John
Tan pronto salimos de la habitación, ya los hermanos las habían rodeado.
—Sabía que esas dos no llegarían muy lejos. ¿Aseguraron el lugar? — cuestioné por el micrófono. Al escuchar la afirmación de mis hombres, le entregué una de mis armas a Daisy—. Y bien, ¿Con cuál empezaremos, cosita?
—No tan pronto— escuché una voz familiar a nuestras espaldas y me giré.
Al ver a la mujer con la que casi me acuesto, me le quedé viendo. Todo tuvo sentido sobre el altercado de ese día. Entonces no venían por mi, venían por Daisy.
—¿Esta mujer qué hace aquí? ¿No me digas que tú también eras parte de todo esto? — preguntó Daisy.
Dos hombres armados aparecieron detrás de ella, pero no eran de los míos.
—No vine a hablar con ustedes. Déjalas ir por ahora. Más adelante nos encontraremos, este no es el momento oportuno.
—El destino es magnífico— vi la sonrisa de Daisy y supe que algo estaba tramando—. Lo menos que pensé es que iba a poder sacarme esa espinita de aquí dentro.
—Ese día me humillaste lo suficiente, pero creo que ahora ha llegado tu momento. Díganle que las suelten— sacó un arma de su pantalón, y reí.
—¿Tu realmente crees que las cosas se solucionan así de fácil? No sabía que había una cuarta mujer también, pero por lo que veo, apareciste en el mejor momento.
—No traten de hacer una tontería. No se los recomiendo.
—Ese es nuestro consejo— respondí.
Antes de que pudiera actuar, Daisy se adelantó, dándole una patada en la mano para que dejara caer el arma. Quise hacerme cargo de los otros dos que estaban apuntándonos, antes de que lograran hacerle algo a ella por su inesperado ataque. Me lancé hacia uno de ellos y le di un codazo en la cara, mientras que Daisy continuaba en pleno forcejeo con la otra chica. Hace mucho no me enfrentaba en un cuerpo a cuerpo con alguien que no fuera mi esposa. Al menos no he perdido el toque con el pasar de los años. Le proporcioné una patada en sus genitales con el puntero de mi zapato, el cual siempre tengo las navajas personalizadas e incrustadas en ellos. Debía desarmarlos, por esa razón me enfoqué en el sujeto que tenía el arma aún en la mano para poder quitársela y darle un golpe en el centro del pecho con ella. Al notar que el otro sujeto estaba buscando la forma de apuntarme, saqué mi arma y le disparé, ya que a la distancia que se encontraba en el momento, no me iba a dar tiempo para acercarme rápidamente. El segundo disparo que escuché, fue el que Alfred le proporcionó al que aún estaba tratando de recuperarse de la patada en sus genitales. Aún no puedo comprender nada de lo que está pasando, pero sin duda alguna, debo darle un escarmiento que nunca olvide.
Miré hacia Daisy y realmente ella no necesitaba de mi ayuda. De hecho, tal parece que los celos en estos momentos fueron los causantes de que ella continuara golpeando a la chica en su rostro.
—Pon a esas dos de rodillas— les ordené a los hermanos, y ellos automáticamente obedecieron.
Sé que a Daisy no les interesa estas dos, está más interesada en reventar a esa otra. Me acerqué a la rubia y coloqué el arma en su cabeza, antes de disparar sin aviso. El disparo sorprendió y espantó a la pelinegra que estaba a su lado, dejando escapar secreciones por la nariz del miedo.
—Una menos...— me quedé de pie delante de la otra, y llevé el arma a su cabeza.
Levantó la cabeza de inmediato para mirarme.
—Si me dejan ir, yo… yo voy a desaparecer por completo y no me verán nunca más en sus vidas. Se los juro.
—Tu palabra no me asegura eso, en cambio ella sí — halé el gatillo sin pestañear.
Pude notar que Daisy estaba sentada sobre la espalda de la chica, presionando su rostro contra el frío suelo y me quedé observando, más bien, admirando su belleza.
—No sabes cuántas ganas tenía de volverte a ver. Saber que una sucia mujer como tu, probó los labios de mi esposo, no me hace feliz del todo. Ahora creo que debería agradecerte. Has convertido mi sueño en un realidad. Como muestra de agradecimiento— sacó la cuchilla que le había regalado en su cumpleaños y la acercó a su mejilla—, voy a enviarte directamente al infierno— atravesó con fuerza su mejilla, hasta que el filo del cuchillo resonó en el suelo.
—¡Bravo! ¡Que esposa tan sanguinaria y cruel tengo!
La mujer aún estaba respirando y quejándose en el suelo, pero Daisy culminó su sufrimiento, al hacer que el cuchillo hiciera el trabajo de cortar su mejilla y terminar clavándola por detrás de su cuello. Aún después de conocer todas esas maravillosas facetas que tiene, no puedo dejar de admirar a esa maravillosa mujer en la que se ha convertido. Pone mi cuerpo a vibrar de sobreexcitación cada vez que la veo en acción.
