Unos meses antes
Estados Unidos
April Beláu D'Angelo
Queridísimo diario, hoy me pasó por la cabeza la absurda idea de irme de casa, luego de nuevamente haber discutido con mi madre sobre el porqué nos había abandonado mi padre, siendo su acusación la de siempre: porque yo tenía la culpa.
—April.
Cerré con presura mi diario cuando mi madre, aún vestida con su uniforme rosado de maid, apareció de repente por la puerta de mi habitación. No tocaba y eso no me molestaba, pero en estos instantes estaba enojada y no quería ni verla. Sin embargo me tragué el enojo para no decirle nada acerca de eso y parecer cortez.
—¿Qué quieres, mamá?
—Hace media hora te dije que bajaras a cenar, ¿estás sorda? —Ella al parecer había olvidado nuestra pequeña discusión, porque afirmó que no quería verme hace unas horas atrás y ahora la tenía frente a mí, derrochando, con su postura de brazos cruzados, superioridad—. ¿De nuevo no has oído?
—No te oí —Me encogí de hombros con despreocupación, porque sinceramente no la había oído.
—Claro —rió con apatía, casi como si soltara un resoplido—, solo oyes lo que te conviene. Ahora abajo.
—Como usted diga.
Tampoco pretendía discutir con ella mi falta de apetito, ni el porqué había cocinado cuando en verdad desde que papá se fué no lo hacía, así que oculté mi diario bajo mis almohadas y salí por un lado de su cuerpo. Pero ella nunca estaba feliz cuando se trataba de mí y mi comportamiento, así que volvió a ladrar con impaciencia y evidente cólera tras de mí espalda.
—¿No te vas a cambiar la pijama?
—No.
Ante mi negativa me detuvo por el brazo con un zarandeo antes de cruzar el umbral de la puerta, y dió una rápida mirada a mis pies desnudos.
—Aunque sea usa sandalias.
—Dijiste "ahora abajo" —Se lo recordé, sacudiendo mi brazo para quitar su agarre de mí—, y eso es lo que estoy haciendo, mamá, por si no te das cuenta.
Iba a decir algo, más le di la espalda y salí de la habitación, sintiendo conforme caminaba sus pisadas marcando mis pasos. Era joven y hermosa, había sido mamá a los 20, por lo que a los 39 aún se mantenía en buena forma, solo que sus costumbres, apariencia y carácter habían cambiado bastante... demasiado diría. Tanto que si se mirara en una fotografía pasada no se reconocería, y no exageraba, esa mujer se estaba distanciando poco a poco de la que mi padre alguna vez se había enamorado.
Si tan solo volviera a ser lo que era antes, hasta olvidaría sus malos tratos.
Exhalando un profundo suspiro melancólico bajé las escaleras que conducían hacia lo que yo consideraba el hall, y mientras lo hacía noté una azulina presencia masculina que parecía mirarme con interés desde ahí abajo. Sin embargo no le presté atención, ni le dirigí mirada, limitándome a encaminarme al comedor en silencio. Pero tan solo al ingresar a esa pieza me detuve, porque no solo estaba tenue, sino porque se había decorado la pequeña mesa redonda de madera con un hermoso arreglo floral de tulipanes y velas encendidas.
¿Qué estaba sucediendo?
¿Qué fecha especial íbamos a celebrar?
¿Y de dónde obtuvieron ese arreglo floral tan peculiar?
Mi hermano mayor, vestido en un pantalón caqui azul corto y una camiseta blanca sin mangas, notó mi aturdimiento desde su lugar en esa mesa y esperó a que le preguntara algo, pero no abrí la boca. Pensé que quizá era una donación más de la iglesia, como la mayoría de muebles que ocupaban mi humilde hogar y como la ropa que mayormente vestíamos, porque sí, vivíamos de la caridad de la iglesia del pueblo, como también otras familias que se disputaban el puesto de la más necesitada o más pobre. Y sin bromear, creo que íbamos ganando.
