Chapter 168 - 15 Planes de guerra

De: Demostenes%Tecumseh@freeamerica.org Para: DropBox%Feijoada@IComeAnon.net Sobre: *******************

Codificado con clave ******* Decodificado con clave **********

He gastado la mitad de la capacidad de mi memoria esperando para ver qué identidad online estás usando de una semana a otra. ¿Por qué no confías en la criptografía? Nadie ha roto todavía una codificación hiperprime.

Aquí lo tienes, Bean: ¿Esas piedras de la India? Las empezó Virlomi, naturalmente. Recibí un mensaje suyo:

«>Ahora que no estás en la letrina, puedes volver a comunicarte. Aquí no hay e-mail. Las piedras son >mías. De vuelta al puente pronto. Guerra inminente. Postéame solamente a mí, a este sitio, nombre de recogida

>BridgeGirl, la clave no es peldaño.»

Al menos creo que eso es lo que significa «las piedras son mías». ¿Y qué significa «la clave no es peldaño»? ¿Que la clave es «no peldaño»?

¿O que la clave no es «peldaño», en cuyo caso tampoco será «1-2-3», pero en qué ayuda eso?

De cualquier manera, creo que está ofreciendo la guerra total en la India. No puede tener una red nivel nacional, pero tal vez no la necesite. Desde luego, estaba en sintonía con el pueblo indio para ponerlos a apilar piedras en los caminos. Y ahora todo el asunto de los muros de piedra se ha disparado. Hay montones de escaramuzas entre los ciudadanos hambrientos y los soldados chinos. Secuestros de camiones. Sabotaje de oficinas chinas. ¿Qué puede hacer ella que no esté sucediendo ya?

Dado el sitio en el que estás, puede que necesites más su información y/o su ayuda que yo. Pero agradecería que me ayudaras a comprender las partes del mensaje que me resultan opacas.

De: LostlbBoy%Navy@IComeAnon.net

A: Demostenes&Tecumsehgfreeamerica.org Sobre: >nada<

Codificado con clave ******* Decodificado con clave **********

Por eso sigo cambiando de identidades. Primero, no tienen que codificar el mensaje para obtener información si ven pautas en nuestra correspondencia que les serían útiles para saber la frecuencia y oportunidad de nuestra correspondencia y el tamaño de nuestros mensajes. Segundo, no tienen que decodificar todo el mensaje, sólo tienen que deducir nuestra clave y decodificar los códigos. Cosa que apuesto que has anotado en alguna parte porque no te importa que me maten sólo porque eres demasiado perezoso para memorizarla.

Naturalmente, lo digo de la manera más agradable, oh justo y honorable Hegemón.

Esto es lo que quería decir Virlomi. Obviamente intentaba que no pudieras comprender el mensaje y entablar correspondencia con ella hasta que hubieras hablado conmigo o con Suri. Eso significa que no confía plenamente en ti. Mi deducción es que si le escribes y le dejas un mensaje usando la clave «no peldaño», ella sabrá que no has hablado conmi- go. (No sabes lo tentador que es dejarte con esa deducción.)

Cuando la recogimos en aquel puente cerca de la frontera birmana, subió al helicóptero pisando la espalda de Suriyawong cuando él se postró ante ella. La clave no es peldaño, es el nombre real de su peldaño. Y va a volver a ese puente, lo que significa que ha cruzado la India hasta la frontera birmana, donde estará en posición de interrumpir el suministro de los chinos a sus tropas en la India... o, al revés, los intentos chinos de sacar a sus tropas de la India y hacerlas regresar a China o Indochina.

Naturalmente, ella sólo va a estar en un puente. Pero mi suposición es que ya ha establecido grupos guerrilleros que estarán preparados para interrumpir el tráfico en las otras carreteras entre Birmania y la India, con una alta posibilidad de que haya preparado también algo a lo largo de la frontera himalaya. Dudo que pueda cerrar las fronteras, pero puede retener y acosar su tránsito, entreteniendo a las tropas para proteger las líneas de suministro y haciendo que los chinos sean menos capaces de montar ofensivas o mantener sus tropas pertrechadas con municiones... siempre un proble- ma para ellos.

Personalmente, creo que deberías decirle que no actúe demasiado pronto. Tal vez yo pueda decirte cuándo enviarle un mensaje pidiéndole que empiece a actuar en una fecha determinada. Y no, no lo enviaré yo mismo porque casi estoy seguro de que aquí me vigilan, y no quiero que sepan directamente de su existencia. Ya he advertido dos

programas espía en mi ordenador, cosa que, en cada ocasión, me llevó veinte minutos en preparar un programa que envíe información falsa a los espías. Puedo enviar un e-mail codificado como éste, pero los mensajes enviados a buzones fijos pueden ser recogidos por programas espía en la red local.

