Chapter 209 - Capítulo 4

Para: qmorgan%contraalmirante@ComFl.gob/comflota

De: chamra¡nagar%comandante@ComFl.gob/comcent

{Protocolo autocompartido}

Asunto: ¿Aceptas o no?

Estimado Quince:

Soy más que consciente de las diferencias entre un puesto de mando en combate y pilotar una nave colonial durante unas docenas de años luz. Si sientes que ya no eres útil en el espacio, en ese caso, adelante, retírate con todas las compensaciones. Pero si te quedas y permaneces en el espacio cercano no puedo prometerte un ascenso dentro de la F.I.

Compréndelo, de pronto nos hallamos afectados por la paz. Siempre un desastre para aquellos cuya carrera todavía no ha llegado al máximo.

La nave de colonización que te he ofrecido no es, en contra de esa opinión que has manifestado en demasiadas ocasiones (de vez en cuando, prueba a ejercitar la discreción, Quince, y comprueba si no es más efectiva), una forma de enviarte al olvido. La jubilación es el olvido, amigo mío. Un viaje de cuarenta o cincuenta años significa que sobrevivirás a todos los que nos quedemos atrás. Todos tus amigos habrán muerto. Pero tú estarás vivo para hacer nuevos amigos. Y tendrás el mando de una nave. Una nave bonita, grande y rápida.

A eso se enfrenta toda la flota. Ahí fuera tenemos héroes que lucharon en esa guerra cuya victoria atribuyen al Chico. ¿Los hemos olvidado? TODAS nuestras misiones más importantes implican décadas de vuelo. Sin embargo, debemos poner al mando a nuestros mejores oficiales. Por lo que, en un momento dado, la mayoría de nuestros mejores oficiales serán extraños para todos los de CentCom porque llevarán volando media vida.

Con el tiempo, es posible que formen TODO el personal central viajeros estelares. Mirarán con altivez a cualquiera que NO haya realizado décadas de vuelo entre las estrellas. Se habrán liberado de la línea temporal de la Tierra. Se conocerán entre sí por medio de sus registros, transmitidos por ansible.

Lo que te ofrezco es la única fuente posible de viaje para avanzar en tu carrera: naves de colonización.

Y no sólo una nave de colonización, sino para una colonia cuyo gobernador es un chico de trece años. ¿Vas a responderme seriamente que no comprendes que tú no serás su «niñera»? Se te confía la tarea de extrema responsabilidad de garantizar que El Chico se quede tan lejos de la Tierra como sea posible, garantizando simultáneamente que disfrute de un éxito total en su nueva misión para que las futuras generaciones no puedan decir que no se le trató bien.

Naturalmente, yo no te he enviado esta carta y tú no la has leído. Nada de lo que hay aquí escrito debe entenderse como una orden secreta. Más bien te he comunicado mis observaciones personales sobre la posibilidad que te ha ofrecido un polemarca que cree en tu potencial como uno de los grandes almirantes de la F.I.

¿Aceptas? ¿No? Dentro de una semana debo cumplimentar el papeleo en un sentido u otro.

Tu amigo CHAM

Ender sabía que nombrarle gobernador nominal de la colonia no era más que una broma. Cuando él llegase allí, la colonia sería una operación en marcha, con sus líderes electos. Él sería un chico de trece años (vale, para entonces quince), cuyo único derecho a la autoridad sería que cuarenta años antes había dirigido a los abuelos de los colonos, o al menos a sus padres, en una guerra que para entonces sería historia antigua.

Ya habrían formado una comunidad unida y sería escandaloso que la F.I. les enviase un gobernador, y más un adolescente.

Pero pronto descubrirían que, si nadie quería que gobernase, Ender estaría encantado de obedecer. Lo único que le importaba era llegar a un planeta insector para ver lo que habían dejado atrás.

Los cuerpos recientemente diseccionados se habrían descompuesto haría mucho tiempo; pero de ninguna forma los colonos podrían haber ocupado o incluso explorado más que una pequeña fracción de los edificios y artefactos de la civilización insectora. Gobernar la colonia sería un incordio... todo lo que Ender quería era comprobar si había alguna forma de comprender al enemigo al que había amado y destruido.

