Chapter 195 - 19 Enemigos

De «Nota para el Hegemón: No se puede combatir una epidemia con una reja».

Por «Martel».

Colgado en «Red de Advertencia Primera»

La presencia de Julian Delphiki, el «gorila» del Hegemón, en Armenia, podría ser interpretada como unas vacaciones familiares por algunos, pero otros recordamos que Delphiki estuvo en Ruanda antes de que ratificara la Constitución del PLT.

Cuando se tiene en cuenta que la esposa de Delphiki, Petra Arkanian, también miembro del grupo de Ender, es armenia, ¿a qué conclusión puede llegarse excepto a la de que Armenia, un enclave cristiano casi por completo rodeado de naciones musulmanas, está preparándose para ratificar?

Añadamos los estrechos lazos entre el Hegemón y Tailandia, donde la mano izquierda de Wiggin, el general Suriyawong, está «asesorando» al general Phet Noi y al primer ministro Paribatra, recién regresados tras su cautiverio en China, y la posición del PLT en Nubia... y parece que el Hegemón está rodeando el pequeño imperio del califa Alai.

Muchos eruditos están diciendo que la estrategia del Hegemón es

«contener» al califa Alai. Pero ahora que los hindúes se han pasado a la cama del musulmán (perdón, quise decir «campamento»), la contención no es suficiente.

Cuando el califa Alai, nuestro moderno Tamerlán, decida que quiere un bonito montón de cráneos humanos (es tan difícil encontrar buenos decoradores hoy en día), podrá reunir grandes ejércitos y concentrarlos donde le plazca en sus fronteras.

Si el Hegemón espera pasivamente, tratando de «contener» a Alai tras una reja de alianzas, entonces se encontrará frente a una fuerza abrumadora dondequiera que Alai decida golpear.

El islam, la sangrienta «religión única», tiene antecedentes de ser tan sólo levemente menos devastadora para la especie humana que los insectores.

Es hora de que el Hegemón cumpla con su trabajo y emprenda una acción decisiva y preventiva... preferiblemente en Armenia, donde sus fuerzas podrán golpear como un cuchillo el cuello del islam. Y, cuando lo haga, será el momento de que Europa, China y América despierten y se unan a él. Necesitamos unidad contra esta amenaza igual que la necesitaremos siempre contra una invasión alienígena.

* * *

De: PeterWiggin%personal@PuebloLibreTierra.pl.gov A: PetraDelphiki%pierdete@PuebloLibreTierra.gov Sobre: El último ensayo de Martel

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«Golpear como un cuchillo el cuello del islam», desde luego. ¿Usando qué enorme ejército? ¿Usando qué gran fuerza aérea para neutralizar a los musulmanes y aerotransportar ese enorme ejército por el terreno montañoso entre Armenia y el «cuello» del islam?

Afortunadamente, aunque Alai y Virlomi comprenderán que Martel está diciendo chorradas, la prensa musulmana es famosa por su paranoia. ELLA sí que creerá que hay una amenaza. Así que ahora la presión existe y el juego ha empezado. Eres una provocadora natural, Petra. Prométeme que nunca te enfrentarás a mí por ningún motivo.

Oh, espera. Soy Hegemón-de-por-vida, ¿no? Buen trabajo, mami.

* * *

El califa Alai y Virlomi estaban sentados juntos en la cabecera de una mesa de conferencias en Chichlam, que la prensa musulmana todavía llamaba Hiderabad.

Alai no podía comprender por qué a Virlomi le molestaba que se negara a insistir en que los musulmanes llamaran a la ciudad por su nombre premusulmán. Ya tenía suficientes problemas sin un humillante e innecesario cambio de nombre. Se habían casado para conseguir el autogobierno. Y era un método mucho mejor que la guerra: pero sin haber obtenido una victoria en el campo de batalla, era inadecuado que Virlomi insistiera en detalles triunfales como hacer que tus invictos conquistadores cambiaran el nombre que ellos usaban para referirse a su propia sede gubernamental.

En los últimos días, Alai y Virlomi se habían reunido con varios grupos.

En una conferencia de jefes de Estados musulmanes habían escuchado los lamentos y sugerencias de pueblos tan alejados como Indonesia, Argel, Kazajstán y Yemen.

En una conferencia mucho más tranquila de minorías musulmanas, habían escuchado las fantasías revolucionarias de yihadistas filipinos, franceses, españoles y tailandeses.