Y, sí, éstos son mis amigos. Pero serían tontos si no siguieran la pista de lo que estoy transmitiendo, si pueden hacerlo.

Bean se midió en el espejo. Todavía parecía él mismo, más o menos. Pero no le gustaba la forma en que crecía su cabeza. Más grande en proporción a su cuerpo. Crecía más rápido.

Tendría que hacerme más listo, ¿no? ¿Más espacio cerebral y todo eso?

En cambio me estoy preocupando por lo que pasará cuando mi cabeza se haga demasiado grande, cuando mi cráneo y mi cerebro sean demasiado pesados para que mi cuello los soporte en posición vertical.

Se midió también con el armario. No hacía demasiado tiempo, tenía que ponerse de puntillas para llegar a los percheros. Luego se volvió fácil. Ahora tenía que agacharse un poco, porque le llegaban al hombro.

Los marcos de las puertas no eran todavía un problema. Pero empezaba a considerar que debería agacharse.

¿Por qué se aceleraba ahora el crecimiento? Ya había pasado la pubertad.

Petra pasó junto a él, entró en el cuarto de baño, y vomitó nada durante cinco agónicos minutos.

—Deberían tener medicinas para eso —le dijo él después.

—Las tienen —contestó Petra—. Pero nadie sabe cómo pueden afectar al bebé.

—¿No ha habido estudios? Imposible.

—Ningún estudio sobre cómo podrían afectar a tus hijos.

—La Clave de Anton es sólo un par de puntos en código en el genoma.

—A menudo los genes hacen un trabajo doble o triple, o más.

—Y el bebé probablemente ni siquiera tiene la Clave de Anton. Y no es sano para él que no puedas retener la comida.

—Esto no durará eternamente —dijo Pera—. Y me alimentaré por vía intravenosa si es necesario. No voy a hacer nada que ponga en peligro al bebé, Bean. Lo siento si mis vómitos te quitan las ganas de desayunar.

—Nada me quita las ganas de desayunar —dijo Bean—. Soy un chico mayor. Ella volvió a sentir otra arcada.

—Lo siento —dijo Bean.

—No hago esto porque tus chistes sean tan malos —susurró ella miserablemente.

—No. Es porque lo son mis genes.

Ella volvió a vomitar y él salió de la habitación, sintiéndose culpable por hacerlo, pero sabiendo que sería inútil que se quedara. No era de las personas que necesitaban que las mimasen cuando estaban enfermas. Prefería que la dejaran a solas con su miseria. Era una de las cosas en las que ambos eran iguales. Como animales heridos que se esconden en el bosque para mejorar, o morir, a solas.

Alai le estaba esperando en la gran sala de conferencias. Había sillas

distribuidas alrededor de un gran holo en el suelo, donde se estaba proyectando un mapa del terreno y las carreteras militares significativas de la India y el oeste de China.

A estas alturas los demás estaban acostumbrados a verlo allí, aunque había algunos a los que todavía no les gustaba. Pero el Califa quería que estuviese allí, el Califa confiaba en él.

Vieron cómo las localizaciones conocidas de las guarniciones chinas aparecían en azul, y las localizaciones probables de fuerzas móviles y reservas en verde. La primera vez que vio este mapa, Bean hizo el paripé de preguntar de dónde sacaban su información. Le comunicaron, con bastante frialdad, que tanto Persia como el con- sorcio Israelí-Egipcio tenían programas de colocación de satélites activos, y que sus satélites espías eran los mejores en órbita.

—Podemos obtener el tipo sanguíneo de los soldados enemigos uno a uno — dijo Alai con una sonrisa. Una exageración, por supuesto. Pero Bean se preguntó...

¿algún tipo de análisis espectral d su sudor?

No era posible. Alai estaba bromeando, no alardeando. Ahora, Bean confiaba en su información tanto como ellos: porque naturalmente había hecho discretas averiguaciones a través de Peter y de algunas conexiones propias. Sumando lo que Vlad podía decirle de la inteligencia rusa y lo que Crazy Tom le proporcionaba desde Inglaterra, más las fuentes norteamericanas de Peter, estaba claro que los musulmanes (La Liga de la Media Luna) tenían todo lo que tenían los demás. Y más.

El plan era sencillo. Grandes movimientos de tropas a lo largo de la frontera entre la India y Pakistán, acercando a los soldados iraníes al frente. Esto provocaría una fuerte reacción china, con sus soldados también concentrados en esa frontera.

