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Un Pasó Al Pasado

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Synopsis

CURCILERIAS PARA ESPERAR LAS ACTUALIZACIONES

CAPITULO 01:

EL GRITO DEL GATO

Me considero muy afortunado de no haber quedado traumatizado de por vida luego de lo que sucedió esa noche. Aunque sí me ha afectado en cierto modo, no estoy loco. Me siento como una persona fuerte por no haberme quitado la vida todavía. Por ahora, mi salud mental permanece decente, pero no sé cuánto tiempo más pueda mantenerme así.

Yo tenía tan solo ocho años y es por eso que sé que lo que sucedió no fue una mala pasada de mi imaginación. Un niño inocente no podría imaginarse eso ni en sus peores pesadillas.

Aquella noche, estaba en mi cama. Había tenido un día normal, nada ajeno a la rutina. Recuerdo que un frío proveniente de mi ventana abierta me despertó. Eché un ojo al horario en mí reloj de mesa, eran las 03:07 de la mañana. Me levanté de mi cama y, cuando puse un dedo en la ventana para poder cerrarla y dormir en paz, un ruido absolutamente horrendo cruzo por mis oídos; era un grito. De hecho, el grito más fuerte y desolador que había escuchado en mi vida.

Rápidamente, abrí la cortina y miré con atención qué pasaba, intentando descifrar de dónde había venido aquel grito. Después de buscar tras varios segundos, lo vi. Entre las sombras había dos pequeñas figuras, una de ellas la reconocí fácilmente; por más oscuro que estuviera, no podía confundir la figura de mi gato tirada en el suelo, muerto. Algunas personas me dicen que es imposible que un simple gato produzca un grito tan desgarrador como el que describo, pero estoy seguro de lo que vi y lo que escuché. La otra figura era confusa, parecía alterar su forma, como si se estuviera transformando, disfrazándose en mi mascota. Luego, aquel ser, ahora parecido a mi gato, miró hacia mí; tenía unos ojos amarillos penetrantes que te dejaban petrificado con tan solo verlos. En realidad, eso fue lo que causó en mí, pero no sentía miedo, no podía pensar en nada más que mirar esos ojos impactantes. Más lo que sí causó un miedo inmenso en mí fue aquella horrible e inexplicable sonrisa en su pequeño rostro. Aquella mueca no era de un animal, era como si fuese un gesto humano, pero forzada de tal forma que pareciese que llegaba desde una punta de su cara a la otra. Sus dientes eran demoníacos, nunca había visto algo así.

Aquella figura bajó su cabeza y comenzó a caminar lentamente hacia la puerta trasera de mi casa, como si quisiera venir a buscarme. En ese momento fue cuando entré en pánico. Comencé a sudar y rápidamente me metí en mi cama y me tapé con todas mis sábanas.

Cerré los ojos y todos mis sentidos se agudizaron. Podía sentir el viento frío pasar por mi ventana que había olvidado cerrar, podía sentir a los grillos chirriar; pero lo más importante y espantoso de todo era que podía sentir a alguien subiendo por las escaleras. Sabía que era aquella criatura que había visto hace solo un minuto atrás parado frente a mi gato muerto, sabía que ese ser había sido su asesino, el que lo asesinó de tal forma que emitió aquel grito, un grito imposible, que si a alguien ahora se le ocurriera emular, su garganta se desgarraría. Sabía que iba a correr el mismo destino.

Cada vez sentía más cerca sus pisadas. A pesar de tener forma de un pequeño animal, retumbaban en mi cabeza y eran cada vez más fuertes. Las sentía llegar al final de las escaleras, y luego cruzar el pasillo que llegaba hasta mi habitación. Llegado un momento, las pisadas se detuvieron durante unos segundos, pero solo fue para peor.

Escuché mi puerta abrirse lentamente, y sentí que el tiempo se congeló; dejé de escuchar al viento entrar por la ventana, a los grillos chirriar, y solo escuchaba el sonido de la puerta abriéndose. Comencé a temblar como nunca en mi vida había temblado, y escuché un ruido horrible, como si estuvieran arañando mis muebles. Parecía que aquel ser quisiera infundir en mí un miedo tremendo. Dejó de arañar mis muebles e hizo lo impensado: se subió a mi cama y se quedó acostado en los pies de la misma.