Completamente callada me acerqué a mi silla, junto a la de él, y seguida de su exasperante mirada irritada, cogí mis cubiertos, empezando seguido a engullir con prisa los alimentos. Quería retirarme pronto a mi habitación. No deseaba tratar con visitas si eran extrañas, menos estar junto a mi madre y hermano, me incomodaban hasta el punto de sentirme mal en mi propia piel por las grandes diferencias que estábamos teniendo últimamente por nuestra situación económica, por lo de papá y por todo en general.
—Espera a mamá y a su invitado —De pronto y por sorpresa mi hermano me propinó un codazo en la costilla que casi me hizo devolver los alimentos al plato, más me recompuse y continué comiendo como si no hubiera pasado nada. Pero él volvió a hacerlo con más fuerza—. Abril...
Y no me quedó de otra que mirarle enojada, dejando con coraje los cubiertos junto a mi cena.
—¿Qué te sucede?
Él satisfecho por mi atención cogió la servilleta y con total parsimonia empezó a acomodarla sobre sus muslos.
—No seas irrespetuosa —comentó, haciendo un mohín de vergüenza—, además ni siquiera hemos agradecido por la comida y estamos incompletos.
Sonreí sin humor, porque lo que intentaba hacer era burlarse de mí y mis creencias.
—Dios nunca estuvo presente para tí, tú mismo lo dijiste —Se lo rememoré con ironía—... ¿o ya lo olvidaste?
Su mirada prudente dejó lo que estaba haciendo para corresponder a la mía y bisbisear:
—Sí, pero ahora es diferente.
Estreché las cejas por lo confundida y contrariada por su "diferente."
—¿Cómo que diferente? —Él pareció sopesar sus palabras, y yo gozaba de paciencia, pero era muy curiosa, y por eso le exigí con demanda—. Dilo ya
—Bueno —Sonrió con maldad—, ¿es que aún no adivinas el motivo de la reunión de esta noche?
—¿Ah? —Me sentí más confundida. Yo no era adivina.
Entonces él fingió toser.
—Amores.
De pronto mamá apareció por debajo del umbral de la puerta, acompañada por la misma presencia masculina. Mi hermano les prestó interés, yo me rehusaba a mirarlos a ambos por una extraña razón, además de que un mal presentimiento me revolvía el estómago. Cogí nuevamente mis cubiertos, ignorándolos a ambos, y continué engullando de malas ganas el spaghetti rojo.
—April, ¿podrías parar, por favor? —pidió mi madre, fingiendo darse paciencia, porque sinceramente muchas veces dijo que ya la había perdido conmigo. Y al darse cuenta que no me detendría, endureció la voz—. Para Abril he dicho.
E iba a parar, más los recuerdos frescos de sus palabras hirientes, en la discusión que tuvimos, me hizo ignorarla y continuar comiendo como si fuera un galgo.
Ella carraspeó incómoda.
—April, te quiero presentar al señor Matthew Rosh, ¿podrías ser un poco más educada aunque sea por él? —Tampoco le hice caso, me importaba un cacho quién era ese tipo. En respuesta suspiró derrotada ante mi falta de obediencia y pareció dirigirse al sujeto—. ¿Ahora me creerá cuando le digo que ella es difícil?
—Está bien, tampoco quiero molestarla —La voz tranquila y taimada del hombre me produjo curiosidad, porque no sonaba a un treintañero. No obstante no levanté la mirada de mi comida y seguí devorándola—. Yo he pasado por una situación similar, cuando mis padres rehicieron sus vidas con las personas que en un tiempo llamé de igual manera.
Pero oír eso me encendió y detuvo. Mi respiración se tornó dificultosa.
—No compare mi situación con la suya, porque su vida y la mía son muy diferentes, extraño —Le gruñí, presionando con mis dedos el tenedor.
—April...
—¿Cómo sabes que tu vida y la mía son diferentes si no me conoces? —rebatió él con una risa sarcástica interrumpiendo a mi madre.