A pesar de todo, tenía que fingir que se preparaba para ser gobernador. Por ejemplo, mantener sesiones de preparación con los expertos legales que habían esbozado la Constitución que se impondría en todas las colonias. Y aunque a Ender realmente no le importaba, comprobaba que se habían esforzado sinceramente por reflejar lo que los soldados convertidos en colonos habían comunicado hasta el momento. Era de esperar. Todo lo que Graff hacía, u ordenaba que se hiciese, se hacía bien.

Y luego estaban las lecciones todavía menos relevantes sobre el funcionamiento de las naves estelares. ¿Qué le importaba a Ender? Él jamás sería miembro regular de la flota. No tenía interés en ser el capitán de una nave, independientemente del tamaño que tuviese.

En el tercer día de visita por la nave que los llevaría a él y a sus colonos, Ender estaba tan cansado de la pseudoterminología náutica transferida a las naves estelares que acabó haciendo comentarios sarcásticos. Por suerte, no los expresó en voz alta, simplemente los

pensó. ¿Calafateamos el casco, marinero? ¿El contramaestre nos dejará subir a bodo?

¿Cuántos grados se inclina al viento, señor?

—¿Sabe? —dijo el capitán que ese día se ocupaba de Ender—, el verdadero problema del viaje interestelar no fue alcanzar la velocidad de la luz. Fue superar el problema de las colisiones.

—Se refiere a que con todo el espacio disponible... —Luego, al ver la sonrisa de satisfacción del capitán, Ender comprendió que había caído en una pequeña trampa—. Ah. Se refiere a las colisiones con restos espaciales.

—Esos antiguos vídeos que mostraban naves espaciales esquivando grupos de asteroides... no iban tan desencaminados. Porque al ir cerca de la velocidad de la luz y chocar contra una molécula de hidrógeno se emite una inmensa cantidad de energía. Es como chocar con un gran pedrusco a mucha menos velocidad. Lo rompe todo. Todos los sistemas de protección que se les ocurrieron a nuestros antepasados requerían tanta masa adicional, o gastaban tanta energía y por tanto más combustible, que simplemente no resultaban prácticos. Acababan teniendo tanta masa que no podían llevar combustible suficiente para llegar a ninguna parte.

—Bien, ¿cómo lo resolvimos? —preguntó Ender.

—Bien, evidentemente no lo hicimos —dijo el capitán.

Una vez más, Ender comprendía que era una broma tradicional que se les gastaba a los novatos, y por tanto le concedió al hombre el placer de demostrar sus conocimientos superiores.

—Entonces, ¿cómo vamos de estrella a estrella? —preguntó Ender. En lugar de decir: «Ah, así que es tecnología insectora.»

—Los insectores lo hicieron por nosotros —dijo el capitán con deleite—. Cuando llegaron aquí, sí, devastaron algunas partes de China y casi nos ganan en las dos primeras guerras. Pero también nos enseñaron cosas. El simple hecho de que llegasen hasta aquí nos indicó que podía hacerse. Y luego, consideradamente, dejaron atrás docenas de naves espaciales operativas para que pudiésemos estudiarlas.

Para entonces el capitán había guiado a Ender hasta la parte delantera de la nave, pasando por varias puertas, para abrir las cuales hacía falta tener el permiso de seguridad más alto.

—No todos pueden ver esto, pero me indicaron que usted debía verlo todo.

Vio una sustancia cristalina y de forma ovalada, pero cuya parte trasera acababa en una punta afilada.

—Por favor, no me diga que es un huevo —dijo Ender. El capitán rió.

—No se lo diga a nadie, pero los motores de esta nave y todo ese combustible no son más que para maniobrar cerca de planetas, lunas y demás. Y para empezar a mover la nave. Una vez que alcanzamos un uno por ciento de la velocidad de la luz, cambiamos a esta preciosidad y, desde ese momento, no es más que cuestión de controlar la intensidad y la dirección.

—¿De qué?

