Pero han realizado un gran sacrificio idéntico al realizado por los primeros colonos. Se separaron voluntariamente de todo lo que conocían y de todo lo que amaban para lanzarse al espacio y el tiempo y encontrar una nueva vida entre las estrellas. Y todos los colonos de esta nave han entregado todo lo que tenían, apostando por una nueva vida entre vosotros.

Los colonos se pusieron a aplaudir espontáneamente, al principio unos cuantos, pero pronto todos ellos, para luego vitorear... al almirante Morgan, a los marines, a los colonos todavía desconocidos de la nave.

Y el chico Wiggin, maldita sea, le saludaba. Morgan no tuvo más elección que devolverle el saludo y aceptar la gratitud y el respeto de los colonos como un regalo de Wiggin.

Luego Wiggin caminó hacia el transbordador... pero no para decirle nada más a Morgan. Se acercó al comandante de los marines y le llamó por su nombre. ¿El chico también se había aprendido los nombres de todos los hombres y marines de Morgan?

—Deseo que conozca a su homólogo —dijo Wiggin en voz alta—. El hombre que comandó a los marines en la expedición original. —Le guió hasta un anciano, y ambos se saludaron, y en un instante todo fue un caos de marines rodeados por ancianos, ancianas y también jóvenes.

Morgan sabía ya que poco de lo que Wiggin había hecho era por él, por Morgan. Sí, tenía que asegurarse de que Morgan sabía cuál era su lugar. Lo logró en el primer minuto, distrayendo a Morgan con la carta mientras demostraba que conocía por el nombre a los colonos originales, y actuaba (justificadamente) como el comandante de veteranos que se reunía con ellos cuarenta y un años después de la gran victoria.

Pero el principal propósito de Wiggin era dar forma a la actitud de esa comunidad hacia Morgan, hacia los marines, hacia la tripulación de la nave estelar, y, lo más importante, hacia los nuevos colonos. Los había unido hablando de su sacrificio común.

Y el niño decía que no le gustaba dar discursos. Vaya mentiroso. Había dicho exactamente lo que era preciso decir. A su lado, Morgan era un novato. No, un torpe incompetente.

Morgan regresó al interior del transbordador, deteniéndose sólo para decir a los oficiales expectantes que el gobernador Wiggin les daría las órdenes sobre la descarga.

Luego fue al baño, rompió la carta en trochos diminutos, los masticó hasta dejarlos convertidos en pulpa y escupió todo al lavabo. El sabor a papel y tinta le provocó náuseas y tuvo un par de arcadas antes de lograr controlarse.

Luego fue al centro de comunicaciones y almorzó. Todavía comía cuando un teniente supervisó a un par de nativos que traían una buena selección de fruta fresca y verduras, como había predicho Wiggin. Estaba delicioso. Luego Morgan se echó una siesta hasta que uno de sus asistentes le despertó para decirle que la descarga había terminado, que habían subido a bordo un amplio suministro de comida excelente y agua fresca, y que estaban a punto de despegar para regresar a la nave.

—El chico Wiggin será un buen gobernador, ¿no crees? —dijo Morgan.

—Sí, señor, eso creo, señor —dijo el asistente.

—Y pensar que creía que iba a necesitar ayuda para empezar —Morgan rió—.

Bien, tengo que capitanear una nave. ¡Volvamos a ella!

* * *

Sel observaba cauteloso cómo la larva regresaba a la cueva. ¿Iba por él o simplemente volvía por donde había venido? Podía comprobarlo moviéndose, pero el simple movimiento podría llamar su atención.

—Buena larva —susurró Sel—. ¿Qué tal un poco de perro reseco?

Metió la mano en la mochila para sacar la comida, pero no estaba allí. Po tenía su comida.

Pero Sel llevaba en la cintura una bolsita con la comida para la caminata del día. La abrió, sacó la carne seca de perro y las verduras que llevaba y se lo lanzó todo a la larva.

El bicho se detuvo. Tocó la comida tirada en el suelo. Por si lo de enviar imágenes mentales funcionaba, Sel recreó la imagen mental de la comida formando parte del vientre de un bicho dorado moribundo. Es pensamiento mágico, se dijo, creer que lo que forme mentalmente afectará al comportamiento de esta bestia. Pero al menos aquello le servía para ocupar la mente mientras comprobaba si la larva prefería la comida en porciones pequeñas o en un trozo grande y en movimiento.

La larva se elevó y hundió las fauces abiertas en la comida, como una remora fijándose a un tiburón.

