Chereads / Saga de Ender y Saga de la Sombra – Orson Scott Card / Chapter 113 - LA SOMBRA DE ENDER .- Quinta parte LÍDER  .- 18 AMIGO

Chapter 113 - LA SOMBRA DE ENDER .- Quinta parte LÍDER  .- 18 AMIGO

18 AMIGO

-No era preciso que muriera ese niño.

-La muerte de ese niño no estaba prevista.

-Pero era previsible.

-Siempre se pueden prever sucesos que ya han ocurrido. Son niños, después de todo. No esperábamos que se desencadenara tanta violencia.

-No le creo. Creo que éste es precisamente el nivel de violencia que esperaba. Es lo que había preparado. Piensa que el experimento tuvo éxito

-No puedo controlar sus opiniones. Solamente puedo estar en desacuerdo con ellas.

-Ender Wiggin está preparado para ser trasladado a la Escuela de Mando. Ése es mi informe.

-Tengo un informe separado de Dap, el profesor asignado a su vigilancia. Y ese informe (por el cual no se impondrá sanción alguna contra el capitán Dap) me dice que Andrew Wiggin no está «psicológicamente apto para el deber».

-Si es así, cosa que dudo, es sólo temporal.

¿De cuánto tiempo cree que disponernos? No, coronel Graff, Por el momento tenemos que considerar su curso de acción relativo a Wiggin como un fracaso, y el niño queda inutilizado no sólo Para nuestros propósitos, sino posiblemente para cualquier otro también. Así pues, si puede hacerse sin más muertes, quiero que se adelante al otro. Lo quiero aquí en la Escuela de Mando lo

más pronto posible.

-Muy bien, señor. Aunque debo decirle que considero a Bean poco digno de confianza.

¿Por qué, porque no se ha convertido todavía en un asesino?

-Porque no es humano, señor.

-La diferencia genética está dentro de la escala de variaciones comunes.

-Fue creado por medios artificiales, y su creador fue un por no decir un loco demostrado.

-Podría ver algún peligro si su padre fuera un criminal. O su madre. Pero ¿su médico? El niño es exactamente lo que necesitamos cuanto más rápido podamos conseguirlo, mejor.

-Es impredecible.

-¿Y Wiggin no lo es?

-Menos impredecible, señor.

-Una respuesta muy cuidadosa, teniendo en cuenta que acaba de insistir en que el asesinato de hoy no fue «previsible».

-¡No fue un asesinato, señor!

-Homicidio, entonces.

-El temple de Wiggin está demostrado, señor, mientras que el de Bean no.

-Tengo el informe de Dimak... por e cual tampoco él ha de ser...

-Castigado. Lo sé, señor.

-La conducta de Bean en el curso de estos acontecimientos ha sido ejemplar.

-Entonces e informe del capitán Dimak era incompleto. ¿No le informó que fue Bean quien puede haber empujado a Bonzo a la violencia al romper la seguridad y comunicarle que la escuadra de Ender estaba compuesta por estudiantes excepcionales?

-Eso fue una acción con consecuencias impredecibles.

-Bean actuó para salvar su propia vida, y al hacerlo el peligro recayó sobre los hombros de Ender Wiggin. El que luego tratara de aminorar el peligro no cambia el hecho de que, cuando está bajo presión, Bean se convierte en un traidor.

-¡Qué maneras de hablar!

-¿Eso lo dice el hombre que acaba de catalogar de asesinato un claro caso de defensa personal?

-¡Ya basta! Queda relevado de su cargo como comandante la Escuela de Batalla durante el período de descanso y recuperación de Ender Wiggin. Si Wiggin se recupera lo suficiente para venir a la Escuela de Mando, puede usted venir con él y continuar influyendo la educación de los niños que traigamos aquí. Si no, puede que espere la corte marcial en la Tierra.

-¿Me retira efectivamente del cargo, entonces?

-Cuando suba a la lanzadera con Wiggin. El mayor Anderson permanecerá como comandante en funciones.

-Muy bien, señor. Wiggin regresará al entrenamiento, señor.

-Si todavía lo queremos.

-Cuando se recupere de la desazón que todos sentimos por la desafortunada muerte de Madrid, se dará cuenta de que tengo razón, Ender es el único candidato viable, ahora mucho más que antes.

-Le permito que haga esa consideración. Y si tiene razón, deseo que su trabajo con Wiggin avance a una velocidad vertiginosa. Puede retirarse.

Ender todavía tenía puesta nada más que la toalla cuando entró en el barracón. Bean lo vio allí de pie, con un rictus de muerte, y pensó: Sabe que Bonzo está muerto, y eso lo está matando.

-Hola, Ender -dijo Hot Soup, que estaba junto a la puerta con los otros jefes de batallón.

-¿Vamos a practicar esta noche? -preguntó uno de los soldados más jóvenes. Ender le pasó un papelito a Hot Soup.

-Supongo que eso significa que no -dijo Nikolai en voz baja. Hot Soup lo leyó.

-¡Esos hijos de puta! ¿Dos a la vez?

Crazy Tom echó un vistazo por encima de su hombro.

-¡Dos escuadras!

-Tropezarán unos con otros -aseguró Bean. Lo que más le molestaba de los profesores no era la estupidez de tratar de combinar escuadras, un plan cuya ineficacia había sido demostrada una y otra vez a lo largo de la historia, sino más bien la testaruda mentalidad

que los impulsaba a presionar aún más a Ender en un momento como éste, ¿Es que no se daban cuenta del daño que le estaban causando? ¿Su objetivo era entrenarlo o acabar con él? Porque ya estaba entrenado desde hacía tiempo. Tendría que haberse licenciado en la Escuela de Batalla la semana anterior. ¿Y ahora le daban una batalla más, complemente carente de sentido, cuando ya estaba al borde de la desesperación?

