Chapter 201 - 25 Cartas

De: Bean@Dondedemoniosestoy

A: Graff%peregrinacion@colmin.gov Sobre: ¿Lo conseguimos de verdad?

No puedo creer que me sigas teniendo enganchado a las redes. ¿Esto continúa por ansible ahora que nos estamos moviendo a velocidades relativistas?

Los bebés están bien aquí. Hay espacio suficiente para que gateen. Una biblioteca tan grande que creo que no les faltará lectura interesante ni material que contemplar durante... semanas. Sólo serán semanas, ¿no?

Lo que me estoy preguntando es: ¿lo logramos? ¿Cumplí vuestro objetivo? Miro el mapa y sigue sin haber nada inevitable. Han Tzu dio su discurso de despedida, igual que lo hicieron Vlad y Alai y Virlomi. Eso hace que me sienta estafado. Consiguieron despedirse del mundo antes de desaparecer en esta buena noche. Pero claro, ellos tenían naciones que intentar convencer. Yo nunca tuve a nadie que me siguiera. Nunca lo quise. Eso es, supongo, lo que me mantuvo al margen del resto del grupo: yo era el único que no deseaba ser Ender.

Mira el mapa, Hyrum. ¿Aceptarán el plan de Han Tzu de dividir China en seis naciones y unirlas todas al Pueblo Libre? ¿O seguirán unificadas y se le unirán de todas formas? ¿O buscarán a otro emperador? ¿Se recuperará la India de la humillación de la derrota de Virlomi? ¿Seguirán los indios su consejo y abrazarán el PLT? Nada está asegurado, y yo tengo que marcharme.

Lo sé, me lo notificarás por ansible cuando suceda algo interesante. Y en cierto modo, no me importa. No voy a estar allí, no voy a tener ningún efecto sobre ello.

En cierto modo, aún me importa menos. Porque nunca me importó en realidad.

Sin embargo, me preocupo también con todo mi corazón. Porque Petra está allí con los únicos bebés que en realidad quise: los bebés que no tienen mis defectos. Conmigo sólo tengo a los lisiados. Y mi único miedo es que moriré antes de haberles enseñado nada.

No te avergüences cuando veas que tu vida llega a su fin y aún no habéis encontrado una cura para mí. Nunca creí en cura ninguna. Creí que había suficiente oportunidad para dar este salto a la noche, y con cura o sin ella, sabía que no quería que mis hijos defectuosos vivieran lo suficiente para cometer mi error y reproducirse, y mantener este valioso y terrible camino en marcha, generación tras generación. Pase lo que pase, está bien.

Y se me ocurre una cosa. ¿Y si la hermana Carlotta tenía razón? ¿Y si Dios me está esperando con los brazos abiertos? Entonces todo lo que estoy haciendo es posponer nuestro encuentro. Pienso en encontrarme con Díos. ¿Será como cuando conocí a mis padres? (Siempre escribo «los padres de Nikolai».) Me cayeron bien. Quise amarlos. Pero supe que Nikolai era el hijo que ella engendró, el hijo que ellos criaron. Y yo era... de ninguna parte. Y para mí, mi padre fue una niña pequeña llamada Poke, y mi madre fue la hermana Carlotta, y estaban muertas. ¿Quiénes eran en realidad esas otras personas?

¿Será así verse con Dios? ¿Me decepcionaré con la realidad, porque prefiero al sustituto que imagino?

Te guste o no, Hyrum, tú fuiste Dios en mi vida. No te invité, ni siquiera te aprecié, pero seguías MEDRANDO. Y ahora me has enviado a la oscuridad exterior con la promesa de salvarme. Una promesa que no creo que puedas mantener. Pero al menos tú no eres un extraño. Te conozco. Y creo que sinceramente tienes buenas intenciones. Si tengo que elegir entre un Dios omnipotente que deja al mundo en este estado, o un Dios que sólo tiene un poder limitado pero realmente se preocupa y trata de mejorar las cosas, te elegiré siempre. Sigue jugando a ser Dion, Hyrum. No lo haces mal. A veces hasta te sale bien.