Sel podía imaginarse una versión más pequeña de la larva exactamente así... una remora, uniéndose a una criatura mayor para chuparle la sangre. ¿O para penetrar en su interior?

Recordó los diminutos parásitos que habían matado a la gente en los primeros días de la colonia. El que Sel había repelido inventando aditivos para la sangre.

La criatura es un híbrido. Medio nativa de este mundo. Medio derivada de organismos del mundo insector.

No, no de «organismos». Derivada de los propios insectores. La estructura corporal era básicamente formicoide. Hacía falta una ingeniería genética muy creativa y avanzada para construir una criatura viable que combinase los atributos de dos especies que habían surgido de linajes genéticos tan dispares. El resultado era una especie medio insectora, por lo que quizá la reina colmena podría comunicarse con ella mentalmente, controlarla como a los otros insectores. Sólo que era lo suficientemente diferente para no estar completamente conectada con la reina... por lo que cuando la reina colmena murió, los bichos dorados no murieron.

O quizá ya contaban con una especie que empleaban para las tareas menos importantes, una dotada de un enlace mental débil con las reinas colmena, y ésa era la que habían cruzado con los gusanos parásitos. Esos dientes increíbles que podían atravesar el cuero, la tela, la piel y los huesos... Pero inteligentes, o casi. Era posible que la mente de la reina colmena los controlase todavía.

O mi mente. ¿Regresó porque la he llamado? ¿O simplemente toma primero la comida más fácil?

La larva ya había descendido sobre todos los trozos y los había devorado... junto con una delgada capa de suelo de piedra cada vez. Tenía hambre.

Sel formó una imagen mental... una complicada. Una imagen de Sel y Po trayendo comida al túnel. Alimentando a la larva. Mostró cómo él y Po salían y entraban en la cueva, trayendo comida. Mucha comida. Hojas. Grano. Fruta. Animales pequeños.

La larva se le acercó y dio una vuelta a su alrededor. Se retorció alrededor de sus piernas. ¿Como una constrictor? ¿También poseía ese comportamiento?

No. No apretó. Más bien era como un gato.

Luego se le colocó detrás, empujándole hacia el túnel.

Sel obedeció. La cosa comprendía. Se estaba produciendo una comunicación rudimentaria.

Sel se apresuró hacia el túnel, se arrodilló, se sentó y empezó a deslizarse. La larva le adelantó por el túnel y se detuvo. Esperando.

La imagen llegó a su mente, un destello: Sel agarrándose a la larva.

Sel agarró la superficie seca y articulada de la criatura, y ésta volvió a avanzar. Tenía cuidado de no golpearle contra la pared, aunque le rascó ocasionalmente. Le dolía y probablemente sangrase, pero no se le rompió ningún hueso y los cortes no eran profundos. Quizá la hubiesen criado para ayudar así a los insectores cuando todavía vivían. A un insector no le hubiese molestado golpearse un poco contra la pared.

La larva se detuvo. Pero Sel ya podía ver la luz del día. También la larva. No salió, se apartó de la luz y se hundió en el túnel.

Cuando Sel salió a la luz y se puso en pie, Po corrió hacia él y le abrazó.

—¡No te ha comido!

—No, me ha traído —dijo.

Po no sabía bien cómo entenderlo.

—Toda nuestra comida —dijo Sel—. Le he prometido que le daríamos de comer.

Po no discutió. Corrió a la mochila y se puso a pasarle comida a Sel, que la reunió formando una cesta con la camisa.

—Por ahora es suficiente —dijo Sel.

Al cabo de un momento se había sacado la camisa llena de comida. Luego avanzó laboriosamente otra vez por el túnel. Al instante la larva estuvo allí, retorciéndose a su alrededor. Sel abrió la camisa y dejó la comida. La larva se puso a comer vorazmente. Sel seguía lo suficientemente cerca de la entrada para poder caminar en cuclillas.

—Nos hará falta más comida —dijo.

—¿Qué es comida para la larva? —preguntó Po—. ¿Hierba? ¿Arbustos?

—Se ha comido la verdura de mi bolsa del almuerzo.

—Por aquí no crece nada comestible.

—No es comestible para nosotros —dijo Sel—. Pero, si tengo razón, esta cosa es medio nativa de este mundo y probablemente pueda metabolizar la vegetación local.

Si algo se les daba bien era reconocer la flora local. Pronto estuvieron mandando camisas repletas de tubérculos por el túnel. Se turnaron para llevar comida a la larva.