-Tengo que lavarme -dijo Ender-. Preparaos, llamad a todo el mundo, yo me reuniré con vosotros allí, en la puerta.

En su voz, Bean adivinó una completa falta de interés. No, algo profundo. Ender no deseaba ganar esta batalla.

Ender se dio la vuelta para marcharse. Todo el mundo advirtió la sangre en su cabeza, en sus hombros, en su espalda. Se marchó.

Todos ignoraron la sangre. Tenían que hacerlo.

-¡Dos escuadras comepedos! -exclamó Crazy Tom-. ¡Les romperemos el culo! Ese parecía ser el consenso general mientras se ponían los trajes refulgentes.

Bean se guardó la bobina de estacha en el cinturón de su traje. Si debía echar una mano a Ender de improviso, sería en esta batalla, cuando ya no estaba interesado en ganar.

Como había prometido, Ender se reunió con ellos en la puerta antes de que se abriera: apenas un momento antes. Recorrió el pasillo flanqueado por sus soldados, quienes lo miraban con amor, con reverencia, con confianza. Excepto Bean, que lo miraba con angustia. Ender Wiggin no era más grande que la vida, lo sabía. Tenía el tamaño exacto de la vida, así que su carga superior era demasiado para él. Y sin embargo la soportaba. Por el momento.

La puerta se hizo transparente.

Cuatro estrellas se habían combinado directamente delante de la puerta, por lo que habían bloqueado por completo su visión de la sala de batalla. Ender tendría que desplegar sus fuerzas a ciegas. Por lo que sabía, el enemigo ya había entrado en la sala hacía quince minutos. Por lo que podía imaginar, se habían desplegado igual que Bonzo había desplegado a su ejército, sólo que esta vez sería una maniobra totalmente eficaz tener la puerta rodeada de soldados enemigos.

Pero Ender no dijo nada. Se quedó allí observando la barrera.

Bean casi se lo esperaba. Estaba preparado. Lo que hizo no era obvio: caminó para colocarse directamente junto a Ender en la puerta. Pero sabía que eso era todo lo que hacía falta. Un recordatorio.

-Bean -dijo Ender-. Reúne a tus muchachos y dime qué hay a otro lado de esta estrella.

-Sí, señor -contestó Bean. Sacó la bobina de estacha, y con sus cinco soldados dio el corto salto de la puerta a la estrella. Inmediatamente, la puerta por la que acababa de entrar se convirtió en el techo, la estrella su suelo temporal. Bean se ató la cuerda a la cintura mientras los otros niños la desenrollaban, disponiéndola por toda la estrella suelta. Cuando desplegaron una tercera parte, Bean declaró que era suficiente. Deducía que las cuatro estrellas eran en realidad ocho, que componían un cubo perfecto. Si se equivocaba, entonces tenia demasiada estacha y chocaría contra el techo en vez de rodear la estrella. Después de todo, cosas peores podían suceder.

Se deslizó por el borde de la estrella. Tenía razón, era un cubo. La luz que había en la habitación era demasiado tenue para poder ver bien lo que hacían las otras escuadras, pero creyó adivinar que se desplegaban. Al parecer, no habían tenido tiempo de aventajarse, en esa ocasión. Informó rápidamente de esto a Ducheval, quien se lo repitió a Ender mientras

Bean actuaba. Sin duda, Ender empezaría a sacar al resto de la escuadra de inmediato, antes de que se agotara el tiempo.

Bean se lanzó directo desde el techo. Sobre él, su pelotón aseguraba el otro extremo de la cuerda, para que se soltara adecuadamente y se detuviera con brusquedad.

A Bean le disgustó el golpe que sintió en el estómago cuando el cable se tensó, pero tenía algo de emocionante ese aumento de velocidad. Sin embargo, de repente se movió hacia el sur. Pudo ver los distantes destellos del enemigo disparándole. Sólo soldados de una mitad de la zona enemiga disparaban.

Cuando el cable alcanzó el siguiente borde del cubo, su velocidad aumentó otra vez y se elevó en un arco que, por un momento, pareció que iba a hacerle rozar contra el techo. Entonces el último borde se ancló, pasó tras la estrella y fue recogido diestramente por su pelotón. Bean agitó brazos y piernas para comprobar que no les había ocurrido nada. Podía imaginar lo que estaría pensando el enemigo sobre sus mágicas maniobras en el aire. Lo que importaba era que Ender no había atravesado la puerta. El tiempo debía de haberse agotado ya.

Ender entró solo. Bean lo informó lo más rápidamente posible.

- Hay poca luz, pero la suficiente para no poder seguir a la gente fácilmente por las luces de sus trajes. Las peores condiciones visuales posibles. Todo es espacio abierto desde esta estrella al lado enemigo de a sala. Alrededor de su puerta tienen ocho estrellas formando un cuadrado. No veo a nadie excepto a los que se asoman tras las cajas. Están allí a la expectativa.

En la distancia, oyeron al enemigo burlarse.

-¡Eh! ¡Tenemos hambre, venid a darnos de comer! ¡Tenéis el culo marrón! ¡Tenéis el culo Dragón!

Bean continuó su informe, pero no tenía ni idea de si Ender le escuchaba.

-Me dispararon desde sólo la mitad de su espacio. Lo que significa que los dos comandantes no se han puesto de acuerdo y que ninguno tiene el mando supremo.

-En una guerra de verdad -declaró Ender-, cualquier comandante con cerebro se retiraría y salvaría a su ejército.