Mientras tanto, las fuerzas turcas ya estaban desplegadas en la frontera occidental de China, y a veces en su interior, tras haber viajado los últimos meses disfrazadas de nómadas. Sobre el papel, la región occidental de China parecía un territorio ideal para tanques y camiones, pero en la realidad, las líneas de suministro de combustible serían una pesadilla recurrente. Así que la primera oleada de turcos entraría como caballería, cambiando a transporte mecanizado sólo cuando estuviera en posición de robar y utilizar equipamiento chino.

Bean sabía que éste era el aspecto más peligroso del plan. Los ejércitos turcos, fuerzas combinadas desde el Helesponto hasta el Mar de Aral y el pie de las montañas del Himalaya, iban equipados como incursores, pero tenían que hacer el trabajo de un ejército invasor. Tenían un par de ventajas que podrían compensar su falta de blindaje y apoyo aéreo. No tener líneas de suministros significaría que los chinos no tendrían nada que bombardear al principio. Los pueblos nativos de la provincia occidental china de Xinjiang eran también turcos y, como los tibetanos, nunca habían dejado de padecer el dominio de la China de Han.

Por encima de todo, los turcos tendrían la sorpresa y el número de su parte durante los primeros y cruciales días. Las guarniciones chinas estaban todas concentradas en la frontera con Rusia.

Hasta que pudieran trasladarse esas tropas, los turcos lo tendrían fácil, golpeando allá donde quisieran, atacando estaciones de suministros y centrales policiales... y, con suerte, todos los aeródromos de Xinjiang.

Para cuando las tropas rusas abandonaran la frontera rusa y se dirigieran al interior para tratar con los turcos, las tropas turcas plenamente mecanizadas entrarían en China desde el oeste. Entonces habría líneas de suministros que atacar, pero privada de sus bases aéreas de avanzadilla, y obligada a enfrentarse a combatientes rusos que ahora las estarían utilizando, China no tendría una clara superioridad

aérea.

Tomar bases aéreas mal defendidas por medio de la caballería era el tipo de detalle que Bean esperaba de Alai. Sólo podían esperar que Han Tzu no previera que Alai tenía autoridad total sobre el inevitable movimiento musulmán, pues los chinos habrían estado locos si no tuvieran planeada la defensa contra una invasión mu- sulmana.

En algún momento, se esperaba que los turcos lo hicieran lo bastante bien para que los chinos se vieran obligados a empezar a desviar tropas de la India hacia Xinjiang. Aquí el terreno favorecía el plan de Alai, pues aunque algunas tropas chinas podrían ser aerotransportadas para franquear el Himalaya tibetano, las carreteras tibetanas serían destruidas por equipos turcos de demolición, y las tropas chinas tendrían que ser trasladadas al este desde la India, rodeando el Himalaya, y entrar en la China occidental por el este en vez de por el sur.

Eso requeriría días, y cuando los musulmanes creyeran que el mayor número de soldados chinos estaba en movimiento, no combatirían a nadie, sino que lanzarían la invasión masiva por la frontera entre Pakistán y la India.

Todo dependía de lo que creyeran los chinos. Al principio, tenían que creer que el ataque real vendría desde Pakistán, para que el grueso de las fuerzas chinas permaneciera concentrado en esa frontera. Luego, en un punto crucial, varios días después de las operaciones turcas, los chinos tenían que convencerse de que el frente turco era, de hecho, la verdadera invasión. Tenían que estar convencidos de esto para así retirar las tropas de la India, debilitando a sus fuerzas allí.

¿De qué otra manera derrota un inexperto ejército de tres millones de hombres a un ejército de diez millones de veteranos?

Revisaron los planes de contingencia durante varios días tras la internada de las tropas musulmanas en Pakistán, pero Bean sabía como Alai, que no podía predecirse nada que sucediera después de que las tropas empezaran a cruzar la frontera india. Tenían planes por si la invasión fracasaba por completo, y Pakistán tenía que ser protegida en todas las posiciones secundarias dentro de sus fronteras. Tenían planes para tratar con una completa derrota de las fuerzas chinas, cosa que no era probable, como bien sabían. Pero en el escenario más probable (una difícil batalla de avances y repliegues a lo largo de un frente de mil quinientos kilómetros) habría que ir improvisando los planes para sacar ventaja de cada giro de los acontecimientos.

—Bien —dijo Alai—. Ése es el plan. ¿Algún comentario? Alrededor del círculo, un oficial tras otro fueron expresando su mesurada confianza. No porque fueran seguidores ciegos, sino porque Alai ya había escuchado atentamente las objeciones que presentaron antes y había alterado los planes para que se ocuparan de lo que consideraba problemas más serios.

