21 DEDUCCIONES
-No vamos a esperar a que el coronel Graff repare el daño que ha causado a Ender Wiggin. Wiggin no necesita la Escuela Táctica para el trabajo que hará. Y necesitamos que los demás avancen de inmediato. Tienen que conocer lo que pueden hacer las viejas naves antes de traerlos aquí y ponerlos en los simuladores, y eso requiere tiempo.
-Sólo han practicado unos pocos juegos.
-No debería haberles permitido tanto tiempo. Faltan dos meses, y para cuando acaben con Táctica, el viaje desde allí a la FlotaCom serán cuatro meses. Eso significa que sólo estarán tres meses en Táctica antes de llevarlos a la Escuela de Mando. Tres meses para comprimir tres años de entrenamiento.
-Debería decirle que Bean parece haber aprobado la última prueba del coronel Graff.
-¿Prueba? Cuando relevé al coronel Graff, creí que su enfermizo programa de pruebas había terminado también.
-No sabíamos lo peligroso que era ese Aquiles. Nos habían advertido de que habría algún peligro, pero... parecía tan agradable... No se lo estoy reprochando al coronel Graff, entiéndalo: no tenía forma de saberlo.
-¿De saber qué?
-Que Aquiles es un asesino en serie.
-Eso debería hacer feliz a Graff. La cuenta de Ender llega a dos..
-No estoy bromeando, señor. Aquiles tiene siete asesinatos en su haber.
-¿Y pasó la selección?
-Sabía cómo responder a las pruebas psicológicas.
-Por favor, dígame que ninguno de los siete asesinatos tuvo Iugar en la
Escuela de Batalla.
-El número ocho pudo haberlo sido. Pero Bean lo hizo confesar.
-¿Bean es sacerdote ahora?
-En realidad, señor, fue una hábil estrategia de su parte. Enganó a Aquiles... le preparó una emboscada, y la confesión era la única posibilidad de huir.
-Así que Ender, el agradable americanito de clase media, mato al niño que quería darle una paliza en el cuarto de baño. Y Bean el pillastre callejero, entrega a un asesino en serie a la policía.
-Lo más significativo para nuestros fines es que Ender era bueno construyendo equipos, pero derrotó a Bonzo mano a mano, los dos solos. Y luego Bean, un solitario que casi no tenía amigos después de un año en la escuela, derrota a Aquiles formando un equipo para que fueran su defensa y sus testigos. No tengo ni idea de si Graff predijo estos resultados, pero cada niño actuó no sólo contra nuestras expectativas, sino también contra sus propias predilecciones.
-Predilecciones. Mayor Anderson.
-Todo constará en mi informe.
-Trate de escribirlo todo sin usar la palabra predilección ni una sola vez.
-Sí, señor.
-He asignado al destructor Cóndor para que recoja a grupo.
-¿Cuántos quiere, señor?
-Necesitamos un máximo de once en cualquier momento. Tenemos a Carby, Bee y Momoe camino de Táctica, pero Graff me ha asegurado que de esos tres, lo más probable es que sólo Carby trabaje bien con Wiggin. Necesitamos hacerle un sitio a Ender, pero no nos vendría mal tener un sustituto. Envíe a diez.
-¿Qué diez?
-¿Cómo demonios voy a saberlo? Bueno... Bean, por supuesto. Y los otros nueve que piense que trabajan mejor con Bean o con Ender como comandante, con independencia de cuál de los dos resulte elegido al final.
-¿Una lista para ambos posibles comandantes?
-Con Ender como primera elección. Queremos que todos entrenen juntos. Que se conviertan en un equipo.
Las órdenes llegaron a las 17.00. Bean tenía que subir a bordo del Cóndor a las 18.00. No es que tuviera mucho que llevarse. Una hora era más tiempo del que concedieron a Ender. Así que Bean fue y le dijo a su escuadra lo que ocurría, adonde iba.
-Sólo hemos librado cinco juegos -arguyó Itú.
-Hay que tomar el autobús cuando pasa, ¿no? -respondió
Bean.
-Ya.
-¿Quién más? -preguntó Ambul.
-No me lo dijeron. Sólo que iba a la Escuela Táctica.
-Ni siquiera sabemos dónde está.