-Qué demonios -dijo Bean-. Es sólo un juego.

-Dejó de ser un juego cuando se cargaron las normas. Aquello no iba bien, pensó

Bean. ¿De cuánto tiempo disponías para que su escuadra atravesara las puertas?

-Entonces cárgatelas tú también.

Miró a Ender a los ojos, exigiendo que despertara, que prestara atención, que actuara. La mirada inexpresiva se borró del rostro de Ender. Sonrió. Fue magnífico ver eso.

-Muy bien. Por qué no. Veamos cómo reaccionan a una formación.

Ender empezó a llamar al resto de la escuadra para que atravesara la puerta. Iban a estar un poco apretujados en lo alto de aquella estrella, pero no había ninguna elección.

Resultó que el plan de Ender era utilizar otra de las ideas estúpidas de Bean, una de las que le había visto practicar con su pelotón. Una formación en pantalla de soldados congelados, controlados por el pelotón de Bean, que permaneció sin congelar detrás de ellos. Tras haberle dicho a Bean lo que quería que hiciera, Ender se unió a la formación como soldado y dejó que Bean lo organizara todo.

-Es tu espectáculo -dijo.

Bean no esperaba que Ender fuera a hacer una cosa así, pero tenía sentido. Lo que Ender quería era no librar esta batalla y permitirse ser parte de una pantalla de soldados congelados, dejar la batalla a otro era lo más parecido a hacerse a un lado.

Bean se puso a trabajar de inmediato, construyendo la pantalla en cuatro partes, cada una de un batallón. Los batallones A, B y C se alinearon en columnas de cuatro por tres, los brazos entrelazados con hombres que tenían al lado, la fila superior de tres con los pies bajo los brazos de los cuatro soldados de abajo. Cuando todos estuvieron bien sujetos, Bean y su pelotón los congelaron. Entonces cada uno los hombres de Bean se agarró a una sección de la pantalla y, procurando moverse muy despacio para que a causa de la inercia la pantalla no quedase fuera de control, salieron de la estrella y bajaron lentamente hasta situarse debajo de ella. Entonces todo el pelotón de Bean se unió de nuevo en una sola pantalla.

-¿Cuándo habéis ensayado esto? -preguntó Dumper, el jefe del batallón E.

-Nunca lo hemos hecho antes -respondió sinceramente Bean-. Hemos hecho maniobras y enlaces con pantallas de un solo hombre, pero ¿con siete? Es una novedad para nosotros.

Dumper se echo a reír.

-Y allí está Ender, agarrado a la pantalla como todo el mundo. Eso es confianza, Bean, viejo amigo.

Eso es desesperación, pensó Bean. Pero no sintió la necesidad de comentarlo en voz

alta.

Cuando todo estuvo preparado, el batallón E se colocó en posición tras la pantalla y,

siguiendo las órdenes de Bean, empujaron con toda la fuerza posible.

La pantalla voló hacia la puerta enemiga. El fuego enemigo, aunque era intenso, sólo alcanzaba a los soldados congelados que ocupaban las primeras posiciones. El batallón E y el pelotón de Bean siguieron avanzando, muy despacio, pero lo suficiente para que ningún disparo perdido los alcanzara. Y consiguieron devolver algún disparo, con lo que eliminaron a algunos soldados enemigos y los obligaron a permanecer a cubierto.

Cuando Bean calculó que no podrían llegar más lejos antes de que Grifo o Tigre lanzaran un ataque, dio la orden y su batallón se separó; haciendo que las cuatro secciones de la pantalla también se separaran y se movieran ligeramente, y el resultado fue que cayeron hacia las esquinas de las estrellas donde estaban congregados Grifos y Tigres. El batallón E acompañó a las pantallas, disparando como locos, tratando de compensar su reducido número.

A la cuenta de tres, los cuatro miembros del batallón de Bean que acompañaban a cada pantalla empujaron de nuevo; esta vez apuntando hacia el centro y abajo, de forma que se reunieron con Bean y Ducheval, impulsándose hacía la puerta enemiga.

Mantuvieron los cuerpos rígidos, sin disparar ni un tiro, y funcionó. Todos eran pequeños: iban claramente a la deriva, sin moverse para ningún propósito concreto. Los enemigos pensaron que eran soldados congelados, si llegaron a advertirlos. Unos cuantos fueron alcanzados parcialmente por disparos perdidos, pero ni siquiera bajo el fuego se movieron, y el enemigo pronto dejó de hacerles caso.

Cuando llegaron a la puerta enemiga, lentamente, sin decir palabra, Bean hizo que cada uno de los cuatro colocara el casco en su sitio en las esquinas de la puerta. Apretaron, igual que en el ritual del final del juego, y Bean empujó a Ducheval, haciendo que atravesara la puerta mientras Bean saltaba otra vez hacia arriba.

En ese momento se encendieron las luces de la sala de batalla. Todas las armas quedaron desconectadas. La batalla había terminado

Grifos y Tigres tardaron un momento en advertir qué había pasado. Dragón sólo tenía unos pocos soldados que no estuvieran congelados o inutilizados, mientras que Grifo y Tigre estaban principalmente intactos, pues habían desarrollado estrategias conservadoras.

Bean sabía que si alguno de ellos hubiera sido agresivo, la estrategia de Ender no habría funcionado. Pero al haber visto a Bean volar alrededor de la estrella, haciendo lo imposible, y luego su extraña maniobra de pantalla al acercarse tan despacio, se sintieron intimidados y no actuaron. La leyenda de Ender era tan grande que no se atrevieron a comprometer sus fuerzas por miedo a caer en una trampa. Sólo que... ésa era la trampa.

