—¿Por qué me hace esto? Yo no sé nada de su hija.
—No soy imbécil. Sé muy bien que debes estar ocultándola. Hace un mes me dijo que quería irse lejos y, casualmente consiguió un novio. ¿Te está pidiendo que la ocultes?
—Está equivocado, Señor. Aún si ella me hubiera pedido algo como eso, jamás lo hubiera permitido.
—Estaba cansada de la vida que tenía conmigo y quería huir de mi. No dejaré que me la ocultes. Vas a decirme todo lo que sabes, muchacho. No saldrás de aquí hasta que hables.
Caminó a la mesa que estaba en una esquina de la habitación, y cogió una cuchilla.
Es mi día de suerte. Podré liberar el estrés en el que me dejó esa perra. Mi padre le tiene miedo a este viejo y no entiendo la razón, para mí es un simple imbécil, que me ha subestimado porque soy un adolescente.
Trajo solamente un empleado, se arriesgó demasiado y ni cuenta se ha dado. Eso no es nada inteligente de su parte.
Se acercó con la cuchilla y la acercó a mi cara.
—¿Con qué comenzamos?— sonrió.
—Buena pregunta— le di una patada a su pierna y tiré un codazo a la barriga del hombre que me sujetaba; luego me levanté de la silla y la cogí en mis manos para golpearlo con ella.
Escuché un pequeño paso detrás de mí y le tiré una patada a su mano, dejando así caer la cuchilla. Tengo que deshacerme de este estorbo primero.
El viejo trató de coger el cuchillo del piso y le puse el pie encima; lo agarré por el cuello y lo empujé contra el suelo.
Él se levantó y cogí la cuchilla; el otro hombre trató de atacarme por la espalda y, aprovechando que tenía la cuchilla en la mano, lo apuñalé en el costado.
—Uno menos— saqué la cuchilla y volví a clavarla, pero está vez en su pecho; luego la saqué y dejé caer su cuerpo al suelo.
Me giré hacia el Sr. Sworth y estaba retrocediendo.
—¿Continuamos nuestra charla, Señor?— le pregunté.
—¿Quién eres en realidad?— preguntó asustado.
—Un simple estudiante, ¿Por qué?
Sacó un pequeño paño de su traje y se limpió la cara, estaba sudando mucho.
—Eres increíble— me dijo.
—Lo mismo dice mi padre.
—Tú sabes dónde está mi hija, ¿Verdad?
—¿Quiere que le cuente una historia? Venga, siéntese conmigo y charlemos. Olvidemos nuestras diferencias por un momento— sonreí, y guardé la cuchilla en mi pantalón.
Busqué la silla y la levanté, para así ponerla derecha e invitarlo a sentar. Estaba dudando y traté de lucir relajado.
—Esta vez invito yo la charla, ¿Qué le parece, Señor?
—¿Quién te mandó?
—Usted mismo me trajo aquí, ¿Lo olvida?
—Sabe muy bien de qué hablo.
—No, no lo sé.
—Haz matado gente antes, no veo en ti alguien que acaba de matar a una persona. ¿Quién te contrató?
—Me contraté yo mismo, ¿Eso responde su pregunta?
—Esta bien, ¿No tuviste nada que ver con lo ocurrido con mi hija?
—Siéntese y hablemos.
—No soy imbécil, a la que me acerque vas a matarme.
—¿Cómo crees, suegro? Solo quiero que hablemos. Creo que tiene mucho que explicarme, acaba de drogarme y traerme a un lugar para torturarme. ¿No soy yo quién debe dudar de ti?
—Estoy seguro que sabes de mi hija.
—Siéntate y te contaré todo.
—Voy ceder por esta vez, pero ¿Por qué no trabajas para mí?— caminó lentamente hacia la silla y me alejé de ella.
—No me interesa trabajar para ti, ni para nadie. Quiero que me diga la razón por la cual me quiso secuestrar.
—Ya te dije, estoy seguro que sabes de mi hija y me lo estás ocultando.
—Sí, sé de ella y le contaré con mucho gusto— le señalé a la silla y él se sentó.
Estaba mirando todos mis movimientos y yo también los de él. No quiso darme la espalda, así que caminé lentamente dando la vuelta a la silla y simulando que estaba mirando el techo. Solo faltaba sacarle una conversación que sea de su interés.
—Su hija era muy cariñosa, era la mujer perfecta con la que cualquier hombre se volvería loco.
—No me gusta la forma en que te refieres a ella. ¿Por qué hablas en pasado?
—¿Por qué? No lo sé, solo estoy diciendo lo que pienso.
Me siguió con la mirada y continué hablando, hasta llegar a una distancia modifica del respaldo de la silla. Ya era el momento de actuar.
Me acerqué rápidamente y agarré con ambas manos el respaldo de la silla para tumbarla hacia al frente. Su cabeza dio contra el suelo y puso ambas manos para tratar de levantarse, pero le puse la pierna a la silla, evitando que pudiera hacerlo.
—Relájese, suegro, no voy a matarlo todavía.
—¡Eres un cretino!— dijo quejándose.
—Y usted un imbécil.
Estaba tratando de arrastrarse, pero no era mucho lo que podía hacer.
Saqué la cuchilla de mi bolsillo y me agaché un poco, aún con mi pierna encima de la silla, para así quitarle uno de los zapatos con todo y calcetín.
—¿Qué estás haciendo, infeliz?
—En mi otra vida fui cirujano ortopédico, suegro— acerqué la cuchilla a la planta del pie, y di un corte vertical en el mismo medio.
Su grito fue tan espantoso, que me causó algo de gracia. El suelo se llenó de su sangre y busqué su otro pie. Estaba luchando por meterlo debajo de la silla, pero no era mucho lo que podía hacer. Le quité el zapato junto a la media e hice lo mismo en su otro pie. Sus gritos me hacían sentir satisfacción, ¿Para qué negarlo?
Le di una patada a la silla para quitársela de encima y él se arrastró.
—¿Por qué no te levantas? — reí—. Así se inmoviliza a una rata— pisé su pie, y se retorció.
—¡Te voy a matar!— gritó quejándose.
—Muero por ver cómo lo harás.
Busqué en sus bolsillos el celular y lo tiré contra el suelo. No tenía nada encima; ya es hombre muerto y no lo sabe.
Sé arrastró hasta el cuerpo del otro hombre y buscó desesperado en su ropa. Lo dejé porque sé que no encontrará un arma y, aún si la encuentra, no es mucho lo que podrá hacer.
Me sorprendió que encontró una pequeña cuchilla. Hice de cuenta que no lo vi y, seguí caminando alrededor de él, como un tiburón cuando tiene a su presa segura.
Se arrastró hacia mí y me detuve esperando a que llegara.
—Esto te va a salir caro, cabrón.
—Estás tan viejo que ni fuerza tienes para arrastrarte decentemente.
Me agaché frente a él y, no dudó en tratar de cortarme, pero ya esperaba que lo hiciera, así que le agarré la mano en el aire.
—Cuidado, eso no es un juguete. Un cuchillo en manos equivocadas, puede ser muy peligroso— tiré un navajazo horizontal a su mejilla y le quité la cuchilla—. ¿No lo cree? — abrió sus ojos de par en par, y reí —. ¿Con qué comenzamos, suegro?