—Del campo impulsor —dijo el capitán—. Es una solución muy elegante, aunque nosotros ni siquiera habíamos descubierto el campo científico que nos hubiese permitido construirlo.

—¿Y qué campo es ése?

—Dinámica del campo de fuerza nuclear fuerte —dijo el capitán—. Cuando la gente lo comenta, casi siempre dice que el campo de fuerza fuerte rompe las moléculas, aunque no es verdad. Lo que realmente hace es cambiar la dirección de la fuerza fuerte. Simplemente, las moléculas no pueden mantenerse unidas cuando, a la velocidad de la luz, los núcleos de todos sus átomos se ponen a preferir una dirección concreta de movimiento.

Ender sabía que el capitán estaba enterrándole en términos técnicos, pero se había cansado del juego.

—Lo que quiere decir es que el campo generado por este dispositivo se hace con todas las moléculas y objetos con los que se encuentra en su camino, y que emplea la fuerza nuclear fuerte para que se muevan en una sola dirección y a la velocidad de la luz.

El capitán sonrió.

—Touché. Pero es usted almirante, señor, y le estaba dando la explicación que doy a todos los almirantes —guiñó un ojo—. En su mayoría no tienen ni idea de lo que digo, y son demasiado estirados para admitirlo y pedirme que se lo traduzca.

—¿Qué sucede con la energía generada al romper las moléculas en sus átomos constituyentes? —preguntó Ender.

—Eso, señor, es lo que impulsa la nave. No, voy a ser más específico. Eso es lo que realmente mueve la nave. ¡Es tan hermoso! Avanzamos por medio de cohetes, luego apagamos los motores (¡no podemos seguir generando moléculas!) y activamos el huevo... sí, lo llamamos «el huevo». El campo se activa, tiene exactamente la forma de esta bola de cristal, y el frente delantero se pone a chocar con las moléculas, rompiéndolas. Los átomos se canalizan a lo largo del campo y todo sale por detrás. Lo que nos ofrece una cantidad increíble de impulso. He hablado con físicos que todavía no lo comprenden. Dicen que en los enlaces moleculares no hay suficiente energía almacenada para producir ese impulso. Se les ocurren todo tipo de teorías para explicar de dónde surge la energía extra.

—Y lo obtuvimos de los insectores.

—Se produjo un accidente terrible la primera vez que activamos uno de éstos. Por supuesto, no lo empleaban dentro del sistema planetario. Pero uno de nuestros cruceros desapareció, simplemente porque estaba atracado junto a una nave insectora cuando se activó el huevo. Zas. Todas las moléculas del crucero y la tripulación más desafortunada de la historia acabaron incorporados al campo, que hizo que la nave insectora saliese disparada como una bala a lo largo de medio Sistema Solar.

—¿No mató también al personal de la nave insectora saltar tan rápido?

—No, porque el sistema antigravitatorio insector (técnicamente antiinercial) estaba activado. Por supuesto, también alimentado por la reacción del huevo. Es como si las moléculas del espacio estuviesen ahí para convertirse en combustible barato para nuestras

naves y todo lo que transportan. En cualquier caso, los antigravitatorios compensaron el salto y el único problema fue comunicarse con la ComFI para contar lo sucedido. Sin el crucero, la única comunicación posible es por radio de corto alcance.

A continuación el capitán le contó el ingenioso método empleado por los hombres de la nave insectora para llamar la atención de los rescatadores, pero Ender estaba concentrado en otro asunto... en algo tan inquietante que se mareó, y le dieron náuseas debido a la conmoción.

El huevo, el generador de campo de fuerza nuclear fuerte, era evidentemente la fuente del ingenio de desintegración molecular. Lo que el capitán acababa de describir era la reacción que se producía en el Ingenio D.M., el «Pequeño Doctor» que Ender había empleado para destruir el mundo natal de los insectores y exterminar a las reinas colmena.

Ender creía que era una tecnología que los humanos habían inventado por sí solos. Pero evidentemente estaba basada en tecnología insectora. No hay más que eliminar los controles que dan forma al campo y obtienes un campo que lo devora todo a su paso y escupe algunos átomos aleatorios. Un campo que se alimenta de la misma energía que genera al jugar con la fuerza nuclear fuerte. Un devorador de planetas.

