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Chapter 149 - LA SOMBRA DEL HEGEMON .-Comentario final del autor

Comentario final del autor

Tal como LA VOZ DE LOS MUERTOS era una novela de un tipo distinto a EL JUEGO DE ENDER, también LA SOMBRA DEL HEGEMÓN es un libro de carácter distinto a LA SOMBRA DE ENDER. Ya no nos encontramos limitados a los confines de la Escuela de Batalla en el asteroide Eros, luchando en la guerra contra los insectores alienígenas. Ahora, con el HEGEMÓN, nos encontramos en la Tierra, jugando a lo que parece ser un descomunal juego de Risk: se trata de recurrir a la política y la diplomacia tanto para alcanzar el poder y mantenerlo como para garantizarse un lugar donde reposar en caso de perderlo.

En realidad, se parece esta novela a un clásico juego de ordenador, Romance of the Three Kingdoms, basado en una novela histórica sobre China, que afirma los lazos entre la historia, la ficción y el juego.

Aunque es cierto que la historia responde a fuerzas y condiciones irresistibles (consulte el instructivo libro Gum, Germs, and Steel, que debería ser de lectura obligada para cualquiera que desee escribir historia o novelas históricas, tan sólo para estar seguro de que entiende las reglas básicas), en un ámbito más concreto, la historia es como es por razones básicamente personales. Las razones por las cuales la civilización europea prevaleció sobre las civilizaciones indígenas de América residen en las implacables leyes de la historia; pero la razón por la cual fueron Cortés y Pizarro quienes prevalecieron sobre los imperios azteca e inca al vencer determinadas batallas en unos días concretos, en lugar de haber sido derrotados y aniquilados, como pudo haber ocurrido, tiene mucho que ver con su propia personalidad y con la personalidad y la historia reciente de los emperadores que se oponían a ellos. Y resulta que es precisamente el novelista, y no el historiador, quien dispone de la libertad para imaginar qué hace que un individuo humano haga las cosas que hace.

Algo que, evidentemente, no constituye una sorpresa. Las motivaciones humanas no pueden documentarse, por lo menos no de manera que sirvan a cualquier finalidad. Después de todo, raramente comprendemos nuestras propias motivaciones y, por lo tanto, incluso cuando escribimos lo que sinceramente creemos que son nuestras razones para tomar las decisiones que tomamos, nuestra explicación puede muy bien ser errónea, parcialmente errónea o, cuando menos, incompleta. Incluso cuando un historiador o un biógrafo dispone de gran cantidad de información, al final está obligado a un incómodo salto al abismo de la ignorancia antes de poder explicar por qué una persona hizo las cosas que en realidad hizo. La Revolución Francesa llevó a la anarquía de forma inexorable y, después, a la tiranía por razones comprensibles, siguiendo una senda predecible. Pero nada de esto podía haber presagiado la existencia de Napoleón, o ni siquiera el hecho de que podía surgir un único dictador tan bien dotado.

En cambio, los novelistas que escriben sobre los grandes líderes muy a menudo caen en el error opuesto. Capaces de imaginar las motivaciones personales, la gente que escribe novelas raramente conoce los rudimentos de los hechos históricos o comprende las fuerzas históricas que les permitan imaginar personajes creíbles en una sociedad igualmente creíble. Muchos de esos intentos resultan cómicamente erróneos, incluso cuando han sido escritos por gente que ha formado realmente parte del grupo de los que hacen y deciden, ya que, incluso esos que se han visto atrapados por el torbellino de la política muy raramente son capaces de ver a través de los árboles para comprender el conjunto del bosque. (Por otra parte, muchas novelas políticas o militares escritas por líderes políticos o militares tienden a ser auto justificativas y están escritas al servicio del autor, hasta el punto que son tan poco fiables como los libros escritos por los ignorantes.) ¿Sería probable que alguien que hubiera participado en la inmoral decisión de la administración Clinton de lanzar ataques no provocados sobre Afganistán y Sudán a finales del verano de 1998 escribiera una novela en la cual se narraran con detalle las exigencias políticas que condujeron a esos actos criminales? Cualquiera que se halle en disposición de conocer o imaginar la interacción real de deseos humanos entre los principales actores, será también tan culpable que le resultará imposible contar la verdad, incluso aunque sea lo bastante sincero para intentarlo, simplemente porque los involucrados están tan ocupados mintiéndose unos a otros y a sí

mismos a lo largo de todo el proceso, que cualquiera que esté implicado tiene que estar cegado por los reflejos.

En LA SOMBRA DEL HEGEMÓN dispongo de la ventaja de escribir una historia que aún no ha ocurrido, ya que transcurre en el futuro. No treinta millones de años en el futuro, como en mi serie la

Saga del Retorno, ni tan siquiera tres mil años en el futuro, como en la trilogía formada por LA VOZ DE

LOS MUERTOS, ENDER EL XENOCI-DA e Hijos DE LA MENTE, sino s��lo un par de siglos en el futuro, después de casi un siglo de estancamiento causado por la guerra de los Fórmicos. En la historia futura subyacente en LA SOMBRA DEL HEGEMÓN, las naciones y los pueblos de hoy resultan todavía reconocibles, aunque el equilibrio relativo de poderes entre ellos ha cambiado. Y tengo tanto la peligrosa libertad como la solemne obligación de narrar las historias marcadamente individuales de mis personajes mientras se mueven (o resultan movidos) por los altos círculos del poder entre las clases gobernantes y militares del mundo.