—Ahora puedes besarla si quieres— el comentario sarcástico de Daisy, me hizo dejar escapar una sonrisa.
—¿Ya pudiste terminar con la lista de tus objetivos? Veo que lo disfrutaste al máximo.
—Aún me faltas tu, mi amor, pero será tan pronto lleguemos a la casa— sonrió, y siguió caminando. No puedo esperar por eso.
Salimos de la fábrica y nos reunimos con los demás hombres.
—Quiero que busquen en cada rincón que no se haya quedado nadie. También quiero que desaparezcan todo. Este sitio lo quiero completamente destruído. ¿Entendido?
—Sí, señor.
—Ustedes dos irán con ellos. Encarguénse de dirigirlos— les dije a los hermanos, y siguieron con los grupos.
Al mirar a Alfred, bajó la cabeza.
—No quiero escuchar razones ahora, pero sí quiero saber dónde tienes a nuestros hijos.
—Ellos están a salvo. Los dejé con una niñera en su casa, señor. Jamás metería a niños en esto.
—No creo que haga falta detallar lo que hiciste aquí, pero si mencionarlo— saqué el arma y le disparé en la pierna izquierda sin previo aviso, y cayó al suelo presionándola.
—¡John! — Daisy intervino, y la miré.
—No te metas, Daisy— volví a mirar a Alfred, y él no se quejó—. Más que nadie conoces mis reglas, Alfred. Siempre lo he dicho; a los traidores hay que marcarlos. En especial a los que les encargas algo tan valioso, como lo son mis hijos— le disparé por segunda vez en la misma pierna y fue cuando vi un gesto de dolor—. He confiado en ti a ciegas. Pusiste en riesgo la vida de mi esposa allá dentro también. No sé qué razón hayas tenido, tampoco sé qué demonios pasa por tu cabeza, pero la idea de que te uniste con el enemigo, me hace hervir la sangre y querer destruirte — le puse el arma en la cabeza—. Dicen que quien la hace una, la hace dos veces.
—John…
—Te dije que no intervengas, Daisy.
—Sé que hizo mal, que cometió muchos errores, pero ¿Puedes al menos darle una oportunidad de explicarse? Tú, al igual que yo nos sentimos decepcionados y heridos por esto, y más porque nuestros hijos hubieran podido verse afectados, pero no creo que Alfred haya hecho esto sin una razón válida. Como tú mismo lo dijiste, él ha trabajado para ti durante mucho tiempo. John, una vez yo me encontraba en la misma situación hace mucho años, y me diste la oportunidad de continuar a tu lado, ¿Por qué al menos no intentas escuchar lo que tiene que decir, y luego tomas una decisión?
—Está bien— quité el arma de su cabeza, y lo miré en espera de una respuesta.
—Todo lo que tengo te lo debo a ti, señor. Usted siempre me ayudó a mi y a mi mamá. Créame cuando le digo que jamás hubiera querido traicionarlo, y realmente nunca tuve la intención de hacerlo, pero la única forma que encontré para poder advertirles del peligro, y de paso salvar la vida de mi madre, fue está. Hace una semana esas mujeres se pusieron en contacto conmigo. Precisamente el último día que fui a visitar a mi madre al hospital. Querían que los entregara, a cambio de perdonarle la vida a mi madre. No les avisé, porque estuvieron monitoreando que hiciera todo al pie de la letra— se quitó un pequeño y transparente micrófono del oído y lo tiró al suelo—. Ellas solo querían saber sobre ustedes y buscar una forma de atacarlos desprevenidamente, fue cuando les dije que ustedes irían por ellas personalmente. No contaba con que ellas enviarían a alguien más a volar el avión donde ustedes iban. Cuando me enteré por los demás de lo ocurrido, tuve que viajar para buscarlos, fue cuando ellas me ordenaron venir aquí, porque supuestamente ustedes aún estaban vivos. Quise unirme para alejarlas de mi madre, tener tiempo de sacarla de ese hospital y ponerla a salvo, y de paso para cuando los tuvieran a ustedes aquí, poder ayudarlos desde dentro. Por otra parte, la presión de mi mamá tuvo que ver mucho. Prefiero que muera en paz y debido a su enfermedad, a que ella también sea mezclada en esto por mi culpa. Por otro lado, a sus hijos jamás les haría nada. Ellos se convirtieron en parte de mi familia. Cuando decidí unirme a su equipo, en convertirme un empleado suyo de confianza, juré lealtad y le he fallado. Yo acepto la condena que usted decida, lo único que le pido es que cuide de mi madre por estos últimos meses que le queda de vida. Sé que no tengo derecho de pedirle nada y que debe pensar que es un descaro de mi parte, pero le juro que no le pido nada más, señor— buscó la manera de ponerse de rodillas, y recostó su cabeza en el suelo—. Perdóneme por fallarle, señor.