¿Por qué escribo de esta forma? Podemos enviarnos correos electrónicos cuando queramos. El caso es que aquí no va a pasar nada, así que no tendré nada que decirte. Y nada de lo que tú tengas que decirme me importará mucho cuanto más me aleje de la Tierra. Así que éste es el momento adecuado para este discurso de despedida.

Espero que Peter tenga éxito y una al mundo en paz. Creo que todavía tiene un par de guerras grandes por delante.

Espero que Petra vuelva a casarse. Cuando te pregunte tu opinión, dile que digo esto: quiero que mis hijos tengan un padre en sus vidas. No la leyenda ausente de un padre, sino un padre real. Mientras elija a alguien que los ame y les diga que lo han hecho bien, entonces adelante. Que sea feliz.

Espero que vivas para ver las colonias establecidas y la especie humana progresando en otros mundos. Es un buen sueño.

Espero que estos hijos lisiados que tengo conmigo encuentren algo interesante que hacer con sus vidas después de mi muerte.

Espero que la hermana Carlotta y Poke estén ahí para recibirme cuando muera. La hermana Carlotta podrá decirme que te lo dije. Y yo podré decirles a ambas lo mucho que siento no haber podido salvarles

la vida, después de todos los problemas que tuvieron para salvar la mía.

Basta. Es hora de conectar el regulador gravitatorio y botar este navío.

* * *

De: Graff%pereginacion@colmin.gov A: Bean@Dondedemoniosestoy Sobre: Hiciste suficiente

Hiciste suficiente, Bean. Tuviste poco tiempo y sacrificaste muchas cosas para ayudarnos a Peter y a Mazer y a mí. Todo ese tiempo que podría haberos pertenecido a Petra y a ti y a vuestros bebés. Hiciste suficiente. Peter puedo encargarse a partir de ahora.

En cuanto a todo ese asunto de Dios... no creo que el Dios verdadero tengo tan mal historial como piensas. Cierto, mucha gente vive una vida terrible. Pero no s eme ocurre nadie que lo haya pasado peor que tú. Y mira en lo que te has convertido. No quieres darle el mérito a Dios por que no crees que exista. Pero si vas a echarle la culpa de toda la mierda, tienes que darle la mierda de lo que crece en ese suelo fertilizado.

Lo que dijiste respecto a que Petra busque un padre real en sus vidas. Sé que no hablabas de ti mismo. Pero tengo que decirlo, porque es cierto, y mereces oírlo.

Bean, estoy orgulloso de ti. Estoy orgulloso de mí mismo porque he podido conocerte. Te recuerdo allí sentado después de que dedujeras lo que estaba sucediendo realmente en la guerra contra los insectores.

¿Qué hago con este niño? No podemos guardarle ningún secreto.

Lo que decidí fue: confiaré en él.

No defraudaste mi confianza. La sobrepasaste. Tu alma es grande.

Pusiste el listón muy alto mucho antes de crecer tanto.

Lo hiciste bien.

* * *

El plebiscito se celebró y Rusia se unió al PLT. La Liga Musulmana se disolvió y las naciones más beligerantes se sometieron, momentáneamente. Armenia estaba a salvo.

Petra envió a sus hombres a casa en los mismos trenes civiles que los habían traído a Moscú.

Había durado un año.

Durante ese tiempo había echado de menos a sus bebés. Pero no soportaba verlos. Se negaba a que los trajeran. Se negaba incluso a tomarse un breve permiso para verlos.

Porque sabía que cuando volviera a casa sólo habría cinco. Y los dos que mejor conocía, y a los que por tanto amaba más, no estarían.

Porque sabía que tendría que enfrentarse al resto de su vida sin Bean.

Así que se mantenía ocupada... y no había escasez de trabajo importante que hacer. Se decía a sí misma: la semana que viene tomare un permiso e iré a casa.

