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Chapter 142 - LA SOMBRA DEL HEGEMON .-14.-Hyderabad

Publicado en el Foro de Política Internacional por

EnsiRaknor@TurkMilNet.gov

Asunto: ¿Dónde está Locke cuando lo necesitamos?

¿Soy el único que desearía que Locke se hubiera hecho cargo de los recientes acontecimientos en la India? Con la India más allá de la frontera birmana y las tropas pakistaníes concentradas en Beluchistán, amenazando Irán y el Golfo, necesitamos un nuevo modo de mirar el sur de Asia. Los antiguos modelos claramente no funcionan.

Lo que quiero saber es si el ForPolInt eliminó la columna de Locke cuando Peter Wiggin reconoció su autoría, o si Wiggin dimitió. Porque si fue una decisión del ForPolInt, se trató, por decirlo claramente, de una estupidez. Nunca supimos quién era Locke: lo escuchábamos porque tenía sentido, y una y otra vez fue el único que halló la lógica a situaciones problemáticas, o al menos fue el primero en ver claramente lo que estaba pasando. ¿Qué importa que sea un adolescente, un embrión o un cerdo parlante?

A ese respecto, como el mandato del Hegemón está a punto de expirar, cada vez me siento más inquieto con el actual candidato. No sé quién propuso a Locke hace casi un año, pero en mi opinión tuvo la idea adecuada. Sólo que ahora lo pondríamos en el cargo con su propio nombre. Lo que Ender Wiggin hizo en la guerra Fórmica, Peter Wiggin podría hacerlo en la conflagración que se avecina, y ponerle fin.

Respuesta 14, de Talleyrandophile@poi-net.gov

No pretendo ser suspicaz, pero ¿cómo sabemos que no eres Peter Wiggin intentado poner de nuevo tu nombre en circulación?

Respuesta 14.1, de EnsiRaknor@Turk-MilNet.gov

No pretendo que esto sea personal, pero las identidades de la red militar turca no se dan a adolescentes estadounidenses que trabajan como asesores en Haití. Soy consciente de que la política internacional puede hacer que los paranoicos parezcan cuerdos, pero si Peter Wiggin pudiera escribir bajo esta identidad, bien podría ya gobernar el mundo. Pero quiz�� soy yo quien ve la diferencia. Tengo veinte años ahora, pero soy graduado de la Escuela de Batalla. Así que tal vez por eso la idea de poner a un chico al mando de la situación no me parece tan descabellada.

Virlomi supo quién era Petra en el momento en que apareció por primera vez en Hyderabad: se habían conocido antes. Aunque era considerablemente mayor y había estado en la Escuela de Batalla un año antes que Petra, en aquellos días Virlomi tomaba nota de todas las chicas que había en el espacio. Una tarea fácil, ya que la llegada de Petra aumentó el número total de niñas a nueve, cinco de las cuales se graduaron al mismo tiempo que Virlomi. Parecía que tener chicas en el espacio se

consideraba un experimento fallido.

En la Escuela de Batalla, Petra era una novata dura y lenguaraz que rechazaba orgullosamente todo consejo. Parecía decidida a abrirse paso como chica entre los muchachos, sin ayuda, igualándolos. Virlomi la comprendió.

Al principio ella también se había aferrado a la misma actitud. Sólo esperaba que Petra no tuviera que

pasar por las mismas dolorosas experiencias que ella antes de comprender que la hostilidad de los niños era, en la mayoría de los casos, insuperable, y que una niña necesitaba tan-tos aliados como pudiera.

Petra se hizo famosa y por supuesto Virlomi reconoció su nombre cuando las historias del grupo de Ender se hicieron públicas después de la guerra. La única chica entre ellos, la Juana de Arco armenia. Virlomi leyó los artículos y sonrió. Así que Petra había sido tan dura corno creía que debía ser. Bien por

ella.

Entonces habían asesinado o secuestrado a los miembros del grupo de Ender, y cuando los secuestrados regresaron de Rusia, Virlomi se sintió desfallecer al saber que el único cuyo destino continuaba siendo desconocido era Petra Arkanian.

Sólo que no tuvo que apenarse mucho, pues de repente el equipo de graduados indios de la Escuela de Batalla tuvo un nuevo comandante, a quien inmediatamente reconocieron como el mismo Aquiles al que Locke había acusado de ser un asesino psicópata. Y pronto descubrieron que iba acompañado por una niña silenciosa y de aspecto cansado cuyo nombre nunca se pronunciaba.

Pese a ello Virlomi la reconoció: era Petra Arkanian.

Fuera cual fuese el motivo que tenía Aquiles para no revelar su nombre, a Virlomi no le gustó, y por eso se aseguró de que todos los miembros del grupo de estrategia supieran que se trataba del miembro desaparecido del clan de Ender. No le dijeron a Aquiles nada sobre Petra, por supuesto: simplemente respondían a sus instrucciones y le informaban según requería. Y pronto la silenciosa presencia de Petra fue tratada como si fuera normal. Los otros no la habían conocido.

Pero Virlomi sabía que si Petra guardaba silencio, eso significaba algo terrible. Significaba que Aquiles ejercía algún tipo de presión sobre ella. ¿Un rehén, algún miembro de su familia había sido secuestrado? ¿Amenazas. ¿O algo más? ¿Había Aquiles doblegado de algún modo la voluntad de

Petra, que antes parecía indomable?

Virlomi tomó muchas precauciones para asegurarse de que Aquiles no advirtiera que prestaba una atención especial a Petra, pero observaba a la otra niña, y aprendía cuanto podía. Petra usaba su consola como los demás, y tomaba parte en los informes de espionaje y todo el material que les enviaban. Pero algo iba mal, y Virlomi tardó algún tiempo en darse cuenta de qué era: Petra nunca tecleaba nada mientras estaba conectada al sistema. Había un montón de sitios-red que requerían claves de acceso o al menos registrarse para poder conectar. Pero después de teclear su clave por la mañana, Petra nunca volvía a teclear.

Ha sido bloqueada, advirtió Virlomi. Por eso no nos manda ningún email. Es una prisionera. No puede enviar mensajes al exterior, ni hablar con nosotros.

Cuando no estaba conectada, sin embargo, debía de trabajar furiosamente, porque de vez en cuando

Aquiles les enviaba un mensaje a todos ellos, detallando nuevas direcciones a sus planes. El lenguaje de esos mensajes no era de Aquiles: resultaba muy fácil detectar el cambio de estilo. Estaba recibiendo esa información estratégica (y era muy buena) de Petra, que era una de los nueve elegidos para salvar a la

humanidad de los fórmicos. Una de las mejores mentes de la Tierra se había convertido en una esclava

de ese loco psicópata.

Así, mientras los demás admiraban las brillantes estrategias que desarrollaban para la guerra de agresión contra Birmania y Tailandia, mientras los informes de Aquiles acicateaban su entusiasmo para que la India «finalmente ocupe el lugar que le corresponde por derecho entre las naciones», Virlomi se fue volviendo más y más escéptica. A Aquiles no le importaba nada la India, no importaba lo bien que sonara su retórica. Y cuando ella se sentía tentada a creerlo, sólo tenía que mirar a Petra para recordar lo que era.