-En algún lugar del espacio -dijo Itú.
-No me digas. -Era una tontería, pero todos se rieron. No era tan difícil despedirse. Sólo había pasado con los Conejos ocho días.
-Lamento no haber ganado ninguna batalla para ti -dijo Itú.
-Habríamos ganado, sí hubiera querido -respondió Bean. Lo miraron como si estuviera loco.
-Yo fui quien propuso que nos olvidáramos de las puntuaciones, que dejáramos de preocuparnos por quién gana. ¿Cómo habríamos quedado si hubiéramos ganado siempre?
-Habría parecido que sí te importaban las calificaciones -dijo Itú.
-No es eso lo que me molesta -intervino otro jefe de batallón-. ¿Me estás diciendo que lo preparaste para que perdiéramos?
-No, os estoy diciendo que tenía una prioridad diferente. ¿Qué aprendemos derrotándonos unos a otros? Nada. Nunca vamos a tener que combatir contra niños humanos. Vamos a tener que combatir a los insectores. Entonces, ¿qué necesitamos aprender? Cómo coordinar nuestros ataques. Cómo responder unos a otros. Cómo sentir el curso de la batalla, y hacernos responsables del conjunto, aunque no tengamos el mando. En eso estuve trabajando con vosotros, chicos. Y si ganábamos, si íbamos y fregábamos las paredes con ellos, usando mi estrategia, ¿qué aprendíais? Ya trabajasteis con un buen comandante. Lo que necesitabais hacer era trabajar unos con otros. Así que os hice pasar por situaciones duras y al final encontrasteis formas de ayudaros unos a otros. De hacer que todo funcionara.
-Nunca lo hicimos lo bastante bien para ganar.
-No es así como lo evalué yo. Hicisteis que el batallón funcionara. Cuando regresen los insectores, la situación empeorará. Además de la fricción normal de la guerra, van a emplear tácticas que no se nos habrán ocurrido porque no son humanos, no piensan como nosotros A que, ¿para qué sirven entonces los planes de ataque? Lo intentamos, hacemos lo que podemos, pero lo que realmente cuenta es lo que hace cuando se rompe el mando. Cuando quedas sólo tú y tu batallón, y tú con tu transporte, y tú con tu fuerza de choque masacrada suma sólo cinco armas entre ocho naves. ¿Cómo os ayudáis unos otros? ¿Cómo tiráis hacia delante? En eso estuve trabajando. Y luego fui al comedor de oficiales y les conté lo que aprendía. Lo que vosotros me mostrasteis. También aprendí cosas de ellos. Os conté todo lo que aprendí de ellos, ¿no?
-Bueno, podrías habernos dicho que estabas aprendiendo cosas de nosotros -dijo Itú. Todos estaban un poco resentidos.
-No tenía que decíroslo. Lo aprendisteis.
-Al menos podías habernos dicho que no importaba no ganar.
-Pero teníais que intentar ganar. No os lo dije porque sólo funciona si pensáis que importa. Como cuando vengan los insectores. Entonces contará, de verdad. Entonces será cuando tengáis que pensar, cuando perder signifique que vosotros y todo cuanto queréis, toda la especie humana, morirá. Mirad, no pensaba que fuéramos a estar mucho tiempo juntos. Así que aproveché el tiempo de la mejor manera posible, para vosotros y para mí. Todos vosotros estáis preparados para tomar el mando.
-¿Y tú, Bean? -preguntó Ambul. Sonreía, pero con cierta sorna-. ¿Estás preparado para comandar una flota?
-No lo sé. Depende de si quieren ganar -respondió Bean, sonriente.
-Ahí está el tema, Bean -dijo Ambul-. A los soldados no les gusta perder.
-Y por eso la derrota es un profesor mucho más fuerte que la victoria. Ellos lo oyeron. Reflexionaron. Algunos asintieron.
-Si sobrevives -añadió Bean. Y les sonrió. Ellos les devolvieron la sonrisa.
-Os di lo mejor que se me ocurrió daros durante esta semana. -confesó Bean-. Y
aprendí de vosotros todo lo que pude aprender. Gracias.
Se levantó y los saludó como un militar. Ellos le devolvieron el saludo.
