Chapter 213 - Capítulo 8

Para: GobDes%Shakespeare@MinCol.gob/viaje

De: MinCol@MinCol.gob

Asunto: Informe sobre creación de planeta

Estimado Ender:

No sabía si debía enviarte esto. Por una parte es fascinante, incluso alentador; por otra, sé que has sufrido enormemente por la destrucción del mundo natal de los insectores y que los recordatorios podrían serte dolorosos. Me arriesgo al dolor (tu dolor, así que para mí no es ningún riesgo, ¿no?) porque si alguien debe recibir estos informes, ése eres tú.

HYRUM

Mensaje reenviado:

Para: MinCol@MinCol.gob

De: LPo%formcent@ComFl.gob/vda

Asunto: Informe sobre creación de planeta

Estimado Hyrum:

No estoy seguro de si formas parte del grupo de los que deben conocer esta información, ya que pasará mucho tiempo antes de que el planeta objetivo esté listo para la colonización. Pero dado que allí ya no hay presencia enemiga, he creído que te gustaría conocer el resultado... nuestro informe oficial de «valoración de daños».

(Te habrás dado cuenta de que en mi nuevo puesto, NO se me permite emplear las abreviaturas militares habituales y llamar a mi área «ValDa» o «DaVal» Debemos emplear sólo el acrónimo VDA. Como dicen los chicos: kuso.)

EnlaceSeguro7977@rTfu7&la ***********vda,gob

Lo he arreglado de tal forma que tu nombre completo sea una clave temporal la semana que viene.

Por si no tienes tiempo de leer el informe completo, aquí tienes un resumen. El antiguo mundo natal de los insectores destruido el año pasado por medio de desintegración molecular se está formando de nuevo. Nuestra nave de seguimiento, en lugar de intentar recuperar una batalla perdida, ha descubierto que su misión es astronómica: observar la formación de un planeta a partir de, literalmente, polvo elemental.

Dado que el campo MD lo rompió todo dejando sólo los átomos constituyentes, está recomponiéndose con asombrosa rapidez. Recientemente la nave observadora estuvo en posición de ver la nube de polvo con la estrella directamente detrás, y durante ese periodo realizó espectrometría de masas suficiente para garantizar que la mayoría de los átomos han vuelto a formar las moléculas habituales y esperadas, y que la gravedad de la nube era la suficiente para mantener el material en su sitio. Se han producido algunas pérdidas debido a la velocidad de escape y otras adicionales debido a la gravedad solar, el viento solar y demás, pero según las mejores estimaciones el nuevo planeta no tendrá menos de un ochenta por ciento de la masa original, y quizá tenga más. Con ese tamaño, todavía tendrá una atmósfera potencialmente respirable. También habrá un núcleo fundido y un manto, océanos y la probabilidad de movimientos tectónicos en las áreas más gruesas de la corteza: a saber, continentes.

Es decir, aunque nunca se encontrarán artefactos de la antigua civilización, el planeta en sí volverá a ser un buen paquete, en órbita estelar, durante los próximos mil años, y posiblemente dentro de diez mil esté tan frío como para poder ser explorado. Se podría colonizar dentro de cien mil años, si lo sembramos con bacterias oxigenadoras y otras formas de vida en cuanto se formen por completo los océanos.

Puede que los humanos seamos destructivos, pero la sed de creación del universo no descansa nunca.

Li

Los espacios públicos eran más bien escasos en la «Gran Nave de Gominola» (como la llamaba Valentine), también conocida como «FIcoltrans1» (como llevaba pintado en el lateral y que su baliza emitía continuamente), o «Señora Morgan » (como la llamaban los oficiales y el resto de la tripulación cuando el capitán no estaba presente).

Había un comedor, donde no se podía pasar mucho rato porque cada hora empezaba un turno de comida. La biblioteca estaba destinada a la investigación en serio por parte del personal de la nave; los pasajeros tenían acceso completo al contenido de la biblioteca desde sus escritorios en los camarotes y no eran especialmente bien recibidos en ella.

Los pasajeros sólo podían entrar en los salones de los oficiales y la tripulación por estricta invitación, y esas invitaciones eran muy poco habituales. El teatro estaba bien para ver holos y vídeos, o para reunir a todos los pasajeros en una reunión o para un

anuncio, pero lo habitual era que, con cierta hostilidad, interrumpiesen las conversaciones privadas.