Como todos los demás parecían haberse tragado la versión de Aquiles sobre el futuro de la India, Virlomi mantuvo en secreto sus opiniones. Se limitaba a observar y esperar que Petra la mirase, para poder dirigirle un guiño o una sonrisa.

Llegó el día. Petra miró. Virlomi sonrió.

Petra desvió la mirada tan casualmente como si Virlomi hubiera sido una silla y no una persona que trataba de entablar contacto.

Virlomi no se desanimó. Siguió intentándolo hasta que un día Petra pasó cerca de ella camino de una

fuente, tropezó y se apoyó en la silla de Virlomi. En medio del ruido de los pies de Petra al resbalar, Virlomi oyó claramente sus palabras.

—Basta. Está vigilando.

Y así era. La confirmación de lo que Virlomi había sospechado de Aquiles, la prueba de que Petra se había fijado en ella, y una advertencia de que su ayuda no era necesaria.

Bueno, eso no era nada nuevo. Petra nunca necesitaba ayuda, ¿no?

Entonces llegó el día, hacía sólo un mes, en que Aquiles envió un informe ordenando que pusieran al día los viejos planes: la estrategia original del ataque en masa, lanzando enormes ejércitos con sus grandes líneas de suministros contra los birmanos. Todos se quedaron de piedra. Aquiles no dio ninguna explicación, pero parecía desusadamente taciturno, y todos entendieron el mensaje. La brillante estrategia había sido descartada por los adultos. Algunas de las mejores mentes militares del mundo habían elaborado la estrategia, y a los adultos sólo se les ocurría prescindir de ellos.

Todos se molestaron, pero pronto volvieron a la rutina del trabajo, tratando de dar forma a los antiguos planes para la inminente guerra. Las tropas fueron trasladadas, los suministros se entregaron en una zona o se perdieron en otra. Pero elaboraron la estrategia. Y cuando recibieron el plan de Aquiles

(o, como Virlomi suponía, el plan de Petra) para retirar el grueso del ejército de la frontera pakistaní y

enfrentarse a los birmanos, admiraron la brillantez de la idea, que hacía coincidir las necesidades del ejército con la ruta aérea y terrestre ya existente, de forma que desde los satélites no se vería ningún movimiento hasta que los ejércitos ya hubiesen llegado a la frontera. Como mucho, el enemigo se enteraría uno o dos días antes: antes de que resultara evidente.

Aquiles se marchó a uno de sus frecuentes viajes, sólo que esta vez Petra desapareció también. Virlomi temió por ella. ¿Pensaba matarla ahora que ya había servido a su propósito?

No fue así: regresó esa misma noche, cuando lo hizo Aquiles.

A la mañana siguiente llegó la noticia del inicio del movimiento de tropas siguiendo el hábil plan de Petra que los llevaba a la frontera birmana. Y luego, prescindiendo de ese mismo hábil plan de Petra, lanzaron su torpe ataque en masa.

No tiene sentido, pensó Virlomi.

Entonces recibió el email del ministro de Colonización de la Hegemonía, el coronel Graff, aquel viejo zorro.

Estoy seguro de que sois conscientes de que una de nuestras graduadas en la Escuela de Batalla, Petra Arkanian, no regresó con el resto de los que tomaron parte en la batalla final con Ender Wiggin. Estoy muy interesado en localizarla, y creo que puede haber sido transportada contra su voluntad a un lugar de la India. Si sabéis algo sobre su paradero y actual estado,

¿podríais comunicármelo? Estoy seguro de que querríais que hicieran lo mismo

por vosotros.

Casi inmediatamente llegó un mensaje de Aquiles.

Puesto que nos hallamos en guerra, sin duda comprenderéis que cualquier intento de entregar información a una persona ajena al ejército indio se considerará un acto de espionaje y traición, por el cual seréis fusilados en el acto.

Así que, definitivamente, Aquiles mantenía a Petra incomunicada y le preocupaba mucho que permaneciera oculta.

Virlomi ni siquiera tuvo que pensar en lo que debería hacer. Esto no tenía nada que ver con la seguridad india. Así pues, aunque se tomaba muy en serio la amenaza de muerte, no creyó que hubiera

nada moralmente malo en intentar evitarla.

No podía escribir directamente al coronel Graff. Tampoco podía enviar ningún tipo de mensaje referente a Petra, por velado que fuera. Todo email que saliera de Hyderabad sería examinado. Y, ahora que Virlomi lo pensaba, ella y los otros graduados de la Escuela de Batalla que vivían aquí en la División de Doctrina y Planificación, apenas eran más libres que Petra. No podía salir del terreno. No podía entablar contacto con nadie que no fuera militar y tuviera un alto grado de acceso de seguridad.

Los espías disponen de equipos de radio o gotas letales, pensó Virlomi. Pero ¿cómo te conviertes en

espía cuando no tienes otra forma de contactar con el exterior que las cartas, y no hay nadie a quien puedas escribir ni manera de decir lo que necesitas sin que te atrapen?

Podría haber pensado una solución por su cuenta, pero Petra simplificó el proceso acercándose a la fuente tras ella. En un momento en que Virlomi se enderezó después de beber y Petra se disponía a

ocupar su lugar, ésta le dijo escuetamente:

—Soy Briseida. Y eso fue todo.

La referencia era evidente: todo el mundo en la Escuela de Batalla había leído la Ilíada. Siendo Aquiles el supervisor, el comentario acerca, de Briseida era obvio. Sin embargo, no lo era. Briseida era cautiva de alguien, y Aquiles (el original) se enfureció porque se sentía afrentado si no era suya.

Entonces, ¿a qué se refería Petra al decir que era Briseida?

Guardaba relación con la carta de Graff y su advertencia sobre Aquiles, así que debía ser una clave, una forma de transmitir la noticia sobre la existencia de Petra, para lo cual hacía falta la red. Así que

«Briseida» debía significar algo para alguien de la red. Tal vez existía algún tipo de clave electrónica con ese nombre. Tal vez Petra ya había encontrado a alguien con quien contactar, pero no podía hacerlo

porque estaba aislada de las redes.

Virlomi no se molestó en llevar a cabo una búsqueda general. Si alguien ahí fuera estaba buscando a Petra, el mensaje estaría en un sitio que Petra pudiera encontrar sin desviarse de su legítima investigación militar. Lo cual significaba que Virlomi probablemente ya conocía el sitio donde estaba esperando el mensaje.

En ese momento debía investigar la manera más eficaz de reducir los riesgos de abastecer a los helicópteros sin consumir demasiado combustible, un problema tan técnico que no había manera de incluir en él una investigación histórica o teórica.

Sin embargo, Sayagi, un graduado de la Escuela de Batalla cinco años mayor que ella, se encargaba de investigar la forma de pacificar y ganar la colaboración de las poblaciones locales en los países ocupados. Así que Virlomi acudió a él.

—Me he encallado en mis algoritmos.

—¿Quieres que te ayude?