El mayor Anderson entró en la sala por la puerta de los profesores.

-Ender -gritó.

Ender estaba congelado: sólo pudo responder gruñendo con las mandíbulas apretadas. Era un sonido que los comandantes victoriosos rara vez tenían que hacer.

Mediante el gancho, Anderson voló hacia Ender y lo descongeló. Bean estaba a media sala de distancia, pero oyó las palabras de Ender, tan claro fue su discurso, tan silenciosa estaba la sala.

-He vuelto a derrotarlo, señor.

Los miembros del batallón de Bean lo miraron, preguntándose sin duda si estaba resentido porque Ender reclamaba el crédito por una victoria que había sido orquestada y ejecutada enteramente por Bean. Pero Bean comprendió lo que estaba diciendo Ender. No hablaba de la victoria sobre las escuadra Grifo y Tigre. Hablaba de una victoria sobre los profesores. Y esa victoria fue la decisión de entregar su escuadra a Bean y quitarse de en medio. Si pensaban someter a Ender a la prueba definitiva, haciéndole combatir a dos escuadras después una pelea personal por su supervivencia en los lavabos, los derrotó: había evitado la prueba.

Anderson también entendió lo que decía Ender.

-Tonterías, Ender -dijo. Hablaba en voz baja, pero la sala esta ba tan silenciosa que también pudieron oírse sus palabras-. Tu batalla fue contra Grifos y Tigres.

-¿Tan estúpido cree que soy? -dijo Ender. Bien dicho, pensó Bean.

Anderson se dirigió a todo el grupo.

-Después de esa pequeña maniobra, las reglas serán revisadas para que todos los soldados enemigos estén congelados o inutilizados antes de que la puerta pueda abrirse.

-¿Reglas? -murmuró Ducheval mientras volvía a entrar. Bean le sólo podía funcionar una vez, de todas formas -dijo Ender.

Anderson le tendió el gancho a Ender. En vez de descongelar a sus soldados uno a uno, y luego al enemigo, Ender introdujo la orden que los descongelaba a todos a la vez, y luego le devolvió el gancho a Anderson, quien lo tomó y se dirigió al centro, donde normalmente tenían lugar los rituales del final del juego.

-¡Eh! -gritó Ender-. ¿Qué será la próxima vez? ¿Mi escuadra en una jaula sin armas, contra todo el resto de la Escuela de Batalla? ¿Qué tal un poco de igualdad?

La mayoría de soldados se mostraron de acuerdo, y no todos procedían de la Escuadra

Dragón. Pero Anderson no pareció prestar atención.

Fue William Bee, de la Escuadra Grifo, quien dijo lo que casi todos pensaban.

-Ender, sí tú estás en un bando de la batalla, no habrá igualdad, no importa cuáles sean las condiciones.

Los ejércitos expresaron su consentimiento, muchos de los soldados se rieron, y Talo

Momoe, para no quedarse atrás, empezó a batir las palmas rítmicamente.

-¡Ender Wiggin! -gritó. Otros niños continuaron el cántico.

Pero Bean sabía la verdad. Sabía, en realidad, lo que sabía Ender. Que no importaba lo bueno que fuera un comandante, lo lleno de recursos, lo bien preparado que estuviera su

ejército, lo excelentes que fueran sus lugartenientes, lo valiente y decisiva que fuera la pelea; la victoria casi siempre se la llevaba quien tenía m��s poder para causar daños. A veces David mata a Goliath, y la gente nunca lo olvida. Pero había un montón de gente pequeña a la que Goliath había aplastado antes. Nadie cantaba canciones sobre aquellas batallas, porque sabían era el resultado probable. No, era el resultado inevitable, excepto cuando había milagros.

Los insectores no sabrían ni les importaría lo legendario que fuera el comandante Ender para sus propios hombres. Las naves humanas no tenían ningún truco mágico como la estacha de Bean para deslumbrar a los insectores, para pillarlos desprevenidos. Ender lo sabía. Bean lo sabía. ¿Y si David no hubiera tenido una honda, un puñado de piedras, y tiempo para lanzarlas? ¿Deque le habría servido su buena puntería?

Era bueno, estaba bien que los soldados de las tres escuadras vitorearan a Ender. y entonaran su nombre cuando se dirigía a la puerta enemiga, donde le esperaban Bean y su pelotón. Pero en el fondo no significaba nada, excepto que todo el mundo depositaría demasiadas esperanzas en la habilidad de Ender. Aquello sólo haría aumentar su carga.

Yo llevaría parte de esa carga si pudiera, dijo Bean para sí. Como he hecho hoy, puedes entregármela y yo me encargaré de todo si puedo. No estás solo en esto.

Sólo que mientras lo pensaba, Bean supo que no era cierto. Si se podía hacer, Ender era quien tendría que hacerlo. Todos esos meses en que Bean se negó a ver a Ender, ocultándose de él, fueron porque no podía soportar el hecho de que Ender era lo que Bean sólo deseaba ser, la clase de persona en quien uno pone todas sus esperanzas, que puede disipar todos tus miedos, y no te abandona, no te traiciona.

Quiero ser el tipo de niño que tú eres, pensó Bean. Pero no quiero pasar por lo que tú has pasado para llegar hasta ahí.

Entonces, mientras Ender atravesaba la puerta y Bean lo seguía, recordó haberse puesto en la cola tras Poke o Sargento o Aquiles en las calles de Rotterdam, y casi se echó a reír mientras pensaba: yo tampoco quiero tener que pasar por lo que he pasado para llegar hasta aquí.