Si existe algo que pueda considerarse «el tema de estudio de mi vida» es precisamente éste: los grandes líderes y las grandes fuerzas que determinan la interacción de las naciones y las personas a través de la historia. Cuando era niño, por la noche me acostaba imaginando un mapa del mundo tal

como era al final de los años cincuenta, cuando los grandes imperios coloniales empezaban a conceder

la independencia a las colonias que, años atrás, habían formado esas grandes sábanas del rosa británico o del azul francés a través de África y del sur de Asia. Imaginaba todas esas colonias como países libres y, eligiendo uno de ellos o cualquier otra pequeña nación, imaginaba alianzas, uniones, invasiones y conquistas hasta que todo el mundo quedaba unido bajo un único y magnánimo gobierno democrático. Mis modelos eran Cincinnatus y George Washington, no César ni Napoleón. Leí El príncipe de Maquiavelo y Auge y caída del tercer Reich de Shirer, pero también las escrituras mormonas (en particular las historias del Libro de Mormón sobre los generales Gideon, Moroni, Helaman y Gidgiddoni y la sección 121 de Doctrina y Pactos) y la Biblia, y siempre intentaba imaginar cómo era posible gobernar bien cuando las leyes ceden ante la exigencia, y discernir las circunstancias en las cuales la guerra resulta justificada.

No pretendo que las elucubraciones y los estudios de mi vida me hayan proporcionado grandes respuestas, y no va usted a encontrar esas respuestas en LA SOMBRA DEL HEGEMÓN. Pero creo que comprendo algo de cómo funciona el mundo del gobierno, de la política y de la guerra, ambos capaces de lo mejor y de lo peor. He buscado la frontera entré fuerza y violencia, entre violencia y crueldad, y, en el otro extremo, entre bondad y debilidad, entre debilidad y traición. He considerado el hecho de que algunas sociedades son capaces de lograr que los hombres jóvenes maten y mueran venciendo al miedo mientras que otras parecen perder su voluntad de supervivencia, o cuando menos la voluntad de llevar a cabo lo que permite la supervivencia. Y LA SOMBRA DEL HEGEMÓN y los otros dos libros que faltan en este largo relato de la historia de Bean, Petra y Peter son mi mejor intento de aplicar lo que he aprendido en un relato donde grandes fuerzas, amplios grupos de población e individuos de carácter heroico — aunque tal vez no siempre virtuoso— se combinan para dar forma a una historia imaginada, aunque espero que creíble.

En ese esfuerzo me siento limitado por el hecho de que la vida real raramente es plausible: creemos que la gente podría o no haber realizado determinadas acciones sólo porque tenemos documentos. La ficción, que carece de esos documentos, se atreve a no ser la mitad de implausible. Por otro lado,

podemos hacer lo que la historia nunca puede: asignar al comportamiento humano motivaciones que no

serán refutadas por ningún testigo o prueba documental. Por lo tanto, a pesar de hacer todo lo posible para ser verídico respecto a cómo transcurre la historia, al final voy a depender de las herramientas del novelista. ¿Te preocupa lo que le ocurre a tal personaje? ¿O a ese otro? ¿Crees que ese personaje haría las cosas que digo que hace, por las razones que le asigno?

La historia, cuando se cuenta como una trama épica, a menudo adquiere la emocionante grandeza de Dvorak o Smetana, de Borodin o Mussorgsky, pero la ficción histórica debe encontrar también el intimismo y la disonancia de las delicadas piezas para piano de Satie o Debussy. Ya que la verdad de la historia se encuentra siempre en millones de melodías, porque la historia sólo importa a causa de los efectos que vemos o imaginamos en las vidas de la gente corriente que está atrapada por los grandes acontecimientos que lo conforman. Tchaikowsky puede entusiasmarme, pero me canso pronto de los grandes efectos, que tan huecos y falsos parecen en una segunda audición. Nunca me canso de Satie, ya que su música siempre sorprende y satisface. Si consigo estructurar esta novela en términos de Tchaikowsky, eso es aceptable y está bien; pero si logro proporcionar también algunos momentos de Satie, me sentiré mucho más complacido ya que ésa es la tarea más difícil y, en definitiva, más valiosa.

Además de mi interés durante toda mi vida por el estudio de la historia en general, dos libros me han influido de forma particular durante la escritura de LA SOMBRA DEL HEGEMÓN. Cuando vi la película Ana y el Rey, me sentí incómodo y disgustado por mi ignorancia de la historia real de Tailandia, y encontré Thailand: A Short History (Yale, 1982,1984) de David K. Wyatt. Este autor escribe de forma clara y convincente, haciendo que la historia de este pueblo resulte a la vez inteligible y fascinante. Es difícil imaginar una nación que haya sido tan afortunada en la cualidad de sus líderes como Tailandia y los reinos que la precedieron, quienes lograron sobrevivir a invasiones procedentes de todas direcciones y a las ambiciones europeas y japonesas en el Sureste asiático, conservando su carácter nacional y manteniéndose, más que la mayoría de reinos y monarquías, sensibles a las necesidades del pueblo.