—No, no, sólo necesito distraerme un par de horas para volver al tema cuando haya descansado.

¿Quieres que te ayude a buscar algo?

Por supuesto, Sayagi había recibido los mismos mensajes que Virlomi, y fue lo bastante listo para no interpretar literalmente la oferta de ayuda de Virlomi.

—No sé, ¿qué es lo que podrías hacer?

—Cualquier investigación histórica o teórica en las redes. —Le estaba dando a entender lo que necesitaba y él la comprendió.

—Claro. Odio esas cosas. Necesito datos sobre intentos frustrados de pacificación y conciliación que no consistan en eliminar o deportar a todo el mundo y traer a una población nueva.

—¿Has conseguido algo?

—No; tienes el campo libre, he estado evitando el tema.

—Gracias. ¿Quieres un informe o sólo enlaces?

—Me basta con archivos recortados y pegados. Nada de enlaces, eso se parece demasiado a hacer el trabajo uno mismo.

Era una conversación de lo más inocente que proporcionaba a Virlomi la tapadera que necesitaba. Volvió a su consola y empezó a repasar los sitios históricos y teóricos. No ejecutó ninguna búsqueda

sobre el nombre «Briseida», porque habría sido demasiado obvio y el programa de vigilancia lo

detectaría directamente. Si Aquiles lo veía, ataría cabos de inmediato. En lugar de eso, Virlomi repasó los sitios buscando titulares.

Briseida apareció en el segundo sitio que visitó.

Era un mensaje de alguien que se hacía llamar Héctor Victorioso.

Héctor no era exactamente un nombre de buen augurio: fue un héroe, el único rival posible de

Aquiles, pero al final Héctor moría y Aquiles arrastraba su cadáver alrededor de las murallas de Troya.

Con todo, el mensaje estaba claro, si se te ocurría pensar que Briseida era el nombre en clave para

Petra.

Virlomi recorrió otros mensajes, fingiendo leer mientras en realidad preparaba su respuesta para Héctor Victorioso. Cuando estuvo lista, volvió atrás y lo tecleó, con la plena conciencia de que aquello bien podría suponer la causa de su ejecución inmediata.

Voto para que siga siendo una esclava renuente. Aunque se hubiera visto forzada al silencio, encontraría un modo de aferrarse a su alma. En cuanto a deslizar un mensaje para alguien que esté dentro de Troya, ¿cómo sabe que no lo hizo? ¿Y de qué habría servido? Poco después todos los troyanos murieron.

¿O no ha oído hablar del caballo de Troya? Lo sé: Briseida debería haber advertido a los troyanos para que tuvieran cuidado con los regalos de los griegos. También pudo haber encontrado a un nativo amistoso para que lo hiciera por ella.

Lo firmó con su propio nombre y dirección de correo: después de todo, se suponía que era un mensaje inocente. De hecho, le preocupaba que pudiera resultar demasiado inocente. ¿Y si la persona que estaba buscando a Petra no advertía que sus referencias a la resistencia de Briseida y a su silencio forzoso eran informes de testigos? ¿O que el «nativo amistoso» era una referencia a la propia Briseida?

Pero su dirección dentro de la red militar india alertaría a quien fuera para que prestase especial atención.

Ahora, que ya había enviado el mensaje, Virlomi tenía que continuar con la inútil búsqueda que Sayagi le había «pedido» que hiciera. Serían un par de aburridas horas: un tiempo desperdiciado, si Héctor Victorioso no recibía el mensaje.

Petra trató de no observar qué hacía Virlomi. Después de todo, si Virlomi era lo bastante inteligente, no haría nada que mereciera la pena observar. Pese a ello, advirtió Petra que Virlomi se acercaba a Sayagi y conversaba un rato, y que cuando regresó a su consola parecía estar repasando páginas online en vez de escribir o hacer cálculos. ¿Localizaría los mensajes de Héctor Victorioso?

En cualquier caso, Petra no podía permitirse pensar más en eso, porque en cierto modo sería mejor para todos que Virlomi no lo consiguiera. ¿Quién sabía hasta qué punto era sutil Aquiles? Por lo que Petra sabía, aquellos mensajes podrían ser trampas diseñadas para pillarla buscando ayuda, lo cual

podía ser fatal.

Pero Aquiles no podía estar en todas partes. Era inteligente, suspicaz, y arriesgado, pero era sólo un ser humano y no podía pensar en todo. Además, ¿hasta qué punto era importante Petra para él? Ni siquiera había utilizado su estrategia de campaña. Sin duda la mantenía cerca por vanidad, nada más.

Los informes que llegaban del frente eran lo que cabría esperar: la resistencia birmana era sólo testimonial, ya que mantenían sus fuerzas principales en lugares donde el terreno los favorecía: cañones y ríos.

Todo inútil, por supuesto. No importaba dónde emplazaran su defensa los birmanos: el ejército indio simplemente los rebasaría. No había suficientes soldados birmanos para representar una oposición seria en más de un puñado de sitios, mientras que había tantos indios que podían presionar en cada lugar, dejando sólo suficientes hombres en los puntos fuertes birmanos para mantenerlos inmovilizados mientras el grueso del ejército completaba la toma de Birmania y continuaba hacia los pasos montañosos de Tailandia.

Ahí era donde empezaría el desafío, por supuesto. Pues las líneas de suministro indias se estirarían entonces hasta Birmania, y las fuerzas aéreas tailandesas eran formidables, sobre todo desde que habían observado que ponían a prueba un nuevo sistema de aeródromos provisionales que podían construirse en muchos casos duran te el tiempo que un bombardero estaba en el aire. No me recia la pena bombardear aquellas pistas cuando podían ser sustituidas en dos o tres horas.

Así que aunque los informes de espionaje del interior de Tailandia eran muy buenos (detallados, precisos y recientes), en los puntos decisivos apenas no contaban para nada. Había pocos objetivos significativos, dada la estrategia que usaban los tailandeses.

Petra conocía a Suriyawong, el graduado de la Escuela de Batalla que dirigía estrategia y doctrina en Bangkok. Era bueno. Pero le parecía un poco sospechoso que la nueva estrategia tailandesa hubiera empezado, bruscamente, sólo unas pocas semanas después de que ella y Aquiles hubieran llegado a la India desde Rusia. Suriyawong ya llevaba un año en Bangkok. ¿Por qué el súbito cambio? Tal vez alguien les había alertado de la presencia de Aquiles en Hyderabad y lo que eso podría significar. O también era posible que alguien más se hubiera unido a Suriyawong y estuviera influyendo en su pensamiento.

Bean.

Petra se negaba a creer que hubiera muerto. Aquellos mensajes tenían que ser de él. Y aunque Suriyawong era perfectamente capaz de idear por su cuenta la nueva estrategia tailandesa, era un conjunto de cambios tan grande, sin ninguna señal de desarrollo gradual, que clamaba a gritos la explicación más evidente: procedía de alguien nuevo. ¿Quién más, sino Bean?

