—Creo que no —dij o Benedetto—. Ha estado usted viaj ando m ucho. Una gran cantidad de viaj es a la velocidad de la luz. Huy endo de su propio pasado. Creo que las redes de noticias estarían encantadas de saber que tenem os una celebridad tan grande en el planeta. Ender el Xenocida.
—En general a las redes de noticias les gusta apoy ar unas afirm aciones tan extravagantes con una sólida inform ación —dij o Andrew.
Benedetto esbozó una ligera sonrisa y pidió su archivo sobre los viaj es de
Andrew. Estaba vacío, excepto el viaj e m ás reciente.
Se le hundió el corazón. El poder de los ricos. Este j oven se había m etido de alguna m anera en su ordenador y le había robado inform ación.
—¿Cóm o lo hizo? —preguntó.
—¿Hacer qué? —quiso saber Andrew.
—Vaciar m i archivo.
—El archivo no está vacío —observó Andrew.
Con el corazón m artilleando y la m ente llena de alocados pensam ientos, Benedetto decidió optar por aprovechar al m áxim o la situación.
—Veo que estaba equivocado —dij o—. Su declaración de im puestos es aprobada tal cual.
—Tecleó unos cuantos códigos. —Aduanas le entregará su docum ento de identidad, válido para una estancia de un año en Sorelledolce. Muchas gracias, señor Wiggin.
—Así que el otro asunto…
—Buenos días, señor Wiggin. —Benedetto cerró el archivo y tom ó otros papeles. Andrew captó la indirecta, se puso en pie y se m archó.
Apenas hubo desaparecido Benedetto se sintió invadido por la ira. ¿Cóm o lo
había hecho?
¡El pez m ás grande que Benedetto había atrapado nunca, y se le había escapado!
Intentó duplicar la investigación que le había conducido a la auténtica identidad de Andrew, pero ahora la seguridad del gobierno había caído sobre todos sus archivos y su tercer intento provocó una advertencia de Seguridad de la Flota de que si persistía en intentar acceder a m aterial clasificado sería investigado por la Contrainteligencia Militar.
Hirviendo de rabia, Benedetto lim pió la pantalla y em pezó a escribir. Todo un inform e de cóm o había em pezado a sospechar de aquel Andrew Wiggin y había intentado descubrir su auténtica identidad. Cóm o había descubierto que Wiggin era el Ender el Xenocida original, pero luego su ordenador fue saqueado y los archivos desaparecieron. P ensó que ni siquiera las redes de noticias m ás dignificadas se negarían a publicar la historia, saltarían sobre ella. Este crim inal de guerra no podría escapar usando su dinero y sus conexiones m ilitares para hacerse pasar por un ser hum ano decente.
Term inó su historia. Salvó el docum ento. Luego em pezó a m irar y entrar en las direcciones de las redes principales, tanto del planeta com o fuera.
Se sobresaltó cuando todo el texto desapareció del m onitor y un rostro de m uj er apareció en su lugar.
—Tiene usted dos alternativas —dij o la m uj er—. P uede borrar todas las copias del docum ento que acaba de crear y no enviar j am ás ninguna a nadie.
—¿Quién es usted? —preguntó Benedetto.
—Considérem e una consej era de inversiones —respondió la m uj er—. Le estoy dando un buen consej o sobre cóm o prepararse para el futuro. ¿No desea oír su segunda alternativa?
—No quiero oír nada de usted.
—Ha dej ado tantas cosas fuera de su historia —dij o la m uj er—. Creo que su inform e sería m ucho m ás interesante con todos los datos pertinentes.
—Yo tam bién —dij o Benedetto—, pero el señor Xenocida los ha borrado.
—No, él no lo hizo —dij o la m uj er—. Sus am igos lo hicieron.
—Nadie debería estar por encim a de la ley —dij o Benedetto—, sólo porque tiene dinero o conexiones.
—Entonces no diga nada —señaló la m uj er—, o diga toda la verdad. Esas son sus alternativas.
Com o respuesta, Benedetto pulsó el com ando de ej ecutar que enviaría su historia a todas las cadenas que y a había tecleado. Añadiría las dem ás direcciones cuando consiguiera elim inar aquel software intruso de su sistem a.
—Una elección valiente pero estúpida —dij o la m uj er. Su cabeza desapareció del m onitor. Las cadenas recibieron su historia, cierto, pero ahora incluía toda una confesión docum entada de todos los trapicheos y engaños que había efectuado
durante su carrera com o recaudador de im puestos. Fue arrestado antes de que transcurriera una hora.
La historia de Andrew Wiggin j am ás fue publicada: las cadenas y la policía la reconocieron com o lo que era, un intento de chantaj e que había salido m al. Interrogaron al señor Wiggin, pero fue sólo una form alidad. Ni siquiera m encionaron las locas e increíbles acusaciones de Benedetto. Había sido etiquetado sin lugar a dudas, y Wiggin sim plem ente no era m ás que su últim a víctim a potencial. El chantaj ista sim plem ente había com etido el error de incluir inadvertidam ente sus propios archivos secretos con el archivo del chantaj e. Torpezas así habían llevado a m ás de un arresto en el pasado. La policía nunca se sorprendía de la estupidez de los crim inales.
