Chapter 181 - 5 Shiva

De: Figura%Paterna@hegemon.gov

A: PeterWiggin%Privado@hegemon.gov Clave: ********

Sobre: Hablando como madre

Después de todos estos años haciendo de Madonna en tu pequeña Pietà, se me ocurre que podría susurrar algo en tu ocupadísimo oído:

Desde el secuestro de Aquiles, el arma no-tan-secreta del arsenal de todo el mundo es todo aquello que los graduados de la Escuela de Batalla puedan adquirir, conservar y desplegar. Ahora es aún peor. Alai es califa de hecho además de serlo de nombre. Han Tzu es emperador de China. Virlomi es... ¿qué, una diosa? Eso es lo que he oído que pasa en la India.

Ahora irán a la guerra unos contra otros.

¿Qué estás haciendo TÚ? ¿Apostar al ganador y escoger bando?

Aparte del hecho de que muchos de esos niños fueron amigos y compañeros de Ender, toda la especie humana les debe su supervivencia. Les robamos su infancia. ¿Cuándo tendrán una vida que puedan llamar propia?

Peter, he estudiado historia. Hombres como Gengis y Alejandro no tuvieron una infancia normal y se concentraron completamente en la guerra, y ¿sabes qué?: la guerra los deformó. Fueron infelices durante el resto de sus vidas. Alejandro no sabía quién era cuando dejó de conquistar pueblos. Si dejaba de avanzar y matar por el camino, moría.

¿Y si se libera a esos niños? ¿Lo has pensado alguna vez? Habla con Graff. Él te escuchará. Dales a esos niños una salida. Una oportunidad. Una vida.

Aunque sea sólo porque son amigos de Andrew. Son como Andrew. No se eligieron a sí mismos para la Escuela de Batalla.

Tú, por otro lado, no fuiste a la Escuela de Batalla. Te ofreciste voluntario para salvar al mundo. Así que tienes que quedarte y hacerlo.

Tu amorosa madre que siempre te apoya.

* * *

El rostro de una mujer apareció en la pantalla. Iba vestida con la sencilla ropa manchada por el trabajo de una campesina hindú, pero se comportaba como una dama de la casta más alta: un concepto que aún tenía significado, a pesar de la antigua prohibición de todos los signos externos que denotaran casta.

Peter no la conocía. Pero Petra sí.

—Es Virlomi.

—En todo este tiempo —dijo Peter—, no se ha mostrado en público. Hasta ahora.

—Me pregunto cuántas personas de la India conocen ya su rostro —dijo Petra.

—Escuchemos —invitó Peter. Pulsó el botón de reproducción con el ratón.

«Nadie es fiel a Dios si no tiene elección. Por eso los hindúes son verdaderamente fieles, pues pueden elegir no ser hindúes sin que eso les cause ningún perjuicio.

»Y por eso no hay verdaderos musulmanes en el mundo, porque no pueden elegir dejar de ser musulmanes. Si un musulmán intenta hacerse hindú o cristiano o simplemente no creer, algún musulmán fanático lo matará.»

En la pantalla destellaron imágenes de cuerpos decapitados. Imágenes bien conocidas, pero aún potentes como propaganda.

«El islam es una religión que no tiene creyentes —dijo ella—. Sólo gente que se ve obligada a llamarse musulmana y vivir como musulmana por miedo a la muerte.»

Imágenes de archivo de musulmanes en masa, arrodillándose para rezar: el mismo material que solía usarse para mostrar la piedad de las poblaciones musulmanas. Pero ahora, tal como las había insertado Virlomi, las imágenes parecían de marionetas que actuaban al unísono por miedo.

Su rostro volvió a aparecer en la pantalla.

«Califa Alai: Dimos la bienvenida a tus ejércitos como libertadores. Saboteamos y espiamos y bloqueamos las rutas de suministro chinas para ayudaros a derrotar a vuestro enemigo. Pero tus seguidores parecen pensar que conquistaron la India en vez de liberarla. No conquistasteis la India. Nunca conquistaréis la India.»

Aparecieron nuevas imágenes: harapientos campesinos indios llevando armas chinas modernas, marchando como anticuados soldados.

«No tenemos ninguna necesidad de soldados musulmanes falsos. No tenemos ninguna necesidad de maestros musulmanes falsos. Nunca aceptaremos ninguna presencia musulmana en suelo indio hasta que el islam se convierta en una auténtica religión y permita a la gente elegir no ser musulmana, sin ninguna penalización.»

