En la madrugada desperté y al girarme hacia Daisy, me di cuenta que estaba temblando. Al tocarla se sentía muy caliente, aún la fiebre no le había bajado.
—Mocosa, despierta — traté de levantarla, pero no reaccionaba; ya olvidaba que para despertarla era un problema, así que le agarré ambos senos y ella despertó—. No escuchas cuando te grito, pero si reaccionas al tocarte, ¿Eh?
—¿Qué haces en mi cuarto?
—¿Acaso olvidaste que me quedé aquí?
—Ah, ¿Sí? Que sorpresa.
—Levántate, vamos a bañarte con agua fría.
—¿A esta hora? ¿Quieres que me enferme?
—Me importa poco. Estás ardiendo en fiebre, mujer. Luego que salgas, te tomarás las medicinas y entonces te acuestas.
—Son las tres de la mañana, ¿y tú me despiertas para eso? Tengo mucho frío para bañarme con esa agua fría — se arropó con la sabana.
—Ah, ¿No me harás caso? — me levanté de la cama, y jalé bruscamente la sabana.
—¿Qué haces, imbécil?
—O te levantas a la buena o te levantaré a las malas, tu elijes.
—¿Por qué finges preocuparte? A ti te importa poco lo que me pase.
—Plan B— me acerqué por el lado de ella y la agarré por la cintura tratando de levantarla, pero comenzó a reír como una demente.
—Que forma de despertar a una persona, por Dios.
—¿Tú de qué te ríes?
—Eso hace cosquillas, estúpido, no lo vuelvas hacer.
—¿Cosquillas? Así que eres cosquillosa, ¿Eh? — le hice cosquillas y ella continuaba riendo, jamás la había visto tan desesperada y risueña—. ¿Vas a levantarte o no? —ella trató de hacerme cosquillas, pero se dio cuenta que no logró causarme nada.
—Que aburrido eres, no se vale— continuó, y me subí sobre ella—. ¿Qué estás haciendo, John?
En este momento, fue cuando me di cuenta de que tenía una linda sonrisa; de todas las veces que la había visto reír, no me había fijado. Normalmente su risa es de burla, pero nunca la había visto reír tanto por algo tan simple. ¿Unas cosquillas pueden provocar tanto? ¿Por qué yo no puedo sentir eso?
—¿Por qué me miras así, John?
—Por nada— carraspeé —. Levántate, mocosa calenturienta— me levanté de encima de ella, y me paré al lado de la cama para ayudarla a levantar.
Entramos al baño y le ayudé a quitarse la ropa, creí que iba a ser incómodo para ella, pero no, se mantuvo tranquila y se metió en la bañera. Es un problema verla desnuda ahora mismo.
—Iré a buscar un vaso con agua para que te tomes las pastillas al salir, y aguántate bien para que no vayas a caerte en la bañera.
—Gracias, John.
Salí del baño y fui a buscar el vaso con agua, regresé al cuarto y al mirar las pastillas, decían que tenían que ser con comida. Ni siquiera sé si comió mientras yo no estaba. Bajé a la cocina y le preparé un emparedado, para luego subir. No creo que quiera algo pesado a esta hora, además de que no sé hacer un divino carajo. No dudo que incluso este emparedado pueda envenenarla. Si no hago estas simples cosas por ella, y espero a que esa descuidada las haga, estaría muerta hace rato. Ella salió del baño y la ayudé a sentar en la cama.
—Come.
—¿Lo hiciste tú?
—No, fue Alfred.
—Ah, no debiste molestarlo. Mira la hora que es, el pobre necesita descansar — se me quedó mirando y sonrió.
—Ese es su trabajo, para algo le pago. Ya come y haz silencio.
Ella comió y se tomó las medicinas.
—Estaba muy rico, dile a Alfred que gracias— con esa mirada que me dedicó, me di cuenta que no me creyó una sola palabra, aún así fingió creerme.
—Ahora vete a dormir.
—¿Te vas?
—No, no puedo dejar que te vayas a morir. Eres una descuidada, deberías estar más atenta a tu salud— me acosté en la cama y ella se giró suavemente hacia mí, la miré de reojo y ella sonrió.
—¿Alguna vez has dormido con una mujer así?
—No, no suelo quedarme con las zorras que me acuesto.
—¿Por qué? ¿Sabías que es de mala educación dejarlas luego del sexo?
—Peor es que me quede y alimente falsas esperanzas. Si solo quiero sexo, eso les doy y listo; al final eso es lo único que tanto a ellas, como a mí, nos interesa.
—¿Y por qué te quedas conmigo?
—¿Quieres que me vaya? — me giré hacia ella y la miré fijamente.
—Yo esperaba que lo hicieras; al final de cuentas huir es lo que siempre haces.
—No quiero hacerlo ahora.
—¿Eso qué significa?— preguntó sorprendida.
—Que no quiero hacerlo ahora porque tengo razones de quedarme. Por ejemplo, velar esa fiebre o vas a morirte ahí, y no me gustaría ver a otro muerto, y menos en mi casa.
—Yo que creí que era porque te preocupas por mí.
—¿Por qué habría de preocuparme por ti?
—Porque dijiste que yo era tu mujer.
Los huevos se me subieron, literalmente a la garganta, casi me ahogo por su inesperado comentario.
—Lo dije porque estaba muy caliente, y quería que me soltaras algo.
—Por más ganas que tengas, jamás serías capaz de decir algo así, a no ser que se te haya escapado y ahora quieras ocultarlo. Ya te conozco, John.
—Eres mi mujer en la cama.
—Eso es un avance, creo. ¿Algún día podré ser tu mujer oficial?
—Ya deja de decir ridiculeces — tartamudeé desviando la mirada, eso se sintió extremadamente incómodo.
—¿Por que desvías la mirada? ¿El hombre fuerte y sin escrúpulos, se pone nervioso porque le dicen las cosas en la cara?
—Si continúas con esa tontería, me iré y te dejaré sola.
—En otras circunstancias ya te hubieras ido, sin decir nada más. Parece que te quieres quedar conmigo.
—Que te mejores— tenía la intención de irme, pero ella me agarró el brazo antes de hacerlo y se acercó.
—No te enojes. ¿Puedo acostarme aquí? — señaló mi brazo.
—¿Para qué?
—¿Escuchaste que la fiebre disminuye si estás cerca de la persona que te gusta?
—Hace unas horas estuvimos muy cerca y no se te fue, pequeña mentirosa. Inventa una excusa mejor.
—Bueno, me has descubierto. Quiero acostarme en tu brazo, ya que se ve muy fuerte y cómodo. Eres genial y no creo que te moleste hacerlo, ¿Verdad? —sonrió.
—¿Qué vas a darme a cambio?
—No diré una sola palabra en lo que queda de noche, ¿Eso es suficiente?— sonrió.
—Me parece justo, por ahora. No te acerques más de la cuenta.
—De acuerdo — se acercó y extendí mi brazo, ella recostó su cabeza y cerró los ojos.
¿Qué demonios estoy haciendo? ¿Desdé cuándo me dejo hacer este tipo de cosas por una mocosa? Estaba sintiendo palpitaciones y quise mirar el techo. Su piel está muy caliente, además de que está demasiado cerca. Así no voy a poder dormir, es como si me fuera a dar un ataque o algo así. Creo que estoy muy viejo para este tipo de cosas.
—Sé que dije que no iba a hablar, pero ¿Te molesta que esté así? Puedo salirme, si quieres.
—Ya cállate y duérmete— seguí mirando el techo y ella se quedó en silencio.