En el pasillo, Ender se marchó en vez de esperar a sus soldados. Pero no muy rápido, y pronto lo alcanzaron, lo rodearon, lo obligaron a detenerse. Sólo su silencio, su impasibilidad, impidió que dieran rienda suelta a su excitación.

-¿Práctica esta noche? -preguntó Crazy Tom. Ender negó con la cabeza.

-¿Mañana por la mañana, entonces?

-No.

-Bueno, ¿cuándo?

-Nunca más, por lo que a mí respecta.

No todo el mundo lo había oído, pero los que sí lo hicieron empezaron a murmurar.

-Eh, eso no es justo -protestó un soldado del batallón B-. No es culpa nuestra que los profesores estén amañando el juego. No puedes dejar de enseñarnos cosas porque...

Ender asestó un golpe a la pared y le gritó al niño:

-¡Ya no me importa el juego!

Miró a los otros soldados, a los ojos, se negó a dejarlos fingir que no habían oído.

-¿Es que no lo comprendéis? El juego ha terminado. Se marchó.

Algunos de los ni��os quisieron seguirlo, dieron unos cuantos pasos pero Hot Soup agarró a un par de ellos por el cuello de sus trajes refulgentes y dijo.

-Dejadlo en paz. ¿Acaso no veis que quiere estar solo?

Claro que quiere estar solo, pensó Bean. Ha matado a un niño, y aunque no sepa el resultado, es consciente de lo que estaba en juego. Los profesores estaban dispuestos a dejar que se enfrentara a la muerte sin ayuda. ¿Por qué querría seguir jugando con ellos? Bien por ti, Ender.

Pero no tan bien para el resto de nosotros. No es que seas nuestro padre o algo así. Más bien un hermano, y lo que pasa con los hermanos es que uno se turna para cuidar al otro. A veces es preciso sentarte y ser el que se encarga de la custodia.

Fly Molo los condujo de vuelta a los barracones. Bean los siguió, deseando poder ir con Ender, asegurarle que estaba completamente de acuerdo, que lo comprendía. Pero eso era patético, advirtió. ¿Por qué debería preocuparle a Ender si lo comprendo o no? Sólo soy un crío, un miembro de su escuadra. Me conoce, sabe cómo utilizarme, pero ¿qué le importa lo que sé de él?

Bean se subió a su camastro y encontró una tira de papel en él.

Traslado

Bean Escuadra Conejo Comandante.

Esa era la escuadra de Carn Carby. ¿Lo iban a relevar del mando? Era un buen tipo... no un gran comandante, pero ¿por qué no podían esperar a que se graduara?

Porque habían acabado con esa escuela, por eso. Están promocionando a todo el mundo que piensan que necesita alguna experiencia de mando, y gradúan a otros estudiantes para dejarles sitio. Puede que yo esté con la Escuadra Conejo, pero apuesto a que no por mucho tiempo.

Sacó su consola, con la intención de conectar como ^Graff y comparar las listas. Para descubrir qué había ocurrido con sus compañeros

Pero la clave ^Graff no funcionó. Al parecer, ya no consideraban permitir que Bean conservara su acceso interno.

Al fondo de la sala, los niños mayores chismorreaban. Bean oyó la voz de Crazy Tom alzarse por encima de las demás.

-¿Quieres decir que tengo que averiguar cómo debo derrotar Escuadra Dragón?

La noticia pronto fue voz común. Los jefes de batallón y segundos habían recibido todos órdenes de traslado. Cada uno de ellos recibía el mando de una escuadra. Dragón había sido desmantelada.

Unos cinco minutos más tarde, Fly Molo condujo a los otros jefes de batallón y se encaminaron todos hacia la puerta, pasando entre lo camastros. Era obvio: tenían que decirle a Ender lo que los profesores le habían hecho ahora.

Pero para sorpresa de Bean, Fly se detuvo ante su camastro y lo miró, y luego miró a todos los demás jefes de batallón que tenía detrás

-Bean, alguien tiene que decírselo a Ender. Bean asintió.

-Pensamos... ya que eres su amigo...

Bean no dejó que su rostro mostrara ninguna expresión, pero estaba aturdido. ¿Yo?

¿Amigo de Ender? No más que cualquier otro de esa habitación.

Entonces se dio cuenta. En esta escuadra, Ender gozaba del amor y la admiración de

todo el mundo. Y todos sabían que contaban con la confianza de Ender. Pero sólo Bean había entrado en el círculo de confianza de Ender, cuando le concedió el mando de su pelotón especial. Y cuando Ender quiso dejar de jugar, fue a Bean a quien entregó su es- cuadra. Bean era lo más parecido a un amigo que habían visto que tuviera Ender desde que recibió el mando de la Dragón.

Bean miró a Nikolai, que sonreía de oreja a oreja. Nikolai lo saludó y silabeó la palabra «comandante».

Bean le devolvió el saludo a Nikolai, pero no pudo sonreír, consciente del daño que haría a Ender. Miró a Fly Molo y asintió, y luego saltó de la cama y salió por la puerta.

Sin embargo, no fue directamente a la habitación de Ender. Se dirigió a la de Carn

Carby. Nadie respondió. Así que fue al barracón los Conejos y llamó a la puerta.

-¿Dónde está Carn? -preguntó. .

-Graduado -dijo Itú, el jefe del batallón A de los Conejos- Lo descubrió hará cosa de media hora.

-Tuvimos una batalla.

-Ya lo sé. Dos escuadras a la vez. Vencisteis, ¿no? Bean asintió.

-Apuesto a que Carn no fue el único que se graduó pronto.

-Un montón de comandantes - respondió Itú - . Más de la mitad.