Entonces su padre fue a verla y se abrió paso entre los auxiliares y empleados que la aislaban del mundo exterior. La verdad sea dicha, probablemente se alegraron de verlo y lo dejaron pasar. Porque Petra estaba hecha un basilisco y aterrorizaba a cuantos la rodeaban.

Su padre la abordó con actitud inflexible.

—Sal de aquí —dijo.

—¿De qué estás hablando?

—Tu madre y yo nos perdimos la mitad de tu infancia porque te arrancaron de nosotros. Te estás privando de algunos de los mejores momentos de la vida de tus hijos. ¿Por qué? ¿De qué tienes miedo? ¿La gran soldado y unos bebés te asustan?

—No quiero hablar de esto —dijo ella—. Soy una adulta. Tomo mis propias decisiones.

—No has dejado de ser mi hija.

Entonces él se alzó sobre ella y por un instante Petra experimentó el miedo infantil de que él iba a... a... darle un cachete.

Todo lo que hizo fue rodearla con sus brazos. Fuerte.

—Me estás ahogando, papá.

—Entonces funciona.

—Lo digo en serio.

—Si tienes aliento para seguir discutiendo conmigo, entonces no he terminado. Ella se echó a reír.

Él la libró del abrazo pero siguió sujetándola por los hombros.

—Querías a esos niños más que a nada en el mundo, y tenías razón. Ahora quieres evitarlos porque piensas que no podrás soportar la pena por los que no están allí. Y te digo que te equivocas. Y lo sé. Porque estuve para Stefan durante todos los años en que tú permaneciste fuera. No me oculté de él porque no te tenía a ti.

—Sé que tienes razón —dijo Petra—. ¿Crees que soy estúpida? No he decidido no verlos. Simplemente, lo he ido retrasando.

—Tu madre y yo le hemos escrito a Peter suplicándole que te ordene volver a casa.

Y todo lo que ha dicho ha sido: «Volverá cuando no pueda evitarlo.»

—¿No pudisteis hacerle caso? Es el Hegemón del mundo entero.

—Ni siquiera de medio mundo todavía —dijo su padre—. Y puede que sea Hegemón de naciones, pero no tiene ninguna autoridad sobre mi familia.

— Gracias por venir, papá. Voy a desmovilizar a mis tropas mañana y enviarlas a casa a través de fronteras que no requieren pasaporte porque forman parle del Pueblo Libre de la Tierra. He estado haciendo cosas mientras he permanecido aquí. Pero ya he terminado. Iba a volver a casa de todas formas. Pero ahora lo haré porque tú me lo has dicho. ¿Ves? Estoy dispuesta a ser obediente, mientras me ordenes lo que iba a hacer de cualquier manera.

* * *

El Pueblo Libre de la Tierra tenía cuatro capitales: Bangkok fue añadida a Ruanda, Rotterdam y Blackstream. Pero era en Blackstream (Ribeirão Preto) donde vivía el Hegemón. Y fue allí donde Peter había trasladado a los hijos de Petra. Ni siquiera le había pedido permiso y por eso se enfureció cuando la puso al corriente de lo que había hecho. Pero estaba ocupada en Rusia y Peter dijo que Rotterdam no era sitio para ella ni era sitio para él, y que él iba a vivir en casa y a cuidar de sus hijos donde pudiera asegurarse de que los atendían bien.

Así que fue en Brasil donde ella se asentó. Y le pareció bien. El invierno de Moscú había sido una pesadilla, incluso peor que los inviernos de Armenia. Y le gustaba el aspecto de Brasil, el ritmo de la vida, la manera en que se movían los brasileños, el fútbol en las calles, la manera que tenían de no ir nunca vestidos del todo, la melodía de la lengua portuguesa en los bares del barrio junto con el batuque y la samba y la risa y el fuerte olor de la pinga.