Pasó un largo rato sin que nada sucediese. No había sentido nada, ni un movimiento extraño en mi cama, ni un sonido de que algo pasara, absolutamente nada. Pero una parte dentro de mí sentía que él seguía ahí. Que no se iría nunca y que esperaba el momento en el que yo me durmiera para acabar con mi vida, pero ¿por qué no lo había hecho ya? ¿Cómo podía saber ello que yo seguía despierto y atento a lo que pasara? Era extraño, ya no temblaba y mi corazón latía normalmente, ni estaba agitado. Era como si mi cuerpo se estuviera rindiendo, resignándose a morir. Debía saber qué pasaba allí afuera de mis sábanas.

Con mucho valor, empecé a arrimar la cabeza sobre ellas con el cuidado de no revelarme demasiado y llamar su atención; solo quería arrimar mis ojos para ver si él seguía allí. Pero, por más que deseara que no estuviera, fue inútil, pues seguía allí observándome fijamente con sus ojos amarillos y penetrantes. Pero no sentía nervios, era como si no supiese que lo estaba viendo pese a que mirara fijamente a mis ojos.

Estuve observándolo unos minutos, o, mejor dicho, vigilando que no hiciera algún movimiento raro, hasta que algo rompió de improvisto ese silencio y tranquilidad que sentía: su horrenda sonrisa demoníaca se dibujó nuevamente en su rostro. Al verla de cerca, era más horrible aún. Comencé a llorar, pero sin hacer ningún movimiento, ningún ruido, nada, las lágrimas solo caían de mis ojos. Esa horrible sonrisa con esos dientes de tiburón, ¿quién podría pensar que lo más horrible que he visto en mi vida fue una sonrisa?

Tras aproximadamente un minuto de mantener la expresión, se paró en la cama y empezó a caminar sobre mi cuerpo hacia mi cabeza.

Estaba cada vez más nervioso, cada vez más lágrimas caían de mis ojos. Con cada pequeña pisada que daba, sentía cómo el alma salía de mí cuerpo, hasta que llegó a mí cabeza, siempre sonriendo.

Desapareció de mi vista colocándose a un costado de mi cabeza. Sin esperarlo, con un castellano muy poco fluido, dijo a mi oído: «Aún eres demasiado pequeño». Esto fue lo único que escuché provenir de él.

Quedé petrificado por el resto de la noche luego de escucharlo.

Cuando regresé en mí, pude moverme y eché un vistazo a la hora. Era increíble, pero ya eran las 7:25 de la mañana. Fue muy extraño cómo más de cuatro horas solo se sintieron pasar como cuatro minutos.

Podía volver a sentir el viento entrar por la ventana; me paré y la cerré. Aún estaba muy aterrado, pero antes de cerrarla miré hacia afuera, y el cadáver de mi gato no estaba. Volví a mirar hacia mi habitación, todos los muebles estaban intactos, como si nada hubiera pasado.

Jamás volví a ver a mi gato, mis padres concluyeron que había escapado de la casa. Nunca le conté sobre aquella noche a mis padres.

Aun así, ellos vieron algo extraño en mí y me mandaron a un psicólogo, a quien le confié todo lo que había pasado esa noche, pero solo fui por una sesión. Extrañamente, mis padres decidieron que había que mudarnos a otra casa, y eso fue lo que hicimos.

Han pasado ya dieciocho años. Jamás volví a ver a ese ser, pero su recuerdo atormentaba mi mente todas las noches. Hasta hace poco, tuve sueños donde volvía a buscarme y acababa fuera lo que fuera que planeaba hacer esa noche.

Sé que esa criatura volverá por mí, aunque tal vez no en forma de gato. Antes de ello, decidí escribir todo esto para que alguien más sepa mi historia.

¿Tú qué crees? ¿Te consideras demasiado pequeño? Espero que para él lo seas. Pero, ¿y si no lo eres?

Buen Día {=^ェ^=}        

Atte: ː̗̀†̣̣̇ː̖́ = D£SV= ː̗̀†̣̣̇   

CAPÍTULO 02:

LAS LEYENDAS DE LAS GEMELAS

Les preparó el almuerzo y salieron a la calle apresuradas. Como cada día, llevaba a sus hijas gemelas al colegio. Caminaban tarareando una canción y cogidas de la mano cuando el teléfono sonó desde su bolso. Era del trabajo. Respondió rápidamente y su interlocutor le pidió que acudiera de inmediato a la oficina. Había ocurrido algo grave, así que decidió que las niñas continuaran solas; conocían bien el camino. Las besó en la frente y emprendió la ruta de vuelta. Solo dio veinte pasos. A sus espaldas, el ruido de un fuerte golpe seguido de un frenazo hizo que volteara la cabeza con una expresión de horror en el rostro. Los cuerpos de las dos pequeñas yacían inertes bajo un camión. Todavía estaban cogidas de la mano.