Los insectores debieron reconocerlo cuando Ender lo empleó por primera vez. Para ellos no era un misterio... tuvieron que reconocerlo de inmediato como una versión armamentística, cruda y descontrolada del principio que impulsaba todas las naves insectoras.

Entre esa batalla y la última, los insectores habían tenido tiempo de hacer lo mismo... de convertir en arma el generador de fuerza nuclear fuerte y emplearlo contra los humanos antes de que se acercasen.

Sabían perfectamente qué era el arma. Hubiesen podido fabricar su versión en cualquier momento. Pero no lo hicieron. Se quedaron allí sentados y esperaron a Ender.

Nos dieron el motor estelar que empleamos para llegar hasta ellos y el arma que usamos para matarlos. Nos lo dieron todo.

Se supone que los humanos somos inteligentes. Muy ingeniosos. Sin embargo, esto quedaba por completo más allá de nuestras posibilidades. Nosotros fabricamos mesas con ingeniosos proyectores holográficos que hacen que sea muy divertido jugar. Además, nos podemos enviar cartas a través de grandes distancias. Pero, comparados con ellos, ni siquiera sabíamos cómo matar adecuadamente. Mientras que ellos sí que lo sabían... pero decidieron no usar la tecnología de esa forma.

—Bien, esta parte de la visita habitualmente aburre a todos —dijo el capitán.

—No, no estaba aburrido. De verdad. Simplemente pensaba.

—¿En qué?

—En un material tan clasificado que sólo se podría comunicar por telepatía —dijo Ender. Lo que era cierto. La existencia del Ingenio D.M. sólo se revelaba en caso de necesidad, y el secreto se mantenía férreamente. Ni siquiera los hombres que desplegaban y usaban las armas sabían lo que eran y lo que podían hacer. Los soldados que habían visto al Pequeño Doctor consumir un planeta estaban muertos, perdidos en la misma tremenda reacción en cadena. Los soldados que habían visto usarlo en alguna de las primeras batallas simplemente

lo consideraban una bomba increíblemente potente. Sólo los grandes jefes lo comprendían... y Ender, porque Mazer Rackham había insistido en que se le debía decir cuáles eran las armas que llevaba y cómo operaban. Como le había dicho Mazer después:

—Le dije a Graff: «A un hombre no se le da una bolsa de herramientas sin decirle para qué sirven o qué podría salir mal.»

Graff de nuevo. Graff había decidido que Mazer tenía razón y los había autorizado a contarle a Ender qué era y cómo operaba.

Mi exterminio de los insectores... todo está aquí, en el huevo.

—Ha vuelto a ensimismarse —dijo el capitán.

—Pensaba en lo milagroso que es el viaje espacial. Al margen de lo que pensemos de los insectores, nos abrieron la puerta a las estrellas.

—Lo sé —dijo el capitán—. Lo he pensado. Si se hubiesen saltado nuestro sistema en lugar de entrar e intentar limpiar la Tierra, nunca habríamos sabido de su existencia. Y dado nuestro grado de desarrollo tecnológico, probablemente no hubiéramos viajado a las estrellas hasta más tarde y hubiéramos encontrado todos los planetas cercanos ocupados por los insectores.

—Capitán, esta visita ha sido excelente y de lo más productiva.

—Lo sé. ¿Cómo si no habría sabido encontrar el baño en todas las cubiertas?

Ender le rió la broma. En parte porque era cierto. Durante el viaje necesitaría encontrar el baño varias veces al día.

—Doy por supuesto que permanecerá despierto durante el vuelo —dijo el capitán.

—No querría perderme el paisaje.

—Oh, no hay paisaje, porque a la velocidad de la luz... oh, era una broma. Lo siento, señor.

—Si cuando bromeo los demás se disculpan, entonces tengo que trabajar mi sentido del humor.

—Discúlpeme, señor, pero no habla como un niño.

—¿Hablo como un almirante? —preguntó Ender.

—Dado que es usted almirante, su forma de hablar es la de un almirante, señor —dijo el capitán.