Y en el ínterin habían ofrecido banquetes y escuchado los severos consejos de los ministros de Asuntos exteriores franceses, americanos y rusos.

Estos señores de los antiguos imperios cansados ¿no habían advertido que sus naciones hacía mucho que no formaban parte del mundo? Sí, rusos y americanos aún tenían un ejército formidable, ¿pero dónde estaba su voluntad imperialista? Creían que todavía podían mandar a gente como Alai, que tenía poder y sabía usarlo.

Pero no hacía ningún daño al califa Alai fingir que tales naciones aún importaban en el mundo. Se las aplacaba con gestos sabios con la cabeza y palabras paliativas y se iban a casa y se sentían bien por haber ayudado a promover «la paz en la Tierra».

Alai se había quejado después a Virlomi. ¿No era suficiente para los americanos que el mundo entero usara su moneda y que los dejara dominar la F.I.? ¿No era suficiente para los rusos que el califa Alai mantuviera sus ejércitos apartados de su frontera y no hiciera nada para apoyar a los grupos musulmanes rebeldes dentro de éstas?

Y los franceses… ¿qué esperaban que hiciera Alai cuando se enteró de cuál era la opinión de su Gobierno? ¿No comprendían que ahora eran espectadores del gran juego, por propia elección? Los jugadores no iban a dejar que los aficionados marcaran los tantos, no importaba lo bien que hubieran jugado en sus tiempos.

Virlomi escuchó con gesto benigno y no dijo nada en todas esas reuniones. La mayoría de los visitantes se marchaban con la impresión de que era una figura decorativa y de que el califa Alai tenía el control completo. Esta impresión no hacía daño. Pero como Alai y sus consejeros más cercanos sabían, era también completamente falsa.

La reunión de ese día era mucho más importante. Reunidos alrededor de la mesa se hallaban los hombres que realmente dirigían el imperio musulmán: los hombres en quienes Alai confiaba, que se aseguraban de que los jefes de los diversos Estados musulmanes hicieran lo que Alai quería que hiciesen, sin quejarse por lo constreñidos que estaban bajo el pulgar del califa. Como Alai contaba con el apoyo entusiasta de la mayor parte del pueblo musulmán, tenía una ventaja enorme para obtener el apoyo de sus Gobiernos. Pero Alai no tenía aún el poder para establecer un sistema financiero independiente. Por eso dependía de las contribuciones de las diversas repúblicas y reinos y Estados islámicos que le servían.

Los hombres de esa mesa se aseguraban de que el dinero fluyera hacia Hiderabad y la autoridad en sentido contrario, con las mínimas fricciones.

Lo más notable de esos hombres era que no eran más ricos que en el momento de su nombramiento. A pesar de todas las oportunidades para aceptar sobornos y sacarse un sobresueldo, habían permanecido puros. Los motivaba la devoción a la causa del califa y el orgullo por sus posiciones de confianza y honor.

En vez de un visir, Alai tenía una docena. Se reunían alrededor de aquella mesa para aconsejarlo y oír sus decisiones.

Y cada uno de ellos lamentaba la presencia de Virlomi.

Y Virlomi no hacía nada para evitarlo. Porque aunque hablaba suave y brevemente, insistía en usar la voz tranquila y la enigmática actitud que tan bien había mantenido entre los hindúes. Pero los musulmanes no tenían ninguna tradición de diosas, excepto tal vez en Indonesia y Malasia, donde se mostraban especialmente atentos a desalentar esas tendencias donde las encontraban. Virlomi era como un alienígena entre ellos.

Allí no había ninguna cámara. Ese papel no funcionaba para aquel público.

Entonces, ¿por qué insistía en hacerse la diosa?

¿Era posible que se lo creyera? ¿Que después de años de interpretar el papel para mantener viva la resistencia india creyera que la inspiraban los dioses? Era ridículo pensar que creyera ser divina. Si el pueblo musulmán llegaba a sospechar alguna vez que ella se lo creía esperaría que Alai se divorciara de ella y acabara con toda esa tontería. Aceptaban la idea de que el califa, como el Salomón de la antigüedad, pudiera casarse con mujeres de muchos reinos para simbolizar la sumisión de esos reinos al islam igual que una esposa se somete al marido.

Ella no podía creerse una diosa. Alai estaba seguro de ello. Esas supersticiones habrían sido eliminadas en la Escuela de Batalla.