La mujer se sumió en una profunda depresión de la que consiguió salir con un nuevo embarazo. Por ironía del destino, en su vientre estaban cobrando vida dos niñas gemelas. Cuando dio a luz, el asombroso parecido con sus hijas fallecidas sorprendió a más de un vecino. A medida que las pequeñas crecían, la madre se volvió más y más protectora. Le aterrorizaba la idea de que pudiera perderlas. Un día, de camino al colegio, las hermanas se adelantaron y corrían ante la atenta mirada de la mujer. En cuanto pusieron un pie en el asfalto, una férrea mano las detuvo con brusquedad. Entre sollozos desconsolados, su madre les rogó que no cruzaran nunca sin su permiso. "No pensábamos en hacerlo. Ya nos atropellaron una vez, mamá. No volverá a ocurrir".

Desde entonces, algunos viajeros aseguran que al pasar por ese tramo unas interferencias se cuelan en la radio y se oye una misteriosa melodía: el tarareo de unas niñas.

Gracias por leerme {=^ェ^=}          

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CAPÍTULO 03:

EN LOS ZAPATOS DE LOS DEMAS

Nunca sabemos realmente los momentos que una persona puede estar atravesando; no sabemos si está en una de sus mejores etapas, o quizás en una de las peores.

También es imposible llegar a saber el estado de ánimo y tramo de la vida, en que cada uno se encuentra.

Quizá no es necesario saberlo, pero yo creo que sí lo es el hecho de tratar siempre con respeto y amabilidad a los demás.

No importa si amaneciste de la peor forma, o te sucedió totalmente lo contrario. No existen excusas para maltratar a quien no tiene nada que ver con nuestros problemas.

Intenten llevar siempre con ustedes la amabilidad, y el respeto por el otro. Quizás a quien uno esté tratando mal, pudo haber amanecido igual o incluso peor que nosotros, y aún así no cabe la razón por la cual comportarse de esa manera. Todos estamos librando una batalla a diario, con la diferencia que algunos no hacemos tanto ruido con nuestro escudo, como pueden hacerlo otros. Pero ello no significa poder desquitarse con quienes menos tienen que ver con nuestros problemas. Sepamos respetar el espacio y el ánimo de todos aquellos que nos rodean. Si van a interferir con alguien, que sea para buenos resultados, sea un gesto solidario o de apoyo. El poder de la palabra es exclusivo de cada uno.

Sepamos utilizarlo para bien.

Nota: La vida podrá arrancarme una lágrima, pero no conseguirá borra te la sonrisa.Podrá alguien romper te el corazón, pero no conseguirá partir te el alma .Podrá el tiempo robar te una ilusión, pero no conseguirá que olvides tus sueños. Podrá los años arrugar te la cara, pero no conseguirá envejecer tu corazón.Podrán apagar tu alegría, pero no conseguirán quitar te tu felicidad... {=^ェ^=}

GRACIAS POR LEERME

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CAPÍTULO 04:

EL HOMBRE DE LOS SUEÑOS

En enero de 2006, un psiquiatra de Nueva York recibió en su consulta a una de sus pacientes como un día cualquiera. En aquella sesión, la joven le explicó que había soñado en repetidas ocasiones con un hombre al que ni si quiera conocía. Tenia una calva incipiente, las cejas muy gruesas y los labios extremadamente finos, en especial el superior. Mientras oía la descripción, el facultativo dibujó el retrato del sujeto. No le dio mayor importancia y lo dejó sobre la mesa.

Las tornas cambiaron cuando, en sus siguientes consultas, dos pacientes más aseguraron haber visto al mismo hombre en sueños. El psiquiatra decidió hacer copias del dibujo y enviarlo a varios compañeros de profesión. Meses después, vieron que el número de personas que habían soñado con él no paraban de aumentar y optaron por crear una página web en la que se registraran todas sus apariciones. Los facultativos descubrieron que el misterioso hombre se había colado en los sueños de cerca de dos mil personas.

Sus "apariciones" son de lo más dispares. Uno de los pacientes aseguró haberlo visto vestido de Papá Noel. Otro dijo haberse enamorado en cuanto lo vio. Un tercero asegura que cuando sueña que vuela, el hombre lo hace junto a él, y nunca habla.

El fenómeno ha dado pie a múltiples teorías conspirativas. Una de ellas señala que el intruso es una persona real con la habilidad de irrumpir en los sueños. Otra, incluso afirma que se trata de un proyecto oculto de los gobiernos para controlar las vidas de los ciudadanos. La hipótesis más científica, sin embargo, indica que este rostro forma parte de la "conciencia común".