Cuando ocurren estas cosas, es cuando puedo darme cuenta que algo dentro de mi ha cambiado. Ya no puedo ver las cosas como antes las veía. Se supone que en este momento no haya sentido nada por alguien que me ha traicionado, pero algo dentro de mí, me impide que tome la decisión de matarlo. Quizá después de todo lo que he pasado desde que Daisy apareció en mi vida, sin darme cuenta, me he ido convirtiendo en otra persona.
Le di el arma a Daisy y me agaché frente a Alfred.
—Vuelves a traicionarme, y el próximo tiro será en tus huevos, cabrón. Levántate— le agarré el brazo y le ayudé a levantarse—. Espero nunca olvides este día, Alfred.
Me miró sorprendido y bajó la mirada.
—No lo haré. Gracias, mi señor.
Lo llevé a la camioneta y decidí con Daisy llevarlo al hospital. Quería que atendieran sus heridas para poder regresar a la casa con nuestros hijos.
—Has cambiado mucho, John. Gracias por considerar lo que te pedí y darle una oportunidad.
—Es tu culpa. Si no hubieras estado ahí yo…
—Lo sé, pero lo importante ahora es que nuestros hijos al parecer están fuera de peligro. Llamaremos a la casa y preguntaremos por ellos, ¿De acuerdo? Deben estar ansiosos por vernos, mi amor. Les juramos que íbamos a regresar bien, ¿No es así?
—Tienes razón. Tenemos que regresar ya.
Estuvimos varias horas en el hospital, luego firmamos los documentos para que le dieran de alta. No veíamos la hora de llegar a la casa y poder ver a nuestros hijos. El viaje se hizo eterno, o quizá fue por la ansiedad de verlos. Dejé a mis empleados por allá para que se hicieran cargo de todo el desastre que hubo, y así poder quedarnos tranquilos por acá.
Al llegar a la casa, decidimos darnos un baño antes de que nos vieran. Estábamos sucios y no era adecuado que nos vieran así. Tan pronto fuimos a la habitación a verlos, Mía se levantó en la cuna para saludarnos y los niños ya estaban dormidos.
—Hemos regresado, pequeños— Mía sonrió, y me extendió sus manos para que la sujetara—. ¿Nos extrañaste, pequeña?— estaba jugando con mi pelo, y halandolo—. ¿Te gusta mi pelo, dulzura? — sonrió risueña, y le di un beso en su suave cabecita.
—Papá...
—Cada día que pasa lo dice más claro— comenté.
—Ama mucho a su papi, tanto como yo — miré a Daisy, y sonrió.
—Que bien se siente tener a dos mujeres amándome.
—Entendí el sarcasmo, querido— se acercó hasta sentir que su mano agarró mi trasero, y la miré sorprendido.
—Cuidado con lo que tocas, Daisy.
—¿Qué hay de malo? Eres mi esposo.
—Hay cosas que se respetan, cosita.
—Esta no es una de ellas. Te recuerdo que me has faltado el respeto en muchas ocasiones.
—No es lo mismo.
—¿Tu puedes y yo no?
—Mía, no pensé decirte esto, pero ayúdame con tu mamá, por favor. Creo que la hemos perdido y representa un peligro ahora para mí — Daisy rio, y me abrazó.
—Gracias por ser como eres, John. Soy tan feliz de tenerlos en mi vida.
—De un momento a otro te has vuelto romántica.
—Cada vez que los veo me siento muy afortunada.
—Yo no pensé tener una familia, y mírame, aquí estamos con nuestros bellos retoños.
—Los amo mucho, John.
—No más de lo que yo los amo a ustedes— la abracé con Mía de por medio—. Oye, pequeña, ¿Quieres otro hermanito? — miré la reacción de Daisy y valió un millón.
—¿Qué cosas le dices a la niña, pervertido?
—Lo siento.
—Ni siquiera puedo tener ya.
—Bueno, yo me ofrezco a intentarlo.
—Siempre pensando en esas cosas.
—Tu empezaste.
—Que bueno es echarle la culpa a los demás, ¿Eh?
—Oh, si, eso es muy bueno. Más tarde comenzamos la terapia de pareja— reí, y me dio un sutil golpe en el brazo.
—Tengo que amarte demasiado como para no molestarme por ese trato tan brusco durante las terapias.
—Sin comentarios y sin quejas— miré a Mía—. Luego me encargo de mamita, pero primero hablemos nosotros sobre el próximo hermano que tendrán, ¿De acuerdo?
—John… — le sonreí a Daisy, y negó con su cabeza riendo.
Esa sonrisa hace que la ame cada día más.