Sólo uno de los musulmanes puso objeciones hoy, y fue el único que no era militar, Lankowski, cuyo papel, por lo que Bean podía decir, estaba a caballo entre ministro sin cartera y capellán.

—Creo que es una lástima que nuestros planes dependan tanto de lo que Rusia decida hacer.

Bean sabía a qué se refería. Rusia era completamente impredecible en esta situación. Por un lado, el Pacto de Varsovia tenía un tratado con China que había asegurado la larga frontera norte de Rusia con China, dejando a ésta libre para conquistar la India en primer lugar. Por otro, los rusos y los chinos habían sido rivales en esta región durante siglos, y cada nación creía que la otra era dueña de territorio que les pertenecía legítimamente.

Y había además impredecibles temas personales. ¿Cuántos sirvientes leales de

Aquiles detentaban todavía puestos de confianza y autoridad en Rusia? Al mismo tiempo, muchos rusos estaban furiosos por cómo los había utilizado antes de pasarse a la India y luego a China.

Sin embargo, Aquiles orquestó el tratado secreto entre Rusia y China, así que no podía ser tan detestado, ¿no?

¿Pero de qué valía realmente ese tratado? Todos los niños de escuela en Rusia sabían que el zar más estúpido de todos había sido Stalin, porque hizo un trato con la Alemania de Hitler y luego esperó a que se cumpliera. Sin duda los rusos no creerían que China continuaría en paz con ellos eternamente.

Así que siempre existía la posibilidad de que Rusia, viendo a China en desventaja, se uniera a la pelea. Los rusos lo verían como una oportunidad para recuperar territorio y prevenir la inevitable traición que esperaban por parte de los chinos.

Sería buena cosa si los rusos atacaban con fuerza pero no tenían demasiado éxito. Las tropas chinas desviarían su atención de la batalla contra los musulmanes. Pero sería muy malo que Rusia lo hiciera demasiado bien o demasiado mal. Si lo hacía demasiado bien, podrían atravesar Mongolia y apoderarse de Beijing. Entonces la victoria musulmana sería una victoria rusa. Alai no quería que Rusia tuviera un papel dominante en las negociaciones de paz.

Y si Rusia entraba en la guerra pero perdía rápidamente, las tropas chinas no tendrían que vigilar la frontera rusa. Libres para moverse, esas guarniciones se lanzarían contra los turcos, o podrían ser enviadas a través de territorio ruso para atacar Kazajistán, amenazando con cortar las líneas de suministro turcas.

Por eso Alai había expresado su esperanza de que los rusos se sintieran demasiado sorprendidos para hacer nada.

—No se puede evitar —dijo Alai—. Hemos hecho cuanto hemos podido. Lo que Rusia haga está en manos de Dios.

—¿Puedo hablar? —preguntó Bean.

Alai asintió. Todos los ojos se volvieron hacia él. En reuniones previas, Bean no había dicho nada, prefiriendo hablar con Alai en privado, donde no se arriesgaba a cometer un error por la forma en que se dirigía al Califa.

—Cuando os hayáis enzarzado en la batalla —dijo Bean—, creo que puedo usar mis propios contactos, y persuadir al Hegemón para que use los suyos e inste a Rusia a seguir el rumbo de acción que os parezca más aconsejable.

Varios de los hombres se agitaron incómodamente en sus asientos.

—Por favor, tranquiliza a mis preocupados amigos —dijo Alai—, y diles que no has discutido ya con el Hegemón o con nadie más nuestros planes.

—Lo cierto es lo contrario —dijo Bean—. Son ustedes quien se preparan para emprender la acción. Yo les he estado proporcionando toda la información que aprendí de ellos. Pero conozco a esa gente, y sé qué pueden hacer. El Hegemón no tiene ningún ejército, pero cuenta con gran influencia en la opinión mundial. Naturalmente, hablará a favor de vuestra acción. Pero también tiene influencia dentro de Rusia, una influencia que podría usar para urgir a la intervención, o en contra de ella. Y mis amigos también.

Bean sabía que Alai sabía que el único amigo al que merecía la pena mencionar era Vlad, y Vlad fue el único de los miembros secuestrados del grupo de Ender que se unió a Aquiles y tomó partido por él. Bean todavía no había decidido si fue debido a que se había convertido en un verdadero seguidor de Aquiles o porque creía que Aquiles actuaba en interés de la Madre Rusia. Vlad le proporcionaba información a veces, pero Bean siempre buscaba una segunda fuente antes de confiar en ella.

—Entonces te diré lo siguiente —dijo Alai—. Hoy no sé qué sería más útil, que Rusia se uniera al ataque o que Rusia no hiciera nada y se mantuviera al margen. Mientras no nos ataquen a nosotros, estaré satisfecho. Pero a medida que se desarrollen los acontecimientos, la perspectiva se hará más clara.