Y a ti, ¿alguna vez se te ha presentado en sueños?

Gracias por Leerme {=^ェ^=}      

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CAPÍTULO 05:

EL VISITANTE NOCTIRNO

Leonor se mudaba de nuevo. A su madre le encantaba la restauración, así que su predilección por las casas antiguas empujaba a la familia a llevar una vida más bien nómada. Era la primera noche que dormían allí y, como siempre, su madre le había dejado una pequeña bombilla encendida para espantar todos sus miedos. Cada vez que se cambiaban de casa le costaba conciliar el sueño.

La primera noche apenas durmió. El crujir de las ventanas y del parqué la despertaba continuamente. Pasaron tres días más hasta que empezó a acostumbrarse a los ruidos y descansó del tirón. Una semana después, en una noche fría, un fuerte estruendo la sobresaltó. Había tormenta y la ventana se había abierto de par en par por el fuerte vendaval. Presionó el interruptor de la luz, pero no se encendió. El ruido volvió a sonar, esta vez, desde el otro extremo de la habitación. Se levantó corriendo y, con la palma de la mano extendida sobre la pared, empezó a caminar en busca de su madre. Estaba completamente a oscuras. A los dos pasos, su mano chocó contra algo. Lo palpó y se estremeció al momento: era un mechón de pelo. Atemorizada, un relámpago iluminó la estancia y vio a un niño de su misma estatura frente a ella. Arrancó a correr por el pasillo, gritando, hasta que se topó con su madre. "¿Tu también lo has visto?", le preguntó.

Sin ni siquiera preparar el equipaje, salieron pitando de la casa. Volvieron al amanecer, tiritando y con las ropas mojadas. Se encontraron todo tal y como lo habían dejado... menos el espejo del habitación de la niña. Un mechón de pelo colgaba de una de las esquinas y la palabra "FUERA" estaba grabada en el vidrio.

La familia se mudó de manera definitiva para dejar atrás aquella pesadilla. Leonor había empezado a ir a un nuevo colegio y tenía nuevos amigos. Un día, la profesora de castellano les repartió unos periódicos antiguos para una actividad. La niña ahogó un grito cuando, en una de las portadas, vio al mismo niño una vez más, bajo un titular: "Aparece muerto un menor en extrañas circunstancias".

Gracias por leerme {=^ェ^=}            

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CAPÍTULO 06:

LA ISLA DE LAS MUÑECAS

Parece un escenario sacado de una película, pero es real. Existe una isla ubicada en el centro-sur de Ciudad de México en la que reinan miles de muñecas antiguas. Abandonadas a modo de ofrenda, algunas de sus cabezas se exhiben clavadas en estacas, mientras que otras permanecen colgadas de los árboles. La historia se remonta a 1950, cuando el propietario del terreno, Julián Santana, empezó a colgar muñecas como protección contra los malos espíritus.

Santana creía que había sido maldito. Tiempo atrás, había encontrado el cuerpo de una joven que había fallecido ahogada a orillas de los terrenos del hombre. Empezó a convertirse en protagonista de episodios paranormales: oía voces, pasos y el llanto de una mujer, por lo que decidió colocar muñecas por la isla para ahuyentar el alma de la chica. Su obsesión llegó hasta tal punto que pasaba las horas buscando muñecas en las basura y en los canales de Cuemanco.

Santana falleció en 2001 cuando se encontraba a orillas del río, justo después de comentarle a su sobrino que una sirena quería llevárselo. Ahora, el lugar se ha convertido en un sitio turístico y las autoridades de la región se plantean crear un museo para conservar las muñecas.

Gracias por leerme {=^ェ^=}          

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CAPÍTULO 07:

LA CHICA DE LA CURVA

Existen diferentes versiones, pero todas ellas tienen un denominador común: una joven enfundada en un vestido blanco. Cuenta la leyenda que un padre de familia volvía del trabajo a casa por la carretera de las Costas del Garraf. Era una noche lluviosa, el frío empañaba el parabrisas y el cansancio empujaba sus párpados hacia abajo. A medida que avanzaba por la carretera, las gotas golpeaban con más violencia los cristales de su coche, que perdía estabilidad en el serpenteante trazado del asfalto.

El hombre agudizó los sentidos y redujo la marcha. En ese mismo instante, los faros del vehículo iluminaron la figura de una chica que, empapada por la lluvia, esperaba inmóvil a que algún conductor se apiadara de ella y la llevara a su destino. Sin dudarlo ni un momento, frenó en seco y la invitó a subir. Ella aceptó de inmediato, y mientras se sentaba en el lugar del copiloto, el chofer se fijó en su vestimenta. Llevaba un vestido blanco de algodón arrugado y manchado de barro. Por su pelo enmarañado, parecía que llevaba un buen rato esperando.

