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Chapter 70 - PURGATORIO CANTO XXXII

PURGATORIO CANTO XXXII

Mi vista estaba tan atenta y fijapor quitarme la sed de aquel decenio,

2que mis demás sentidos se apagaron. 3

Y topaban en todas partes muros para no distraerse -¡así la santa sonrisa con la antigua red prendía!-;

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cuando a la fuerza me hicieron girar aquellas diosas hacia el lado izquierdo, pues las oí decir: «¡Miras muy fijo!»;

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y la disposición que hay en los ojosque el sol ha deslumbrado con sus rayos, sin vista me dejó por algún tiempo.

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Cuando pude volver a ver lo poco(digo «lo poco» con respecto al mucho de la luz cuya fuerza me cegara),

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vi que se retiraba a la derecha el glorioso ejército, llevandoel sol y las antorchas en el rostro.

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Cual bajo los escudos por salvarsecon su estandarte el escuadrón se gira, hasta poder del todo dar la vuelta;

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esa milicia del celeste reinoque iba delante, desfiló del todo antes que el carro torciera su lanza.

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A las ruedas volvieron las mujeres, y la bendita carga llevó el grifosin que moviese una pluma siquiera.

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La hermosa dama que cruzar me hizo, Estacio y yo, seguíamos la ruedaque al dar la vuelta hizo un menor arco.

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Así cruzando la desierta selva,culpa de quien creyera a la serpiente, ritmaba el paso un angélico canto. 31

33

Anduvimos acaso lo que vuela una flecha tres veces disparada, cuando del carro descendió Beatriz.

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Yo escuché murmurar: «Adán» a todos;y un árbol rodearon, despojado de flores y follajes en sus ramas.

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Su copa, que en tal forma se extendía cuanto más sube, fuera por los indios aun con sus grandes bosques, admirada.

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«Bendito seas, grifo, porque nada picoteas del árbol dulce al gusto,porque mal se separa de aquí el vientre.»

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Así en tomo al robusto árbol gritaron todos ellos; y el animal biforme:«Así de la virtud se guarda el germen.»

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Y volviendo al timón del que tiraba, junto a la planta viuda lo condujo,y arrimado dejó el leño a su leño.

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Y como nuestras plantas, cuando baja la hermosa luz, mezclada con aquella que irradia tras de los celestes Peces,

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túrgidas se hacen, y después renuevan su color una a una, antes que el solsus corceles dirija hacia otra estrella;

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menos que rosa y más que violeta color tomando, se hizo nuevo el árbol, que antes tan sólo tuvo la enramada. 58

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Yo no entendí, porque aquí no usa el himno que cantaron esas gentes, ni pude oír la melodía entera. 61

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Si pudiera contar cómo durmieron, oyendo de Siringa, los cien ojos

65a quien tanto costó su vigilancia; 66

como un pintor que pinte con modelo, cómo me adormecí dibujaría;mas otro sea quien el sueño finja.

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Por eso paso a cuando desperté,y digo que una luz me rasgó el velodel dormir, y una voz: «¿Qué haces?, levanta.»

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Como por ver las flores del manzano que hace ansiar a los ángeles su fruto, y esponsales perpetuos en el cielo,

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Pedro, Juan y jacob fueron llevados y vencidos, tornóles la palabraque sueños aún más grandes ha quebrado,

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y se encontraron sin la compañía tanto de Elías como de Moisés,y al maestro la túnica cambiada;

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así me recobré, y vi sobre mí aquella que, piadosa conductora fue de mis pasos antes junto al río.

84

Y «¿dónde está Beatriz.?», dije con miedo. Respondió: «Véla allí, bajo la fronda nueva, sentada sobre las raíces.

87

Mira la compañía que la cerca;detrás del grifo los demás se marchan con más dulce canción y más profunda.»

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Y si fueron más largas sus palabras, no lo sé, porque estaba ante mis ojosla que otra cualquier cosa me impedía.

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Sola sobre la tierra se sentaba,como dejada en guardia de aquel carro que vi ligado a la biforme fiera.

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En torno suyo un círculo formabanlas siete ninfas, con las siete antorchasque de Austro y de Aquilón están seguras

99

«Silvano aquí tú serás poco tiempo;

habitarás conmigo para siempreesa Roma donde Cristo es romano.

102

Por eso, en pro del mundo que mal vive, pon la vista en el carro, y lo que veas escríbelo cuando hayas retornado.»

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Así Beatríz; y yo que a pie juntillasme encontraba sumiso a sus mandatos, mente y ojos donde ella quiso puse.

108

De un modo tan veloz no bajó nunca de espesa nube el rayo, cuando llueve de aquel confín del cielo más remoto,

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cual vi calar al pájaro de Júpiter, rompiendo, árbol abajo, la corteza, las florecillas y las nuevas hojas; 112

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e hirió en el carro con toda su saña;y él se escoró como nave en tormenta, a babor o a estribor de olas vencida.

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Y luego vi que dentro se arrojaba de aquel carro triunfal una vulpeja, que parecía ayuna de buen pasto;

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mas, sus feos pecados reprobando, mi dama la hizo huir de tal manera, cuanto huesos sin carne permitían.

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Y luego por el sitio que viniera, vi descender al águila en el arcadel carro y la cubría con sus plumas;

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y cual sale de un pecho que se queja, tal voz salió del cielo que decía«¡Oh navecilla mía, qué mal cargas!»

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Luego creí que la tierra se abriera entre ambas ruedas, y salió un dragón que por cima del carro hincó la cola;

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y cual retira el aguijón la avispa, así volviendo la cola maligna,arrancó el fondo, y se marchó contento.

135

Aquello que quedó, como de grama la tierra, de las plumas, ofrecidas

tal vez con intención benigna y santa,

se recubrió, y también se recubrieron 138las ruedas y el timón, en menos tiempoque un suspiro la boca tiene abierta. 141

Al edificio santo, así mudadole salieron cabezas; tres salieronen el timón, y en cada esquina una.

144

Las primeras cornudas como bueyes, las otras en la frente un cuerno sólo: nunca fue visto un monstruo semejante.

147

Segura, cual castillo sobre un monte, sentada una ramera desceñida,sobre él apareció, mirando en torno;

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y como si estuviera protegiéndola,vi un gigante de pie, puesto a su lado;con el cual a menudo se besaba.

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Mas al volver los ojos licenciososy errantes hacia mí, el feroz amante

155la azotó de los pies a la cabeza. 156

Crudo de ira y de recelos lleno,desató al monstruo, y lo llevó a la selva, hasta que de mis ojos se perdieron

159la ramera y la fiera inusitada. 160