-¡Ruellan!
La voz de Alana retumbó en las paredes del cuartel cuando entró en la habitación de la niña, quien se encontraba en esos instantes dibujando sobre el suelo, entre almohadas y peluches. María saltó sobre su sitio, un banco sobre el que tejía y vigilaba a la niña. Los ojos de Ruellan se abrieron como platos, esperando que la desgracia se cerniera sobre ella.
-¡¿Qué fue lo que le hiciste al Señor?!
-¿Qué sucede, señora?
Preguntó la nodriza, preocupada por el trasfondo de aquel cuestionamiento. Se levantó de su sitio y corrió junto a la niña, la cual había dejado su actividad de lado para centrarse en la respuesta que exigía su madre.
-¡Resulta que el Señor solicita la presencia de Ruellan para tomar el té!
La niña comenzó a negar con la cabeza, quería explicar que ella nada había hecho de mal. María la asió por los hombros, temerosa.
-¿Crees que…?
Se aventuró la mujer, llevándose la mano a la boca abierta. Alana tenía los brazos firmes y torneados empuñados sobre sus caderas. Ruellan la vio parada, le parecía gigantesca y la mujer más hermosa que pudiese haber visto, pero, pese a que era su madre, no se parecía en nada a ella. Su madre era de tez morena, sedosa, sus ojos eran almendrados y castaños, y siempre llevaba la melena en dos largas trenzas que caían por su espalda hasta su cintura. Era hermosa, aun cuando estaba tan encolerizada como ahora. Rara era la vez que la reprendía, pero cuando lo hacía, no había quien acabase con su titánica furia.
-¡Dios, no!
Regañó Alana a María. María se relajó notablemente en cuanto dijo esto la vampira. Alana se puso en cunclillas, a la altura de su hija. Tomó su mano entre la suya. Ruellan notó el contraste de sus palmas, la palma de su madre no era suave, sino áspera y callosa. La capitana miró a su hija.
-¿Hiciste enojar al Señor cuando te encontraste con él?
La niña negó con toda la seguridad que puedo reunir. Puesto que en realidad no sabía si así era. Quizá sí lo había hecho enojar, después de todo, él era un traidor. Le había ofrecido su más preciable tesoro a cambio de su silencio y así le había pagado.
Su madre suspiró, resignada.
-Ruellan, tomarás el té con el Señor mañana por la tarde. Entiendo que quizá sea incómodo para ti, solo sé buena, ¿sí?
La niña asintió.
Alana y María intercambiaron miradas, como si supieran algo que querían esconderle. La niña se sintió ofendida, ella siempre era buena, incluso cuando no lo era.