Reanudó el viaje y empezaron una distendida conversación en la que la chica esquivó en varias ocasiones la historia de cómo había llegado hasta aquel lugar. Hasta que llegó el momento idóneo. Con una voz fría y cortante, le pidió que redujera la velocidad hasta casi detener el vehículo. "Es una curva muy cerrada", le advirtió. El hombre siguió su consejo y, cuando vio lo peligroso que podría haber sido, le dio las gracias. Ella, con voz cortante y fría, le espetó: "No me lo agradezcas, es mi misión. En esa curva me maté yo hace más de 25 años. Era una noche como ésta." Un escalofrío recorrió la espalda del hombre y erizó su piel. Cuando giró la vista hacia el copiloto, la joven ya no estaba. El asiento, sin embargo, seguía húmedo.

Gracias por leerme {=^ェ^=}          

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EL PSIQUIATRA ADAPTACION, Escrito por : JULIÁN FRANCISCO GONZÁLEZ ACUÑA (Colombia)

Despiertas. Es otro día de arduo trabajo en el hospital psiquiátrico. Te estás hospedando en una humilde habitación, una exactamente igual a la de los internos. Tienes que ir de consulta en consulta, de terapia en terapia, recorriendo los mismos pasillos una y otra vez. Las blancas paredes, las límpidas baldosas, el olor a desinfectante y los gritos de los pacientes son tu pan de cada día. Al fin de cuentas, eres un psiquiatra. Frecuentemente te encuentras absorto en la monotonía de tu oficio y pasas largas horas pretendiendo que escuchas a todos tus pacientes, a pesar de que realmente andas obnubilado, anonadado; sientes que ya no aguantas más y entonces, exhausto, vuelves a tu habitación.

Es de noche y no puedes conciliar el sueño. Las patologías de todos los pacientes que visitas a diario son tan familiares que de vez en cuando te sientes en el lugar de ellos y aunque te esfuerzas por creer que nada de lo que haces repercute de manera directa en tu salud mental, muy en el fondo sabes que algo se está adueñando de ti. Es de madrugada y pasan apenas unos segundos antes de que te levantes agobiado por el insomnio y abras la puerta de tu habitación para avanzar determinante y a la vez sigiloso. Ahora caminas cabizbajo, susurrando una que otra palabra, y entonces te tropiezas con el filo de una puerta. Bramas de dolor. De inmediato, todos los guardias prenden sus linternas y te alumbran directamente en

la cara con cierta displicencia, más bien con lástima. Te tapas los ojos para que no te encandile la penetrante luz que apunta a tu rostro y caes al suelo fulminado, como si hubieras usado toda la fuerza que posees en esa caminata nocturna.

Despiertas. Piensas continuar con tu rutina diaria, revisas en tu mente el itinerario y te dispones a dirigirte a la habitación de otro paciente. De repente, sientes un dolor punzante en tu tobillo y al agacharte notas unos vendajes en casi todo tu pie derecho. Con dificultad te enderezas, miras a tu alrededor y te das cuenta de que no estás en tu habitación. Paulatinamente empiezas a recordar las desventuras de la noche anterior. En ese momento un hombre formal, de bata blanca, con gafas y fonendoscopio entra a la habitación y se sienta en la silla que se encuentra adyacente a tu cama. Te mira de reojo y agarra una libreta de un bolsillo de su bata y comienza a dictar la condena de tu perdición: «He sido informado que el paciente número 4284 fue encontrado merodeando las instalaciones a las 3: 25 a. m.». Se te hiela la sangre y sientes cómo tu corazón empieza a bombear descontrolado. El hombre te vuelve a mirar y reconoces en su bata una identificación: Dr. Hans Enziel. «También me comentaron que el paciente 4284 sufre de trastornos de personalidad y que normalmente frecuenta a los otros internos para preguntarles cosas, como si se tratara de un psiquiatra», prosigue y, finalmente, se te acerca y te pregunta: «¿Acaso cree usted que es un psiquiatra?». Te limitas a permanecer callado, conforme

el hombre se levanta y se marcha, y casi sin pensarlo coges la silla en la que ese hombre se hallaba y la ubicas en el centro de la habitación. Con las cortinas improvisas una soga, la amarras a un tubo que está en el techo y, parado sobre el asiento, sumerges la cabeza

y susurras acongojado: «Estoy loco»....

Gracias por leerme {=^ェ^=}          

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