Chapter 187 - 11 Dios Africano

De: H95Tqw0qdy@FreeNet.net Colgado en el sitio: HijaShiva.org

Sobre: Sufriente hija de Shiva, el Dragón se apena por las heridas que te causó.

¿No pueden el Dragón y el Tigre ser amantes y traer la paz? O, si no hay paz, ¿no pueden el Tigre y el Dragón luchar juntos?

* * *

Bean y Petra se llevaron una sorpresa cuando Peter fue a visitarlos a su casita situada en los terrenos del complejo de la Hegemonía.

—Honras nuestra humilde morada —dijo Bean.

—Sí, ¿verdad? —respondió Peter con una sonrisa—. ¿Está dormido el bebé?

—Lo siento, no me verás darle la teta —dijo Petra.

—Tengo buenas noticias y malas noticias. Esperaron a que se las dijera.

—Necesito que vuelvas a Ruanda, Julian .

—Creía que el Gobierno ruandés estaba con nosotros —dijo Petra.

—No es una incursión. Necesito que tomes el mando del ejército ruandés y lo incorpores a las fuerzas de la Hegemonía.

Petra se echó a reír.

—Estás bromeando. ¿Félix Starman va a ratificar tu Constitución?

—Resulta difícil de creer, pero sí. Félix es ambicioso al estilo en que yo soy ambicioso: quiere crear algo que le sobreviva. Sabe que la mejor forma de que Ruanda permanezca a salvo y libre es que no haya ningún ejército en el mundo. Y la única forma de que eso suceda es tener un Gobierno mundial que mantenga los valores liberales que ha fomentado en Ruanda: elecciones, derechos individuales, el dominio de la ley, educación universal y nada de corrupción.

—Hemos leído tu Constitución, Peter —dijo Bean.

—Te ha pedido a ti en concreto. Sus hombres te vieron cuando detuvisteis a Volescu. Ahora te llaman el Gigante Africano.

—Querido —le dijo Petra a Bean—, ahora eres un dios, como Virlomi.

—La cuestión es si eres mujer suficiente para estar casada con un dios —dijo Bean.

—Me cubro los ojos y así no me quedo ciega. Bean sonrió y se volvió hacia Peter.

—¿Sabe Félix Starman el tiempo que me queda de vida?

—No. Lo considero un secreto de Estado.

—Oh, no —dijo Petra—. Ahora no podemos decírnoslo.

—¿Cuánto tiempo esperas que me quede?

—El suficiente para que el Ejército ruandés traslade su lealtad al Pueblo Libre.

—¿A ti?

—Al Pueblo Libre —dijo Peter—. No estoy creando ningún culto a la personalidad. Tienen que estar comprometidos con la Constitución. Y defender al Pueblo Libre que la ha aceptado.

—En términos prácticos, una fecha, por favor.

—Hasta después del plebiscito, como mínimo.

—¿Yo puedo ir con él? —preguntó Petra.

—Es cosa tuya. Probablemente estarás más segura allí que aquí, pero el viaje es largo. Puedes escribir los ensayos de Martel desde cualquier parte.

—Julian , nos lo deja a nosotros. ¡Ahora somos Pueblo Libre también!

—Esa era la buena noticia —continuó Peter—. La mala noticia es que hemos tenido una súbita e inesperada caída en los ingresos. Tardaremos meses, al menos, en compensar lo que hemos dejado de recibir tan bruscamente. Por tanto, vamos a recortar los proyectos que no contribuyen directamente a los objetivos de la Hegemonía.

Petra se echó a reír.

—¿Tienes la cara de pedirnos que te ayudemos, cuando nos quitas los fondos de nuestra investigación?

—¿Ves? Inmediatamente reconoces que vuestra investigación no contribuía en nada.

—Tú también estás investigando —dijo Bean—. Para encontrar el virus.

—Si existe. Con toda probabilidad, Volescu se está burlando de nosotros, y el virus no funciona y ha sido dispersado.

—¿Entonces vas a apostar el futuro de la especie humana a esa idea?

—No, claro que no. Pero sin presupuesto, está fuera de nuestro alcance. Sin embargo, no está fuera del alcance de la Flota Internacional.

—¿Se lo vas a entregar a ellos?

—Les voy a entregar a Volescu. Y ellos continuarán investigando el virus que desarrolló y dónde podría haberse dispersado, si lo hizo.

—La F.I. no puede actuar en la Tierra.

—Puede si actúa contra una amenaza alienígena. Si el virus de Volescu funciona, y se suelta en la Tierra, crearía una nueva especie disecada para sustituir completamente a la humanidad en una sola generación. El Hegemón ha divulgado el hallazgo secreto de que el virus de Volescu constituye una invasión alienígena, y la

F.I. ha accedido amablemente a seguirla y... expulsarla por nosotros. Bean se echó a reír.

—Bueno, parece que pensamos igual.

—¿De veras? Oh, sólo me estás halagando.

—Ya he entregado nuestra, investigación al ministro de Colonización. Y los dos sabemos que Graff funciona realmente como una rama de la F.I.

Peter lo miró con calma.

—Así que sabías que tendría que cortar el presupuesto de tu investigación.

—Sabía que no tenías los recursos no importaba de cuánto presupuesto dispusieras. Ferreira hacía cuanto podía, pero ColMin tiene mejor software.

—Bueno, todo bien para todo el mundo, entonces —dijo Peter, levantándose para marcharse.

—Incluso para Ender —dijo Bean.

—Tu bebé es un niñito afortunado por tener unos padres tan atentos —dijo Peter.

Y salió por la puerta.

Cuando Bean fue a verlo, Volescu parecía cansado. Viejo. El encierro no era bueno para él. No sufría físicamente, pero parecía marchitarse como una planta sin sol.