De nuevo el rostro de Virlomi.

«¿Creéis que vuestros poderosos ejércitos pueden conquistar la India? Entonces no conocéis el poder de Dios, pues Dios siempre ayudará a aquellos que defiendan su patria. Cualquier musulmán al que matemos en suelo indio irá directamente al infierno, pues no sirve a Dios, sino a Shaitán. Todo imán que os diga lo contrario es un mentiroso y un shaitán él mismo. Si lo obedecéis, os condenaréis. Sed musulmanes auténticos y volved a casa con vuestras familias y vivid en paz, y dejadnos vivir en paz con nuestras propias familias, en nuestra propia tierra.»

Su rostro parecía tranquilo y dulce mientras profería estas condenas y amenazas. Sonrió. Peter pensó que debía de haber practicado la sonrisa durante horas, durante días delante del espejo, porque parecía absolutamente una deidad, aunque él nunca había visto un dios y no sabía qué aspecto debía tener uno. Estaba radiante. ¿Era un truco de la luz?

«Mi bendición sobre la India. Bendigo la Gran Muralla de la India. Bendigo a los soldados que luchan por la India. Bendigo a los granjeros que alimentan la India. Bendigo a las mujeres que dan a luz la India y crían la India hasta la edad adulta. Bendigo a las grandes potencias de la Tierra que se unen para ayudarnos a recuperar nuestra libertad robada. Bendigo a los indios de Pakistán que han abrazado la falsa religión del islam: haced que vuestra religión sea verdadera yendo a casa y dejándonos elegir no ser musulmanes. Entonces viviremos en paz con vosotros, y Dios os bendecirá.

»Mi bendición por encima de todas las bendiciones para el califa Alai. Oh, noble de corazón, demuestra que estoy equivocada. Haz que el islam sea una religión verdadera dando libertad a todos los musulmanes. Sólo cuando los musulmanes puedan elegir no ser musulmanes habrá musulmanes en la Tierra. Libera a tu pueblo para servir a Dios en vez de ser cautivo del miedo y el odio. Si no eres el conquistador de la India, entonces serás el amigo de la India. Pero si pretendes ser el conquistador de la India, entonces no serás nada a los ojos de Dios.»

Grandes lágrimas asomaron a sus ojos y corrieron por sus mejillas. Todo estaba rodado en una sola toma, así que las lágrimas eran reales. Qué actriz, pensó Peter.

«Oh, califa Alai, cómo anhelo abrazarte como hermano y amigo. ¿Por qué me hacen la guerra tus servidores?»

Hizo una serie de extraños movimientos con las manos, y luego se pasó tres dedos por la frente.

«Yo soy la Madre India —dijo—. Luchad por mí, hijos míos.»

Su imagen permaneció en la pantalla cuando todo movimiento cesó. Peter pasó la mirada de Bean a Petra y luego de Petra a Bean.

—Mi pregunta es bastante simple. ¿Está loca? ¿De verdad cree que es una diosa?

¿Funcionará esto?

—¿Qué es eso que ha hecho al final, con los dedos sobre la frente? —preguntó Bean.

—Estaba dibujando la marca de Shiva la Destructora —dijo Peter—. Era una llamada a la guerra —suspiró—. Los destruirán.

—¿A quiénes?—dijo Petra.

—A los seguidores de Virlomi.

—Alai no lo permitirá—dijo Bean.

—Si intenta detenerlos, fracasará —contestó Peter—. Puede que sea eso lo que ella quiere.

—No —dijo Petra—. ¿No lo ves? La ocupación musulmana de la India cuenta con abastecer a sus ejércitos con productos indios. Pero Shiva estará allí primero. Destruirán sus propias cosechas antes de que los musulmanes se las lleven.

—Entonces morirán de hambre —dijo Peter.

—Y recibirán muchas balas —respondió Petra—, y cuerpos hindúes decapitados cubrirán el suelo. Pero entonces los musulmanes se quedarán sin balas y descubrirán que no pueden conseguir más porque las carreteras estarán bloqueadas. Y por cada hindú que maten, habrá diez más que los arrasarán con las manos desnudas. Virlomi cómprenle a su nación. A su pueblo.

—¿Y tú entiendes todo esto porque estuviste prisionera en la India unos cuantos meses? —dijo Peter.

—La India nunca ha sido guiada hacia la guerra por una deidad. La India nunca ha ido a la guerra en perfecta unidad.

—Una guerra de guerrillas —insistió Peter.