-¿Incluido Bonzo Madrid? Quiero decir, ¿se graduó?

- Eso es lo que decía la nota oficial. - Itú se encogió de hombros- Todo el mundo sabe que, en cualquier caso, lo más probable es que Bonzo fuera despedido. Quiero decir, ni siquiera han puesto en la lista de su destino. Sólo «Cartagena». Su ciudad natal. ¿Eso no es ser despedido, eh? Pero deja que los profesores lo llamen como quieran.

-Apuesto a que el total de graduados fueron nueve - observó Bean- -¿No?

-Sí. Nueve. ¿Así que sabes algo?

-Malas noticias, creo - dijo Bean. Le mostró a Itú su orden de traslado.

-Santa merda - dijo Itú, Entonces saludó. Fue un saludo desprovisto de sarcasmo, y también de entusiasmo.

-¿Te importaría informar a los demás? Dales la posibilidad de acostumbrarse a la idea antes de que yo aparezca, ¿quieres? Tengo que hablar con Ender. Tal vez ya sabe que le han quitado a toda su cúpula de mando y les han dado escuadras propias. Pero si no, tengo que decírselo.

-¿Todos los jefes de batallón de los Dragones?

-Y todos los segundos.

Pensó en decir: lamento que Conejo tenga que cargar conmigo. Pero Ender nunca habría dicho nada así. Y si Bean iba a ser comandante, no podía empezar con una disculpa.

-Creo que Carn Carby tenía una buena organización –dijo Bean-. Así que no espero cambiar a ninguno de los jefes de batallón durante la primera semana, hasta que vea cómo van las cosas en la práctica y decida en qué forma estamos para el tipo de batallas que vamos a librar a partir de ahora, ya que la mayoría de los comandantes son niños entrenados en la Dragón.

Itú lo comprendió de inmediato.

-Tío, eso va a ser raro, ¿no? Ender os entrena a todos, y ahora tenéis que luchar unos contra otros.

-Una cosa está clara -dijo Bean-. No tengo ninguna intención convertir a la Escuadra

Conejo en una copia de la Dragón. No somos los mismos niños y no lucharemos contra los

mismos oponentes. Conejo es una buena escuadra. No tenemos que copiar a nadie.

Itú sonrió.

-Aunque eso sea una chorrada, señor, es una chorrada de primera categoría. La transmitiré.

Saludó.

Bean le devolvió el saludo. Luego corrió hacía las habitado Ender.

El colchón, las sábanas y la almohada de Ender estaban en medio del pasillo. Por un momento, Bean se preguntó por qué. Entonces vio que las sábanas y el colchón estaban todavía húmedas y ensangrentadas. Agua de la ducha de Ender. Sangre de la cara de Bonzo. Al parecer Ender no los quería en su cuarto.

Bean llamó a la puerta.

-Márchate -dijo Ender en voz baja. Bean volvió a llamar. Y otra vez más.

-Pasa -ordenó Ender. Bean abrió la puerta.

-Márchate, Bean.

Bean asintió. Comprendía su reacción. Pero tenía que entregar su mensaje. Así que se miró los zapatos y esperó a que él le pidiera qué quería. O le gritara. Lo que Ender quisiera hacer. Porque los otros jefes de batallón estaban equivocados. Bean no tenía ninguna relación especial con Ender. No fuera del juego.

Ender no dijo nada. Y siguió sin decir nada.

Bean levantó la cabeza y vio que Ender lo miraba. No estaba furioso. Sólo... miraba.

¿Qué ve en mí?, se preguntó Bean. ¿Hasta que punto me conoce? ¿Qué piensa de mí? ¿Qué significo ante sus ojos?

Eso era algo que probablemente Bean no sabría nunca. Y había ido allí para otra cosa. Era hora de cumplir con su misión.

Dio un paso hacia Ender. Volvió la mano, de manera que la orden de traslado quedó visible. No se la ofreció a Ender, pero sabía que Ender la vería.

-¿Te han trasladado? -preguntó Ender. Se lo soltó sin entonación alguna, como si se lo esperara.

-A la Escuadra Conejo. Ender asintió. .

-Carn Carby es un buen tipo. Espero que reconozca lo que vales.

Esas palabras fueron para Bean como una bendición, la bendición que tanto había anhelado. Se tragó la emoción que crecía en su interior. Todavía faltaba por transmitir una parte de su mensaje.

-Carn Carby se ha graduado hoy -dijo Bean-. Recibió la notificación mientras nosotros librábamos nuestra batalla.

-Bien -dijo Ender-. ¿Quién va a comandar entonces la Conejo?

No parecía interesado, pero era la pregunta que cabía formular en ese momento.

-Yo - dijo Bean. Estaba cortado; una sonrisa asomó a sus labios por sorpresa. Ender miro al cielo y asintió.

-Naturalmente. Después de todo, sólo tienes cuatro años menos de lo normal.

-No tiene gracia -dijo Bean- . No sé qué está pasando aquí -excepto que el sistema parecía funcionar a base de puro pánico-. Todos los cambios en el juego. Y ahora esto. No soy el único trasladado ¿sabes? Han graduado a la mitad de los comandantes y han trasladado a un montón de los nuestros para que comanden sus escuadras.

-¿Quiénes?

Ahora Ender sí parecía interesado.

-Parece que... todos los jefes de batallón y todos los ayudantes.

-Naturalmente. Si deciden destruir mi escuadra, la harán pedazos. Hagan lo que hagan, son concienzudos.

-De todas formas vencerás, Ender. Todos lo sabemos. Crazy Tom dijo: «¿Quieres decir que tengo que averiguar cómo derrotar a la Es cuadra Dragón?»