Para socializar quedaban únicamente la cubierta de observación, cuyas paredes sólo ofrecían una vista cuando el motor estelar estaba apagado y la nave maniobraba cerca de un planeta, y unos cuantos espacios abiertos del muelle de carga... que aumentarían en número y tamaño a medida que se consumiesen suministros durante el viaje.

Era por tanto a la cubierta de observación a donde Ender se retiraba todos los días después del desayuno. A Valentine le sorprendía esa aparente sociabilidad. En Eros se había mostrado reservado, poco dado a conversar, obsesionado por sus estudios. Ahora saludaba a todos los que entraban en la cubierta de observación y charlaba amistosamente con todo el que requiriese de su tiempo.

—¿Por qué dejas que te interrumpan? —le preguntó Valentine una noche, después de volver al camarote.

—No me interrumpen —dijo Ender—. Mi propósito es conversar con ellos; de mi trabajo me ocupo cuando nadie me quiere.

—Por tanto, estás siendo su gobernador.

—No lo soy —dijo Ender—. En este momento no soy gobernador de nada. Ésta es la nave del almirante Morgan y aquí no tengo autoridad.

Era la respuesta enlatada de Ender para cualquiera que le pidiese que resolviera un problema, dirimiera una disputa, pusiera en tela de juicio una norma, solicitara un cambio o exigiera un privilegio.

—Me temo que no tendré autoridad hasta que no toque la superficie del planeta Shakespeare —decía—. Pero estoy seguro de que recibirás una respuesta satisfactoria del oficial al que el almirante Morgan le haya encargado tratar con nosotros, los pasajeros.

—Pero tú también eres almirante —decían varios. Incluso algunos sabían que la graduación de Ender, entre los almirantes, era superior a la de Morgan—. Eres su superior.

—Él es el capitán de la nave —decía Ender, siempre sonriendo—. No hay ninguna

autoridad superior.

Valentine no se iba a conformar con esa respuesta, no estando solos.

—Y una mierda, hermano —dijo—. Si no tienes ninguna obligación oficial y no estás ejerciendo como gobernador, entonces, ¿para qué pasas tanto tiempo siendo... afable}

—Presumiblemente —dijo Ender—, algún día llegaremos a nuestro destino. Cuando eso suceda, tengo que conocer a todas las personas que se vayan a quedar en la colonia. Necesito conocerlas bien. Necesito saber cómo encajan con su familia, con

los amigos que hagan en la nave. Necesito saber quién habla bien el común y quién tiene problemas para comunicarse si no es en su lengua materna. Debo saber quién es beligerante, quién precisa atención, quién es creativo e ingenioso, qué estudios tienen, qué opinión sobre ideas poco habituales. En el caso de los pasajeros congelados, sólo pasé media hora con cada grupo. En el caso de los que viajan despiertos como nosotros, dispongo de mucho más tiempo. Quizá sea el suficiente para descubrir por qué decidieron no dormir durante el viaje. ¿Temían el éxtasis?

¿Esperaban tener alguna ventaja a la llegada? Como puedes comprender, Valentine, no dejo de trabajar constantemente. Me cansa.

—He estado pensando en enseñar inglés —dijo Valentine—. En ofrecerme para dar clases.

—Inglés, no —dijo Ender—. Común. La ortografía es más fácil (nada de ughs e ighs), tiene vocabulario especial y carece de subjuntivo, además of se escribe como la letra «v», por mencionar algunas diferencias.

—Pues enseñaré común —dijo Valentine—. ¿Qué te parece?

—Me parece que será más difícil de lo que crees, pero que realmente sería de gran ayuda para los que asistiesen a clases... si asisten aquellos que lo precisan.

—Miraré qué software de enseñanza de idiomas hay en la biblioteca.

—Antes espero que se lo comentes al almirante Morgan.

—¿Por qué?

—Es su nave. Ofrecer dar clase sólo se puede hacer con su permiso.

—¿Por qué iba a importarle?

—No sé si le importa. Sólo sé que en su nave debemos descubrir si lo hace antes de empezar algo tan formal y regular como es dar clase.