Bean se marchó. Y se dirigió a los barracones de la Escuadra Ka
-Nikolai acaba de recibir sus órdenes -le dijo un jefe de pelotón.
Por un instante, Bean se preguntó si Nikolai iría a la Escuela Táctica con él. Su primer pensamiento fue: no, no está preparado. Su segundo pensamiento fue: ojal�� pudiera venir. El tercero: vaya amigo que soy, pensando primero que no se merece ser ascendido.
-¿Qué órdenes? -preguntó.
-Le han dado una escuadra. Demonios, ni siquiera era jefe de batallón aquí. Apenas llegó la semana pasada.
-¿Qué escuadra?
-La Conejo. -El jefe de pelotón miró de nuevo el uniforme de Bean-. Oh, supongo que va a sustituirte.
Bean se echó a reír y se dirigió a la habitación que acababa de abandonar. Nikolai estaba dentro con la puerta abierta. Parecía desconcertado.
-¿Puedo pasar?
Nikolai alzó la cabeza y sonrió.
-Dime que has venido a recuperar tu escuadra.
-Tengo un consejo que darte. Intenta ganar. Ellos piensan que es importante.
-No pude creerme que hubieras perdido los cinco combates.
-¿Sabes?, para ser una escuela donde ya no se anotan las victorias, todo el mundo sigue la cuenta.
-Yo te sigo la pista a ti.
-Nikolai, ojalá pudieras venir conmigo.
-¿Qué ocurre, Bean? ¿Ya ha llegado el momento? ¿Están aquí los insectores?
-No lo sé.
-Venga ya, tú siempre lo sabes todo.
-Si los insectores vinieran de veras, ¿os dejarían a todos vosotros aquí en la estación?
¿U os enviarían a la Tierra? ¿U os evacuarían a algún oscuro asteroide? No lo sé. Algunas cosas apuntan a que el final debe de estar muy cerca ya. Otras parecen indicar que no va a suceder nada importante cerca de aquí.
-Entonces tal vez vayan a lanzar una enorme flota contra el mundo de los insectores y vosotros vais a crecer durante el viaje.
-Tal vez -dijo Bean-. Pero el momento de lanzar esa flota fue justo después de la
Segunda Invasión.
-Bueno, ¿y si no han descubierto hasta ahora dónde se hallaba el mundo insector? Bean se quedó helado.
-No se me había ocurrido -dijo-. Quiero decir, deben de haber enviado señales a casa. Todo lo que teníamos que hacer era rastrear en esa dirección. Seguir la luz, ya sabes. Es lo que dicen los manuales.
-¿Y si no se comunican por medio de luz?
-La luz tarda un año en recorrer un año luz, pero sigue siendo más rápida que ninguna otra cosa.
-Ninguna otra cosa que conozcamos -dijo Nikolai, Bean se le quedó mirando.
-Oh, lo sé, es una estupidez. Las leyes de la física y todo eso Es que... ya sabes, sigo pensando, eso es todo. No me gusta descartar nada sólo porque sea imposible,
Bean se echó a reír.
-Mierda, Nikolai. Tendría que haber dejado que tú hablaras más y yo menos cuando dormíamos uno enfrente del otro.
-Bean, sabes que no soy ningún genio.
-Todos somos genios aquí, Nikolai.
-Yo soy de los más corrientes.
-Entonces tal vez no seas ningún Napoleón, Nikolai. Tal vez sólo eres un Eisenhower. No esperes que llore por ti.
Ahora le tocó a Nikolai el turno de echarse a reír.
-Te echaré de menos, Bean.
-Gracias por ayudarme a enfrentarnos a Aquiles, Nikolai.
-Ese tipo era como una pesadilla.
-Y que lo digas.
-Y me alegra que llevaras a los demás también. Itú, Ambul, Crazy Tom... yo pensaba que nos vendría bien usar a otros seis más, y Aquiles estaba colgando de aquel cable. Con tipos como ése, uno comprende por qué inventaron la horca.
-Algún día -dijo Bean-, me necesitarás como yo te necesite a ti. Y yo estaré allí.
-Lamento no haberme unido a tu escuadrón, Bean.
-Tenías razón. Te lo pedí porque eras mi amigo, y pensaba que necesitaba uno, pero tendría que haber sido un amigo también, y ver que era lo que tú necesitabas.