—Ya verás. Virlomi sabe lo que está haciendo.

—Ni siquiera formaba parte del grupo de Ender —dijo Peter—. Alai sí. De modo que es más listo, ¿no?

Petra y Bean se miraron.

—Peter, no se trata de cerebro —dijo Bean—. Se trata de jugar tus cartas.

—Virlomi tiene la mano más fuerte —dijo Petra.

—No lo entiendo. ¿Qué me he perdido?

—Han Tzu no se quedará ahí sentado mientras los ejércitos musulmanes intentan someter a la India. Las líneas de suministros musulmanas o cruzan el enorme desierto asiático o atraviesan la India o llegan por mar desde Indonesia. Si se cortan las líneas de suministro indias, ¿cuánto tiempo podrá Alai mantener sus ejércitos en número suficiente para contener a Han Tzu?

Peter asintió.

—Así que piensas que Alai se quedará sin alimento y munición antes de que Virlomi se quede sin indios.

—Creo que lo que acabamos de ver era una propuesta de matrimonio —dijo Bean. Peter se echó a reír. Pero como Bean y Petra no se reían...

—¿De qué estás hablando?

—Virlomi es la India. Acaba de decirlo. Y Han Tzu es China. Y Alai es el islam.

¿Serán la India y China contra el mundo, o el islam y la India contra el mundo?

¿Quién puede vender ese matrimonio a su propio pueblo? ¿Qué trono estará junto al trono de la India? Sea cual sea, se trata de más de la mitad de la población mundial, unida.

Peter cerró los ojos.

—Así que no queremos que ninguna de las dos cosas pase.

—No te preocupes —dijo Bean—. Pase lo que pase, no durará.

—No siempre tienes razón —contestó Peter—. No puedes ver las cosas con tanta antelación.

Bean se encogió de hombros.

—Eso no me importa. Estaré muerto antes de que todo suceda. Petra gruñó y se levantó y caminó de un lado a otro.

—No sé qué hacer —dijo Peter—. Intenté hablar con Alai y todo lo que hice fue provocar un golpe de Estado. O más bien, lo hizo Petra. —No podía ocultar su malestar—. Quería que él controlara a su pueblo, pero están fuera de control. Están asando vacas en las calles de Madrás y Bombay y luego matan a los hindúes que se rebelan. Decapitan a cualquier indio a quien alguien acusa de ser musulmán converso... aunque sea nieto de musulmán converso. ¿Tengo que quedarme aquí sentado y ver cómo el mundo va a la guerra?

—Creí que ése era parte de tu plan —replicó Petra—. Conseguir parecer indispensable.

—No tengo ningún gran plan —dijo Peter—. Tan sólo... respondo. Y os pregunto a vosotros en vez de deducir las cosas por mi cuenta, porque la última vez que ignoré vuestro consejo fue un desastre. Pero ahora descubro que no tenéis ningún consejo que darme. Sólo predicciones y suposiciones.

—Lo siento —dijo Bean—. No se me ha pasado por la cabeza que estuvieras pidiendo consejo.

—Bueno, pues lo estoy haciendo.

—Aquí tienes mi consejo. Tu objetivo no es evitar la guerra.

—Sí que lo es —dijo Peter.

Bean puso los ojos en blanco.

—Menos mal que ibas a escucharme.

—Te estoy escuchando.

—Tu objetivo es establecer un nuevo orden en que la guerra entre naciones sea imposible. Pero para llegar a ese estado utópico, tiene que haber suficiente guerra para que la gente conozca eso que desea evitar desesperadamente.

—No voy a potenciar la guerra—dijo Peter—. Eso me desacreditaría por completo como pacificador. ¡Conseguí este trabajo porque soy Locke!

—Si dejas de poner pegas y atiendes, acabarás por comprender el consejo de Bean

—dijo Petra.

—Yo soy el gran estratega, después de todo —dijo Bean con una sonrisa amarga—

. Y el hombre más alto del compuesto del Hegemón.

—Te estoy escuchando —repitió Peter.