Resultó que el oficial encargado de las relaciones con los pasajeros, un coronel llamado Jarrko Kitunen, ya estaba planeando organizar clases de común y aceptó a Valentine como instructora en cuanto se presentó voluntaria. También flirteó descaradamente con ella hablándole con su acento finés, y ella descubrió que disfrutaba de su compañía. Con Ender siempre ocupado hablando con alguien o leyendo lo que fuese que hubiese recibido por ansible o se hubiese descargado de la biblioteca, valía la pena disponer de una forma agradable de pasar el tiempo. Sólo soportaba trabajar en la historia de la Escuela de Batalla durante unas horas, así que era un alivio tener compañía humana.

Se había unido a aquel viaje por Ender, pero hasta que él no estuviese dispuesto a confiar en ella por completo, Valentine no tenía ninguna obligación de andar abatida deseando más de Ender de lo que él estaba dispuesto a compartir. Y si resultaba que Ender no deseaba aceptarla en su vida, rehacer el viejo vínculo, entonces ella debía crearse una vida propia, ¿no?

Jarrko no iba a formar parte de esa vida. Para empezar, era al menos diez años mayor que ella. Además, era miembro de la tripulación, lo que significaba que, en cuanto la nave hubiese cargado la maquinaria, los productos y suministros que Shakespeare pudiese ofrecerle, daría media vuelta y volvería a la Tierra, o al menos a Eros. Ella no iría a bordo. Así que cualquier relación con Jarrko se terminaría. Tal vez a él le pareciese bien, pero a ella no.

Como siempre decía su padre: «A la larga, la monogamia es lo mejor para cualquier sociedad. Es por eso que la mitad de nosotros nacemos hombres y la otra mitad mujeres... para emparejarnos.»

Por lo que Valentine no siempre estaba con Ender. Estaba ocupada, tenía cosas que hacer, tenía su vida. Eso era más de lo que Peter le había dado nunca, así que la disfrutaba.

Pero resultó que Valentine estaba con Ender en la cubierta de observación, trabajando en el libro, cuando una italiana y su hija adolescente se acercaron a su hermano y se quedaron allí, sin decir nada, esperando a ser vistas. Valentine las conocía porque las dos asistían a la clase de común.

Ender las vio de inmediato y les sonrió.

—Dorabella y Alessandra Toscano —dijo—. Es un placer conoceros al fin.

—No estábamos preparadas —dijo Dorabella con un acento italiano entrecortado—, hasta que tu hermana nos ha enseñado suficiente inglés... —Rió—. Quiero decir, común.

—Me gustaría hablar italiano —dijo Ender—. Es una lengua hermosa.

—La lengua del amor —dijo Dorabella—. No el francés, una lengua fea de labios besando y escupiendo.

—El francés también es hermoso —dijo Ender, riéndose por el modo en que la mujer había imitado el acento y la pose franceses.

—Para los franceses y los sordos —dijo Dorabella.

—Madre —dijo Alessandra. Tenía muy poco acento italiano. Hablaba más bien como una británica con educación—. Entre los colonos hay francófonos, y no podemos ofenderlos.

—¿Por qué iban a sentirse ofendidos ? Cuando hablan ponen los labios para besar,

¿debemos fingir que no nos damos cuenta?

Valentine rió en voz alta. Lo cierto era que Dorabella resultaba muy graciosa, era toda una personalidad. Llamativa era la palabra. A pesar de tener edad suficiente para haber sido la madre de Ender (su hija tenía la edad de Ender), flirteaba con Ender. Quizá fuese una de esas mujeres que flirteaban con todos porque no conocían otra forma de relacionarse.

—Ahora estamos listas —dijo Dorabella—. Tu hermana nos enseña bien, así que estamos preparadas para pasar media hora contigo.

Ender parpadeó.

—Oh, eso pensasteis... Pasé media hora con todos los colonos que iban a viajar en éxtasis porque ése era todo el tiempo que tenía antes de que ya no fuese posible. Pero los colonos de la nave... Tenemos un año o dos, tiempo de sobra. No hace falta que reservéis media hora. Estoy siempre aquí.