-Nunca volveré a dejarte tirado.
Bean rodeó a Nikolai con sus brazos. Nikolai lo abrazó a su vez.
Bean recordó el momento en que abandonó la Tierra. El abrazo de sor Carlotta, Y el análisis que realizó. Esto es lo que ella necesita, ni me cuesta nada. Por tanto, la abrazaré.
Bean ya no era ese niño.
Tal vez porque pude resarcir a Poke, después de todo. Demasiado tarde para ayudarla, pero conseguí que su asesino confesara. Hice que pagara algo, aunque nunca podrá ser suficiente.
-Ve a reunirte con tu escuadra, Nikolai -dijo Bean-. Yo tengo que tomar una nave.
Vio salir a Nikolai por la puerta y supo, con un intenso retortijón de pesar, que nunca volvería a ver a su amigo.
Dimak se encontraba en la habitación del mayor Anderson.
-Capitán Dimak, fui testigo de cómo el coronel Graff soportaba sus constantes quejas, su resistencia a sus órdenes, y no paraba de pensar: puede que Dimak tenga razón, pero yo nunca toleraría esa falta de respeto si estuviera al mando. Lo tumbaría de espaldas y escribiría «insubordinado» en unos cuarenta sitios en su expediente. Pensé que debería decírselo antes de que formule su queja.
Dimak parpadeó.
-Adelante, estoy esperando.
-No es tanto una queja como una pregunta.
-Entonces formule su pregunta.
-Creí que había que elegir a un equipo que fuera igualmente compatible con Ender y con Bean.
-La palabra «igualmente» no se ha empleado jamás, por lo que puedo recordar. Pero aunque así fuera, ¿se le ha ocurrido que tal vez fuera imposible? Podría haber elegido a cuarenta niños brillantes que se habrían sentido orgullosos y ansiosos de servir a las órdenes de Andrew Wiggin. ¿Cuántos estarían igualmente orgullosos y ansiosos de servir a las órdenes de Bean?
Dimak no tenía ninguna respuesta para eso.
-Tal como yo lo analizo, los soldados que elegí para que fueran en ese destructor son los estudiantes que están emocionalmente más cercanos y responden mejor a Ender Wiggin, y son a la vez los doce mejores comandantes de la escuela. Esos soldados no sienten tampoco ninguna animosidad particular hacia Bean. Así que si los ponen a sus órdenes, probablemente lo harán lo mejor que puedan.
-Nunca le perdonarán no ser Ender.
-Supongo que ése será el desafío de Bean. ¿A quién más podría haber enviado? Nikolai es amigo de Bean, pero estaría fuera de onda. Algún día estará preparado para la Escuela Táctica, y luego Mando, pero todavía no. ¿Y qué otros amigos tiene Bean?
-Se ha ganado mucho respeto.
-Y lo perdió de nuevo cuando perdió sus cinco encuentros
-Le he explicado por qué él...
-¡La humanidad no necesita explicaciones, capitán Dimak! ¡Necesita vencedores!
Ender Wiggin tiene el fuego para ganar. Bean es capaz de perder cinco combates seguidos como si eso no importara.
-No importaba. Aprendió de ellos lo que le era necesario.
-Capitán Dimak, veo que estoy cayendo en la misma trampa en la que cayó el coronel Graff. Ha cruzado usted la línea que separa al profesor del abogado. Le retiraría la custodia de Bean, si no fuera porque el hecho ya es irrelevante. Voy a enviar a los soldados que he decidido. Si Bean es de verdad tan brillante, encontrará un medio de trabajar con ellos.
-Sí, señor.
-Si le sirve de consuelo, recuerde que Crazy Tom fue uno de los que Bean eligió para que oyeran la confesión de Aquiles. Crazy Tom acudió, lo cual sugiere que, cuanto mejor conocen a Bean, más en serio se lo toman.
-Gracias, señor.
-Bean ya no es su responsabilidad, capitán Dimak. Lo ha hecho bien con él. Lo felicito por ello. Ahora... vuelva al trabajo.
Dimak saludó. Anderson saludó.
Y Dimak se marchó.