Bean no necesitó señalarle a Alai que Rusia no entraría en la guerra para rescatar a una invasión musulmana fracasada. Sólo si los rusos olían la victoria pondrían sus fuerzas en juego. Por eso, si Alai esperaba demasiado tiempo para pedir ayuda, ésta no vendría.

Hicieron un descanso para almorzar, pero fue muy breve, y cuando regresaron a la sala de reuniones, el mapa había cambiado. Había una tercera parte del plan, y Bean sabía que era de la que Alai se sentía más inseguro.

Durante meses, ejércitos árabes procedentes de Egipto, Irak y otras naciones árabes habían sido transportados en petroleros hasta Indonesia. La Marina indonesia era una de las más formidables del mundo, y los portaaviones que componían sus fuerzas aéreas eran los únicos en la región que rivalizaban con los chinos en equi- pamiento y armamento. Todo el mundo sabía que los chinos no habían tomado Singapur ni se habían aventurado en las Filipinas gracias al paraguas indonesio.

Ahora se proponía que la Marina indonesia fuera utilizada para transportar un ejército conjunto árabe-indonesio para desembarcarlo en Tailandia o Vietnam. Ambas naciones estaban llenas de gente que ansiaba desquitarse de los conquistadores chinos.

Cuando los planes para los dos posibles puntos de desembarco estuvieron completamente expuestos, Alai no solicitó críticas: él mismo las tenía.

—Creo que en ambos casos, nuestros planes para el desembarco son excelentes. Mi recelo es el mismo que he tenido todo el tiempo. No hay ningún objetivo militar serio que conseguir. Los chinos pueden permitirse perder allí batalla tras batalla, usando sólo sus fuerzas disponibles, retirándose más y más, mientras esperan el resultado de la auténtica guerra. Creo que los soldados que enviemos allí se arriesgarían a morir por nada. Es como la campaña italiana en la Segunda Guerra Mundial, lenta, costosa, e inefectiva, aunque ganemos cada batalla.

El comandante indonesio inclinó la cabeza.

—Me siento agradecido ante la preocupación del Califa por la vida de nuestros soldados. Pero los musulmanes de Indonesia no podrían soportar permanecer al margen mientras sus hermanos luchan. Si esos objetivos carecen de sentido, encuéntrenos algo con significado para que lo llevemos a cabo.

Uno de los oficiales árabes asintió.

—Hemos comprometido nuestras tropas en esta operación. ¿Es demasiado tarde, entonces, para retirarlas y dejar que se unan a los pakistaníes e iraníes en la liberación de la India? Su número podría suponer una diferencia crucial.

—Se acerca el momento en que el clima será el más propicio para nuestros propósitos —dijo Alai—. No hay tiempo para recuperar los ejércitos árabes. Pero no veo valor ninguno en enviar soldados a la batalla por otra razón mejor que la solidaridad, o retrasar la invasión para poder llevarlos a un teatro distinto. Si enviarlos a Indonesia fue un error, el error fue mío.

Ellos murmuraron su desacuerdo. No podían responsabilizar al Califa de ningún error. Al mismo tiempo, Bean sabía que agradecían saber que los dirigía un hombre que no echaba la culpa a los demás. Era uno de los motivos por los que lo amaban. Alai alzó la voz por encima de sus objeciones.

—Todavía no he decidido si lanzar o no el tercer frente. Pero si lo lanzamos, el objetivo sería Tailandia, no Vietnam. Me doy cuenta de los riesgos de dejar la flota al

descubierto durante mucho tiempo en el mar.... tendremos que contar con que los pilotos indochinos protejan sus barcos. Elijo Tailandia porque es un país más coherente, con territorio más adecuado para una conquista rápida En Vietnam, tendríamos que luchar por cada palmo de terreno nuestro progreso se vería lento en los mapas: los chinos se sentirían seguros. En Tailandia, nuestros avances parecerán muy rápidos v peligrosos. Mientras olviden que Tailandia no es importante para ellos en la guerra general, podrían enviar tropas para enfrentarse allí a nosotros.

Después de unos cuantos cumplidos más, la reunión terminó. Una cosa que nadie mencionó fue la fecha de la invasión. Bean estaba seguro de que la habían elegido y que todos en la sala, excepto él, la conocían. Lo aceptaba: era la única pieza de información que no necesitaba conocer, y la más crucial que tenían que mantenerle escondida si no se fiaban de él.