—Pero eres un hombre importante, salvando a todo el mundo. Ender negó con la cabeza.

—Eso era en mi antiguo puesto. Ahora no soy más que un niño con un trabajo que me supera. Así que sentémonos, hablemos. Aprendéis inglés muy bien... de hecho, Valentine me ha hablado de vosotras y de lo mucho que trabajáis... y tu hija no tiene el más mínimo acento, lo habla con fluidez.

—Es muy inteligente mi niña Alessandra —dijo Dorabella—. Y bonita también,

¿no? ¿No te lo parece? Tiene una bonita figura para tener catorce años.

—¡Madre! —Alessandra se hundió en el asiento—. ¿Soy un coche de segunda mano? ¿Soy un bocadillo en un puesto callejero?

—Puestos callejeros —suspiró Dorabella—. Todavía los echo de menos.

—«Ya» —la corrigió Valentine.

—Ya los echo de menos —dijo Dorabella, corrigiéndose orgullosa—. Tan pequeño Shakespeare será. ¡Ninguna ciudad! ¿Qué dijiste, Alessandra? Dile.

Alessandra parecía inquieta, pero su madre insistió.

—Dije que hay más personajes en las obras de Shakespeare que colonos en el planeta que lleva su nombre.

Ender rió.

—¡Qué idea! Tienes razón. Probablemente no podríamos representar todas sus obras sin asignar más de un papel a cada colono. No es que tenga pensado representar una obra de Shakespeare. Aunque quizá deberíamos hacerlo. ¿Qué opinas? ¿Alguien estaría dispuesto a representar una obra para los colonos que ya están allí?

—No sabemos si les gusta el nuevo nombre —dijo Valentine. También pensó:

¿Sabe Ender el trabajo que llevaría representar una obra?

—Lo conocen —le garantizó Ender.

—Pero ¿les gusta? —preguntó Valentine.

—No importa —dijo Alessandra—. No hay suficientes ruoli, parti... para mujeres.

¿Cómo se dice? —Se volvió, indefensa, hacia Valentine.

—«Papel» —dijo Valentine—. O «parte».

—Oh —Alessandra rió. No era una risa molesta, era más bien encantadora. No le hacía parecer estúpida—. Claro.

—Tiene razón —dijo Valentine—. Los colonos son más o menos cincuenta y cincuenta y, en las obras de Shakespeare, hay, ¿qué? ¿Un cinco por ciento de papeles femeninos?

—Oh, bien —dijo Ender—. Sólo era una idea.

—Me gustaría que representáramos una obra —dijo Alessandra—. ¿Podríamos leerla juntos?

—En el teatro —dijo Dorabella—. El lugar de la holografi. Todos leemos. Yo escucho, mi inglés no bueno.

—Es buena idea —dijo Ender—. ¿Por qué no lo organizas tú, signora Toscano?

—Por favor, llámame de Dorabella.

—Esa frase no lleva «de» —dijo Alessandra—. Tampoco en italiano.

—El inglés tiene tantos «de» por todas partes... ¡menos donde yo los pongo! — Mientras Dorabella reía, le tocó el brazo a Ender. Probablemente Dorabella no se dio cuenta de cómo Ender se controló para no estremecerse. No le gustaba que lo tocasen los desconocidos, nunca le había gustado. Pero Valentine se dio cuenta. Seguía siendo Ender.

—Nunca he visto una función —dijo Ender—. He leído las obras. He visto holos y vídeos, pero jamás he estado en una sala donde la gente recitara las frases. Yo jamás podría organizarlo, pero me encantaría estar presente y escuchar.

—¡Entonces así debe ser! —dijo Dorabella—. ¡Eres el gobernador, haz que así sea!

—No puedo —dijo Ender—. En serio. Hazlo tú, por favor.

—No, no puedo —dijo Dorabella—. Mi inglés es muy malo. Il teatro es para jóvenes. Yo miraré y escucharé. Hacedlo Alessandra y tú. Sois estudiantes, sois jóvenes. ¡Romeo y Julieta!

¿Se puede ser menos sutil?, pensó Valentine.

—Madre cree que si tú y yo pasamos mucho tiempo juntos —dijo Alessandra—, nos enamoraremos y nos casaremos.