Fue en coche parte del camino pero luego le pagó al conductor y le dijo que llevara su equipaje al complejo e hizo caminando el resto del trayecto. Sin planificarlo, se encontró caminando ante la casita donde ella y Bean habían vivido cuando no estaban en el complejo.

La casa había cambiado. Se dio cuenta: estaba unida a la casa de al lado por un par de habitaciones añadidas y la pared del jardín entre ambas había sido derribada. Ahora era una casa grande.

Qué vergüenza. No podían dejarla en paz.

Entonces vio el nombre en el cartelito que había en la pared, junto a la verja. Delphiki.

Abrió la verja sin batir las palmas para pedir permiso. Ya sabía lo que había sucedido, pero le costaba creer que Peter se hubiera tomado tantas molestias.

Abrió la puerta y entró y...

Allí estaba la madre de Bean, en la cocina, preparando algo que tenía un montón de aceitunas y ajo.

—Oh —dijo Petra lo siento. No sabía que... creía que estabas en Grecia.

La sonrisa del rostro de la señora Delphiki fue toda la respuesta que Petra necesitaba.

—Claro que puedes pasar, es tu casa. Yo soy la visitante. ¡Bienvenida!

—Has venido... has venido a cuidar de los bebés.

—Ahora trabajamos para el PLT. Pero no podía soportar estar lejos de mis nietos.

Pedí permiso. Ahora cocino y cambio pañales sucios y grito a las empregadas.

—¿Dónde están...?

—¡Es la hora de la siesta! —dijo la señora Delphiki—. Pero te juro que el pequeño Andrew está fingiendo. No duerme nunca. Cada vez que entro, sólo tiene los ojos entrecerrados.

—No me conocerán —dijo Petra.

La señora Delphiki hizo un gesto con la mano.

—Claro que no. ¿Pero crees que van a acordarse de eso? No recuerdan nada de lo que pasa antes de los tres años.

—Me alegro de verte. ¿Se... despidió de vosotros?

—No fue nada sentimental. Pero sí, nos llamó. Y nos envió unas bonitas cartas. Creo que a Nikolai le afectó más que a nosotros, porque conocía mejor a Julian. De la Escuela de Batalla, ya sabes. Pero Nikolai está casado ahora, ¿lo sabías? Así que muy pronto tal vez tengamos otro nieto. No es que andemos escasos. Julian y tú lo habéis hecho muy bien.

—Si estoy callada y no los despierto, ¿puedo entrar a verlos?

—Los tenemos repartidos en dos habitaciones. Andrew comparte una habitación con Bella, porque nunca duerme, pero ella puede seguir durmiendo pase lo que pase. Julian y Petra y Ramón están en la otra habitación. La necesitan más oscura. Pero si los despiertas, no habrá problema. Ninguna cuna tiene barrotes, porque se escapan de todas formas.

—¿Ya caminan?

—Y corren. Se suben a las cosas. Se caen. ¡Tienen más de un año, Petra! ¡Son niños normales!

Estuvo a punto de echarse a llorar, porque le recordó a los hijos que no eran normales. Pero la señora Delphiki no se refería a eso, y no había motivos para castigarla estallando en un mar de lágrimas por un comentario sin malicia.

Así que los dos que llevaban los nombres de los hijos que más anhelaba compartían habitación. Tuvo suficiente valor para afrontarlo. Entró allí primero.

Nada en aquellos bebés le recordaba a los que se habían marchado. Eran grandes. Ya sabían andar. Y, en efecto, los ojos de Andrew estaban abiertos. Se volvió a mirarla.

Ella le sonrió.

Él cerró los ojos y fingió estar dormido.

Bueno, que se retire y decida qué piensa de mí. No voy a exigir que me amen cuando ni siquiera me conocen.

Se acercó a la cuna de Bella. Dormía profundamente, sus negros rizos aplastados y húmedos contra la cabeza. La herencia genética Delphiki era muy complicada. En Bella se notaban las raíces africanas de Bean, mientras que Andrew parecía armenio.

Acarició uno de los rizos de Bella y la niña no se agitó. Su mejilla estaba caliente y húmeda.