Pero claro, hacía diez años de su estancia en la Escuela de Batalla, y Virlomi había vivido aislada y adulada durante la mayor parte de ese tiempo. Habían sucedido cosas que hubiesen cambiado a cualquiera. Ella le había hablado de la campaña de piedras en la carretera, la »Gran Muralla de la India», de cómo había visto sus propias acciones convertidas en un enorme movimiento. Le había contado cómo se convirtió primero en una mujer santa y luego en una diosa oculta al este de la India.

Cuando le habló del Satyagraha, él creyó comprenderlo. Sacrificas cualquier cosa, todo para defender lo que es justo sin causar daño a otro.

Y sin embargo ella también había matado a hombres empuñando armas. Había momentos en que no evitaba la guerra. Cuando le contó que su banda de guerreros se habían enfrentado a todo el ejército chino, impidiendo que volviera a la India, incluso que enviara suministros a los ejércitos que los persas y paquistaníes de Alai estaban destruyendo sistemáticamente, él advirtió cuánto le debía a su inteligencia como comandante, como una dirigente que podía inspirar increíbles actos de valentía en sus soldados, como maestra que podía entrenar a campesinos para convertirlos en soldados brutalmente eficaces.

Entre el Satyagraha y la masacre tenía que haber un punto donde Virlomi (la niña de la Escuela de Batalla) viviera de verdad.

O quizá no. Quizá las crueles contradicciones de sus propias acciones la habían conducido a poner la responsabilidad en otra parte. Ella servía a los dioses. Era una diosa ella misma. Por tanto no estaba mal que viviera según el Satyagraha un día y arrasara un convoy entero en una emboscada al siguiente.

La ironía era que, cuanto más vivía con ella, más la amaba Alai. Era una amante dulce y generosa, y hablaba francamente con él, como una niña, como si fueran amigos de la escuela. Como si fueran todavía niños.

Y es lo que somos, ¿no?

No. Alai era ya un hombre, a pesar de no haber cumplido aún los veinte años. Y Virlomi era mayor que él, no una niña.

Pero no habían tenido infancia. Juntos y a solas, su matrimonio era más parecido a jugar a ser marido y mujer que otra cosa. Todavía era divertido.

Y cuando llegaban a una reunión como ésa, Virlomi podía abandonar aquel tono juguetón, hacer a un lado la niña natural y convertirse en la irritante diosa hindú que seguía interponiéndose entre el califa Alai y sus sirvientes de más confianza.

Naturalmente, el consejo estaba preocupado por Peter Wiggin y Bean y Petra y Suriyawong. Se había tomado muy en serio aquel ensayo de Martel.

Así que, naturalmente, para ser irritante, Virlomi lo despreció.

—Martel puede escribir lo que se le antoje. No significa nada. Cuidando de no contradecirla, Hadrubet Sasar, Espino, señaló lo obvio.

—Los Delphiki están de verdad en Armenia y llevan allí una semana.

—Tienen familia allí —dijo Virlomi.

—Y están de vacaciones y se llevan a los bebés a visitar a sus abuelos —dijo Alamandar. Como de costumbre, su ironía era tan seca que se podía pasar por completo por alto el hecho de que despreciaba por completo la idea.

—Por supuesto que no —dijo Virlomi, y su desdén no fue tan sutil—. Wiggin quiere que pensemos que están planeando algo. Retiramos tropas turcas de Xinjiang para invadir Armenia. Entonces Lian Tzu golpea Xinjiang.

—Tal vez el califa tenga algunos datos que indican que el emperador de China está aliado con el Hegemón dijo Espino.

—Peter Wiggin sabe cómo utilizar a la gente que no sabe que está siendo utilizada

— contestó Virlomi.

Alai la escuchó y pensó: ese principio podría aplicarse igualmente a los armenios y a Han Tzu. Tal vez Peter Wiggin los está utilizando sin su consentimiento. Una simple cuestión como enviar a Bean y Petra a visitar a los Arkanian y luego divulgar la historia falsa de que esto significaba que los armenios están a punto de unirse al PLT.

Alai levantó una mano.

—Najjas. ¿Queréis comparar el lenguaje de los ensayos de Martel con los escritos de Peter Wiggin, incluyendo los ensayos de Locke, y decirme si podrían estar escritos por la misma mano?

Un murmullo de aprobación recorrió la mesa.

—No emprenderemos ninguna acción contra Armenia —dijo el califa Alai— basándonos en rumores de las redes sin fundamento. Ni basándonos en nuestro histórico recelo hacia los armenios.