—Es cierto, no puedes potenciar la guerra. Pero tampoco puedes tratar de detener guerras que no pueden ser detenidas. Si ven que lo intentas y fracasas, eres débil. El motivo por el que Locke pudo establecer una paz entre el Pacto de Varsovia y Occidente fue porque ninguno de los dos bandos quería la guerra. América quería quedarse en casa y ganar dinero, y Rusia no quería correr el riesgo de provocar la intervención de la Flota Internacional. Sólo puedes negociar la paz cuando ambos la quieran... tanto que estén dispuestos a renunciar a algo para conseguirla. Ahora mismo, nadie quiere negociar. Los indios no pueden: están ocupados y sus ocupadores no los consideran una amenaza. Los chinos no pueden: es políticamente imposible que un gobernante chino se contente con ningún límite que no sean las fronteras de la China de Han. Y Alai no puede porque su propio pueblo está tan envanecido con su victoria que no sabe ver ningún motivo para renunciar a nada.

—Entonces no hago nada.

—Organiza servicios de ayuda contra el hambre en la India —dijo Petra.

—El hambre que Virlomi va a causar. Petra se encogió de hombros.

—Entonces espero hasta que todo el mundo esté harto de guerra —dijo Peter.

—No —respondió Bean—. Espera hasta el momento exacto en que sea posible la paz. Espera demasiado y la amargura será demasiado profunda para la paz.

—¿Cómo sabré cuándo es el momento adecuado?

—Ni idea —dijo Bean.

—Vosotros sois los listos. Todo el mundo lo dice.

—Deja de hacerte el humilde —dijo Petra—. Comprendes perfectamente lo que estamos diciendo. ¿Por qué estás tan enfadado? Cualquier plan que hagamos ahora se desmoronará la primera vez que alguien haga un movimiento que no esté en nuestro guión.

Peter advirtió que no era con ellos con quien estaba enfadado. Era con su madre y su ridícula carta. Como si él tuviera el poder de «rescatar» al califa y al emperador chino y a esa flamante diosa india y «liberarlos» cuando todos ellos habían maniobrado claramente para situarse en las posiciones en las que estaban.

—No comprendo cómo puedo volver nada de esto a mi favor.

—Sólo tienes que observar y seguir mediando —dijo Bean—, hasta que veas un hueco donde puedas insertarte.

—Eso es lo que llevo haciendo desde hace años.

—Y muy bien, por cierto —dijo Petra—. ¿Podemos marcharnos ya?

—¡Marchaos! Encontrad a vuestro científico malvado. Yo salvaré al mundo mientras vosotros estáis fuera.

—No esperábamos menos —dijo Bean—. Pero recuerda que tú pediste el empleo.

Nosotros no.

Se levantaron y se encaminaron hacia la puerta.

—Esperad un momento—dijo Peter. Ellos esperaron.

—Acabo de darme cuenta de algo. Ellos esperaron un poco más.

—No os importa.

Bean miró a Petra. Petra miró a Bean.

—¿Qué quieres decir con que no nos importa? —preguntó Bean.

—¿Cómo puedes decir eso? Se trata de guerra, de muerte, del destino del mundo

—dijo Petra.

—Os estáis comportando como... como si yo os pidiera consejo acerca de un crucero. Qué compañía elegir. O... o sobre un poema, si las rimas son buenas.

Ellos volvieron a mirarse.

—Y cuando os miráis así—dijo Peter—, es como si os estuvierais riendo, sólo que sois demasiado educados para hacerlo descaradamente.

—No somos gente educada —dijo Petra—. Sobre todo Julian .

—No, es verdad, no se puede decir que seáis educados. Es que estáis tan pendientes el uno del otro que no tenéis que reír, es como si ya os hubierais reído y los dos lo supierais.

—Todo esto es muy interesante, Peter —dijo Bean—. ¿Podemos irnos ya?

—Tiene razón —dijo Petra—. No estamos implicados. Como él, quiero decir. Pero no es que no nos importe, Peter. Nos importa más que a ti. No queremos implicarnos en hacer nada porque...

Se miraron de nuevo y entonces, sin decir una palabra más, empezaron a marcharse.

—Porque estáis casados —dijo Peter—. Porque estás embarazada. Porque vas a tener un bebé.

—Bebés —dijo Bean—. Y nos gustaría seguir intentando averiguar qué ha sido de ellos.

—Lo que habéis hecho es dimitir de la especie humana. Como inventasteis el matrimonio y los hijos, de repente no tenéis que ser parte de nada.

—Todo lo contrario —contestó Petra—. Nos hemos unido a la especie humana. Somos como la mayoría de la gente. Nuestra vida juntos lo es todo. Nuestros niños lo son todo. El resto es... Hacemos lo que tenemos que hacer. Cualquier cosa por proteger a nuestros hijos.

Y más allá de eso, lo que tenemos que hacer. Pero no nos importa tanto. Lamento que te moleste.