Es mía, pensó Petra.

Se dio la vuelta y vio que Andrew estaba sentado en la cama, mirándola tan tranquilo.

—Hola, mamá —dijo.

Petra se quedó sin respiración.

—¿Cómo me has conocido?

—Por las fotos.

—¿Quieres levantarte?

Él miró el reloj de la cómoda.

—No es la hora.

¿Ésos eran niños normales?

¿Cómo podía saber la señora Delphiki lo que era normal, de todas formas? Nikolai no era precisamente estúpido.

Aunque no eran tan inteligentes. Los dos llevaban pañales.

Petra se acercó a Andrew y le tendió la mano. ¿Qué pienso que es, un perro al que darle la mano para que la olisquee?

Andrew agarró un par de dedos, sólo un instante, como para asegurarse de que era real.

—Hola, mamá.

—¿Puedo darte un beso?

El levantó la cara y se empinó. Ella se agachó y lo besó.

El contacto de sus manos. La sensación de su besito. El rizo en la mejilla de Bella.

¿A qué había estado esperando? ¿Por qué había tenido miedo? Idiota. Soy una idiota.

Andrew volvió a acostarse y cerró los ojos. Como había advertido la señora Delphiki, era absolutamente increíble. Petra pudo ver el blanco de sus ojos a través de los párpados entrecerrados.

—Te quiero —susurró.

—Yotamiéntequiero —murmuró Andrew.

Petra se alegró de que alguien le hubiera dicho esas palabras tan a menudo para que la respuesta fuera automática.

Cruzó el pasillo hasta la otra habitación. Estaba mucho más oscura. No veía lo suficientemente bien para atravesarla. Sus ojos tardaron unos instantes en acostumbrarse a la penumbra y en distinguir las tres camitas.

¿Reconocería a Ramón cuando lo viera?

Alguien se movió a su izquierda. Ella se sobresaltó, y eso que era soldado. En un momento adoptó una pose defensiva, dispuesta a saltar.

—Sólo soy yo —susurró Peter Wiggin.

—No tenías que venir a...

El se llevó un dedo a los labios. Se acercó a la cuna más apartada.

—Ramón —susurró. Ella se acercó a la cuna.

Peter extendió la mano y agitó algo. Un papel.

—¿Qué es esto? —preguntó ella. En un susurro. Él se encogió de hombros.

Si no sabía lo que era, ¿por qué se lo había señalado?

Ella lo sacó de debajo de Ramón. Era un sobre, pero no contenía mucho.

Peter la tomó suavemente por el codo y la guió hasta la puerta. Cuando estuvieron en el pasillo, le dijo en voz baja:

—No puedes leerlo con esa luz. Y cuando Ramón se despierte, va a buscarlo y se enfadará si no está.

—¿Qué es?

—El papel de Ramón. Petra, Bean lo puso ahí antes de marcharse. Quiero decir, no ahí. Fue en Rotterdam. Pero lo metió bajo el pañal de Ramón cuando dormía en su cuna. Quería que tú lo encontraras. Así que ha estado ahí todas las noches de su vida. Sólo se ha hecho pis encima dos veces.

—De Bean.

La emoción con la que ella podía tratar mejor era la furia.

—Tú sabías que había escrito esto y... Peter la condujo al saloncito.

—No me lo dio a mí, ni a nadie, para que te lo entregara. A menos que cuentes a Ramón. Se lo dio al culito de Ramón.

—Pero hacerme esperar un año para...

—Nadie pensó que sería un año, Petra. —Lo dijo muy suavemente, pero la verdad le dolió. El siempre tenía el poder de hacerle daño, y sin embargo nunca lo evitaba.

—Te dejaré a solas para que lo leas.

—¿Quieres decir que no has venido a recibirme para poder averiguar qué dice?

—Petra. —La señora Delphiki estaba en la puerta del saloncito. Parecía levemente sorprendida—. Peter no ha venido por ti. Se pasa aquí todo el tiempo.