De vuelta a su habitación, Bean encontró a Petra dormida. Se sentó y usó sus ordenadores para acceder a su correo y comprobar unos cuantos sitios en las redes. Lo interrumpió un leve golpe en la puerta. Petra se despertó al instante: embarazada o no, todavía dormía como un soldado, y se plantó en la puerta antes de que Bean pudiera cerrar su conexión y apartarse de la mesa.

Allí estaba Lankowski, con aspecto apurado y regio, una combinación que sólo él podía dominar.

—Si me disculpan —dijo—, nuestro mutuo amigo desea hablar con ustedes en el jardín.

—¿Con los dos? —preguntó Petra.

—Por favor, a menos que esté usted demasiado enferma.

Pronto estuvieron sentados en el banco junto al trono del jardín de Alai... aunque naturalmente él nunca lo llamaría así, pues lo consideraba un asiento.

—Lamento, Petra, que no pudieras estar presente en la reunión. Nuestra Liga de la Media Luna no es reaccionaria, pero algunos se sentirían demasiado incómodos teniendo a una mujer presente.

—Alai, ¿crees que no lo sé? —dijo ella—. Tienes que tratar con la cultura que te rodea.

—¿He de suponer que Bean te ha informado de nuestros planes?

—Estaba dormida cuando regresó a la habitación, así que si algo ha cambiado desde la última vez, no lo sé.

—Lo siento, entonces, pero tal vez puedas captar lo que está pasando por el contexto. Porque sé que Bean tiene algo que decir y no lo ha dicho todavía.

—No vi ningún fallo en tus planes —dijo Bean—. Creo que has hecho todo lo que podía hacerse, incluyendo ser lo bastante listo para pensar que no puedes planear lo que sucederá una vez que la batalla haya llegado a la India.

—Pero esa alabanza no es lo que vi en tu cara —dijo Alai.

—No sabía que se pudiera leer en mi cara.

—No se puede. Por eso te lo pregunto.

—Hemos recibido una oferta que creo que te alegrará —dijo Bean.

—¿De quién?

—No sé si llegaste a conocer a Virlomi.

—¿De la Escuela de Batalla?

—Sí.

—Antes de mi época, creo. Yo era un niño y no prestaba atención a las chicas — le sonrió a Petra.

—¿No lo éramos todos? —dijo Bean—. Virlomi fue la que hizo posible que Suriyawong y yo rescatáramos a Petra de Hyderabad y salváramos a los graduados

indios de la Escuela de Batalla de ser asesinados por Aquiles.

—Tiene mi admiración, entonces.

—Ha vuelto a la India. Toda esa construcción de obstáculos de piedra, la llamada Gran Muralla de la India... al parecer es ella quien la inició.

El interés de Alai pareció ahora más que mera amabilidad.

—Peter recibió un mensaje suyo. Ella no sabe nada de ti ni de lo que estás haciendo, ni tampoco Peter, pero envió el mensaje en un código que él no podía entender sin consultarlo conmigo... algo muy inteligente y cuidadoso por su parte, creo.

Intercambiaron sonrisas.

—Está en un puente que abarca una de las carreteras entre la India y Birmania. Tal vez pueda interrumpir el paso en una, muchas o incluso en todas las carreteras principales entre la India y China.

Alai asintió.

—Sería un desastre, naturalmente —continuó Bean—, si actuar por su cuenta y cortara las carreteras antes de que los chinos pudieran sacar sus tropas de la India. En otras palabras, si ella piensa que la invasión verdadera es la turca, entonces podría pensar que su papel más valioso sería mantener a las tropas chinas dentro de la India. En cambio, lo ideal sería que esperara a que empezaran a tratar de hacer regresar a los soldados a la India, y sólo entonces cortar las carreteras, manteniéndolos fuera.

—Pero si se lo decimos —dijo Alai—, y el mensaje es... interceptado, entonces los chinos sabrán que la operación turca no es la principal.

—Bueno, por eso no quería mencionar el tema delante de los demás. Puedo decirte que creo que la comunicación entre ella y Peter, y entre Peter y yo, es segura. Creo que Peter está desesperado por que tu invasión tenga éxito, y Virlomi lo estará también, y no le dirán a nadie nada que la comprometa. Pero es tu decisión.

—¿Peter está desesperado por que nuestra invasión tenga éxito? —preguntó

Alai.

—Alai, no es estúpido. No tuve que hablarle de tus planes, ni decirle siquiera que

tenías planes. Sabe que estás aquí, aislado, y tiene informes satélite de los movimientos de tropas hacia la frontera india. No lo ha discutido conmigo, pero no me sorprendería nada que también supiera lo de la presencia árabe en Indonesia... son el tipo de cosas que siempre descubre porque tiene contactos en todas partes.