Hace tiempo, mi propio país tuvo líderes comparables a Mongkut y Chulalongkorn de Siam, y servidores públicos tan dotados y desinteresados como muchos de los hermanos y sobrinos de Chulalongkorn, pero, al contrario de lo ocurrido en Tailandia, Estados Unidos se ha convertido en una nación en declive, y mi pueblo tiene escasa voluntad para ser bien dirigido. El pasado de Estados Unidos y sus recursos convierten al país en uno de los principales actores, al menos por el momento. Sin embargo, naciones con menos recursos pero con una fuerte determinación pueden cambiar el curso de la historia mundial, como demostraron los hunos, los mongoles o los árabes, a veces con un efecto devastador o también, como el pueblo del Ganges ha demostrado, de forma mucho más pacífica.

Lo que me lleva al segundo libro: Rag: The Making and Unmaking of British India (Little, Brown,

1997), de Lawrence James. La historia moderna de la India se analiza como una larga tragedia de buenas, o cuando menos atrevidas, intenciones que conducen al desastre. En LA SOMBRA DEL HEGEMÓN, de forma consciente, he intentado hacerme eco de alguno de los temas que encontré en el

libro de James.

DEL GIGANTE. Y todo eso porque Phillip se sintió algo decepcionado y, lo más importante, me lo transmitió, tras lo cual reconsideré la estructura que había creado en mi inconsciente subvirtiendo mis planes conscientes.

Muy raramente escribo dos novelas al mismo tiempo, pero lo he hecho esta vez, yendo de una a otra entre LA SOMBRA DEL HEGEMÓN y SARAH, mi novela histórica sobre la esposa de Abraham (Shadow Mountain, 2000). Las novelas se reforzaron la una a la otra de forma singular. Ambas tratan sobre la historia en tiempos de caos y transformación, como aquellos en que el mundo está embarcado cuando escribo esto. En ambas narraciones, las lealtades personales, las ambiciones y las pasiones conforman a veces el curso de la historia y a veces navegan sobre las olas de la historia, intentando mantenerse justo delante de la cresta de la ola. Ojalá que quienes lean estos libros encuentren su camino para conseguir lo mismo. Es en la confusión del caos donde descubrimos lo que somos, si es que somos algo.

Como siempre, he contado con la colaboración de Kathelen Bellamy y Scott Allen, quienes me han ayudado a mantener abierta la comunicación con mis lectores. Muchos de los que visitaron y participaron en mis comunidades online en:

http://www. hatrack. com, http://www.frescopix.com, y http://www. nauvoo. com,

me ayudaron, a menudo en formas que ellos mismos no llegaron a conocer.

Muchos escritores producen su obra artística entre un torbellino de caos y tragedias domésticas; yo tengo la fortuna de escribir desde el interior de una isla de paz y amor, creada por mi esposa Kristine, mis hijos Geoffrey,

Emily, Charlie Ben y Zina, y por buenos y queridos amigos que nos rodean y enriquecen nuestras

vidas con su buena voluntad, su amable ayuda y agradable compañía. Tal vez escribiría mejor si mi vida fuera más miserable, pero lo cierto es que no me interesa en absoluto llevar a cabo ese experimento.

Con todo, escribo este libro en particular para mi segundo hijo, Charlie Ben, quien de manera silenciosa ha proporcionado grandes regalos a todos los que le conocen. En el seno de la pequeña comunidad de su familia, de los amigos de la escuela en el Gateway Education Center, y de los amigos

de la iglesia en el Greensboro Summit Ward, Charlie Ben ha dado y recibido mucha amistad y amor sin

decir una palabra. Mientras con gran paciencia soporta su dolor y sus limitaciones, contento recibe la amabilidad de los demás, y comparte generosamente su amor y alegría con quienes desean recibirlos. Contraído por su parálisis cerebral, sus movimientos corporales pueden parecer extraños e inquietantes para la gente, pero quienes desean observar más detenidamente, encuentran a un joven lleno de belleza, alegría, amabilidad y sentido del humor. Ojalá que todos nosotros aprendamos a ver más allá de

esos signos externos y seamos capaces de mostrar nuestro verdadero yo a través de todas las barreras, por opacas que puedan parecer. Y Charlie, que nunca sostendrá este libro en sus propias manos ni lo leerá con sus propios ojos, podrá sin embargo oír cómo se lo leen sus cariñosos amigos y los miembros de la familia. Por lo tanto, a ti, Charlie, te digo: estoy orgulloso de todo lo que haces con tu vida, y me alegro de ser tu padre; aunque te merecías uno mejor, has sido lo bastante generoso para amar al que tienes.