En el destructor Cóndor, la tripulación no tenía ni idea de qué hacer con esos niños. Todos conocían la Escuela de Batalla, y tanto el capitán como el piloto se habían graduado en ella. Pero después de la conversación de rigor (¿En qué escuadra estabas? Oh, en mis tiempos la Rata era la mejor, la Dragón era un desastre, cómo cambian las cosas, o todo sigue igual), no hubo nada más que decir.
Sin las preocupaciones compartidas de ser comandantes de escuadra, los niños pasaron a sus grupos naturales de amigos. Dink y Petra habían cultivado su amistad casi desde sus comienzos en la Escuela de Batalla, y eran tan veteranos que ninguno trató de penetrar ese círculo cerrado. Alai y Shen habían estado en el primer grupo de novatos de Ender, y Vlad y Dumper, que habían comandado los batallones B y E y eran probablemente quienes más adoraban a Ender, estaban siempre con ellos. Crazy Tom, Fly Molo, y Hot Soup ya eran un trío en la Escuadra Dragón. A nivel personal, Bean no esperaba que lo incluyeran ninguno de esos grupos, pero tampoco que lo excluyeran de un modo particular. Crazy Tom, al menos, se mostraba muy respetuoso hacia él, y a menudo dejaba que participase en sus conversaciones. Si Bean pertenecía a alguno de los grupos, era al de Crazy Tom.
El único motivo por el que le molestaba la división en grupos era que habían sido reunidos claramente, no elegidos al azar. La confianza tenía que crecer entre todos ellos, con fuerza si no con igualdad, pero habían sido elegidos para Ender (cualquier idiota se daba cuenta de ello) y no era asunto de Bean sugerir que jugaran todos a los juegos de a bordo, que aprendieran juntos, que hicieran cualquier cosa juntos. Sí Bean trataba de asegurar algún tipo de liderazgo, sólo crearía más murallas de las que ya existían entre él y los demás.
Sólo había una persona del grupo que Bean pensaba que no encajaba allí. Y no podía hacer nada al respecto. Al parecer, los adultos no hacían a Petra responsable de su cuasitraición a Ender que tuvo lugar en el pasillo la noche antes de la pelea a vida o muerte entre Ender y Bonzo. Pero Bean no estaba tan seguro. Petra era una de los mejores comandantes, lista, capaz de formarse una visión muy amplia del escenario, ¿Cómo podía
haberse dejado engañar por Bonzo? Naturalmente, no podía esperar que éste acabara con Ender. Pero había sido descuidada, al menos, y en el peor de los casos había estado jugando a algún tipo de juego que Bean no comprendía del todo. Así que siguió recelando de ella, lo cual no era nada bueno. Pero la desconfianza que le inspiraba era innegable.
Bean pasó los cuatro meses de viaje casi siempre en la biblioteca de la nave. Ahora que habían salido de la Escuela de Batalla, estaba casi seguro de que no lo espiaban con tanta insistencia. Así que ya no tenía que elegir su material de lectura pensando en las conclusiones que sacarían los profesores a partir de las obras seleccionadas.
No leyó nada de historia o teoría militar. Ya había leído a todos los escritores importantes y a muchos de menor talla, y conocía las campañas importantes del derecho y del revés, desde ambos bandos. Lo tenia todo almacenado en su memoria para evocarlo cada vez que lo necesitara. Lo que le faltaba era la imagen global. Cómo funcionaba el mundo. Historia política, social, económica. Qué les sucedía a las naciones cuando no estaban en guerra. Cómo iniciaban y terminaban las guerras. Cómo les afectaba la victoria y la derrota. Cómo se formaban y se rompían las alianzas.
Y, lo más importante de todo, pero lo más difícil de encontrar: qué estaba pasando en el mundo de hoy en día. La biblioteca del destructor sólo tenía la información actualizada hasta que atracó por fin en la Lanzadera Interestelar (LIS), donde dispuso de una lista autorizada documentos para descargar. Bean podía solicitar más información, pero eso implicaría que el ordenador de la biblioteca determinaría los requisitos y utilizaría la banda ancha de comunicaciones que luego habría que justificar. Se darían cuenta, y se preguntarían por qué este niño estudiaba asuntos que no eran de su incumbencia.