* * *

Morgan había entrado en el transbordador; Ender había dado sus órdenes y la tripulación descargaba mientras los colonos cargaban los deslizadores y llevaban la carga al lugar adecuado. Otras personas sabían mejor que Ender cómo dirigir y ejecutar esas tareas, así que los dejó y se fue con Ix a la estación xeno donde estaban el ansible de Sel y otros equipos de comunicación.

—Sólo debo enviar un mensaje rápido a Eros —dijo Ender. Mientras lo escribía, la voz del joven Po Tolo se escuchó por radio.

—No, no soy tu padre —dijo Ender—. Le llamaré.

No le hizo falta... Ix había oído a Ender, probablemente hubiese oído la voz de Po por radio, y llegó instantáneamente. Ender terminó con rapidez su mensaje mientras seguía lo sustancial de la conversación de Ix con su hijo. Ender envió el mensaje a Graff y Wuri justo cuando Ix decía:

—Llegaremos antes de lo que crees. Ix se volvió hacia Ender.

—Debemos llevar un deslizador a Sel y Po. Se han quedado sin suministros.

Ender no podía creer que Sel pudiese planificar tan mal algo como para que le pasara algo así. Pero antes de que pudiera decir nada, Ix habló.

—Han encontrado una criatura —dijo—. Al menos un híbrido. Vive en una cueva. Seis patas en la forma adulta. Una enorme larva como un gusano. Puede masticar la roca, pero no la metaboliza. Se moría de hambre, así que le dieron toda su comida.

—Es un hombre muy generoso —dijo Ender.

—¿El deslizador puede llegar hasta allí? ¿Recorrer doscientos kilómetros sobre terreno irregular?

—Sin problema —dijo Ender—. Se carga con el sol, pero el alcance normal es quinientos kilómetros sin parar a recargar.

—Me alegro de que llegaseis justo en este momento.

—No es una coincidencia —dijo Ender—. Sel se fue porque yo llegaba, ¿recuerdas?

—Pero no era necesario que lo hiciese —dijo Ix.

—Lo sé. Pero, como ya he dicho, es un hombre muy generoso.

Hicieron que en unos veinte minutos cargasen dos deslizadores con comida y, además de a marines experimentados para manejarlos, Ender se llevó consigo a Ix en el menos cargado de los dos.

Qué lástima que ninguno de los nuevos xenos esté ya despierto... se habrían dejado matar por la oportunidad de venir. Pero todo a su debido tiempo.

De camino, Ix le explicó a Ender lo poco que había descubierto hablando con su hijo.

—Po no quería elucubrar, es un chico cauteloso, pero, por lo que dice, Sel cree que es algún tipo de fusión genética entre una especie formicoide y un gusano local... Incluso cabe la posibilidad de que sea el gusano de sangre que intentó eliminar a la primera generación.

—¿El que controlan con inyecciones?

—Ahora tenemos métodos mejores —dijo Ix—. Preventivos más que paliativos. No pueden afianzarse. El problema al principio era que estábamos infectados antes de saber siquiera que teníamos un problema. Pero mi generación jamás se infectó. Ni la tuya tampoco lo hará. Ya verás.

—Define «formicoide» —dijo Ender.

—La verdad es que no estoy muy seguro, Po y yo no hemos hablado mucho. Pero... supongo que dice «formicoide» de la misma forma que nosotros decimos

«mamífero» o incluso «cordado» en lugar de «humanoide».

Ender parecía un poco decepcionado.

—Debes comprender que estoy un poco obsesionado con los insectores. Mi antiguo enemigo, ¿sabes? Cualquier cosa que me ayude a comprenderlos...

Ix no dijo nada. O lo comprendía o no lo comprendía. En cualquier caso, lo que realmente le importaba era que tanto su hijo como su mentor estaban ahí fuera, sin comida, y que acababan de hacer un descubrimiento tan importante que las oleadas llegarían a la Tierra y a todas las colonias.

Como sólo había un satélite en el cielo (la nave de transporte original) no tenían forma de triangular una señal de posicionamiento. Eso vendría después, cuando la gente de Morgan situase en órbita la red de geosincrónicos. Por ahora, dependían por completo de los mapas generados antes del aterrizaje y de la descripción hecha por Po de la ruta que tenían que seguir. A Ender le impresionó que las instrucciones del

chico fuesen perfectas. No se había dejado ni un solo elemento importante, no tomaron ni un solo giro equivocado. Tampoco hubo retrasos.

Incluso avanzando con cautela, llegaron rápido. Allí estaban cinco horas después de la llamada de Po, y todavía era de día, aunque no lo sería por mucho tiempo. Al entrar en el valle con todas sus bocas de cueva, Ender comprobó divertido que el joven que les hacía señas tenía como mucho uno o dos años más que él. ¿Por qué le había sorprendido que Po pudiese realizar un trabajo bueno y de fiar? ¿No llevaba Ender varios años haciendo el trabajo de un hombre?