El problema, si era Bean, estribaba en que las fuentes de inteligencia de Aquiles dentro de Tailandia eran tan buenas que cabía la posibilidad de que Bean fuera localizado. Y si el anterior intento de asesinarlo había fracasado, Aquiles no se abstendría de intentarlo de nuevo.

Mejor no pensar en eso. Si Bean se había salvado una vez, podría hacerlo de nuevo. Después de

todo, tal vez alguien tuviera excelentes fuentes de información dentro de la India también.

Por otra parte tal vez no fuera Bean quien dejaba aquellos mensajes a Briseida. Podría ser Dink Meeker, por ejemplo. Aunque en realidad no era el estilo de Dink. Bean siempre había sido más sibilino, mientras que Dink era directo. Habría entrado en las redes proclamando que sabía que Petra estaba en Hyderabad y exigiendo que la liberaran de inmediato. Fue Bean quien dedujo que la Escuela de Batalla sabía en todo momento dónde se encontraban los estudiantes por un sistema de transmisores en sus ropas. Si os quitáis la ropa y andáis por ahí desnudos, los administradores de la Escuela de Batalla no tendrán ni idea de dónde estáis. Bean no sólo lo había pensado: lo había hecho para arrastrarse por los conductos de aire en mitad de la noche. Cuando se lo contó, mientras esperaban en Eros a que la Guerra de las ligas se apaciguara para poder volver a casa, al principio Petra no dio crédito. No hasta que él la miró fríamente a los ojos y dijo:

—Yo no bromeo, y si lo hiciera, esto no tiene nada de gracioso.

—No creía que estuvieras bromeando —respondió Petra—. Creí que estabas presumiendo.

—Así es —asintió Bean—. Pero no perdería el tiempo alardeando de cosas que no hubiera hecho.

Así era Bean: admitía sus defectos junto con sus virtudes. No era falsa modestia, ni tampoco vanidad. Si se molestaba en hablar con alguien, nunca modificaba sus palabras para parecer mejor o peor de lo que era que... ella lo apreciaba. Había pasado tanto tiempo teniendo que demostrar ante muchachos quisquillosos, envidiosos y asustados que era más lista y mejor que ellos, que le sorprendió estar con alguien tan arrogante, tan absolutamente seguro de su propia brillantez, que no se sentía amenazado por ella. Si Petra sabía algo que él ignoraba, Bean escuchaba, observaba, aprendía. La otra única persona que ella conocía con la que era igual era Ender.

Ender. A veces lo echaba muchísimo de menos. Ella le había ayudado, y a veces había recibido mucha presión por parte de Bonzo Madrid, su comandante, por hacerlo. Y cuando quedó claro lo que Ender era, y ella se unió de buen grado a sus seguidores, que le obedecían y se entregaban a él, ella no dejó de guardar un lugar secreto en su memoria donde albergaba el conocimiento de que había sido la amiga de Ender cuando nadie más tuvo valor para serlo. Ella había creado una diferencia en su vida, e incluso cuando otros pensaron que lo había traicionado, Ender no lo pensó nunca.

Amaba a Ender con una mezcla de adoración y ansia que conducía a locos sueños de futuros imposibles, donde su vida y la de él se unían hasta la muerte. Fantaseaba con la idea de criar juntos a sus hijos, los niños más inteligentes del mundo. Con la idea de poder vivir junto al ser humano más

grande del universo (pues así lo consideraba) y hacer que todo el mundo reconociera que la había

elegido para que estuviera con él eternamente.

Sueños. Después de la guerra, Ender quedó destrozado, roto. Descubrir que había causado el exterminio de los fórmicos fue más de lo que pudo soportar. Y como también ella se vino abajo durante la guerra, la vergüenza la mantuvo apartada de él hasta que fue demasiado tarde, hasta que separaron a Ender del resto.

Y por eso sabía que sus sentimientos hacia Bean eran completamente distintos. No había tales sueños y fantasías, sólo una sensación de completa aceptación. Ella se llevaba bien con Bean, no como una esposa se lleva con su esposo o, Dios lo prohibiera, una novia con su novio, sino más bien como

una mano izquierda se llevaba con la mano derecha. Simplemente encajaban. No había nada excitante

al respecto, nada por lo que echar las campanas al vuelo, pero estaba ahí. Ella imaginaba que, de todos los chicos de la Escuela de Batalla, de todos los miembros del grupo de Ender, sería Bean con quien mantendría el contacto.

Entonces subieron a la lanzadera y se dispersaron por el mundo. Y aunque Armenia y Grecia estaban relativamente cerca (comparado con Shen en Japón o Hot Soup en China, por ejemplo) nunca volvieron a verse, ni siquiera se escribieron. Ella sabía que Bean iba a casa, con una familia a la que nunca había conocido, y ella estaba ocupada tratando de volver a relacionarse con su propia familia. No podía decirse que Petra languideciese por él, ni tampoco al contrario. Además, no necesitaban estar juntos o hablar

cada día para saber que la mano izquierda y la mano derecha seguían encajando, que cuando ella necesitara a alguien, la primera persona a quien llamaría sería a Bean.

En un mundo sin Ender Wiggin, eso significaba que él era la persona a la que más quería, que le echaría de menos más que a nadie si le sucedía algo.

Por eso, por mucho que fingiera que no iba a preocuparle si Aquiles hacía daño a Bean, no era cierto.

Estaba siempre preocupada. Por supuesto también se preocupaba por ella misma, y tal vez un poco más que por él. Pero ya había perdido un amor en su vida, y aunque se decía que esas amistades de la infancia no importarían al cabo de veinte años, no quería perder al otro.

Su consola sonó: había un mensaje en la pantalla

¿Cuándo te he dado permiso para echar la siesta? Ven a verme.

Sólo Aquiles escribía con tanta rudeza. Ella no estaba durmiendo, sino pensando, pero no merecía la pena discutir con él al respecto.

Desconectó y se levantó.

Atardecía ya. Era verdad que había estado divagando. Casi todos los miembros del turno de día de Planificación y Doctrina se habían marchado ya, y el equipo nocturno estaba entrando. No obstante, un par de miembros del equipo de día estaban todavía ante sus consolas.

Captó una mirada de Virlomi, una de las últimas. La chica parecía preocupada. Eso significaba que

probablemente había respondido de alguna forma al mensaje de Briseida, y que ahora temía las repercusiones. Bueno, tenía motivos para preocuparse. ¿Quién sabía cómo hablaría, escribiría o actuaría Aquiles si planeaba matar a alguien? La opinión personal de Petra era que ya planeaba matar a alguien, así que no variaría nada en su conducta para alertar a su víctima. Vete a casa y trata de dormir un poco, Virlomi. Aunque Aquiles te haya pillado tratando de ayudarme y haya decidido matarte, no podrás hacer nada, así que bien puedes dormir tranquilamente.

Petra salió de la gran sala donde todos trabajaban y recorrió los pasillos como en trance. ¿Había estado durmiendo cuando Aquiles le escribió? A quién le importaba.

Por lo que Petra sabía, era la única de Planificación y Doctrina que sabía dónde estaba el despacho de Aquiles. Había estado allí a menudo, pero no le impresionaba el privilegio. Tenía la libertad de una

esclava o una cautiva. Aquiles la dejaba entrar en su intimidad porque no la consideraba un ser humano.