Petra miró a Peter y luego a la señora Delphiki.

—¿Por qué?

—Se le echan continuamente encima. Y los acuesta para dormir. Le obedecen mucho mejor que a mí.

La idea del Hegemón de la Tierra yendo a jugar con sus hijos le pareció rara. Y luego algo peor que rara. Parecía algo completamente injusto. Lo empujó.

—¿Vienes a mi casa a jugar con mis hijos?

Él no reaccionó; también mantuvo su terreno.

—Son unos chicos magníficos.

—Déjame averiguarlo, ¿quieres? ¡Déjame averiguarlo por mí misma!

—Nadie va a impedírtelo.

—¡Tú me lo impediste! ¡Yo andaba haciendo tu trabajo en Moscú, y tú estabas aquí

jugando con mis hijos!

—Me ofrecí a llevártelos.

—No los quería en Moscú, estaba ocupada.

—Te ofrecí volver a casa. Una y otra vez.

—¿Y dejar el trabajo?

—Petra —dijo la señora Delphiki—, Peter ha sido muy bueno con tus hijos. Y conmigo. Y te estás comportando muy mal.

—No, señora Delphiki —contestó Peter—. Esto es sólo levemente mal. Petra es un soldado entrenado y el hecho de que yo esté todavía de pie...

—No te burles de mí. —Petra se echó a llorar—. He perdido un año de la vida de mis hijos y por mi culpa, ¿crees que no lo sé?

De uno de los dormitorios llegó un sonido de llanto.

La señora Delphiki puso los ojos en blanco y fue a rescatar a quien quiera que necesitara ser rescatado.

—Hiciste lo que tenías que hacer —dijo Peter—. Nadie te está criticando.

—Pero tú pudiste encontrar tiempo para mis hijos.

—No tengo hijos propios.

—¿Es culpa mía?

—Sólo estoy diciendo que tenía tiempo. Y... se lo debía a Bean.

—Le debes más que eso.

—Pero esto es lo que puedo hacer.

Ella no quería que Peter Wiggin fuera la figura paterna en la vida de sus hijos.

—Petra, lo dejaré si quieres. Ellos se preguntarán por qué no vengo, y luego lo olvidarán. Si no me quieres aquí, lo comprenderé. Esto es tuyo y de Bean, y no quiero entrometerme. Y, sí, quería estar aquí cuando abrieras ese sobre.

—¿Qué hay dentro?

—No lo sé.

—¿No hiciste que uno de tus hombres lo abriera al vapor? Peter parecía un poco irritado.

La señora Delphiki entró en el salón llevando en brazos a Ramón, que lloraba y decía:

—Mi papel.

—Tendría que haberlo sabido —dijo Peter. Petra alzó el sobre.

—Está aquí —dijo.

Ramón intentó agarrarlo insistentemente. Petra se lo entregó.

—Lo estás malcriando —dijo Peter.

—Esta es tu mamá, Ramón —dijo la señora Delphiki—. Te amamantó cuando eras pequeñito.

Era el único que no me mordía cuando... —A Petra no se le ocurrió ninguna forma de acabar la frase que no implicara hablar de Bean o los otros dos niños, los que tenían que comer comida sólida porque les salieron los dientes siendo increíblemente jóvenes.

La señora Delphiki no estaba dispuesta a rendirse.

—Deja que tu mamá vea el papel, Ramón.

Ramón lo agarró con más fuerza. Compartir no estaba todavía en su agenda.

Peter extendió la mano, le quitó el sobre y se lo entregó a Petra. Ramón empezó a llorar inmediatamente.

—Devuélveselo —dijo Petra—. He esperado mucho tiempo.

Peter metió el dedo bajo una esquina, lo rasgó y sacó una sola hoja de papel.

—Si les dejas salirse con la suya porque lloran, criarás a un puñado de mocosos quejicas que no podrá soportar nadie.