Sus palabras le sonaban vacías incluso a él. Quería parecer animoso, pero sabía que no podría engañar a Ender. Aun así, continuó farfullando.

-No pueden hacerte esto, han roto...

-Ya no hay nada que hacer.

Han roto la confianza, quiso decir Bean. No es lo mismo. Tú no estas roto. Ellos sí. Pero todo lo que salió por su boca fueron palabras vacías y vacilantes:

-No, Ender, no pueden...

-Ya no me importa su juego, Bean - aseveró Ender - . No voy a seguir jugándolo. No más prácticas. No más batallas. Pueden poner sus tiritas de papel en el suelo todo lo que quieran, pero no iré. Lo decidí antes de salir por la puerta hoy. Por eso hice que tú entraras primero. No creí que funcionaria, pero no me importaba. Sólo quería largarme con estilo.

Lo se, pensó Bean. ¿Crees que no lo sabía? Pero si se trata de estilo, desde luego lo tienes.

-Tendrías que haber visto la cara de William Bee. Se quedó allí tratando de averiguar cómo había perdido cuando tú sólo tenías siete que podían mover los dedos de los pies, mientras que él sólo tenía a tres que no.

-¿Por qué debería querer ver la cara de William Bee? -dijo Ender-. ¿Por qué querría derrotar a nadie?

Bean sintió el calor de la vergüenza en su rostro. No tenía que haber dicho eso. Pero tampoco sabía lo que era más adecuado. Algo que hiciera que Ender se sintiera mejor. Para que comprendiera cuánto lo amaban y honraban.

Sólo que el amor y el honor eran parte de la carga que Ender soportaba. No había nada que Bean pudiera decir que no la hiciera más pesada. Así que permaneció en silencio.

Ender se frotó los ojos.

-Lastimé a Bonzo con ganas hoy, Bean. Lo lastimé de veras.

Por supuesto. Todo esto no es nada. Lo que pesa sobre Ender es esa pelea terrible en el cuarto de baño. La pelea que sus amigos, su escuadra, no hicieron nada por impedir. Y lo que le dolía no era el peligro que corrió, sino el daño que provocó al defenderse.

-Se lo merecía -dijo Bean. Sus propias palabras lo sorprendieron. ¿Era lo mejor que podía ofrecer? Pero ¿qué más podía decir? «Tranquilo, Ender. Naturalmente, a mí me pareció que estaba muerto, y probablemente soy el único niño de esta escuela que sabe qué aspecto tiene la muerte, pero... ¡tranquilo! ¡Se lo merecía!»

-Lo golpeé de pié -dijo Ender-. Fue como si estuviera muerto, allí de pie. Y seguí golpeándolo.

Así que lo sabía. Y sin embargo... no lo sabía del todo. Y Bean no iba a decírselo. Había momentos en que era preciso ser completamente sincero con los amigos, pero éste no era uno de ellos.

-Sólo quería asegurarme de que no volviera a hacerme daño.

-No lo hará -aseguró Bean-. Lo enviaron a casa.

-¿Ya?

Bean le contó lo que había dicho Itú. Mientras tanto, le pareció que Ender intuía que estaba ocultando algo. Sin duda, era imposible engañar a Ender Wiggin.

-Me alegro de que lo graduaran -dijo Ender.

Menuda graduación. Iban a enterrarlo, o a incinerarlo, o lo que hicieran ahora con los cadáveres en España.

España. Pablo de Noches, que le había salvado la vida, era español. Y ahora un cadáver volvía allí, un niño que se volvió asesino en su razón, y murió por ello.

Debo estar divagando, pensó Bean. ¿Qué importa que Bonzo fue español y Pablo de

Noches también? ¿Qué importa que nadie sea nada?

Mientras esos pensamientos pasaban por la mente de Bean, se esforzó en hablar como alguien que no sabía nada, tratando de tranquilizar a Ender pero sabiendo que si Ender creía que no sabía nada, entonces sus palabras carecían de significado, eran pura mentira.

-¿Es verdad que tenía a un grupo entero de chicos esperándote?

Bean quiso salir corriendo de la habitación. Qué falso resultaba todo, incluso para sí mismo.

-No -dijo Ender-. Sólo estábamos él y yo. Luchó con honor.

Bean se sintió aliviado. Ender se había replegado tanto en sí mismo que ni siquiera advertía lo que Bean estaba diciendo, lo falso que era.

-Yo no luché con honor. Luché para ganar.

Sí, eso es, pensó Bean. Luchaste de la única manera que merece la pena luchar, de la única manera que tiene sentido.

-Y ganaste. Lo sacaste de órbita -dijo. Era lo que más se acercaba a la verdad. Llamaron a la puerta. Se abrió inmediatamente, sin esperar una respuesta. Antes de

que Bean pudiera volverse para ver de quién se trataba, supo que era un profesor: si hubiera sido un niño, Ender no habría alzado tanto la cabeza.

El mayor Anderson y el coronel Graff.

-Ender Wiggin -dijo Graff. Ender se puso en pie.

-Sí, señor.

La calma mortal había regresado a su voz.

-Tu ataque de furia en la sala de batalla hoy ha sido una insubordinación y no debe volver a repetirse.

Bean no podía creer lo estúpido que resultaba todo aquello. Después de lo que había pasado Ender, de lo que los profesores le habían hecho pasar, ¿tenían que seguir jugando con él este juego opresivo? ¿Para hacerle sentir completamente solo incluso en ese momento? Esos tipos eran implacables.

Ender respondió con otro átono: «Sí, señor.» Pero Bean estaba harto.