—Prométeme una cosa—dijo Volescu.

—¿Cuál?

—Algo. Cualquier cosa. Regatea conmigo.

—Lo único que quiere no volverá a tenerlo jamás —dijo Bean.

—Sólo porque eres vengativo. Desagradecido... Existes porque yo te creé y me tienes dentro de esta caja.

—Es una habitación de considerable tamaño. Tiene incluso aire acondicionado.

Comparado con la forma en que trató a mis hermanos...

—No eran legalmente...

—Y ahora ha escondido a mis hijos. Y un virus con potencial para destruir la especie humana.

—Mejóralo.

—Bórrelo. ¿Cómo puede volver a dejársele en libertad? Combina grandiosidad con amoralidad.

—Más o menos como Peter Wiggin, a quien sirves tan fielmente. Su pequeño

aduladero.

—Se dice «adulador».

—Sin embargo estás aquí, visitándome. ¿Podría ser que Julian Delphiki, mi querido medio sobrino, tenga un problema en el que yo podría ayudarle?

—Las mismas preguntas que antes.

—La misma respuesta. No tengo ni idea de lo que sucedió con tus embriones perdidos.

Bean suspiró.

—Creía que podría querer una oportunidad de arreglar las cosas con Petra y conmigo antes de que abandone esta Tierra.

—Oh, vamos —dijo Volescu—. ¿Me estás amenazando con la pena de muerte?

—No. Simplemente... va a salir usted de la Tierra. Peter va a entregarlo a la Flota Internacional. Con la teoría de que su virus es una invasión alienígena.

—Sólo si tú eres una invasión alienígena.

—Pero yo lo soy —contestó Bean—. Soy el primero de una raza de genios gigantes de corta vida. Piense qué población tan grande podría mantener la Tierra cuando la edad media de la muerte son los dieciocho años.

—Sabes, Bean, que no hay ningún motivo para morir joven.

—¿De veras? ¿Tiene el antídoto?

—Nadie necesita un antídoto para el destino. La muerte por gigantismo se produce por la tensión del corazón, que intenta bombear demasiada sangre a través de muchos kilómetros de arterias y venas. Si te alejas de la gravedad, tu corazón no tendrá que hacer sobreesfuerzos y no morirás.

—¿Cree que no lo he pensado? Y sin embargo sigo creciendo.

—Pues crece. La F.I. puede construirte una nave realmente grande. Una nave colonial. Puedes llenarla gradualmente con tu protoplasma y tus huesos. Vivirías años, atado a las paredes de la nave como un globo. Un Gulliver enorme. Tu esposa podría ir a visitarte. Y si te vuelves demasiado grande, bueno, siempre se puede amputar. Podrías convertirte en un ser de intelecto puro. Alimentado por vía intravenosa, ¿qué necesidad tendrías de vientre y entrañas? Al final, lo único que necesitarías sería el cerebro y la espina dorsal, que no tienen por qué morir. Una mente creciendo eternamente.

Bean se levantó.

—¿Para eso me creó, Volescu? ¿Para que fuera un monstruo lisiado en el espacio?

—Niño estúpido, para los humanos corrientes ya eres un monstruo. Su peor pesadilla. La especie que los sustituirá. Pero para mí eres hermoso. Incluso atado a un hábitat artificial, incluso sin miembros, sin tronco, sin voz, serías la criatura viva más hermosa.

—Y sin embargo estuvo a punto de matarme y quemar mi cuerpo dentro de la tapa de un retrete.

—No quería ir a la cárcel.

—Pero aquí está —dijo Bean—. Y su siguiente prisión está ahí fuera, en el espacio.

—Puedo vivir como Próspero, refinando mis artes en soledad.

—Próspero tenía a Ariel y Calibán.

—¿No comprendes? —dijo Volescu—. Tú eres mi Calibán. Y todos tus hijos... ellos son mis Arieles. Los he esparcido por la Tierra. Nunca los encontrarás. Sus madres están muy bien enseñadas. Ellos se aparearán, se reproducirán antes de que su gigantismo sea obvio. Funcione o no mi virus, tus hijos son mis virus.

—¿Eso es lo que planeó Aquiles?

—¿Aquiles? —Volescu se echó a reír—. ¿Ese subnormal sanguinario? Le dije que tus bebés estaban muertos. Eso era todo lo que quería. Estúpido.

—Así que no están muertos.

—Todos vivos. Todos implantados. Ahora, quizás, alguno de ellos haya nacido, ya que aquellos que tienen tus habilidades nacerán con dos meses de adelanto.

—¿Lo sabía y no nos lo dijo?

—¿Por qué debería haberlo hecho? El parto era seguro, ¿no? ¿Los bebés eran lo suficientemente maduros para respirar y funcionar por sí solos?

—¿Qué más sabe?

—Sé que todo se resolverá. ¡Julian , mírate, hombre! Te escapaste a la edad de un año. Lo que significa que diecisiete meses después de ser concebido podías sobrevivir

sin padres. No me inquieta en lo más mínimo la salud de tus bebés, ni tú deberías inquietarte por ella tampoco. No te necesitan, porque tú no necesitaste a nadie. Déjalos ir. Deja que sustituyan a la antigua especie, poco a poco, en las generaciones por venir.

—No —dijo Bean—. Yo amo a esta especie. Y odio lo que hizo usted conmigo.

—Sin «lo que hice contigo» sólo serías Nikolai.

—Mi hermano es una persona maravillosa. Amable. Y muy listo.

—Muy listo, pero no tan listo como tú. ¿De verdad te cambiarías por él? ¿Te gustaría ser tan obtuso como es él comparado contigo?

Bean se marchó. No tenía ninguna respuesta a la última pregunta de Volescu.