Gracias a la cobertura de las redes de noticias, las víctim as de Benedetto supieron ahora lo que les había hecho. No había sido m uy discrim inador acerca de a quién robaba, y algunas de las víctim as tenían el poder de actuar dentro del sistem a penitenciario. Benedetto fue el único que llegó a saber si fue un guardia u otro prisionero quien rebanó su garganta y m etió su cabeza en la taza del váter de m odo que su propia sangre fuera la que term inara ahogándole. Andrew se sintió enferm o al saber la m uerte de su recaudador de im puestos. P ero Valentine le aseguró que no era m ás que una coincidencia el que el hom bre fuera arrestado y m uriera tan pronto después de intentar chantaj earle.
—No puedes culparte por todo lo que le ocurre a la gente a tu alrededor —
dij o—. No todo es culpa tuy a.
No, culpa suy a no. P ero Andrew todavía sentía algo de responsabilidad hacia el hom bre, porque estaba seguro de que la habilidad de Jane de asegurar sus archivos y ocultar la inform ación sobre sus viaj es tenía algo que ver de alguna form a con lo que le había ocurrido al hom bre del servicio fiscal. P or supuesto, Andrew tenía derecho a protegerse del chantaj e, pero la m uerte era una pena dem asiado fuerte para lo que Benedetto había hecho. Apoderarse de lo que era de otro nunca era causa suficiente para quitarle a nadie la vida.
Así que acudió a la fam ilia de Benedetto y preguntó si podía hacer algo por ella. P uesto que todo el dinero de Benedetto había sido incautado para ser restituido, estaban arruinados. Andrew les proporcionó una confortable pensión anual. Jane le aseguró que podía perm itírselo sin siquiera darse cuenta de ello.
Y otra cosa. P idió si podía hablar en el funeral. Y no solam ente hablar, sino actuar com o portavoz de los m uertos. Adm itió que era nuevo en ello, pero que intentaría llevar la verdad a la historia de Benedetto y ay udarles a extraer sentido a lo que hizo.
Estuvieron de acuerdo.
Jane le ay udó a descubrir un registro de las operaciones financieras de Benedetto, y dem ostraron ser invaluables para otras búsquedas m ucho m ás difíciles…, en la infancia de Benedetto, en la fam ilia en la que creció, en cóm o
desarrolló su patológica ham bre de procurar para la gente a la que am aba y en su absoluta am oralidad acerca de tom ar lo que pertenecía a otros. Cuando Andrew em pezó a hablar, no retuvo nada ni disculpó nada. P ero significó un cierto alivio para la fam ilia el que Benedetto, pese a toda la vergüenza y la pérdida que les había reportado, pese al hecho que había causado su propia separación de la fam ilia, prim ero a través de la prisión y luego a través de la m uerte, les había am ado y había intentado ocuparse de ellos. Y, quizá lo m ás im portante, cuando term inó de hablar, la vida de un hom bre com o Benedetto dej ó de ser incom prensible. El m undo tenía sentido.
Tres sem anas después de su llegada, Andrew y Valentine abandonaron Sorelledolce. Valentine estaba lista para escribir su libro sobre el crim en en una sociedad crim inal, y Andrew se alegró de ir con ella hacia su siguiente proy ecto. En el form ulario de aduanas, donde se le preguntaba su ocupación, en lugar de teclear « estudiante» o « inversor» , Andrew tecleó « P ortavoz de los m uertos» . El ordenador lo aceptó. Ahora era una carrera, una que inadvertidam ente había creado hacía años para él.
Y no tendría que seguir la carrera que su riqueza casi le había forzado. Jane se ocuparía de todo ello por él. Todavía se sentía algo intranquilo acerca de ese software. Estaba seguro de que en alguna parte al otro lado de la línea, descubriría el auténtico coste de todas aquellas utilidades. Mientras tanto, sin em bargo, ay udaba m ucho el tener un ay udante tan excelente, eficaz y constante. Valentine em pezó a sentirse un poco celosa, y le preguntó dónde podía encontrar un program a así. La respuesta de Jane fue que le encantaría ay udar a Valentine en cualquier investigación o asunto financiero que necesitara, pero que seguiría siendo el software de Andrew, personalizado a sus necesidades.
Valentine se irritó un poco ante aquello. ¿No estaba llevando la personalización un poco dem asiado lej os? P ero después de gruñir un poco, se echó a reír ante todo el asunto.
—P ero no puedo prometer que no m e ponga celosa —dij o—. ¿Voy a perder un herm ano ante una pieza de software?
—Jane no es m ás que un program a de ordenador —dij o Andrew—. Muy bueno, por cierto. P ero sólo hace lo que y o le digo, com o cualquier otro program a. Si em piezo a desarrollar algún tipo de relación personal con ella, tienes m i perm iso para encerrarm e.
Así, Andrew y Valentine abandonaron Sorelledolce, y am bos prosiguieron viaj ando de m undo en m undo, exactam ente igual a com o habían hecho hasta entonces. Nada era diferente en absoluto, excepto que Andrew y a no tenía que preocuparse por sus im puestos, y m ostraba un considerable interés en las colum nas de obituarios cada vez que llegaban a un nuevo planeta.
FIN