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Chapter 30 - INFIERNO CANTO XXV

El ladrón al final de sus palabras, alzó las manos con un par de higas,

2gritando: «Toma, Dios, te las dedico.»3

Desde entonces me agradan las serpientes, pues una le envolvió entonces el cuello, cual si dijese: «No quiero que sigas»;

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y otra a los brazos, y le sujetó ciñéndose a sí misma por delante. que no pudo con ella ni moverse.

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¡Ah Pistoya, Pistoya, por qué niegas incinerarte, así que más no dures, pues superas en mal a tus mayores!

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En todas las regiones del infiernono vi a Dios tan soberbio algún espíritu, ni el que cayó de la muralla en Tebas.

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Aquel huyó sin decir más palabra;y vi venir a un centauro rabioso,llamando: «¿Dónde, dónde está el soberbio?»

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No creo que Maremma tantas tenga,

cuantas bichas tenía por la grupa,hasta donde comienzan nuestras formas.

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Encima de los hombros, tras la nuca, con las alas abiertas, un dragóntenía; y éste quema cuanto toca.

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Mi maestro me dijo: « Aquel es Caco, que, bajo el muro del monte Aventino, hizo un lago de sangre muchas veces.

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No va con sus hermanos por la senda, por el hurto que fraudulento hizodel rebaño que fue de su vecino;

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hasta acabar sus obras tan inicuas bajo la herculea maza, que tal vez ciento le dio, mas no sintió el deceno.»

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Mientras que así me hablaba, se marchó, y a nuestros pies llegaron tres espíritus,

35sin que ni yo ni el guía lo advirtiésemos,36

hasta que nos gritaron: «¿Quiénes sois?»:por lo cual dimos fin a nuestra charla, y entonces nos volvimos hacia ellos.

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Yo no les conocí, pero ocurrió, como suele ocurrir en ocasiones, que tuvo el uno que llamar al otro,

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diciendo: «Cianfa, ¿dónde te has metido?» Y yo, para que el guía se fijase,del mentón puse el dedo a la nariz.

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Si ahora fueras, lector, lento en creerte lo que diré, no será nada raro,pues yo lo vi, y apenas me lo creo.

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A ellos tenía alzada la mirada,y una serpiente con seis pies a uno, se le tira, y entera se le enrosca.

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Los pies de en medio cogiéronle el vientre, los de delante prendieron sus brazos,y después le mordió las dos mejillas.

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Los delanteros lanzóle a los muslos y le metió la cola entre los dos,

y la trabó detrás de los riñones.

Hiedra tan arraigada no fue nunca57a un árbol, como aquella horrible fierapor otros miembros enroscó los suyos.

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Se juntan luego, tal si cera ardiente fueran, y mezclan así sus colores, no parecían ya lo que antes eran,

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como se extiende a causa del ardor, por el papel, ese color oscuro,que aún no es negro y ya deja de ser blanco.

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Los otros dos miraban, cada cualgritando: «¡Agnel, ay, cómo estás cambiando!¡mira que ya no sois ni dos ni uno!

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Las dos cabezas eran ya una sola, y mezcladas se vieron dos figuras en una cara, donde se perdían.

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Cuatro miembros hiciéronse dos brazos;los muslos con las piernas, vientre y tronco en miembros nunca vistos se tornaron.

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Ya no existian las antiguas formas: dos y ninguna la perversa imagen parecía; y se fue con paso lento.

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Como el lagarto bajo el gran azote de la canícula, al cambiar de seto, parece un rayo si cruza el camino;

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tal parecía, yendo a las barrigasde los restantes, una sierpe airada,tal grano de pimienta negra y livida;

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y en aquel sitio que primero toma nuestro alimento, a uno le golpea; luego al suelo cayó a sus pies tendida.

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El herido miró, mas nada dijo;antes, con los pies quietos, bostezaba, como si fiebre o sueño le asaltase.

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Él a la sierpe, y ella a él miraba; él por la llaga, la otra por la boca humeaban, el humo confundiendo.

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Calle Lucano ahora donde habla del mísero Sabello y de Nasidio,

95y espere a oír aquello que describo.96

Calle Ovidio de Cadmo y de Aretusa;que si aquél en serpiente, en fuente a ésta convirtió, poetizando, no le envidio;

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que frente a frente dos naturalezasno trasmutó, de modo que ambas formas a cambiar dispusieran sus materias.

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Se respondieron juntos de tal modo, que en dos partió su cola la serpiente, y el herido juntaba las dos hormas.

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Las piernas con los muslos a sí mismos tal se unieron, que a poco la junturade ninguna manera se veía.

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Tomó la cola hendida la figuraque perdía aquel otro, y su pellejose hacía blando y el de aquélla, duro.

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Vi los brazos entrar por las axilas,y los pies de la fiera, que eran cortos, tanto alargar como acortarse aquéllos.

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Luego los pies de atrás, torcidos juntos,el miembro hicieron que se oculta el hombre, y el misero del suyo hizo dos patas.

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Mientras el humo al uno y otro empaña de color nuevo, y pelo hace crecerpor una parte y por la otra depila,

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cayó el uno y el otro levantóse, sin desviarse la mirada impía,bajo la cual cambiaban sus hocicos.

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El que era en pie lo trajo hacia las sienes, y de mucha materia que allí había,salió la oreja del carrillo liso;

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lo que no fue detrás y se retuvode aquel sobrante, a la nariz dio forma, y engrosó los dos labios, cual conviene.

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El que yacía, el morro adelantaba, y escondió en la cabeza las orejas, como del caracol hacen los cuernos.

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Y la lengua, que estaba unida y presta para hablar antes, se partió; y la otra partida, se cerró; y cesó ya el humo.

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El alma que era en fiera convertida,se echó a correr silbando por el valle,y la otra, en pos de ella, hablando escupe.

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Luego volvióle las espaldas nuevas,y dijo al otro: «Quiero que ande Buso como hice yo, reptando, su camino.»

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Así yo vi la séptima zahúrdamutar y trasmutar; y aquí me excuse la novedad, si oscura fue la pluma.

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Y sucedió que, aunque mi vista fuese algo confusa, y encogido el ánimo,no pudieron huir, tan a escondidas

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que no les viese bien, Puccio Sciancato-de los tres compañeros era el únicoque no cambió de aquellos que vinieron-

150era el otro a quien tú, Gaville, lloras,