Una pared de la oficina era una pantalla bidimensional que ahora mostraba un mapa detallado de la región fronteriza entre la India y Birmania. A medida que los satélites enviaban informes sobre la situación de las tropas, unos encargados iban actualizándolo, así que Aquiles podía mirarlo en cualquier momento y ver cuál era la situación. Aparte de eso, la habitación era de una sobriedad espartana. Dos sillas (incómodas), una mesa, una estantería, y un jergón. Petra sospechaba que en algún lugar de la base había un conjunto de habitaciones con una cama blanda que nunca se utilizaba. Desde luego, Aquiles no era un hedonista. No le preocupaba mucho la comodidad personal, al menos por lo que ella había visto.

Aquiles no apartó los ojos del mapa cuando ella entró, pero Petra ya estaba acostumbrada a eso. Cuando él decidía ignorarla, ella lo aceptaba como una forma perversa de prestarle atención. En cambio cuando la miraba sin verla, entonces sí se sentía verdaderamente invisible.

—La campaña va muy bien —comentó Aquiles.

—Es un plan estúpido y los tailandeses van a reducirlo a cenizas.

—Tuvieron una especie de golpe de estado hace unos cuantos minutos —dijo Aquiles—. El comandante de los militares tai hizo saltar por los aires al joven Suriyawong. Al parecer se trata de un caso terrible de celos profesionales.

Petra intentó que la tristeza por la muerte de Suriyawong y su disgusto hacia Aquiles no se reflejara en su rostro.

—Y, por supuesto, tú no has tenido nada que ver con eso.

—Bueno, ellos echan la culpa a los espías indios, claro, aunque no hubo ningún espía indio implicado.

—¿Ni siquiera el chakri?

—Decididamente no es un espía de la India —dijo Aquiles.

—¿De quién, entonces? Aquiles se echó a reír.

—Qué desconfiada eres, Briseida mía.

Ella tuvo que esforzarse por parecer relajada y no demostrar sus emociones cuando la llamó por ese nombre.

—Ah, Pet, eres mi Briseida, ¿no te das cuenta?

—En realidad no —dijo Petra—. Briseida estaba en la tienda de otro griego.

—Oh, tengo tu cuerpo conmigo, y obtengo el producto de tu cerebro, pero tu corazón pertenece a otro.

—Me pertenece a mí.

—Pertenece a Héctor —replicó Aquiles—. Pero... ¿cómo puedo darte la noticia? Suriyawong no estaba solo en su oficina cuando el edificio saltó por los aires. Otra persona contribuyó con fragmentos de carne y hueso y un fino aerosol de sangre a la carnicería general. Por desgracia, eso significa que no puedo arrastrar su cuerpo alrededor de las murallas de Troya.

Petra sintió que un puño le atenazaba el corazón. ¿La había oído cuando le dijo a Virlomi «Soy

Briseida»? ¿Y de quién estaba hablando al decir aquellas cosas sobre Héctor?

—Dime de qué estás hablando o mejor cállate —replicó Petra.

—Oh, no me digas que no has visto esos mensajitos por todos los foros —dijo Aquiles—. Sobre Briseida, Ginebra y todas las otras heroínas románticas y trágicas que quedaron atrapadas por algún tiparraco fornido.

—¿Qué pasa con eso?

—Sabes quién los escribió —prosiguió Aquiles.

—¿ Ah, sí?

—Me olvidaba. Te niegas a jugar a las adivinanzas. Muy bien, fue Bean, y tú lo sabes perfectamente. Petra sintió que un río de emociones no deseadas la inundaba, y luchó por reprimirlas. Si aquellos

mensajes habían sido enviados por Bean, entonces había sobrevivido al anterior intento de asesinato.

Pero eso significaba que Bean era «Héctor Victorioso», y la pequeña alegoría de Aquiles implicaba que estaba en Bangkok, y que Aquiles lo había localizado y había intentado matarlo de nuevo. Había muerto junto con Suriyawong.

—Me alegra que me digas lo que sé, así me evito recurrir a mi propia memoria.

—Sé que te está afectando, pobrecilla Pet. Lo gracioso es, querida Briseida, que Bean fue sólo un añadido. Nuestro objetivo era Suriyawong desde el principio.

—Bien. Enhorabuena. Eres un genio. Lo que quieras con tal de que te calles y me dejes cenar.

Hablar con rudeza a Aquiles era la única ilusión de libertad que Petra podía conservar. Suponía que eso le divertía, y no era tan tonta para hablarle en ese tono delante de nadie más.

—Esperabas que Bean viniera a salvarte, ¿verdad? —dijo Aquiles—. Por eso cuando el viejo Graff envió esa estúpida petición de información, instaste a esa Virlomi para que tratara de responder a Bean.

Petra saboreó la desesperación. En efecto: Aquiles lo controlaba todo.

—Vamos, la fuente es el lugar más evidente donde colocar un micrófono —dijo Aquiles.

—Creía que tenías cosas importantes que hacer.

—Tú eres lo más importante de mi vida, querida Briseida. Ojalá lograra convencerte para que entraras en mi tienda.

—Me has secuestrado dos veces. Me vigilas dondequiera que esté. No sé cómo podría entrar más en tu tienda de lo que estoy.

—En mi tienda —insistió Aquiles—. Sigues siendo mi enemigo.

—Ah, se me olvidaba, se supone que debo estar tan ansiosa por complacer a mi captor que he de rendirle mi voluntad.

—Si quisiera eso, te habría hecho torturar, Pet —dijo Aquiles—. Pero no te quiero así.

—Qué amable por tu parte.

—No, si no puedo tenerte libremente conmigo, como mi amiga y aliada, entonces te mataré sin más. Pero no con torturas.

—Después de haber usado mi trabajo.

—Pero no estoy usando tu trabajo —objetó él.

—Oh, es verdad. Ahora que Suriyawong ha muerto, no tienes que preocuparte por enfrentarte a una auténtica oposición.

Aquiles se echó a reír.

—Claro. Eso es.

Lo cual significaba, por supuesto, que Petra no había comprendido nada.

—Es fácil engañar a una persona a la que mantienes dentro de una caja. Sólo sé lo que me cuentas.

—Pero te lo cuento todo —aseguró Aquiles—, sólo has de ser lo bastante inteligente para entenderlo. Petra cerró los ojos. No paraba de pensar en el pobre Suriyawong, tan serio todo el tiempo. Había dado lo mejor de sí por su país, y había sido su propio comandante en jefe quien lo había asesinado.

¿Lo supo? Esperaba que no.

Si seguía pensando en el pobre Suriyawong, no tendría que pensar en Bean.

—No estás escuchando —advirtió Aquiles.

—Oh, gracias por decírmelo. Creía que sí.

Aquiles estuvo a punto de añadir algo más, pero entonces ladeó la cabeza. El aparato que llevaba en la oreja era un receptor de radio conectado con su consola. Alguien había empezado a hablarle.

