Ignis jugó un poco con el dulce en su boca antes de sonreír al apenas lindo personaje que presentaba sus saludos a su Majestad. La observó desde lejos, en las sombras, atestiguando de nueva cuenta la mentira de su padre.
Aquella era la mujer más insípida que hubiera visto jamás, pero su Majestad decia amarla, y él solo podría aceptar a quien sería su nueva mamá. No podría ponerse en contra de su padre, decir que aquella mujer no le gustaba como mamá, ni mucho menos ayudarse de su poder como aparente heredero a la corona.
Tronó el dulce en su boca entre sus muelas, y decidió retirarse a su cuarto.
—¡Joven amo, no debería comer esas cosas de plebeyos, dañan sus dientes!! — habló un joven, un niño delgado de cabello color arena y diminuto tamaño, sus ojos eran apenas un par de canicas grises y su rostro estaba tan lleno de pecas que cuando lo veía solo podía imaginar que ese color de cabello no le quedaba bien.
—Haz silencio y solo sigueme— ordenó sin tacto alguno y pasando de largo su preocupación.
—Mi señor—dijo apenas en respuesta, su gesto no logró simpatía alguna en su amo.
Salió del Palacio principal como un ladrón, caminando entre pasajes y escaleras ocultas hasta llegar al jardín trasero que cruzó hasta el centro sin toparse con algún indeseado, sabía que no debía sentirse triunfante hasta llegar a su destino, no sería raro que en algún punto alguien le reconociera y exigiera el mínimo de atención.
—¡Mi señor!
"¡Ugh! "
Tragó una mueca, de pronto una voz profunda le había detenido en su camino, respiró profundamente antes de girar a quien fuera que lo llamara.
—¡Mi señor Ignis Radel; Cahell de la casa Tulip prensenta sus saludos!—habló inclinando su cuerpo por respeto.
"Que gracioso"–pensó Ignis evitando a toda costa reírse de aquella pobre casa con nombre de aspecto extraño. —Sus saludos son recibidos, este noble hijo del emperador Charlotte Patrick Radel dispone de breve tiempo, el hijo Tulip debe ser conciente de los horarios que un noble debe seguir—respondió en consecuencia de su estatus, agotado de tener que buscar palabras tan excéntricas en su vocabulario.
El joven Tulip, de aspecto simple, no se atrevió a alzar la mirada, en cambio apretó sus labios hasta volverlos una línea, el sudor recorrió su cuerpo bajo el inclemente sol, no tardó en notar que su joven Majestad no estaría alegre de su posición. —Lamento mucho escuchar eso, disculpe a este impertinente jóven, que solo creyó que esta era a una gran oportunidad para presentarse ante usted.
—Si no hay más, entonces continuaré con mi camino— se despidió Ignis, sabiendo que aquel joven tenía más por decir, pero no alentándolo a hacerlo. Era lo mejor, tenía cosas más importantes que atender de todas formas, y su madre lo estaría esperando en su alcoba.
Se retiró sin más, no le brindó la amabilidad de levantar la cabeza en su presencia, por lo que debía entenderse que detenerlo de aquella manera debía tener una consecuencia.
...
—Madre debe estar agotada—dijo, tomando la suave mano de la hermosa mujer que yacía en cama.
—No es nada si puedo ver a mi hermoso hijo sonreir— había un gesto de cariño en su suave voz mientras acariciaba los cortos y obscuros cabellos de Ignis. —¿Qué haz visto hoy, mi amado niño? — cuestionó con velada alegría, mientras su carne y sangre la miraba con amor.
—Por la mañana he visto razón en las enseñanzas del instructor, y las frutas del desayuno me han mostrado la dedicación con la que me sirven en Palacio. No he mirado más que amor. Así que madre, no debes preocuparte más por este hijo tuyo. —Mintió descaradamente mientras su rostro mostraba real preocupación por la mujer que llamaba madre, no había caso en hablarle con la verdad, que el instructor era incopetente, y que el desayuno no había llegado a su Palacio.
—Me alegra mucho escucharlo—suspiró cerrando sus hermosos ojos cielo por el cansancio.
Ignis se quedó en silencio a su lado por un tiempo más, el criado siendo su único testigo en la obscuridad.