—No me molesta —dijo Peter—. Me molestaba antes de comprender lo que estaba viendo. Ahora creo... claro, es normal. Creo que mis padres son así. Creo que por eso pensaba que eran estúpidos. Porque a ellos no parecía importarles el mundo exterior. De lo único de lo que se preocupaban era el uno del otro y de nosotros, los hijos.

—Creo que la terapia está dando buen resultado —dijo Bean—. Ahora reza tres avemarías mientras nosotros seguimos con nuestras limitadas preocupaciones domésticas, que consisten en atacar con helicópteros y capturar a Volescu antes de que haga otro cambio de dirección e identidad.

Y se marcharon.

Peter apretó los dientes. Ellos creían conocer algo que nadie más conocía. Creían saber de qué iba la vida. Pero sólo podían tener una vida así porque gente como Peter (y Lian Tzu y Alai y aquella chalada de Virlomi) se concentraban en asuntos importantes y trataban de hacer del mundo un lugar mejor.

Entonces Peter recordó que Bean había dicho casi exactamente lo mismo que había dicho su madre. Que Peter había elegido ser Hegemón y ahora tenía que trabajar él solo.

Como un niño que ensaya para la obra del colegio pero no le gusta el papel que le han dado. Sólo que si se echa atrás ya no podrá seguir porque no tendrá ninguna base. Así que tiene que aguantar.

Tenía que descubrir un modo de salvar al mundo, ahora que se había convertido en Hegemón.

Esto es lo que quiero que suceda, pensó Peter. Quiero a todos los malditos graduados de la Escuela de Batalla fuera de la Tierra. Ellos son el factor que lo complica todo en cada país. ¿Mi madre quiere que tengan una vida? Yo también... una bonita y larga vida en otro planeta.

Pero sacarlos del planeta requeriría conseguir la cooperación de Graff. Y Peter tenía la sospecha de que Graff no quería que Peter fuera un Hegemón poderoso y efectivo. ¿Por qué iba a aceptar a los niños de la Escuela de Batalla en las naves coloniales? Serían una fuerza disruptiva en cualquier colonia en la que estuvieran.

¿Y qué tal una colonia compuesta solamente por graduados de la Escuela de Batalla? Si se reproducían entre sí, serían las mentes militares más inteligentes de la galaxia.

Entonces volverían a casa y se apoderarían de la Tierra. Vale, eso no.

Con todo, era la semilla de una buena idea. A los ojos de la gente, era la Escuela de Batalla la que había ganado la guerra contra los insectores. Todos querían que sus ejércitos estuvieran dirigidos por miembros de la Escuela. Por eso eran virtualmente esclavos de los militares de sus naciones.

Así que haré lo que sugirió mamá. Los liberaré.

Entonces todos podrían casarse como Bean y Petra y vivir felices para siempre jamás mientras otra gente (gente responsable) hacía el duro trabajo de gobernar el mundo.

* * *

En la India, la respuesta al mensaje de Virlomi fue inmediata y feroz. Esa misma noche, una docena de incidentes estallaron en todo el país, los soldados cometieron actos de provocación... o, como ellos lo veían, de desquite o desafío a la blasfema y escandalosa acusación de Virlomi. Naturalmente, al hacerlo demostraron el acierto de esas acusaciones a los ojos de muchos.

Pero no fue a disturbios callejeros a lo que se enfrentaron esta vez. Fue a una turba implacable decidida a destruirlos a toda costa. Era Shiva. Y las calles se cubrieron en efecto de cadáveres de civiles hindúes. Pero los cadáveres de los soldados musulmanes no pudieron encontrarlos. O, al menos, no pudieron recomponerlos.

Los informes del baño de sangre llegaron al cuartel general móvil de Virlomi. Incluyendo muchos vídeos. Horas después, ella seleccionó una versión en la red.

Montones de imágenes de musulmanes cometiendo actos de provocación y luego disparando a los manifestantes. Ninguna imagen de oleadas humanas asolando a los soldados musulmanes que disparaban con sus metralletas y los reducían a pedazos. Lo que el mundo vería sería a los musulmanes ofendiendo la religión hindú y luego masacrando a civiles. Sólo se sabría que entre los soldados musulmanes no había habido supervivientes.

* * *

Bean y Petra subieron a los helicópteros de ataque y cruzaron el océano con destino a África. Bean había recibido noticias de Rackham y sabía dónde estaba Volescu.