Alai observó su reacción. Algunos asintieron, pero la mayoría ocultó su reacción.

Y Musafi, el más joven de sus visires, evidenció su escepticismo.

—Musafi, háblanos —dijo Alai.

—Representa poca diferencia para el pueblo que podamos demostrar o no que los armenios conspiran contra nosotros —respondió Musafi—. Esto no es un tribunal. Hay muchos que están diciendo que en vez de ganar pacíficamente la India mediante el matrimonio la perdimos de la misma manera.

Alai no miró a Virlomi: tampoco sintió ningún envaramiento ni cambio en su actitud.

—No hicimos nada cuando el Hegemón humilló a los sudaneses y robó la tierra musulmana de Nubia. —Musafi alzó la mano ante la inevitable objeción—. El pueblo cree que esa tierra fue robada.

—Entonces temes que piensen que el califa es ineficaz.

—Esperaban que extendieras el islam por todo el mundo. En cambio, pareces estar perdiendo terreno. El mismo hecho de que Armenia no pueda ser la fuente de una invasión seria significa también que es un lugar seguro para emprender acciones limitadas que asegurarán al pueblo que el califato sigue vigilando el islam.

—¿Y cuántos hombres deberían morir por eso? —repuso Alai.

—¿Por la unidad continuada del pueblo musulmán? —preguntó Musafi— Tantos como Dios ama.

—Hay sabiduría en eso —dijo Alai—. Pero el pueblo musulmán no es el único pueblo del mundo. Fuera del islam, Armenia es percibida como una heroica nación víctima. ¿No hay ninguna posibilidad de que cualquier tipo de acción en Armenia sea interpretada como la prueba de que el islam se está expandiendo, tal como sugiere acusador Martel? ¿Qué sucederá entonces con las minorías musulmanas en Europa?

Virlomi se inclinó hacia delante, mirando con descaro a los consejeros a la cara, como si tuviera alguna autoridad en esa mesa. Nunca Alai miraba a sus amigos con una expresión tan agresiva. Pero claro: esos hombres no eran amigos de ella.

—¿Os preocupa la unidad?

—Siempre ha sido un problema del mundo musulmán —dijo Alamandar.

Algunos de los hombres se rieron.

—El «Pueblo Libre» no puede invadirnos porque somos más poderosos que él en cualquier punto por donde pudiera atacar —dijo Virlomi—. ¿Es nuestro objetivo unir al mundo bajo el liderazgo del califa Alai? Entonces nuestro gran rival no es Peter Wiggin. Es Han Tzu. Vino a mí con planes contra el califa Alai. Me propuso matrimonio para que la India y China pudieran unirse contra el islam.

—¿Cuándo fue eso? —preguntó Musafi. Alai comprendió por qué lo preguntaba.

—Fue antes de que Virlomi y yo consideráramos casarnos, Musafi. Mi esposa se ha comportado con perfecta propiedad.

Musafi quedó satisfecho; Virlomi no mostró ningún signo de que le preocupara la interrupción.

—No se libran guerras para incrementar la unidad doméstica... para conseguir eso hay que seguir políticas económicas que hagan que el pueblo engorde y se enriquezca. Las guerras se libran para crear seguridad, para expandir fronteras y eliminar peligros futuros. Han Tzu es uno de esos peligros.

—Desde que ocupó su cargo, Han Tzu no ha emprendido ninguna acción agresiva—dijo Espino—. Se ha mostrado conciliador con todos sus vecinos. Incluso devolvió a casa al primer ministro indio, ¿no es cierto?

—Eso no fue un gesto conciliador —dijo Virlomi.

—El expansionista Tigre de las Nieves ya no está, su política ha fracasado. No tenemos nada que temer de China —dijo Espino.

Había ido demasiado lejos y todos en la mesa lo sabían. Una cosa era hacer sugerencias y otra contradecir abiertamente a Virlomi.

Con resolución, Virlomi se arrellanó en su asiento y miró a Alai, esperando que actuara contra el ofensor.

Pero Espino se había ganado su mote porque decía verdades incómodas. Tampoco pretendía Alai empezar a desterrar a consejeros de su grupo sólo porque Virlomi se enfadara con ellos.

—Una vez más, nuestro amigo Espino demuestra que su nombre está bien escogido. Y una vez más, le perdonamos su rudeza... ¿o debo decir agudeza?