—Lamento sospechar de ti —dijo Alai—, pero sería tonto si no lo hiciera.

—Piensa en Virlomi —dijo Bean—. Sería trágico si, en su esfuerzo por ayudar, acabara por lastrar tu plan.

—Pero eso no es todo lo que querías decir.

—No —dijo Bean, y vaciló.

—Adelante.

—Tus motivos para no querer abrir el tercer frente son sensatos —dijo Bean—.

No querer malgastar vidas tomando objetivos militares sin importancia.

—Entonces piensas que no debería utilizar esa fuerza.

—No. Creo que tienes que ser más atrevido. Creo que tienes que malgastar más vidas en un objetivo no militar aún más espectacular.

Alai se volvió.

—Temía que fueras a darte cuenta.

—Estaba seguro de que ya lo habías pensado.

—Esperaba que uno de los árabes o los indonesios lo propusiera—dijo Alai.

—¿Proponer qué? —preguntó Petra.

—El objetivo militar —dijo Bean—, es destruir sus ejércitos, cosa que se hace atacándolos con una fuerza superior, con sorpresa, y cortando sus líneas de suministro y sus rutas de escape. Nada que hagas con el tercer frente podrá conseguir ninguno de esos objetivos.

—Lo sé —dijo Alai.

—China no es una democracia. El gobierno no tiene que ganar unas elecciones.

Pero necesitan el apoyo de su pueblo aún más, precisamente por eso.

Petra suspiró, comprendiendo al fin.

—Invadir la propia China.

—No hay ninguna esperanza de éxito con una invasión semejante—dijo Alai—. En los otros frentes, tendremos ciudadanos que nos darán la bienvenida y cooperarán con nosotros, mientras se oponen a ellos. En China, será al contrario. Sus fuerzas aéreas operarán desde aeródromos cercanos y podrán efectuar una salida tras otra entre cada oleada de nuestros aviones. El potencial para el desastre sería enorme.

—Planea para el desastre —dijo Bean—. Empieza con el desastre.

—Eres demasiado sutil para mí.

—¿Cuál es el desastre en este caso? Además de ser detenido en la playa (cosa que no es probable, ya que China tiene una de las costas más invadibles del mundo) un desastre sería que tus tropas fueran dispersadas, que quedaran sin suministros, y operaran sin un control central coordinador.

—¿Desembarcar y hacer que empiecen de inmediato una guerra de guerrillas?

—dijo Alai—. Pero no tendrán el apoyo del pueblo.

—He pensado mucho en eso —contestó Bean—. El pueblo chino está acostumbrado a la opresión. ¿Cuándo no han estado oprimidos? Pero nunca se han reconciliado con ella. Piensa en cuántas revueltas campesinas ha habido... y contra gobiernos mucho más benignos que éste. Ahora bien, si tus soldados se internan en China como la marcha de Shermann hacia el mar, recibirán oposición a cada paso.

—Pero tendrán que vivir de la tierra, si se les cortan los suministros.

—Tropas estrictamente disciplinadas podrán hacerlo funcionar —dijo Bean—. Pero será duro para los indonesios, dada la manera en que los chinos han sido considerados siempre dentro de la propia Indonesia.

—Confía en que controlaré a mis tropas.

—Entonces esto es lo que harán. En cada aldea a la que lleguen, tomarán la mitad de la comida... pero sólo la mitad. Dejarán claro que no tocan el resto, y les diréis que es porque Alá no os envió a hacer la guerra contra el pueblo chino. Si tenéis que matar a alguien para conseguir el control de la aldea, pedid disculpas a la familia o a toda la aldea, si se trata de un soldado. Sed los invasores más amables que se pueda imaginar.

—Oh —dijo Alai—. Eso es pedir mucho a partir de la mera disciplina. Petra empezaba a captar la visión de conjunto de todo esto.

—Tal vez si le citas a tus soldados ese párrafo de Los Lugares Elevados, donde dice: «Tal vez tu Señor destruirá a vuestros enemigos y os hará gobernadores de la Tierra. Entonces verá cómo actuáis.»

Alai la miró lleno de genuina consternación.

—¿Me citas el Corán a mí?

—Me pareció que el versículo era apropiado. ¿No lo pusiste por eso en mi habitación? ¿Para que lo leyera?

Alai sacudió la cabeza.

—Quien te dio el Corán fue Lankowski.

—Y se lo ha leído —añadió Bean—. Nos sorprendió a los dos.

—Es un buen pasaje —dijo Alai—. Tal vez Dios nos convierta en gobernantes de China. Mostremos desde el principio que podemos hacerlo de manera justa y digna.