Aquiles se dio la vuelta, escribió unas palabras en el teclado, leyó algo. Su rostro no mostró ninguna emoción alguna, pero fue un cambio real, ya que se había mostrado sonriente y complacido hasta que

llegó la voz. Algo había salido mal. Petra lo conocía lo bastante para reconocer signos de furia. O tal vez

(se preguntó, deseó) de miedo.

—No están muertos —dijo Petra.

—Estoy ocupado —replicó él. Ella se echó a reír.

—Ese es el mensaje, ¿no? Una vez más, tus asesinos han fallado. Si quieres hacer bien un trabajo, Aquiles, tendrás que hacerlo tú mismo.

Él se dio la vuelta y la miró a los ojos.

—Envió un mensaje desde los barracones de su fuerza de choque en Tailandia. Naturalmente el chakri lo vio.

—No está muerto —insistió Petra—. Sigue derrotándote.

—Escapar por los pelos mientras mis planes siguen sin...

—Vamos, sabes que consiguió que te echaran de Rusia. Aquiles alzó las cejas.

—Así que admites haber enviado un mensaje codificado.

—Bean no necesita mensajes codificados para derrotarte —replicó ella.

Aquiles se levantó de la silla y se acercó a Petra, que se preparó para recibir un bofetón. Sin embargo, él le apoyó una mano en el pecho y empujó la silla hacia atrás.

Al caer se dio un golpe en la cabeza contra el suelo. Petra quedó aturdida, las luces destellaban en su visión periférica. Luego sintió una oleada de dolor y náuseas.

—Mandó llamar a la querida sor Carlotta —dijo Aquiles. Su voz no traslucía ninguna emoción—.

Viene de camino para ayudarlo. Cuánta amabilidad por su parte.

Petra apenas comprendía lo que estaba diciendo. El único pensamiento que pudo formar era: Por favor, que no quede ninguna secuela cerebral permanente. Esa era su esencia. Prefería morir antes de perder la inteligencia que le otorgaba su identidad.

—Pero eso me da tiempo para preparar una sorpresita —añadió Aquiles—. Creo que haré que Bean lamente mucho estar vivo.

Petra quiso decir algo al respecto, pero no pudo recordar qué. Entonces tampoco consiguió recordar lo que había dicho él.

-¿Qué?

—Oh, ¿te da vueltas la cabecita, querida Pet? Deberías tener más cuidado con la forma en que te sientas.

De pronto recordó lo que había dicho. Una sorpresa. Para sor Carlotta. Para hacer que Bean lamentara estar vivo.

—Sor Carlotta es la que te sacó de las calles de Rotterdam —dijo Petra—. Se lo debes todo: la operación en la pierna, el hecho de haber ido a la Escuela de Batalla.

—No le debo nada. Verás, ella eligió a Bean y lo envió. En cambio a mí me pasó por alto. Yo soy el que trajo la civilización a las calles, soy el que mantuvo con vida a su precioso Bean. Y como pago lo

envió a él al espacio y a mí me dejó en tierra.

—Pobrecito —se burló Petra.

Aquiles le propinó una fuerte patada en las costillas. Ella jadeó.

—Y en cuanto a Virlomi —prosigui��—, creo que puedo utilizarla para enseñarte una lección sobre deslealtad.

—Así me introduces en tu tienda —dijo Petra.

La pateó otra vez. Ella trató en vano de no gemir. La estrategia de resistencia pasiva no funcionaba. Él actuó como si no hubiera hecho nada.

—Vamos, ¿por qué te quedas ahí tendida? Levántate.

—Mátame y acaba de una vez —dijo ella—. Virlomi sólo intentaba ser un ser una persona decente.

—Virlomi estaba advertida de lo que pasaría.

—Para ti Virlomi no es más que una forma de hacerme daño.

—No eres tan importante. Si quisiera hacerte daño, te aseguro que sé cómo.

Hizo el ademán de volver a darle una patada. Ella se envaró, tratando de apartarse del golpe, pero éste no se produjo.

En cambio, él le tendió una mano.

—Levántate, mi Pet. El suelo no es sitio para dormir.

Ella aceptó su mano. Dejó que cargara con su peso mientras se levantaba, así que tuvo que tirar con fuerza.

Idiota, pensó. Me entrenaron para el combate cuerpo a cuerpo. No estuviste en la Escuela de Batalla el tiempo suficiente para recibir esa formación.

En cuanto sus pies se afianzaron en el suelo con firmeza, empujó hacia arriba. Como ésa era la

dirección en la que él estaba tirando, Aquiles perdió el equilibrio y cayó hacia atrás, sobre las patas de la silla.

No se golpeó la cabeza, de manera que inmediatamente trató de ponerse en pie. Pero ella sabía cómo responder a sus movimientos y lo pateó con sus rudas botas de campaña, cambiando su peso para que las patadas nunca llegaran al sitio que él protegía. Cada patada lo lastimó realmente. Aquiles

trató de arrastrarse hacia atrás, pero ella continuó, implacable, y como él usaba los brazos para tratar de

moverse, Petra pudo golpearlo en la cabeza, una fuerte patada que lo dejó tendido de plano.

No quedó inconsciente, pero sí un poco mareado. Bien, veamos si esto te gusta.

Él trató de moverse como en una pelea callejera, pataleando mientras sus ojos miraban hacia otra parte, pero fue patético. Ella saltó fácilmente y descargó un fuerte puntapié en su entrepierna.

Aquiles gritó de dolor.

—Vamos, levántate —exigió ella—. Piensas matar a Virlomi, así que mátame a mí primero. Hazlo. Tú eres el asesino. Saca el arma, vamos.

De pronto, sin que ella viera cómo había logrado hacerlo, en su mano apareció una pistola.

—Vuelve a golpearme —le retó Aquiles entre dientes—. Pégame más rápido que esta bala. Ella no se movió.

—Pensaba que querías morir —dijo él.

Petra lo comprendió ahora. No pensaba acabar con ella hasta que matara a Virlomi en su presencia. Había perdido su oportunidad. Mientras él estaba en el suelo, antes de que sacara la pistola (¿de

detrás de su cinturón?, ¿de debajo de los muebles?), tendría que haberle roto el cuello. Eso no era un combate de lucha libre, sino su oportunidad para librarse de él. Sin embargo, había permitido que su instinto controlara la situación, y su instinto la impulsaba a no matar, sólo inutilizar a su oponente, porque

eso era lo que había practicado en la Escuela de Batalla.

De todas las cosas que pude haber aprendido de Ender, el instinto asesino, ir a por el golpe final desde el principio, ¿por qué fue eso lo que pasé por alto?

Algo que Bean había explicado sobre Aquiles. Algo que Graff le había dicho, después de que Bean lograra que lo devolvieran a la Tierra. Que Aquiles tenía que matar a todo el que le hubiera visto indefenso. Incluso la doctora que le había sanado la pierna, porque le había visto tendido bajo la

anestesia y había usado un bisturí.

Petra acababa de destruir el sentimiento que le había permitido seguir con vida. Fuera lo que fuese que Aquiles esperaba de ella, ahora ya no lo querría. No podría soportar tenerla cerca. Había firmado su propia sentencia de muerte.