Ix saltó del deslizador casi antes de que parase y corrió hacia su hijo para abrazarle. Puede que Ender fuese el gobernador, pero Ix estaba al mando allí, dando instrucciones a los marines sobre dónde aparcar y descargar. Ender autorizó las instrucciones con un guiño, y luego se dedicó a ayudar a los hombres con su tarea. Ya era lo suficientemente alto como para hacer una buena labor, aunque no tanto como dos adultos con entrenamiento de marine. Mientras trabajaban, encontraron temas de conversación y Ender sacó uno en el que había estado pensando la mayor parte del viaje.

—De un mundo como éste —dijo Ender—, casi lamentas volver a irte, ¿no?

—Yo no —dijo uno de los hombres—. Todo está muy sucio. ¡Prefiero la vida a bordo y la mala comida!

Pero el otro no dijo nada. Se limitó a dirigir una mirada a Ender para luego apartar la vista. Así que se lo estaba pensando. Quedarse. Sería algo que Ender tendría que negociar con Morgan. Iba a lamentar que su forma de parar los pies a Morgan le impidiera encontrar la forma de que algunos miembros de la tripulación se quedasen. Aun así, había tiempo para encontrar el método. Para llegar a un acuerdo... porque había al menos unos cuantos de la generación joven nacida en Shakespeare que ansiaban salir de aquel lugar, de su diminuto poblado, y ver el mundo. Era la antigua tradición del mar. Y del circo. Pierdes a algunos miembros en cada puerto o ciudad, pero ganas algunos otros de pies inquietos y ojos soñadores.

De la cueva salió un anciano al que le llevó más que un poco estirarse después de haber estado dentro. Habló un momento con Po e Ix, y luego, mientras ellos entraban en la cueva tirando de un trineo cargado de raíces y fruta (un trineo que Ix se había asegurado de cargar en un deslizador), Sel Menach se volvió para mirar a Ender por primera vez.

—Ender Wiggin —dijo.

—Sel Menach —dijo Ender—. Po dice que dentro hay un gusano gigantesco. Sel miró a los marines, que tenían las manos en las armas.

—No hacen falta armas. No es que hablemos con esas cosas, pero comprenden imágenes rudimentarias.

—¿Cosas? —preguntó Ender.

—Llegaron dos más mientras alimentábamos a la primera. No sé si son suficientes para sostener a una población, pero es mejor que encontrarse con una especie de la que sólo queda un ejemplar. O ninguno.

—«Formicoide» es una palabra que se ha repetido —dijo Ender.

—No puedo estar seguro hasta que no analicemos el material genético —dijo Sel—

. Si realmente fuesen insectores, estarían muertos. Los cuerpos adultos tienen caparazón; no tienen pelaje, ni endoesqueleto. Es posible que estén menos cerca de los insectores que los lémures de nosotros... o tan cerca como un chimpancé. Pero Ender —dijo Sel con los ojos relucientes—. He hablado con ella. No, le he «pensado». Le he ofrecido imágenes y ha respondido. Y me ha enviado una. Me ha mostrado cómo podía llevarme por el túnel.

Ender miró la ropa rota de Sel.

—Un paseo duro.

—La carretera es dura —dijo Sel—. El paseo ha estado bien.

—Sabes que vine aquí por los insectores —dijo Ender.

—Yo también —dijo Sel, sonriendo—. Para matarlos.

—Pero ahora para comprenderlos —dijo Ender.

—Creo que aquí hemos encontrado una clave. Quizá no abra todas las puertas, pero algo abrirá. —Le pasó el brazo por los hombros y lo apartó de los demás. A Ender habitualmente le disgustaba ese gesto... así era como un hombre dejaba clara su superioridad sobre otro. Pero en el caso de Sel no era así. Era más bien una afirmación de camaradería, incluso de conspiración—. Sé que no podemos hablar abiertamente —dijo Sel—, pero dímelo directamente. ¿Eres gobernador o no?

—De hecho y de nombre —dijo Ender—. Hemos sorteado la amenaza y ha vuelto a la nave, cooperando, como si tal hubiese sido siempre su intención.

—Quizá lo fuese —dijo Sel. Ender rio.

—Y quizás antes de que termine el día esa larva nos enseñe algo de análisis matemático.

—Me alegraré si sabe contar hasta cinco.