Risas... pero todos seguían atentos a la ira de Virlomi.

—Veo que este consejo prefiere enviar a los musulmanes a morir en guerras de adorno mientras permite al verdadero enemigo ganar fuerzas sólo porque aún no nos ha molestado. —Virlomi se volvió directamente hacia Espino—. El buen amigo

de mi esposo es como el hombre en un bote que hace aguas, rodeado de tiburones. Tiene un rifle, y su amigo el pasajero dice: «¿Por qué no disparas a esos tiburones?

¡Cuando el bote se hunda y estemos en el agua, no podrás usar el rifle!»

»"Idiota —dice el hombre—. ¿Por qué debería provocar a los tiburones? Ninguno me ha mordido todavía."

Espino parecía decidido a forzar su suerte.

—Tal como yo he oído la historia, el bote estaba rodeado de delfines y el hombre les disparó hasta que se quedó sin munición. «¿Por qué has hecho eso?», preguntó su amigo. Y el hombre respondió: «Porque uno de ellos era un tiburón disfrazado.»

«¿Cuál?», preguntó su compañero. «Idiota, ya te he dicho que iba disfrazado.» Entonces la sangre en el agua atrajo a muchos tiburones, pero el arma del hombre estaba descargada.

—Gracias por tu sabio consejo —dijo Alai—. Ahora debo pensar en todo lo que se ha dicho.

Virlomi le sonrió a Espino.

—Debo recordar tu visión alternativa de la historia. Es difícil decidir cuál es más graciosa. Tal vez una sea graciosa para los hindúes y la otra para los musulmanes.

Alai se levantó y empezó a estrechar las manos de los hombres, despidiéndolos a cada uno por turno. Ya había sido suficientemente grosero por parte de Virlomi continuar la conversación pero siguió insistiendo.

—O tal ves la historia de Espino sea graciosa solo para los tiburones —dijo al grupo en conjunto—. Porque si hay que creer su historia, los tiburones se salvan.

Virlomi nunca había ido tan lejos hasta entonces. Si hubiera sido una esposa musulmana, él habría podido agarrarla del brazo y llevársela amablemente de la sala, y luego explicarle por qué no podía decir esas cosas a hombres que no tenían libertad para responder.

Pero claro, si ella hubiera sido una esposa musulmana no habría estado en la mesa para empezar.

Alai estrechó la mano al resto y todos le mostraron deferencia. Pero también vio creciente cansancio. Su fracaso en impedir que Virlomi ofendiera tan escandalosamente a un hombre que había admitido haber llegado demasiado lejos les parecía debilidad. Sabía que se estaban preguntando cuánta influencia tenía Virlomi sobre él. Y si estaba verdaderamente ejerciendo como califa o era sólo un esposo inepto, casado con una mujer que creía ser una diosa.

En resumen, ¿estaba sucumbiendo el califa Alai a la idolatría al casarse con esa loca?

No es que ninguno dijera tal cosa... ni siquiera entre ellos, ni siquiera en privado. De hecho, probablemente tampoco lo pensaban.

Lo estoy pensando yo.

Cuando Virlomi y él estuvieron a solas, Alai salió de la sala de conferencias para ir al cuarto de baño, donde se lavó la cara y las manos.

Virlomi lo siguió al interior.

—¿Eres fuerte o débil? —preguntó—. Me casé contigo por tu fuerza. Él no dijo nada.

—Sabes que tengo razón. Peter Wiggin no puede tocarnos. Sólo Han Tzu se interpone entre nosotros y la unión del mundo bajo nuestro dominio.

—Eso no es cierto, Virlomi.

—¿Entonces tú también me contradices?

—Somos iguales, Virlomi —dijo Alai—. Podemos contradecirnos mutuamente... cuando estemos solos.

—Así que me equivoco, ¿quién representa una amenaza más grande que Han Tzu?

—Si atacamos a Han Tzu, sin provocación, y parece que puede perder, entonces podemos esperar que la población musulmana de Europa sea expulsada, y las naciones de Europa se unirán, probablemente con Estados Unidos, probablemente con Rusia. En vez de una frontera montañosa que Han Tzu no está amenazando, tendremos una frontera indefendible de miles de kilómetros en Liberia y enemigos cuyo poder militar conjunto hará que el nuestro sea ridículo.

—¡América! ¡Europa! Esos viejos gordos.

—Veo que estás tomando en consideración mis ideas.