—La mejor parte del plan —dijo Bean—, es que los soldados chinos vendrán inmediatamente después, y temiendo que sus propios ejércitos se queden sin suministros, o en el esfuerzo por privar a tu ejército de más provisiones, probablemente se quedarán con el resto de la comida.

Alai asintió, sonrió, y luego se echó a reír. —Nuestro ejército invasor deja al pueblo chino suficiente para comer, pero el ejército chino los hace morir de hambre.

—La probabilidad de una victoria de las relaciones públicas es muy alta —dijo Bean.

—Y mientras tanto —apuntó Petra—, los soldados chinos en la India y Xinjiang se volverán locos porque no sabrán qué está pasando con sus familias en casa.

—La flota invasora no atacará en masa —dijo Bean—. Lo hará en barcos de pesca filipinos e indonesios, pequeñas fuerzas por toda la costa. La flota indonesia, con sus portaaviones, espera en alta mar, hasta que se la necesite para atacar objetivos militares identificados. Cada vez que intenten localizar a tu ejército, desapareced. Nada de batallas enconadas. Al principio la gente los ayudará; pronto, la gente os ayudará a vosotros. Os reabastecéis con municiones y equipo de demolición por la noche, con aviones. La comida la encuentran por su cuenta. Y todo el tiempo avanzan más y más tierra adentro, destruyendo comunicaciones, volando puentes. Pero no las presas. Dejad a las presas en paz.

—Por supuesto—dijo Alai, sombrío—. Nos acordamos de Asuán.

—Ésa es mi sugerencia. Militarmente, no hará nada por vosotros durante las primeras semanas. La tasa de bajas será alta al principio, hasta que los equipos rebasen la costa y se acostumbren a ese tipo de combate. Pero si una cuarta parte de tu contingente puede permanecer libre y efectivo, operando dentro de China, los chinos se verán obligados a traer más y más tropas del frente indio.

—Hasta que busquen la paz —dijo Alai—. No queremos gobernar China. Queremos liberar a la India e Indochina, liberar a todos los cautivos que se han llevado a China, y restaurar los gobiernos legítimos, pero con un tratado que conceda privilegios completos a los musulmanes dentro de sus fronteras.

—Un baño de sangre tan grande para un objetivo tan modesto —dijo Petra.

—Y, por supuesto, la liberación de la Turquía china—dijo Alai.

—Eso les gustará —dijo Bean. —Y el Tíbet.

—Humíllalos lo suficiente —dijo Petra—, y simplemente prepararás el escenario para la siguiente guerra.

—Y completa libertad de religión dentro de China también Petra se echó a reír.

—Va a ser una guerra larga, Alai. Probablemente renunciarán 1 nuevo imperio... no hace tanto tiempo que lo tienen, y no es que les haya producido grandes riquezas y honor. Pero hace siglos que tienen el Tíbet y la China turca. Hay chinos Han en ambos territorios.

—Ésos son problemas a resolver más tarde, y no por ti —dijo Alai—. Y probablemente tampoco por mí. Pero sabemos lo que Occidente sigue olvidando. Si ganas, ganas.

—Creo que esa política demostró ser un desastre en Versalles.

—No. Sólo fue un desastre después de Versalles, cuando Francia e Inglaterra no tuvieron el valor, ni la voluntad, de obligar a cumplir el tratado. Después de la Segunda Guerra Mundial, los aliados fueron más sabios. Dejaron sus tropas en suelo alemán durante casi un siglo. En algunos casos benignamente, en otros casos brutalmente, pero siempre estuvieron allí.

—Como decías —respondió Bean—, tus sucesores y tú descubriréis cómo funciona todo esto, y cómo resolveréis los nuevos problemas que habrán de presentarse. Pero te advierto ahora que si los liberadores se convierten en opresores, los pueblos que liberaron se sentirán aún más traicionados y los odiarán aún peor.

—Soy consciente de eso —dijo Alai—. Y sé de qué me estás advirtiendo.

—Creo que no sabrás si el pueblo musulmán ha cambiado realmente desde los viejos tiempos de intolerancia religiosa hasta que hayas puesto el poder en sus manos.

—Lo que el Califa pueda hacer, yo lo haré —dijo Alai.

—Sé que lo harás —contestó Petra—. No envidio tu responsabilidad. Alai sonrió.

—Tu amigo Peter lo hace. De hecho, quiere más.

—Y tu pueblo querrá más de ti —dijo Bean—. Puede que tu no quieras gobernar el mundo, pero si vences en China, querrán que lo hagas, en su nombre. Y en ese punto, Alai, ¿cómo podrás decirles que no?

—Con estos labios —dijo Alai—. Y con este corazón.