Sin embargo, no importaba qué más sucediera: ella seguía siendo una estratega. A pesar de la desorientación Producida por el golpe, su mente podía continuar con esta danza. El enemigo veía las cosas de una manera; entonces cámbialas para que las vea de otra.

Petra se echó a reír.

—Nunca creí que me dejaras hacer eso —dijo.

Con un gesto de dolor, él se puso en pie sin dejar de apuntarle con el arma. Ella prosiguió.

—Siempre tenías que ser el supremo, como los capullos de la Escuela de Batalla. Creí que nunca

tendrías agallas para ser como Ender o Bean, hasta ahora.

Él permaneció en silencio, pero siguió allí de pie, escuchando.

—Es una locura, ¿no? Pero Bean y Ender eran muy pequeños, y no les importaba. Todo el mundo los miraba con desdén. Yo era más alta que ellos, los únicos tipos de la Escuela de Batalla que no temían que una chica los superara, que fuera más grande que ellos.

Sigue así, continúa tejiendo.

—Metieron a Ender en la escuadra de Bonzo demasiado pronto, cuando aún no había sido entrenado. No sabía hacer nada. Y Bonzo ordenó que nadie trabajara con ��l. Y allí estaba aquel niño pequeño, indefenso, sin ningún recurso. Es lo que me gusta, Aquiles. Más listo que yo, pero más pequeño. Así que le enseñé. Que se fastidiara Bonzo, no me importaba lo que hiciera. Era como tú has sido siempre, siempre me dejaba claro quién es el jefe. Pero Ender sabía cómo dejarme que le enseñara cuanto sabía. Habría muerto por él.

—Estás enferma—dijo Aquiles.

—Oh, ¿vas a decirme que no lo sabías? Tenías el arma desde el principio, ¿por qué me dejaste hacer eso si no fue... porque intentabas...?

—¿Intentaba qué? —la interrumpió él. Su voz sonó firme, pero en su tono advertía claramente la locura. Ella lo había empujado más allá de las fronteras de la cordura hacia las fronteras de la demencia. Ahora estaba viendo a Calígula. Sin embargo, él seguía escuchándola. Si encontrara la historia

adecuada para explicar lo que acababa de suceder, tal vez Aquiles se contentaría con... otra cosa.

Nombraría cónsul a su caballo. Haría que

Petra...

—¿No estabas tratando de seducirme? —dijo ella.

—Pero si ni siquiera tienes tetas.

—Yo diría que tú no andas buscando tetas, precisamente —replicó ella—. De lo contrario no me habrías llevado contigo. ¿Qué era toda esa charla de quererme dentro de tu tienda? ¿Lealtad? Querías que te perteneciera. Y todo el tiempo me presionaste, haciéndome sentir desprecio hacia ti. Te he estado observando. No eras nada, sólo otro saco de testosterona, otro chimpancé que aúlla y se golpea el pecho. Pero entonces me permitiste... porque tú me lo permitiste, ¿no? No me considerarás tan estúpida como para creer que yo he podido hacer eso de verdad, ¿eh?

Una leve sonrisa asomó a la comisura de sus labios.

—¿No lo estropea eso, si piensas que lo hice a propósito?

Ella avanzó hacia él y se situó justo ante el cañón de la pistola, dejando que presionara su abdomen. Alzó la mano, lo agarró por la nuca, y le bajó la cabeza para poder besarlo.

No tenía ni idea de cómo hacerlo, excepto lo que había visto en las películas. Sin embargo, al parecer lo estaba haciendo bastante bien. La pistola permaneció en su vientre, pero el otro brazo de Aquiles la

rodeó, para acercarla más.

En el fondo de su mente, ella recordó lo que le había dicho Bean: que lo último que había visto hacer a Aquiles antes de matar a Poke fue besarla. Bean tenía pesadillas al respecto. Aquiles la besaba, y luego, en mitad del beso, la estrangulaba. No es que Bean hubiera visto esa parte. Tal vez no sucedió así.

Pero no importaba cómo se expresara: era peligroso besar a Aquiles. Y estaba aquella pistola en su vientre. Tal vez ése era el momento que él anhelaba. Tal vez era eso lo que veía en sus sueños: besar a una chica mientras le abría un agujero en el cuerpo al mismo tiempo.

Bueno, dispara, pensó. Antes de ver cómo matas a Virlomi por el crimen de haberse compadecido de mí y haber tenido valor suficiente para actuar, prefiero estar muerta. Prefiero besarte que ver cómo me matas, y no hay nada en el mundo que pudiera disgustarme más que tener que pensar que tú eres la... cosa... que amo.

El beso terminó, pero ella no se separó. No retrocedió, no rompió el abrazo. Él tenía que creer que ella lo quería, que la tenía subyugada.

Él respiraba de forma entrecortada y rápida. Su corazón latía desbocado. ¿Preludio a un asesinato o sólo el efecto de un beso?

—Dije que fusilaría a cualquiera que tratara de responder a Graff —señaló—. Tengo que cumplir mi palabra.

—Ella no respondió a Graff, ¿no? —observó Petra—. Sé que debes conservar el control de la situación, pero no tienes que ser inflexible al respecto. Ella no sabe que tú sabes lo que hizo.

—Pensará que se ha salido con la suya.

—Pero yo sabré que tú no tuviste miedo de darme lo que quiero.

—¿Por qué, piensas que has encontrado el medio de que yo haga lo que quieres? —dijo él. Ahora ella pudo separarse.

—Creí haber encontrado a un hombre que no tenia que demostrar su valía empujando a la gente alrededor.

Supongo que estaba equivocada. Haz lo que quieras. Los hombres como tú me disgustan. Intentó transmitir tanto desdén en su voz y en su expresión como pudo.

—Vamos, demuestra tu hombría. Dispárame. Mata a todo el mundo. He conocido a hombres de

verdad y pensaba que tú eras uno de ellos.

Cuando Aquiles bajó el arma, Petra no mostró su alivio, sino que se limitó a seguir mirándolo a los ojos.

—No pienses que me conoces bien —dijo él.

—Eso no me importa, lo único que me interesa es que eres el primer hombre desde Ender y Bean que ha tenido suficientes agallas para dejar que me alzara sobre él.

—¿Es eso lo que vas a decir?

—¿Decir? ¿A quién? No tengo ningún amigo ahí fuera. La única persona con la que merece la pena hablar en este lugar eres tú.

Él permaneció allí de pie, respirando de nuevo entrecortadamente. Un poco de locura había vuelto a sus ojos.

¿Qué estoy diciendo mal?

—Vas a salirte con la tuya —prosiguió Petra—. No sé cómo lo conseguirás, pero lo noto. Tú controlarás la situación y todos cumplirán tus órdenes, Aquiles. Gobiernos, universidades, corporaciones, todos estarán ansiosos por complacerte. Pero cuando estés solo, cuando nadie más esté presente, los dos sabremos que eres lo bastante fuerte para tener a tu lado a una mujer fuerte.

—¿Te consideras una mujer?