—Nada es seguro en la guerra —dijo Virlomi—. Esto podría suceder, aquello podría suceder. Yo te diré lo que sucederá. La India actuará, se unan los musulmanes a nosotros o no.

—La India, que tiene poco equipo y ningún ejército entrenado, ¿se enfrentará a los soldados veteranos de China... y sin la ayuda de las divisiones turcas en Xinjiang y las divisiones indonesias en Taiwan?

—El pueblo indio hará lo que yo le pida que haga —dijo Virlomi.

—El pueblo indio hará lo que tú le pidas, mientras sea posible.

—¿Quién eres tú para decir qué es posible?

—Virlomi. No soy Alejandro de Macedonia.

—Eso está clarísimo. De hecho, Alai, ¿en qué batalla has luchado y vencido jamás?

—¿Quieres decir antes o después de la guerra final contra los insectores?

—¡Por supuesto... fuiste uno del sagrado grupo! ¡Así que tienes razón en todo siempre!

—Y fue mi plan lo que destruyó la voluntad china de luchar.

—Tu plan... que dependía de que mi pequeña banda de patriotas mantuviera a raya a las tropas chinas en las montañas de la India oriental.

—No, Virlomi. Tu acción de contención salvó miles de vidas, pero si todos los chinos que enviaron a las montañas se hubieran enfrentado a nosotros en la India, habríamos vencido.

—Eso es fácil de decir.

—Porque mi plan era que las tropas turcas tomaran Beijing mientras la mayor parte de las fuerzas chinas estaban ocupadas en la India, punto en el cual las tropas chinas habrían sido retiradas de la India. Tu heroica acción salvó muchas vidas y logró que nuestra victoria fuera más rápida. Por unas dos semanas y unas cien mil bajas. Así que estoy agradecido. Pero nunca has dirigido grandes ejércitos al combate.

Virlomi agitó una mano, quitándole toda importancia.

—Virlomi —dijo Alai—. Te amo y no estoy intentando hacerte daño, pero has estado luchando todo este tiempo contra comandantes muy malos. Nunca te has enfrentado a alguien como yo. O como Han Tzu. O como Petra. Y desde luego no contra alguien como Bean.

—¡Las estrellas de la Escuela de Batalla! —exclamó Virlomi—. Antiguas puntuaciones y miembros de un club cuyo presidente fue engañado y enviado al exilio. ¿Qué has hecho tú últimamente, califa Alai?

—Me casé con una mujer que tenía un plan atrevido.

—Pero ¿con quién me casé yo?

—Con un hombre que quiere al mundo unido en paz. Creía que la mujer que construyó la Gran Muralla de la India querría lo mismo. Creía que nuestro matrimonio era parte de eso. Nunca supuse que tuvieras tanta sed de sangre.

—No es sed de sangre, es realismo. Veo a nuestro auténtico enemigo y voy a combatirlo.

—Nuestro rival es Peter Wiggin —dijo Alai—. Tiene un plan para unir al mundo, pero el suyo depende de que el califato se desmorone en medio del caos y que el islam deje de ser una fuerza en el mundo. Eso es lo que pretendía el ensayo de Martel: provocarnos para que hagamos una estupidez en Armenia. O en Nubia.

—Bueno, al menos te has dado cuenta de eso.

—Me he dado cuenta de todo —dijo Alai—. Y tú no ves lo más obvio. Cuanto más esperemos, más cerca estará el día en que Bean muera. Es un hecho cruel y terrible, pero cuando ya no esté, Peter Wiggin perderá su mejor instrumento.

Virlomi lo miró con desprecio.

—De vuelta a las puntuaciones de la Escuela de Batalla.

—Todos los chicos de la Escuela de Batalla fueron puestos a prueba —dijo Alai—.

Incluida tú.

—Sí, ¿y qué consiguieron todos ellos? Estaban allí sentados en Hiderabad como esclavos pasivos mientras Aquiles los dominaba. Yo escapé. Yo. De algún modo, yo era diferente. ¿Pero que salió en las pruebas de la Escuela de Batalla? Hay cosas que no medían.

Alai no le dijo lo obvio: ella era diferente sólo en que Petra le había pedido ayuda a ella y no a otra persona. No hubiese escapado de no habérselo pedido Petra.

—El grupo de Ender no surgió de las pruebas —dijo Alai—. Fuimos elegidos por lo que hicimos.