Más tarde, después de anochecer, cuando los hombres se sentaron alrededor del fuego para comer la comida recién hecha y que se estropeaba con facilidad que la madre de Po había enviado para la cena, Sel se mostró hablador, rebosante de elucubraciones, lleno de esperanza.

—Esas criaturas metabolizan oro y lo almacenan en el caparazón. Quizá lo hagan también con el metal de la mina, o quizá tuviesen subespecies distintas para los metales que necesitaban. Quizás ésta no sea la única población con supervivientes.

Quizá podamos dar con mineros de hierro, mineros de cobre, estaño, plata, aluminio, lo que nos haga falta. Pero si este grupo es una muestra media, entonces encontraremos algunos grupos extintos y otros cuya población será mayor. Sería demasiado extravagante que éste resultase ser el único grupo superviviente del planeta.

—Lo haremos de inmediato —dijo Ender—. Mientras todavía tengamos marines de la nave para ayudarnos en la búsqueda. Y pueden llevar consigo a... colonos, para que aprendan a manejar los deslizadores como expertos antes de la partida de la nave.

Ix rió.

—Has estado a punto de decir «nativos» en lugar de «colonos».

—Sí —admitió Ender con tranquilidad—. Así es.

—Da igual —dijo Ix—. Los insectores tampoco evolucionaron aquí. Así que

«nativo» simplemente significa «nacido aquí», y eso es aplicable a Po y a mí... a todos excepto a los miembros de la generación de Sel. Nativos y recién llegados, pero en la siguiente generación todos serán nativos.

—Entonces, ¿crees que ésa es la palabra que deberíamos utilizar?

—Nativos shakespearianos —dijo Ix—. Eso somos.

—Espero que no tengamos que hacer alguna ceremonia de sangre o de iniciación para ser aceptados en la tribu.

—No —dijo Ix—. Los hombres blancos que traen deslizadores son siempre bien recibidos.

—Que yo sea blanco no significa... —Luego Ender vio las chispitas en los ojos de Ix y sonrió—. Estoy demasiado deseoso de no ofender —dijo Ender—. Tanto que me ofendo enseguida.

—Con el tiempo te acostumbrarás a nuestro sentido del humor maya —dijo Ix.

—No, no te acostumbrarás —dijo Sel—.Al menos, nadie ha logrado acostumbrarse.

—Todos menos tú, viejo —dijo Ix.

Sel se rió con los demás y luego la conversación tomó por otros derroteros. Los marines describieron su entrenamiento y hablaron de cómo había sido la vida en la Tierra y en la sociedad de alta tecnología que se movía por el Sistema Solar.

Ender se dio cuenta de que Sel tenía la mirada perdida y lo malinterpretó.

Mientras se preparaban para dormir, Ender dedicó un momento a preguntarle:

—¿Alguna vez piensas en volver? ¿A casa? ¿A la Tierra? Sel se estremeció visiblemente.

—¡No! ¿Qué haría allí? Aquí es donde tengo a todos y todo lo que me importa. — Volvió a adoptar esa mirada melancólica—. No, simplemente pienso que es una maldita lástima que no diese con este lugar hace treinta, veinte o incluso diez años. He estado demasiado ocupado, con demasiado trabajo en el asentamiento, siempre queriendo hacer el viaje... y si lo hubiese hecho entonces ahora habría más de ellos con vida y yo tendría más años para participar en la investigación. ¡Una oportunidad perdida, mi joven amigo! No hay vida sin lamentaciones.

—Pero te alegras de haberlos encontrado ahora.

—Sí —dijo Sel—. Todo el mundo pierde algo y encuentra otra cosa. Esto es algo que he ayudado a encontrar. Sin un minuto que perder. —Sonrió—. Me he dado cuenta... No sé si importa, pero la larva no se había comido el bicho dorado que encontramos, el que seguía vivo. Y esas larvas son voraces.

—¿Sólo comen carroña? —preguntó Ender.

—No, no, atacaron a las tortugas sin problemas. No eran tortugas de la Tierra, simplemente las llamamos así. Les gusta la carne viva. Pero comer los bichos dorados, eso era canibalismo, ¿comprendes? Ésa era la generación de sus padres. Los comían porque no había nada más. Pero esperaban a que muriesen. ¿Entiendes?

Ender asintió. Comprendía perfectamente. Un respeto rudimentario por los vivos. Por los derechos de los demás. Fueran lo que fuesen esos bichos dorados, no eran simples animales. No eran insectores, pero quizá diesen a Ender la oportunidad de adentrarse en la mente insectora, al menos con un grado de separación.