Sin embargo, por lo que pudo encontrar a bordo, le resultó posible recomponer la situación básica en la Tierra, y llegar a algunas conclusiones. Durante los años anteriores a la Primera Invasión, varias potencias mundiales habían buscado, mediante la combinación de terrorismo, golpes «quirúrgicos», operaciones militares limitadas, y sanciones económicas, boicots y embargos, ganar por la mano o amenazar con firmeza, o simplemente expresar su ira nacional o ideológica. Cuando aparecieron los insectores, China acababa de emerger como la potencia mundial dominante, económica y militarmente, después de haberse reunificado por fin como democracia. Los norteame- ricanos y europeos jugaban a ser los «hermanos mayores» de China, pero el equilibro económico había cambiado finalmente.
No obstante, lo que Bean veía como la fuerza impulsora de la historia era el resurgente Imperio Ruso. Donde los chinos simplemente daban por hecho que eran y deberían ser el centro del universo, los rusos, guiados por una serie de ambiciosos demagogos y generales autoritarios, consideraban que la historia los había despojado de su justo lugar, siglo tras siglo, y era hora de que eso terminara. Por eso Rusia forzó la creación del Nuevo Pacto de Varsovia, que devolvió sus fronteras efectivas a la cima del poder soviético... y más allá, puesto que entonces Grecia era su aliada, y una intimidada Turquía quedó neutralizada. Europa estaba a punto de ser neutralizada, y el sueño ruso de la hegemonía desde el Pacífico al Atlántico por fin estaba a su alcance.
Entonces llegaron los fórmicos y sembraron un reguero de destrucción por toda China que causó cien millones de muertos. De repente, los ejércitos de tierra parecieron triviales, y las cuestiones de competencia internacional fueron pospuestas.
Pero eso era sólo superficial. De hecho, los rusos usaron su dominio de la oficina del Polemarca para construir una red de oficiales en puestos clave por toda la flota. Todo estaba en su sitio para que el enorme poder aprovechara el momento en que fueran derrotados
insectores... o antes, si pensaban que sería ventajoso para ellos. Por extraño que pareciera, los rusos declaraban abiertamente sus intenciones: siempre lo habían hecho. No tenían ningún talento para la sutileza, pero lo compensaban con una sorprendente testarudez. Cualquier negociación tardaba décadas. Y mientras tanto, su penetración en la flota era casi total. Las fuerzas de infantería leales al Estrategos quedarían aisladas, incapaces de llegar a los lugares donde eran necesarias porque no habría naves para transportarlas.
Cuando la guerra con los insectores terminó, los rusos tenían planeado gobernar la flota horas después y por tanto, el mundo. Era su destino. Los norteamericanos se mostraron tan complacientes como siempre, seguros de que el destino lo resolvería todo a su favor. Sólo unos pocos demagogos vieron el peligro. El mundo chino y el musulmán estaban alerta ante el peligro, aunque fueron incapaces de plantear una defensa por miedo a romper la alianza que hacía posible la resistencia a los insectores.
Cuanto más estudiaba, más deseaba Bean no tener que ir a la Escuela Táctica. Esta guerra pertenecería a Ender y sus amigos. Y aunque Bean amaba a Ender tanto como cualquiera de ellos, y con mucho gusto serviría con ellos contra los insectores, lo cierto era que no lo necesitaban. Era la próxima guerra, la pugna por el dominio mundial, lo que le fascinaba. Los rusos podrían ser detenidos, si se llevaban a cabo los preparativos adecuados.
Pero entonces tuvo que preguntarse: ¿deberían ser detenidos? Un golpe rápido, sangriento pero eficaz que pondría al mundo bajo un único gobierno... significaría el final de la guerra entre los humanos, ¿no? Y en semejante clima de paz, ¿no estarían mejor todas las naciones?
De ese modo, mientras Bean desarrollaba su plan para detener a los rusos, trataba de evaluar cómo sería un Imperio Ruso mundial.
Y llegó a la conclusión de que no duraría. Porque junto con su prepotencia nacional, los rusos también habían nutrido su sorprendente talento para el mal gobierno, esa sensación de mejora personal que convertía la corrupción en una forma de vida. La tradición institucional de la competencia que era esencial para un gobierno mundial de éxito no existía. Era en China donde esas instituciones y valores habían cobrado más fuerza. Pero incluso China sería un pobre sustituto para un genuino gobierno mundial que trascendiera los intereses nacionales. Un gobierno mundial equivocado acabaría por derrumbarse a causa de su propio peso.