—Qué forma tan ingeniosa de esquivar la pregunta, señor. Dígame, ¿vendrá conmigo en el viaje?

—Tengo familia en la Tierra, señor, y mi esposa no quiere unirse a una colonia en otro mundo. Me temo que no tiene espíritu pionero.

—Tiene una vida. Una buena razón para quedarse.

—Pero usted va —dijo el capitán.

—Debo ver el planeta natal de los insectores —dijo Ender—. O lo mejor que haya, teniendo en cuenta que el planeta natal ya no existe.

—De lo que me alegro mucho, señor —dijo el capitán—. Si usted no los hubiese derrotado para siempre, señor, nos habríamos pasado los próximos diez mil años de historia humana mirando por encima del hombro.

En aquello vio el germen de una idea. Ender lo atrapó, y de inmediato se le escapó. Era algo relativo a la forma de pensar de las reinas colmena. Sobre su propósito al permitir que Ender las matase.

Bien, si era importante, lo volvería a pensar.

Ender esperaba que esa esperanza optimista fuese correcta.

* * *

Cuando terminaron todas las visitas y sesiones de entrenamiento, pudo por fin entrevistarse con el ministro de Colonización.

—Por favor, no me llames coronel —dijo Graff.

—No puedo llamarle «mincol».

—Oficialmente, los ministros de la Hegemonía son «Su Excelencia».

—¿En serio?

—A veces —dijo Graff—. Pero somos colegas, Ender. Yo te llamaré por tu nombre y tú a mí por el mío.

—Jamás —dijo Ender—. Para mí es el coronel Graff, y eso jamás cambiará.

—No importa —dijo Graff—. Habré muerto cuando llegues a tu destino.

—No me parece justo. Venga con nosotros.

—Debo estar aquí para completar mi labor.

—Mi labor ya está completa.

—Eso no lo tengo tan claro —dijo Graff—. La labor que nosotros teníamos para ti está terminada. Pero tú ni siquiera sabes todavía en qué consiste tu labor.

—Sé que no será gobernar una colonia, señor.

—Y sin embargo has aceptado el puesto. Ender sacudió la cabeza.

—He aceptado el título. Cuando llegue a la colonia, entonces veremos hasta qué punto seré gobernador. La Constitución que redactó está bien, pero la verdadera Constitución es siempre la misma: el líder sólo tendrá el poder que le concedan sus seguidores.

—Y, sin embargo, realizarás el viaje despierto en lugar de en estasis.

—No son más que un par de años —dijo Ender—. Y así tendré quince a nuestra llegada.

Espero ser más alto.

—Espero que te lleves muchos libros para leer.

—Han cargado unos cuantos miles de títulos para mí en la biblioteca de la nave —dijo Ender—. Pero lo que me importa es que ustedes usen el ansible para transmitirnos toda la información que descubran sobre los insectores mientras estemos de viaje.

—Por supuesto —dijo Graff—. Eso lo enviaremos a todas las naves. Ender sonrió un poco.

—Vale, sí, evidentemente también te la enviaré a ti directamente. ¿Sospechas que el capitán de la nave intentará controlar tu acceso a la información?

—Si usted estuviese en su lugar, ¿no haría lo mismo?

—Ender, nunca me colocaría en situación de intentar controlarte contra tu voluntad.

—Acaba de pasar seis años haciéndolo.

—Te habrás dado cuenta de que por eso me han sometido a un consejo de guerra.

—Y el castigo ha sido conseguir el trabajo que siempre ha querido. Veamos. El ministro de Colonización no va a la Tierra para ponerse bajo las órdenes del Hegemón. Se queda en el espacio, cómodamente acurrucado en la Flota Internacional. Así que, incluso si cambian al Hegemón, a usted no le afectaría. Y si le despidiesen...

—No lo harán —dijo Graff.

—Está muy seguro.

—No es una predicción, es una intención.

—Es usted increíble, señor —dijo Ender.

—Oh, hablando de cosas increíbles —dijo Graff—, ¿has oído que Demóstenes se ha retirado?