—Si no soy una mujer, ¿qué estabas haciendo conmigo aquí dentro?

—Desnúdate

La locura seguía allí. De algún modo, la estaba poniendo a prueba, esperando que demostrara...

Que demostrara que estaba fingiendo, que realmente le tenía miedo después de todo, que su historia era una mentira pensada para engañarlo.

—No —dijo ella—. Quítate tú la tuya. Y la locura desapareció.

Él sonrió.

Se guardó la pistola en la parte trasera de los pantalones.

—Sal de aquí —dijo—. Tengo una guerra que dirigir.

—Es de noche —objetó ella—. No hay ningún movimiento de tropas.

—En esta guerra hay mucho más que ejércitos.

—¿Cuándo entro en tu tienda? —preguntó Petra—. ¿Qué he de hacer? —Apenas podía creer que estuviera diciendo eso, cuando lo único que quería era salir de allí.

—Tienes que ser lo que necesito —respondió él—. Y ahora mismo no lo eres. Se acercó a la consola y se sentó.

—Recoge la silla antes de salir.

Empezó a teclear. ¿Órdenes? ¿Para qué? ¿Para matar a quién? Ella no preguntó: se limitó a recoger la silla antes de salir.

Siguió caminando, atravesó los pasillos hasta llegar a la habitación donde dormía sola, sabiendo a cada paso que la vigilaban, que había vids, que él los comprobaría para ver cómo actuaba, para averiguar si había sido sincera Así que no podía detenerse, apoyar la cara en la pared y echarse a llorar.

Tenía que ser... ¿qué? ¿Cómo presentarían esa situación en una película o un vid si ella fuera una mujer

frustrada porque quería estar con su hombre?

¡No lo sé!, gritó interiormente. ¡No soy actriz!

Y entonces, una voz muy tranquila en su cabeza respondió: Sí lo eres. Y bastante buena. Porque durante otros pocos minutos, tal vez otra hora, tal vez otra noche, estás viva.

Tampoco podía demostrar su sentimiento de triunfo. No podía parecer feliz, no podía mostrar alivio.

Frustración, molestia, y algo de dolor donde había recibido las patadas, donde la cabeza golpeó el suelo... eso era todo lo que podía mostrar.

Incluso a solas en su cama, con las luces apagadas, continuó actuando, fingiendo, esperando que lo

que hiciera en sueños no provocara a su rival, que no hiciera asomar aquella mirada demente y asustada en los ojos de Aquiles.

No es que eso constituyera una garantía, claro. No hubo ningún signo de locura cuando mató a aquellos hombres de la furgoneta en Rusia. No pienses que me conoces bien, dijo.

Tú ganas, Aquiles. No creo conocerte pero he aprendido a pulsar una cuerda. Algo es algo.

También te derribé al suelo, te dejé sin resuello, te di una patada en las kintamas, y te hice creer que te había gustado. Mátame mañana o cuando quieras... la sensación de mi zapato en tu cara, eso no puedes arrebatármelo.

Por la mañana, Petra se sorprendió al ver que seguía con vida, considerando lo que había hecho la noche anterior. Le dolían la cabeza y las costillas, pero no se había roto nada.

Y tenía hambre. Se había perdido la cena, y quizás el pegarle a su carcelero tenía algo que le abría especial-mente el apetito. No solía desayunar, así que no tenía ningún sitio acostumbrado donde

sentarse. En otras comidas se sentaba sola, y los demás respetaban su aislamiento por temor a Aquiles.

Sin embargo, aquel día, por impulso, llevó su bandeja a una mesa que sólo tenía un par de sitios libres. La conversación se acalló cuando se sentó y unos cuantos chicos la saludaron. Ella les devolvió una sonrisa, pero se concentró en su comida. La conversación continuó.

—Es imposible que haya salido de la base.

—Entonces sigue aquí.

—A menos que alguien se la llevara.

—Tal vez se trate de una misión especial o algo por el estilo.

—Sayagi cree que está muerta. Petra sintió un escalofrío.

—¿Quién?—preguntó.

Los otros la miraron, pero retiraron la mirada al instante. Finalmente uno de ellos dijo:

—Virlomi.

Virlomi había desaparecido, y nadie sabía dónde estaba.

La ha matado. Dijo que lo haría y ha cumplido su palabra. Anoche sólo conseguí que no la ejecutara delante de mí.

No puedo soportarlo. Estoy acabada. Esta vida no merece la pena. Ser su cautiva, hacer que mate a todo el que intente ayudarme...

Nadie la miraba. Nadie hablaba.

Saben que Virlomi trató de responder a Graff, porque debió decirle algo a Sayagi cuando se acercó a él ayer. Y ahora ha muerto.

Petra sabía que tenía que comer, no importaba lo preocupada que se sintiera, lo mucho que deseara llorar, salir corriendo de allí, tirarse al suelo y pedir perdón por... ¿por qué? Por seguir con vida mientras

Virlomi había muerto.

Terminó todo lo que pudo permitirse comer y salió del salón.

Pero mientras recorría los pasillos camino de la sala donde todos trabajaban, cayó en la cuenta: Aquiles no la habría matado así. No tenía sentido matarla si los demás no veían cómo la arrestaban y se la llevaban. No le habría servido de nada hacerla desaparecer en mitad de la noche.

Por otra parte, si Virlomi había escapado, él no podía anunciarlo. Eso habría sido peor. Por eso se

limitaba a permanecer en silencio, haciendo creer a todos que estaba muerta.

Petra imaginó a Virlomi saliendo arriesgadamente del edificio, confundiendo a todos con su bravata. O tal vez, vestida como una de las mujeres de la limpieza, se había escabullido sin ser advertida. ¿O había escalado una pared, o abierto una zanja? Petra ni siquiera sabía cómo era el perímetro, ni cómo estaba vigilado. Nunca había recorrido las instalaciones.

Eso es sólo lo que yo deseo, se dijo mientras se sentaba para hacer el trabajo del día. Virlomi está muerta y Aquiles se limita a esperar para anunciarlo, para hacernos sufrir a todos con la duda.

Pero a medida que fue transcurriendo el día y Aquiles no compareció, Petra empezó a creer que tal vez Virlomi había escapado. Tal vez Aquiles no daba señales de vida porque no quería que nadie

especulara con las visibles magulladuras que debía de tener. O tal vez tiene algunos problemas de escroto y ha mandado llamar a algún médico para que lo examine... aunque que el cielo lo ayude si

Aquiles decidía que soportar que un médico manejara sus testículos lastimados merecía la pena de muerte.

Tal vez no aparecía porque Virlomi se había escapado y Aquiles no quería que lo vieran frustrado e

indefenso. Cuando la atrapara y pudiera arrastrarla hasta la sala y pegarle un tiro delante de todos, entonces podría enfrentarse a ellos.

Mientras eso no sucediera, existía la posibilidad de que Virlomi siguiera con vida.

Muy bien, amiga mía. Corre y no te detengas por nada. Cruza la frontera, busca refugio, nada hasta

Sri Lanka, vuela a la Luna. Encuentra algún milagro, Virlomi, y vive.