-Creo que es hora de que alguien le diga a los profesores cómo s sentimos por lo que han estado haciendo.

Anderson y Graff hicieron como si no hubieran oído. En cambio, Anderson le tendió a Ender una hoja de papel. No una tira de traslado. Un conjunto de órdenes completo. Ender iba a ser trasladado de la escuela.

-¿Graduado? -preguntó Bean. Ender asintió.

-¿Por qué han tardado tanto? -preguntó Bean-. Sólo eres dos o tres años más joven de lo normal. Ya has aprendido a caminar, a hablar y a vestirte solo. ¿Qué les queda por enseñarte?

Toda la historia parecía una broma. ¿De verdad pensaban que en ganaban a alguien? Le echaban la bronca a Ender por insubordinación pero luego lo graduaban porque tenían una guerra en marcha y no les quedaba mucho tiempo para prepararlo. Era la única esperanza para vencer y lo trataban como si fuera una mierda pegada en el zapato.

-Todo lo que sé es que el juego se ha acabado -dijo Ender. Dobló el papel-Por fin.

¿Puedo decírselo a mi escuadra?

-No hay tiempo -dijo Graff-. Tu lanzadera parte dentro de veinte minutos. Además, es mejor no hablar con ellos después de recibir las órdenes. De este modo resulta más fácil.

-¿Para ellos o para ustedes? -preguntó Ender.

Se volvió hacia Bean, le dio la mano. Para Bean, fue como si lo tocara el dedo de Dios. Lo llenó de luz. Tal vez soy su amigo. Tal vez siente hacia mí una pequeña parte del... sentimiento que él me inspira.

Entonces se acabó. Ender le soltó la mano. Se volvió hacia la puerta.

-Espera -dijo Bean-. ¿Adonde vas? ¿Tácticas? ¿Navegación? ¿Apoyo?

-A la Escuela de Mando -dijo Ender.

-¿Pre-Mando?

-Mando.

Ender salió por la puerta.

Derecho a la Escuela de Mando. La escuela de élite cuyo emplazamiento era un secreto. Los adultos iban a la Escuela de Mando. La batalla tendría lugar muy pronto, para que tuvieran que saltarse todas cosas que tenía que aprender en Tácticas y Pre-Mando.

Agarró a Graff por la manga.

-¡Nadie va a la Escuela de Mando hasta que tiene dieciséis años!

Graff se zafó de la mano de Bean y salió. Si captó el sarcasmo Bean, no dio muestras de ello.

La puerta se cerró. Bean se quedó solo en la habitación de Ender.

Miró alrededor. Sin Ender, la habitación no era nada. Estar aquí no justificaba nada. Sin embargo, apenas habían pasado unos cuantos días, ni siquiera una semana, desde que Bean estuvo aquí y Ender le dijo que iba a recibir un batallón, después de todo.

Por algún motivo, Bean recordó el momento en que Poke le tendió seis cacahuetes. Era la vida lo que le tendía entonces.

¿Era vida lo que Ender le había dado a Bean? ¿Era lo mismo? No. Poke le dio la vida. Ender le dio significado.

Cuando Ender se encontraba allí, ésa era la habitación más importante de la Escuela de Batalla. En aquel momento no era más que un cuartucho.

Bean regresó pasillo abajo hasta la habitación que había pertenecido a Carn Carby hasta entonces. Hasta hacía una hora. Apoyó la palma... y la abrió. Ya había sido programada.

La habitación estaba vacía. No había nada dentro. La habitación es mía, pensó Bean.

Mía, y sin embargo sigue vacía.

Sintió un arrebato de emoción en su interior. Debería estar nervioso, orgulloso de tener su propio mando. Pero en realidad no le importaba. Como Ender dijo, el juego no era nada. Bean realizaría un trabajo decente, pero merecería el respeto de sus soldados porque parte de la gloria de Ender estaría reflejada en él, un pequeño Napoleón que llevaba zapatos de hombre mientras ladraba órdenes con vocecita infantil. Un Calígula diminuto, el

«Botita», el orgullo del ejército de Germánico. Pero cuando llevaba las botas de su padre,

esas botas estaban vacías, y Calígula lo sabía, y nada de lo que hiciera podría cambiarlo.

¿Era ésa su locura?

No me volverá loco, pensó Bean. Porque no ansío lo que Ender tiene o lo que es. Es suficiente con que él sea Ender Wiggin. Yo no tengo que serlo.

Comprendía lo que era ese sentimiento que se agolpaba en su interior, que llenaba su corazón, que hacía asomar lágrimas a sus ojos y arder su rostro, y lo obligaba a jadear, a sollozar en silencio. Se mordió los labios, tratando de hacer que la emoción desapareciera por la fuerza- No sirvió. Ender se había ido.

Ahora que sabía lo que era el sentimiento, podía controlarlo. Se tumbo en el camastro y ejecutó su rutina de relajamiento hasta que le pasaron las ganas de llorar. Ender le había dado la mano al despedirse. Ender había dicho: «Espero que reconozca lo que vales.» En realidad, Bean no tenía nada que demostrar. Lo haría lo mejor posible con la escuadra Conejo porque, tal vez, en algún momento en el futuro, cuando Ender estuviera en el puente de la nave insignia de la flota humana, Bean tal vez tendría algún papel que representar, algún modo de ayudar. Alguna pirueta que Ender necesitara que hiciera para deslumbrar a los insectores. Así que complacería a los profesores, los dejaría absolutamente impresionados, de manera que mantuvieran las puertas abiertas para él, hasta que llegara un día en que una puerta se abriera y su amigo Ender asomara al otro lado, y él pudiera estar de nuevo a sus órdenes.