—¿El tipo de las redes? —preguntó Ender.

—No me refería al autor griego de las filípicas.

—La verdad es que no me importa —dijo Ender—. No son más que las redes.

—En las redes, con las diatribas de ese agitador en concreto, fue donde se libró la batalla, y tú perdiste —dijo Graff.

—¿ Quién dice que perdí? —preguntó Ender.

—Touché—dijo Graff—. Lo importante es que la persona que se esconde tras la identidad online es realmente más joven de lo que imaginaba la mayoría de la gente. Así que la jubilación no es por edad, sino porque abandona el hogar. Abandona la Tierra.

—¿Demóstenes se convierte en colono?

—No es una decisión tan extraña —dijo Graff, como si para él no tuviese nada de raro.

—Por favor, no me diga que viene en mi nave.

—Técnicamente, es la nave del almirante Quincy Morgan. Tú no tienes el mando hasta que no pongas el pie en la colonia. Tal es la ley.

—Esquivando la pregunta, como siempre.

—Sí, tendrás a Demóstenes en la nave. Aunque, por supuesto, nadie usará ese nombre.

—Ha estado evitando el uso del pronombre masculino... el uso de cualquier pronombre

—dijo Ender—. Así que Demóstenes es una mujer.

—Y está deseando verte. Ender se hundió en la silla.

—Oh, señor, por favor.

—No es una de esas adoradoras de los héroes, Ender. Y como además estará despierta durante todo el viaje, creo que deberías prepararte viéndola por anticipado.

—¿Cuándo vendrá?

—Está aquí.

—¿En Eros?

—En mi cómoda antesala —dijo Graff.

—¿Me hará verla ahora? Coronel Graff, no me gusta nada de lo que escribió. Ni el resultado.

—Concédele el mérito que merece. Advirtió al mundo sobre el intento del Pacto de Varsovia por controlar la flota mucho antes de que nadie se tomase la amenaza en serio.

—También decía que América conquistaría el mundo una vez que yo volviese,

—Eso tendrás que preguntárselo.

—No tengo esa intención.

—Deja que te cuente una verdad pura y simple. El único propósito de todo lo que escribió sobre ti, Ender, era protegerte de las cosas terribles que la gente hubiera hecho para aprovecharse de ti o destruirte si alguna vez pisabas la Tierra.

—Hubiera podido afrontar todo eso.

—Nunca lo sabremos, ¿verdad?

—Si le conozco, señor, lo que acaba de decirme es que usted ha estado detrás de todo.

Detrás de mantenerme lejos de la Tierra.

—En realidad no —dijo Graff—. He seguido la corriente, es verdad. Ender quería llorar de puro agotamiento moral.

—Porque usted sabe mejor que yo lo que me conviene.

—En este caso, Ender, creo que hubieses podido afrontar cualquier desafío. Excepto uno. Tu hermano Peter está decidido a convertirse en gobernante del mundo. Tú te hubieras convertido en su herramienta o en su enemigo. ¿Qué habrías escogido?

—¿Peter? —preguntó Ender—. ¿Cree que realmente tiene alguna posibilidad ?

—Hasta ahora lo ha hecho increíblemente bien... para ser un adolescente.

—¿No tiene ya veinte años? No, supongo que tiene diecisiete, o dieciocho.

—No sigo los cumpleaños de tu familia —dijo Graff.

—Si lo está haciendo tan bien —dijo Ender—, ¿por qué no he oído hablar de él?

—Oh, sí que lo has hecho.

Lo que significaba que Peter usaba un seudónimo. Ender repasó rápidamente todas las personalidades online que podían considerarse cerca de conseguir el dominio mundial y lo descubrió. Suspiró.

—Peter es Locke.

—Por tanto, chico listo, ¿quién es Demóstenes?

Ender se levantó y, para su disgusto, lloraba, tal cual. Ni siquiera supo que lloraba hasta que se le humedecieron las mejillas y vio borroso.

—Valentine —suspiró.

—Ahora voy a salir del despacho y os dejaré hablar —dijo Graff. Cuando salió, dejó la puerta abierta. Y ella entró.