- Necesitamos luchar inteligentemente si queremos ganar el territorio de las afueras de Vexburn. A esos bastardos se les conoce por defender bien y esconderse en sus madrigueras como ratas, pero eso no bastará para detener nuestro ataque. El plan es el siguiente, el escuadrón A y B irán al frente con apoyo de los tanques, escuadrón C se quedará en la retaguardia mientras que…
A Alexander no le importaba el discurso ni la planificación del jefe de la resistencia de Mingate, tenía la mente ocupada pensando en cómo iba a celebrar con sus camaradas su victoria contra Vexburn. Pensaba en qué bar iba a terminar tirado después de cantar, bailar, beber y celebrar por horas. Ya podía saborear la famosa cerveza artesanal Mingate. Sus deseos fueron súbitamente interrumpidos por una voz grave y amenazadora, que retumbó en el cuartel improvisado en el sótano de una casa semi-derrumbada alumbrada por unos focos sostenidos por su mismo cable.
- ¿Entendieron?
- ¡Sí señor!
El jefe de la resistencia, se llamaba Aaron Lazarus. Era un hombre rudo, estricto, digno de ser el jefe de una resistencia. Era alto, no muy robusto, de rostro arrugado y la cabeza siempre rasurada, pero con unas cejas pobladas que apenas dejaban ver sus ojos, tenía una distintiva gran nariz y debajo de ésta un poblado bigote de agujas. Siempre vestía un uniforme improvisado y una gorra de general no oficial. Solía ser birgadier en el ejército, antes de que se desatara la guerra de distritos.
El enfrentamiento contra Vexburn empezaría al anochecer, el ataque esperaba sorprender al enemigo. El plan fue cuidadosamente planeado por Aaron y sus dos hermanos los cuales eran la cabeza de la resistencia Mingate. Eran conocidos por las grandes estrategias y habilidades que tenían en la guerra.
Una vez la reunión militar acabada, Alexander fue a buscar el edificio más alto del distrito Mingate, le gustaba ver la vista desde el punto más alto. Sin ninguna preocupación, iba caminando por las calles mal hechas de Mingate, pareciera que estaba ahí de paseo.
La mayoría de las casas eran muy parecidas pero tenían colores muy vivos, tenían un aspecto de casa victoriana, todas con un gran pórtico arqueado y ventanas circulares, algunas con doble techo de triángulo y la indispensable chimenea, al lado derecho del techo. Unas tenían unos pequeños balcones y otras tenían una segunda chimenea saliendo por un costado de la casa. Casi todas las casas tenían flores y plantas en los cortos jardines frontales que tenían. A Alexander incluso le dio la impresión de que eran acogedoras a pesar de ser pequeñas.
Mientras veía y analizaba cada característica de las casas y la poca gente que pasaba por las calles, a lo lejos escuchó un eco rítmico y metálico que resonaba en todo el distrito de Mingate. El eco rebotaba en las casas como si fuera luz en espejos. Volteó de dónde provenía el sonido que llamó su atención y logró distinguir una torre de campanas de unos veinticinco metros de altura, el edificio ideal para su objetivo actual.
Caminó un par de kilómetros por el callado pueblo hasta toparse con las puertas enormes de la imponente estructura. Empujó uno de los grandes portones de madera, su crujido retumbó en todo el interior del edificio, asustando unas palomas que al instante volaron del interior de la estructura. Empezó a subir las rechinantes escaleras de madera con la única iluminación de los rayos de sol entrando por las pequeñas aberturas del edificio.
Logró vencer los veinte metros de escaleras de espiral, y vio una combinación de colores que estaba seguro que no volvería a ver. El sol, reluciente, brillante, cálido, con un contorno naranja y unos hilos de luz a los costados amarillo claro, pintando las pocas nubes que había de un naranja claro, una verdadera belleza. Escucha y siente el aire en su rostro, se siente puro en lo alto de esa construcción. Era un momento perfecto, nada podía arruinar ese momento, o al menos eso creía él.
En la belleza del momento, Alexander divisó a lo lejos, a las afueras del distrito, una máquina, una gran e imponente máquina que se movía lento, pero con un precisión y fuerza extrema. Aún no sabía con exactitud de qué máquina trataba, pero un estruendo ensordecedor se lo confirmó. Era un tanque. El proyectil que éste disparó fue una velocidad que nadie pudo percibir, partió la torre de las campanas. Alexander sintió como el suelo se inclinaba hacia la derecha, no sabía cómo reaccionar, por un breve momento, su cuerpo se congeló. ¿Saltar? ¿Agarrarse de algún lado? ¿Aceptar su muerte? Allá arriba no había mucho por hacer y él lo sabía, todo se lo dejó a manos del destino. Saltó de la torre al techo de la casa más cercana mientras la torre se venía abajo. En sus últimos segundos de conciencia, antes de caer junto con la mitad del edificio, pensó.
- ¿Cómo es posible?, de un momento tan bello, que llegue el final de mi vida.