—Por lo que hicisteis que Graff consideró importante. Había cualidades que él no consideraba importantes y por eso no las buscó.

Alai se echó a reír.

—¿Qué, estás celosa porque no formaste parte del grupo de Ender?

—Estoy disgustada porque sigues creyendo que Bean es irresistible, ya que es tan

«listo».

—No lo has visto en acción. Da miedo.

—No, eres tú quien tiene miedo.

—Virlomi, no hagas esto.

—¿Hacer qué?

—No fuerces mi jugada.

—No estoy forzando nada. Somos iguales, ¿no? Tú les dirás a tus ejércitos lo que tienen que hacer, y yo se lo diré a los míos.

—Si envías tus tropas en un ataque suicida contra China, entonces China estará en guerra conmigo también. Eso es lo que significa nuestro matrimonio. Así que me estás abocando a la guerra me guste o no.

—Puedo ganar sin ti.

—No te creas tu propia propaganda, querida. No eres ninguna diosa. No eres infalible. Y ahora mismo, eres tan irracional que me asustas.

—Irracional no —dijo Virlomi—. Confiada. Y decidida.

—Estudiaste donde lo hice yo. Ya conoces todos los motivos por los que un ataque contra China es una locura.

—Por eso usaremos la sorpresa. Por eso venceremos. Además, nuestros planes de batalla serán trazados por el gran califa Alai. ¡Y él era miembro del grupo de Ender!

—¿Qué pasó con la idea de que éramos iguales?

—Somos iguales.

—Nunca te he forzado a hacer nada.

—Yo tampoco te estoy forzando.

—Decirlo una y otra vez no hace que sea cierto.

—Hago lo que decido hacer, tú haces lo que decides hacer. Lo único que quiero de ti es… un bebé dentro de mí antes de liderar a mis tropas en la guerra.

—¿Qué crees que es esto, la Edad Media? No dirigirás a tus tropas en la guerra.

—Lo haré.

—Eso se hace cuando eres comandante de un escuadrón. No tiene sentido cuanto tienes un ejército de un millón de hombres. No pueden verte, así que no sirve de nada.

—Me has recordado hace un minuto que no eres Alejandro de Macedonia. Bueno, Alai, yo soy Juana de Arco.

—Cuando he dicho que no soy Alejandro, no me refería a su astucia militar. Me refería a su matrimonio con una princesa persa.

Ella pareció irritada.

—Estudié sus campañas.

—Alejandro regresó a Babilonia y se casó con una hija del antiguo emperador persa. Hizo que sus oficiales se casaran también con persas.

Estaba intentando unir a griegos y persas y convertirlos en una nación, haciendo a los persas un poco más griegos y a los griegos un poco más persas.

—¿Y?

—Los griegos dijeron: conquistamos el mundo siendo griegos. Los persas perdieron su imperio siendo persas.

—Así que tú no intentas hacer que tus musulmanes sean más hindúes o mis hindúes más musulmanes. Muy bien.

—Alejandro intentó mezclar soldados de Persia y soldados de Grecia en un solo ejército. No funcionó. Se hizo pedazos.

—Nosotros no vamos a cometer esos errores.

—Exactamente —dijo Alai—. No voy a cometer errores que destruyan mi califato.

Virlomi se echó a reír.

—Muy bien, pues. Si crees que invadir China es semejante error, ¿qué vas a hacer?

¿Divorciarte de mí? ¿Anular nuestro tratado? ¿Entonces qué? Tendrás que retirarte de la India y parecerás aún más un zhopa. O intentarás quedarte y entonces yo iré a la guerra contra ti. Todo se viene abajo, Alai. Así que no vas a librarte de mí. Vas a seguir siendo mi esposo y vas amarme y tendremos hijos juntos y conquistaremos el mundo y lo gobernaremos juntos, ¿y sabes por que?

—¿Por qué? —dijo él tristemente.

—Porque así es como lo quiero. Eso es lo que he aprendido en los últimos años. Piense lo que piense, si decido que lo quiero, si hago lo que sé que tengo que hacer, entonces sucede. Yo soy la chica afortunada cuyos sueños se hacen realidad.

Ella se le acercó, lo rodeó con sus brazos, lo besó. Él le devolvió el beso, porque habría sido poco inteligente por su parte demostrarle lo triste y asustado que estaba, y lo poco que la deseaba en aquel momento.

—Te quiero —dijo ella—. Eres mi mejor sueño.