Le tendió el papel y le devolvió el sobre a Ramón, quien inmediatamente se calmó y empezó a examinar el objeto transformado.

Petra alzó el papel y se sorprendió al ver que estaba temblando. Lo que significaba que lo que le temblaba era la mano. No le parecía estar haciéndolo.

Y de repente Peter la sostuvo por los antebrazos y la ayudó a llegar al sofá, sus piernas no funcionaban bien del todo.

—Ven, siéntate aquí, es la conmoción, nada más.

—Ya tengo preparada tu merienda —le dijo la señora Delphiki a Ramón, que intentaba meter todo el brazo dentro del sobre.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Peter. Petra asintió.

—¿Quieres que me vaya para que puedas leer esto? Ella volvió a asentir.

Peter estaba en la cocina despidiéndose de Ramón y la señora Delphiki cuando Andrew llegó por el pasillo. Se detuvo en la entrada del saloncito y dijo:

—La hora.

—Sí, es la hora, Andrew —contestó Petra.

Lo vio caminar hacia la cocina. Y un momento más tarde oyó su voz.

—Mamá —anunció.

—Eso es —dijo la señora Delphiki . Mamá está en casa.

—Adiós, señora Delphiki —dijo Peter. N momento después, Petra oyó abrirse la puerta.

—¡Espera un segundo, Peter! —llamó.

Él volvió. Cerró la puerta. Cuando entró en el saloncito, ella le tendió el papel.

—No puedo leerlo.

Peter no preguntó por qué. Cualquier idiota se hubiese dado cuenta de que tenía lágrimas en los ojos.

—¿Quieres que te lo lea?

—Tal vez pueda soportarlo si no es su voz lo que oigo. Peter desplegó el papel.

—No es largo.

—Lo sé.

Él empezó a leer, en voz baja, para que sólo ella pudiera oírlo.

—«Te quiero —dijo—. Sólo hay una cosa que olvidamos decidir. No podemos tener dos parejas de niños con el mismo nombre. Así que he decidido que voy a llamar al Andrew que está conmigo Ender, porque así es como lo hemos llamado desde que nació. Y pensaré en el Andrew que está contigo como Andrew.»

Las lágrimas corrían ahora por el rostro de Petra y apenas podía contener los sollozos. Por algún motivo le rompía el corazón darse cuenta de que Bean estuviera pensando esas cosas antes de marcharse.

—¿Quieres que continúe? —preguntó Peter. Ella asintió.

—«Y a la Bella que está contigo la llamaremos Bella. Porque a la que está conmigo he decidido llamarla Carlotta.»

Fue el colmo. Los sentimientos que había acumulado en su interior durante años, sentimientos que sus subordinados habían empezado a creer que no tenía, estallaron.

Pero sólo un minuto. Recuperó el control de sí misma y luego le instó a continuar.

—«Y aunque no esté conmigo, a la pequeña a la que le pusimos tu nombre, cuando les hable a los niños de ella, voy a llamarla Poke, para que no la confundan contigo. Tú no tienes que llamarla así, pero es que eres la única Petra que conozco, y deberíamos ponerle a alguien el nombre de Poke.»

Petra se echó a llorar. Se abrazó a Peter y él la sostuvo como un amigo, como un padre.

Peter no dijo nada. Ni «no pasa nada» ni «entiendo», quizá porque sí que pasaba algo y era lo bastante listo como para darse cuenta de que no lo entendía.

Cuando habló, fue después de que ella estuviera mucho más calmada y silenciosa y otro de los niños pasara por la puerta y proclamara a voz en grito:

—¡Señora llorando!

Petra se incorporó y palmeó el brazo de Peter.

—Gracias —dijo—. Lo siento.

—Ojalá su carta hubiera sido más larga. Fue obviamente sólo un pensamiento de último minuto.

—Fue perfecto —dijo Petra.

—Ni siquiera la firmó.

—No importa.

—Pero estaba pensando en ti y en los niños. Asegurándose de que pensaríais en todos los niños con los mismos nombres.