Valentine estuvo a punto de echarse a reír. Así que la hija no formaba parte de la conspiración, era una recluta.

Dorabella fingió horrorizarse.

—¡No tengo tal plan!

—Oh, madre, lo planeaste desde el principio. Incluso en la ciudad de la que venimos...

—Monopoli —dijo Ender.

—Te ha estado llamando «joven con futuro». Un candidato probable para ser mi esposo. Mi opinión personal es que soy muy joven y tú también.

Ender estaba ocupado apaciguando a la madre.

—Por favor, Dorabella, no me ofendo, y por supuesto que sé que no planeabas nada. Alessandra se mete conmigo. Se mete con los dos.

—No es verdad, pero puedes decir lo que haga falta para contentar a madre —dijo Alessandra—. Nuestra vida en común es una obra larga. Ella me convierte... no precisamente en la estrella de mi propia autobiografía. Pero, desde el principio, madre siempre ha visto el final feliz.

Valentine no estaba segura de cómo tomarse la relación entre aquellas dos. Las palabras eran cortantes, casi hostiles, pero mientras las pronunciaba Alessandra abrazaba a su madre, aparentemente con sinceridad, como si las frases formasen parte de un antiguo ritual entre ambas ya sin ningún matiz doloroso.

Estuviera lo que estuviese pasando entre Ender y Alessandra, Dorabella parecía tranquilizada.

—Me gusta el final feliz.

—Deberíamos representar una tragedia griega —dijo Alessandra—. Medea. Ésa en la que la madre mata a sus propios hijos.

Valentine quedó conmocionada al oírlo: vaya un comentario más cruel para hacerlo delante de su madre. Pero no; a juzgar por la reacción de Dorabella, Alessandra no se refería a ella. Porque Dorabella rió, asintió y dijo:

—Sí, sí, Medea, ¡odiosa mamá!

—Sólo que le cambiaremos el nombre —dijo Alessandra—. ¡Se llamará Isabella!

—¡Isabella! —gritó Dorabella casi al mismo tiempo. Las dos rieron con tantas ganas que casi se les saltaron las lágrimas, y Ender se unió a ellas.

Luego, para sorpresa de Valentine, mientras las otras dos hipaban dejando de reír, Ender se volvió hacia ella y le explicó:

—Isabella es la madre de Dorabella. Tuvieron una despedida dolorosa.

Alessandra dejó de reír y miró a Ender con ojos inquisitivos, pero si a Dorabella le sorprendió que Ender supiese tanto sobre su pasado, no lo manifestó:

—Vamos a esa colonia a librarnos de mi madre perfecta. Santa Isabella, ¡no te rezaremos!

Luego Dorabella se levantó y ejecutó una especie de danza, un vals quizá, sosteniendo en alto con una mano una falda imaginaria y dibujando con la otra un patrón arcano en el aire.

—Siempre tengo una tierra mágica donde ser feliz, y allí me llevo a mi hija, siempre feliz. —Calló y miró a Ender—. Ahora la colonia Shakespeare es nuestra tierra mágica. Tú eres el rey de los... ¿folletti? —Miró a su hija.

—Elfes —dijo Alessandra.

—«Elfos» —dijo Valentine.

—¡Gli elfi! —gritó Dorabella con deleite—. ¡Otra vez la misma palabra! ¡Elfe!

—«Elfo» —dijeron Valentine y Alessandra al unísono.

—Rey de los elfos —dijo Ender—. Me pregunto qué dirección de email me darán con ese título. Elforey@hadas.gob. —Se volvió hacia Valentine—. ¿O aspira Peter a ese título?

Valentine sonrió.

—Todavía no ha logrado decidirse entre Hegemón y Dios —dijo.

Dorabella no comprendió a qué se referían. Volvió a bailar, y en esta ocasión lo hizo cantando una tonada sin letra pero evocadora. Alessandra cabeceó, pero a pesar de todo la acompañó, en armonía. Así que la había oído antes, la conocía y la había cantado con su madre. Sus voces se mezclaban dulcemente.