Bean ansiaba hablar de estos asuntos con alguien... con Nikolai, o incluso con uno de los profesores. Le frenaba tener que pensar en círculos: sin estímulos externos era difícil liberarse de sus propias limitaciónes. Una mente sólo era capaz de pensar en sus propias preguntas, rara vez se sorprendía a sí misma. Pero progresó, muy poco a poco durante aquel viaje, y luego durante los meses en la Escuela Táctica.
Táctica fue un puñado de viajes breves y detalladas visitas a diversas naves. A Bean le disgustaba que estuvieran basadas en diseños antiguos, lo que le parecía absurdo: ¿por qué entrenar a tus comandantes con naves que no serían utilizadas en la batalla? Pero los profesores trataron con desdén su objeción, señalando que las naves eran las naves, a la larga, y las naves más modernas tenían que patrullar los perímetros del sistema solar. Para entrenar a niños, todas eran válidas.
Les enseñaron muy poco del arte de pilotar, pues no iban a pilotar las naves, sólo a comandarlas en la batalla. Tenían que conseguir sentir cómo funcionaban las armas, cómo se movían las naves, qué podía esperarse de ellas, cuáles eran sus limitaciones. Gran parte era aprendizaje memorístico... pero eso era precisamente el tipo de aprendizaje que Bean
podía realizar casi en sueños, pues era capaz de recordar cualquier cosa que hubiera oído o escuchado con cierto grado de atención.
Así que, durante la Escuela Táctica, donde se comportó tan bien como cualquiera, siguió concentrándose en los problemas de la actual situación política en la Tierra. Pues la Escuela Táctica estaba en LIS, y por ese motivo la biblioteca era puesta al día constantemente, y no sólo con el material autorizado para ser incluido en las bibliotecas de las naves. Por primera vez, Bean empezó a leer los escritos de pensadores políticos actuales de la Tierra. Leyó lo que procedía de Rusia, y una vez más se sorprendió de lo descaradamente que perseguían sus ambiciones. Los escritores chinos advertían el peligro, pero al ser chinos, no realizaban ningún esfuerzo para recabar el apoyo de otras naciones a fin de plantear algún tipo de resistencia. Para los chinos, una vez que algo se sabía en China, se sabía en todas partes donde importaba. Y las naciones euroamericanas parecían dominadas por una estudiada ignorancia que a Bean se le antojaba un deseo de muerte. Sin embargo, había algunos que estaban despiertos, y pugnaban por establecer coaliciones.
Dos populares comentadores en concreto llamaron la atención de Bean. A primera vista, Demóstenes parecía ser un alborotador que se basaba en los prejuicios y la xenofobia. Pero también tenía un éxito notable al liderar un movimiento popular. Bean no sabía si la vida bajo un gobierno liderado por Demóstenes sería mejor que bajo los rusos, pero Demóstenes al menos lo discutiría. El otro comentarista que llamo la atención de Bean era Locke, un tipo amable que apelaba a la paz mundial y a la forja de alianzas..., aunque en su aparente complacencia, Locke daba la impresión de actuar a partir de los mismos hechos que Demóstenes, dando por hecho que los rusos eran lo suficientemente fuertes para
«liderar» el mundo, pero no estaban preparados para hacerlo de una manera «beneficiosa». En cierto modo, era como si Demóstenes y Locke llevaran a cabo su investigación juntos, leyendo las mismas fuentes y aprendiendo de los mismos corresponsales, pero luego se dirigían a públicos completamente distintos.
Durante algún tiempo, Bean incluso jugueteó con la idea de que Locke y Demóstenes fueran la misma persona. Pero no, los estilos literarios eran diferentes, y lo más importante, pensaban y analizaban por separado. Bean no creía que nadie fuera tan listo para falsificar eso.
Fueran quienes fuesen, esos dos comentaristas eran quienes parecían ver la situación de manera más acertada, y por eso Bean empezó a concebir su ensayo sobre la estrategia en el mundo postfórmico como una carta a Locke y Demóstenes. Una carta personal. Una carta anónima. Porque sus observaciones deber��an ser divulgadas, y esos dos parecían estar en la mejor posición para que las ideas de Bean dieran fruto.