...
—Mi señor— habló quedito, mientras preparaba a su amo para ir a la cama, este solo asintió en respuesta permitiéndole continuar—, ¿esta bien que el joven amo no tenga un buen instructor? temo por su seguridad, si tan solo la emperatriz supiera, ella misma se aseguraría de que el mejor caballero apoyara al joven amo—dijo, abotonando la bata en el cuerpo de su señor.
Ignis frunció el ceño, sabiendo que lo que el chico decía era verdad. —La salud de madre es realmente preocupante, podrá ser la emperatriz, más ha sido alejada de su cargo desde que nací.—suspiró cansado de la situación—Preocuparla más de la cuenta puede traer problemas a su salud. Solo la tengo a ella y a ti Rodrigo, no me hagas perder más de la cuenta si quieres seguir a mi lado.
Rodrigo se inclinó con fuerza después de terminar de arreglarlo —Disculpe la desconsideración de este leal criado que aún cree que su amo podría obtener un mejor trato.
—Aun no es tiempo de ser codiciosos—dijo restándole importancia mientras subía a su cama. Haciendo un gesto despidió a Rodrigo, que dejó el lugar cerrando las enorme puertas negras.
Fuera de allí sabía que un grupo de guardias estaría velando por su bien, haciendo lo sentir mínimamente seguro.
En soledad, Ignis tomó pluma tinta y papel del buró a su lado, recargandose enteramente sobre una pequeña mesa plegable que lo ayudaba a escribir en la ocasión.
Con hermosa caligrafía adjuntó al resto de palabras:
•𝓜𝓪𝓮𝓼𝓽𝓻𝓸 𝓓𝓪𝓻𝓲𝓾𝓼
•𝓐𝓼𝓲𝓼𝓽𝓮𝓷𝓽𝓮 𝓛𝓮𝓸𝓹𝓸𝓵𝓭𝓸
•𝓜𝓸𝔂𝓸𝓻𝓭𝓸𝓶𝓸 𝓮𝓷 𝓳𝓮𝓯𝓮 𝓡𝓪𝓾𝓵...
Realmente necesitaba deshacerse de esas personas, tachó cada uno de ellos, listo para derrumbar sus primeros obstáculos en este mundo.
Tal vez si hubiera sido un poco más exigente con la muerte, habría obtenido un mejor lugar donde vivir, habría sido feliz con nacer como el hijo de un comerciante, o el de una mucama, tener la vida de Rodrigo parecía aceptable, mas amaba a su madre y era lo que más agradecía de este mundo, tal mujer hermosa, su belleza nocturna había sido heredada de ella con excepción del atractivo de su padre.
Desde su infancia toda su alegría se debía a su madre Gardenia, sin quererlo ella se había vuelto todo para él, quien no había conocido amor en su vida más que el propio. Y él era la alegría de ella.
Se río sonoramente en la soledad, mientras continuaba escribiendo la trama de su plan. Quien viera aquellas notas no entendería jamás de lo que se trataba, pues parecían letras puestas al azahar. Por ello no temía que las hallaran, no sabrían jamás del rencor que guardaba en su pequeño corazón hacia su padre, quien no derramó lágrima alguna ante la muerte de Ignis, su hermano mayor. Su gemelo en este mundo. La otra persona que lo amó sin condiciones.
Cecil tomó su lugar, robando el nombre y toda la identidad de Ignis, decidiendo a su corta edad de ocho años convertirse en el fuego que arrasaria con el mal que era su padre.
Sabía que no sería fácil.
¿Y que felicidad en el mundo se lograba con tanta facilidad?
No había renacido para ser infeliz otra vez, y aunque le costara la mitad de su vida lograría todas las metas de su hermano, quien desde muy niño demostró amor por su pequeña familia, prometiendo que sería el rey y que cuidaria tanto de ellos como de su pueblo.
Hace tan poco que dejó de ser Cecil, el pequeño y lindo segundo hijo de Gardenia, ya no podía seguir permitiéndose una vida tan libre. Tanto tiempo deseo que esa felicidad durara, y ahora debía enfrentar la realidad.
Como Ignis, asumiría el poder. Y por el momento debía comenzar.