Valentine miró bailar a Dorabella, fascinada. Al principio el suyo le había parecido un comportamiento infantil y alocado. Pero ahora se daba cuenta de que Dorabella sabía que estaba haciendo el tonto pero que era completamente sincera. Imprimía al movimiento y a su expresión facial una especie de comicidad que hacía fácil olvidar el absurdo y la afectación, mientras que la sinceridad lo convertía en algo encantador.

La mujer no es vieja, pensó Valentine. Todavía es joven y atractiva. Incluso hermosa; sobre todo ahora, sobre todo durante este baile extraño de hadas.

La canción terminó. Dorabella siguió bailando en silencio.

—Madre, ya puedes dejar de volar —dijo Alessandra con ternura.

—Pero no puedo —dijo Dorabella, que ahora la chinchaba abiertamente—. ¡En esta nave volamos durante cincuenta años!

—Cuarenta años —puntualizó Ender.

—Dos años —dijo Alessandra.

Aparentemente a Ender le gustaba la idea de representar una obra, porque volvió a ese tema.

—Romeo y Julieta no —dijo—. Necesitamos una comedia, no una tragedia.

—Las alegres comadres de Windsor —sugirió Valentine—. Tienen muchos papeles para mujeres.

—¡La fierecilla domada!—gritó Alessandra, y Dorabella casi se cayó de la risa. Aparentemente, aquello era otra referencia a Isabella. Y cuando dejaron de reír

insistieron en que La fierecilla era la obra perfecta—. Yo leeré las frases de la loca — dijo Dorabella. Valentine se dio cuenta de que Alessandra se guardaba algún comentario.

Y así fue cómo se concibió el plan de leer la obra en el teatro, tres días más tarde... días del tiempo de la nave, aunque la idea del tiempo a Valentine le resultaba bastante absurda en un viaje durante el cual cuarenta años pasarían en menos de dos.

¿Cuál sería en aquel momento su edad? ¿Debía contar su edad de acuerdo con el tiempo de la nave o con el transcurrido en el calendario en el momento de su llegada? ¿Y qué importancia tendría el calendario terrestre en Shakespeare?

Naturalmente, Dorabella y Alessandra hablaron a menudo con Ender durante los días de ensayo, planteándole infinidad de preguntas. Aunque él dejó claro que las decisiones eran cosa suya, que él no era el encargado, nunca se impacientó. Parecía disfrutar de su compañía... aunque Valentine sospechaba que no era por la razón que había ansiado Dorabella. Ender no se estaba enamorando de Alessandra... Si estaba encaprichado de alguien, probablemente fuese de la madre. No, Ender se estaba enamorando del hecho de que fuesen una familia. Estaban unidas de la forma en que Ender y Valentine habían estado unidos. E incluían a Ender en esa unidad.

¿Por qué no puedo hacer yo eso por él? Valentine estaba muy celosa, pero sólo a causa de su fracaso, no porque desease privarle del placer que obtenía de las Toscano.

Por supuesto, fue inevitable que convenciesen a Ender para leer el papel de Lucencio, el guapo y joven pretendiente de Bianca, interpretada, por supuesto, por Alessandra. Dorabella leyó la parte de Kate, la Fierecilla, mientras que Valentine se quedó con el papel de la Viuda. Valentine ni siquiera fingió no querer leer el papel... era lo más interesante que estaba pasando en la nave, ¿por qué no estar en el meollo? Era la hermana de Ender; que la gente oyese su voz, sobre todo en el papel pícaro y exagerado de la Viuda.

A Valentine le resultaba entretenido ver cómo los hombres y chicos asignados a los muchos otros papeles se centraban en Dorabella. La mujer poseía una risa increíble, intensa, gutural y contagiosa. En esa comedia conseguir que riera estaba muy bien, y los hombres competían por complacerla. Lo que hizo que Valentine se preguntase si unir a Ender y a Alessandra era realmente lo que Dorabella pretendía. Quizá creía pretenderlo, pero en realidad Dorabella ocupaba el centro del escenario, y parecía encantada de atraer todas las miradas. Flirteaba con todos, se enamoraba de todos y, sin embargo, simultáneamente, parecía vivir en su propio mundo.

¿Kate, la Fierecilla, había sido interpretada alguna vez de esta forma?