Volviendo a antiguas costumbres, Bean se pasó algún tiempo en la biblioteca para observar a vanos oficiales que se conectaban a la red, y pronto logró seis claves que podría utilizar. Entonces escribió una carta en seis partes, usando una clave diferente para cada una, y las envió a Locke y Demóstenes con varios minutos de diferencia unas de otras. Lo hizo durante una hora en la que la biblioteca estaba abarrotada, y se aseguró de que él mismo estuviera conectado a la red con su propia consola y en su barracón, y de que todo el mundo creyera que jugaba. Dudaba que contaran sus golpes de teclado y advirtieran que no estaba haciendo nada con su consola durante ese tiempo. Y si rastreaban la carta hasta él, bueno, lástima. Con toda probabilidad, Locke y Demóstenes no tratarían de localizarlo: en su carta les pedía que no lo hicieran. Podrían creerlo o no, estarían de acuerdo con él o no; pero no podía ir más allá. Les había dejado muy claro cuáles eran exactamente los peligros, cuál era obviamente la estrategia rusa, y qué pasos había que dar para asegurarse de que los
rusos no tuvieran éxito en su golpe preventivo.
Uno de los argumentos más importantes que planteó fue que los niños de las Escuelas de Batalla, Táctica y de Mando tenían que regresar a la Tierra lo antes posible, una vez que los insectores fueran derrotados. Si permanecían en el espacio, serían capturados por los rusos o la F.I. los mantendrían en situación de aislamiento. Pero esos niños eran las mejores mentes militares que la humanidad había producido en generaciones. Si había que someter el poder de una gran nación harían falta comandantes brillantes que se opusieran a ellos.
Un día más tarde, Demóstenes divulgó un ensayo por toda la red en el que solicitaba que la Escuela de Batalla de disolviera de inmediato y todos aquellos niños regresaran a casa. «Han secuestrado nuestros ni��os más prometedores. Nuestros Alejandros y Napoleones, nuestros Rommels y Pattons, nuestros Césares y Federicos y Washingtons y Saladinos están recluidos en un lugar donde no podemos alcanzarlos, donde no pueden ayudar a sus propios pueblos a ser libres de la amenaza de la dominación rusa. ¿Y quién puede dudar que los rusos pretenden capturar a esos niños y utilizarlos? O, si no pueden, sin duda intentarán, con un misil bien colocado, reducirlos a cenizas, y privarnos de nuestros líderes militares naturales. Una demagogia deliciosa, diseñada para encender la ira y escandalizar a la gente. Bean podía imaginar la consternación de los militares mientras su preciosa escuela se convertía en un asunto político. Era un tema sentimental que Demóstenes no dejaría pasar y del que los nacionalistas de todo el mundo se harían eco con gran fervor. Y como se trataba de niños, ningún político podía osar oponerse al principio de que todos los niños de la Escuela de Batalla regresaran a casa en el momento en que terminara la guerra. No sólo eso, sino que Locke prestó su prestigiosa y moderada voz a la causa, apoyando abiertamente el principio del regreso de los niños. «Por supuesto, pagad al flautista, libradnos de las ratas invasoras... y luego traed a nuestros niños a casa.»
Vio, escribió, y el mundo cambió un poquito. Era una sensación abrumadora. Hacía que todo el trabajo en la Escuela Táctica pareciera casi insignificante en comparación con eso. Quiso saltar en la clase y hablar a los demás de su triunfo. Pero lo mirarían como si estuviera loco. No sabían nada del mundo en general, y no se hacían responsables de él. Estaban encerrados en el mundo militar.
Tres días después de que Bean enviara sus cartas a Locke y Demóstenes, los niños llegaron a clase y descubrieron que tenían que marchar de inmediato a la Escuela de Mando, esta vez junto con Carn Carby, que estaba una clase por delante de ellos en la Escuela Táctica. Habían pasado sólo tres meses en LIS, y Bean no podía dejar de pre- guntarse si sus cartas no habrían provocado alguna variación en el calendario. Si había algún peligro de que los niños pudieran ser enviados a casa antes de lo previsto, la EL tenía que asegurarse de que sus preciados especímenes estuvieran fuera de alcance.