Ella asintió, temerosa de empezar otra vez.

—Me marcho —dijo Peter—. No volveré hasta que me invites.

—Vuelve cuando quieras. No quiero que mi vuelta a casa les cueste a los niños alguien a quien aman.

—Gracias.

Ella asintió. Quiso darle las gracias por leerle la carta y por no hacer ningún comentario por haberle llorado encima de la camisa, pero no se creía capaz de hablar, así que lo despidió con la mano.

Fue buena cosa haber llorado. Cuando entró en la cocina y se lavo la cara y escuchó a la pequeña Petra (a Poke) decir de nuevo «señora llorando», pudo conservar la calma y decir:

—Estaba llorando porque soy muy feliz de verte. Te he echado de menos. Tú no te acuerdas de mí, pero soy tu mamá.

—Les mostramos tu foto cada mañana y cada noche —dijo la señora Delphiki—, y ellos la besan.

—Gracias.

—Empezaron a hacerlo las enfermeras antes de que yo llegara.

—Ahora podré besar a mis hijos yo misma. ¿Estará bien? ¿No besar más la foto?

Era demasiado para que ellos lo comprendieran. Y si querían seguir besando la foto durante un tiempo a ella le parecería bien, igual que el sobre de Ramón. No había motivo para quitarles algo que valoraban.

A vuestra edad, dijo Petra en silencio, vuestro padre se buscaba la vida por su cuenta, tratando de no morirse de hambre en Rotterdam.

Pero todos vais a alcanzarlo y pasarlo de largo. Cuando tengáis veinte años y hayáis terminado la universidad y os vayáis a casar, él seguirá teniendo dieciséis años y se arrastrará por el tiempo mientras su nave estelar corre por el espacio. Cuando me enterréis, no habrá cumplido todavía los diecisiete. Y vuestros hermanos

y hermanas serán todavía bebés. No tendrán ni siquiera vuestra edad. Será como si no cambiaran nunca.

Lo cual significa que es exactamente como si se hubieran muerto. Los seres queridos que mueren nunca cambian tampoco. Siempre tienen la misma edad en la memoria.

Así que lo que yo voy a vivir no es algo tan distinto. ¿Cuántas mujeres se quedaron viudas en la guerra? ¿Cuántas madres han enterrado a bebés que apenas tuvieron tiempo de abrazar? Soy tan parte de la misma comedia sentimental como cualquiera, las partes tristes siempre seguidas por las risas, las risas seguidas siempre por las lágrimas.

No fue hasta más tarde, cuando estuvo sola en la cama, con los niños dormidos y la señora Delphiki en la casa de al lado (o, más bien, en la otra ala de la misma casa), cuando ella pudo volver a leer la nota de Bean. Era su letra. La había escrito a toda prisa y en algunos sitios apenas era legible. Y el papel estaba manchado: Peter no bromeaba cuando dijo que Ramón se había hecho pipí en el sobre un par de veces.

Apagó la luz e intentó dormir.

Y entonces se le ocurrió algo y encendió de nuevo la luz y buscó el papel y sus ojos estaban tan nublados que apenas pudo leer, así que tal vez se había quedado dormida y había sacado esa idea de un profundo sueño.

La carta empezaba con: «Sólo hay una cosa que olvidamos decidir.» Pero cuando Peter la había leído, había empezado diciendo: «Te quiero.»

Seguramente había repasado la carta y visto que Bean no lo decía. No era más que una nota que Bean había escrito en el último momento, y a Peter le preocupaba que la omisión pudiera herirla.

No podía haber sabido que Bean nunca ponía ese tipo de cosas por escrito.

Excepto de manera tangencial. Porque toda la nota era un «te quiero», ¿no?

Apagó de nuevo la luz, pero no soltó la carta. El último mensaje de Bean para ella. Mientras se dormía de nuevo, el pensamiento pasó brevemente por su mente.

Cuando Peter lo dijo, no estaba leyendo.