¿Todas las mujeres tienen lo que tiene esta Dorabella? Valentine escrutó su corazón en busca de esa exaltación. Sé divertirme, se repitió. Sé como ser juguetona.

Pero sabía que su ingenio siempre estaba teñido de ironía, que había una cierta arrogancia en sus réplicas. La timidez de Alessandra teñía cuanto hacía: era atrevida,

pero parecía sorprendida y avergonzada de sus propias palabras una vez pronunciadas. Dorabella, sin embargo, no se mostraba ni irónica ni asustada. Era una mujer que se había enfrentado a todos los dragones y los había derrotado; ya estaba preparada para los elogios de la multitud admirada. Recitaba los diálogos de Kate con el corazón: su furia, su pasión, su petulancia, su frustración y al final su amor. El monólogo final, en el que se sometía a la voluntad de su esposo, resultó tan hermoso que Valentine lloró un poco y pensó: Me preguntó cómo será amar y confiar tanto en un hombre como para que esté dispuesta a degradarme tanto como Kate. ¿Hay algo en las mujeres que nos impulsa a humillarnos? ¿O es algo humano que al ser dominadas nos alegramos de nuestra sumisión? Eso explicaría muchos aspectos de la historia.

Como todos los interesados en la obra ya participaban en ella, y asistían a los ensayos, no era como si la representación en sí fuese a sorprender a nadie. Valentine casi le dijo al grupo, en el último ensayo, que para qué molestarse en representarla. Acababan de hacerlo, y había sido maravilloso.

Pero había excitación en la nave debido a la representación y Valentine comprendía que el ensayo no era lo mismo que la representación, por bien que saliera. Y después de todo había quienes no habían asistido al ensayo: Dorabella no dejaba de invitar a miembros de la tripulación, muchos de los cuales habían prometido asistir. Y los pasajeros que no participaban en la obra parecían emocionados con la idea de asistir a la representación, y algunos se mostraban abiertamente pesarosos por haberse negado a participar.

—La próxima vez —decían.

Cuando llegaron al teatro a la hora acordada, se encontraron a Jarrko en la puerta, rígido, con una expresión formal en la cara. No, el teatro no se abriría; por orden del almirante la lectura de la obra se había cancelado.

—Ah, gobernador Wiggin... —dijo Jarrko.

Era una mala señal que hubiese vuelto a usar el título, pensó Valentine.

—El almirante Morgan desearía verle de inmediato, si me hace el favor, señor. Ender asintió y sonrió.

—Por supuesto —dijo.

Entonces, ¿Ender se lo esperaba? ¿O era tan impasible que parecía que nada le sorprendía?

Valentine se disponía a ir con él, pero Jarrko le tocó el hombro.

—Por favor, Val —susurró—. A solas.

Ender le sonrió y avanzó con paso rápido, como si realmente le emocionase ir a ver al almirante.

—¿De qué va esto? —le preguntó Valentine a Jarrko en voz baja.

—No sabría decirte —dijo—. En serio. Sólo me lo han ordenado. Nada de obra, el teatro queda cerrado por esta noche, que el gobernador tenga la amabilidad de ir a ver de inmediato al almirante.

Así que Valentine se quedó con Jarrko para tranquilizar a los actores y a los colonos, que reaccionaban con decepción, indignación y fervor revolucionario. Algunos incluso se pusieron a recitar en el mismo pasillo, hasta que Valentine les pidió que lo dejasen.

—El pobre coronel Kitunen tendrá problemas si persistís, y él es demasiado cortés para haceros callar.

El resultado fue que todos estaban furiosos con el almirante Morgan por su arbitraria cancelación de un acto completamente inocuo. Y la propia Valentine no pudo evitar preguntarse en qué pensaba aquel hombre. ¿No había oído hablar de la moral del pasaje? Quizás hubiese oído hablar de ello pero estuviese en contra.

Allí estaba pasando algo, y Valentine empezó a preguntarse si Ender no estaría detrás de todo. ¿Podía ser que, a su modo, Ender fuese tan artero y sibilino como Peter?

No. No era posible. Sobre todo porque Valentine siempre había podido ver las intenciones de Peter. Ender no era tortuoso en absoluto. Siempre decía lo que pensaba y pensaba lo que decía.

¿Qué está haciendo este chico?