¿Pero qué se había creído? Estaba casi echando humo por la nariz y, furibunda por su osadía, alcé la mirada de mi comida, encontrándome con la suya y con la de mi madre sobre él. Él era mucho más mayor que ella y con apariencia de ser un magnate muy adinerado. Y sospechar que ella nos lo iba a presentar como su pareja me hizo perder el control de mi lengua.
—Porque tu padre no te abandonó y no tuviste una madre que mete a cualquier hombre a casa y entre sus piernas.
—¡Dios mío, April!
Mi madre desconcertada cubrió su boca con una mano, ahogando su exclamación de incredulidad, mi hermano por su parte me miró con reproche por decir aquella verdad. En cambio él no quitó su mirada gris inquietante de mí y volvió a querer interactuar conmigo, como si yo no tuviera razón.
—¿Sabes que tu madre tiene el derecho de rehacer su vida, verdad?
Lo sabía perfectamente, pero...
—Eso no le da derecho de mancillar esta casa con su liberal comportamiento —expresé asqueada, con mi mirada desesperada viajando de él hacia ella—, es como si no nos tuviera respeto, como si hubiera olvidado que... que es nuestro ejemplo a seguir —Lo miré incrédula—. ¿Usted hubiera sido feliz con una madre así?
El extraño se quedó callado exhalando un suspiro irritado, extrajo una cajetilla dorada de su bolsillo de su abrigo junto a una cajetilla de fósforos y encendió un habano, en tanto mamá retiraba la mano de su boca y con torpeza y dificultad ocupaba su silla.
—No pareces mi hija —sollozó tocando su corazón, mientras su mirada nublada me quemaba el rostro—, me hieres en todo momento, me juzgas y no te pones en mi lugar. Intento sacarnos adelante, pagar los gastos y deudas. Estoy estresada, cansada y tú no lo entiendes. Ni siquiera te importa —Seguido golpeó con frustración la mesa con su puño—. ¡Dime, ¿qué quieres que haga para que estés feliz?! ¡¿Que me marche también?!
Poniéndome en pié recordé cuando nos conversaba de Dios, cuando nos daba consejos y ánimos si algo iba mal en la escuela, cuando éramos nosotros primero antes que cualquier otra cosa o persona.
—¡Que vuelvas a ser la misma de antes! —exigí a punto de quebrarme y viendo a mi hermano abandonar su lugar para correr abrazarla por la espalda—, que nos ames como lo hacías cuando papá aún vivía con nosotros.
Mi madre me liquidó con su mirada.
—¡Los amo!
Yo negué.
—¡No es cierto!, ni siquiera preguntas cómo nos fué en la escuela o si estamos bien o si nos pasó algo, solo te levantas, preparas tu desayuno y te vas a trabajar como una autómata, ¿y de ahí qué? —Mi cabeza empezó a rememorar a velocidad de la luz cada día desde hace año y medio atrás—; llegas del trabajo, vas a tu habitación y ya no vuelves a salir. ¡Y si tenemos suerte no llegas acompañada, porque es un calvario oírte gemir mientras tienes sexo casual, mamá!
Ella cubrió sus oídos.
—¡Basta, no quiero oírte, dices puras blasfémias!
Miré con ruego a mi hermano.
—¡Ryan sabe que no miento, él opina lo mismo que yo, por eso es que se me mete más porquerías al organismo!
Pero mi hermano fiel a su cobardía negó.
—Yo no sé nada y ya párala April, nos estás avergonzando frente al invitado de mamá.
Entonces recordé al hombre de saco y corbata. Lo busqué con la mirada, porque ya no se encontraba en el mismo lugar, y cuando lo hallé, parado y fumando a un lado de mí, me alejé, provocando que mi silla chirriara al empujarla hacia atrás.
—¿Y quién es usted? —solté incomoda, más solo sonrió y mi madre respondió fríamente:
—Es el padre de tu prometido.
Estaba preparada para cualquier cosa me dije siempre, pero no para aquello.
Mi corazón falló.
—¿Qué?
—No eres feliz conmigo y no puedo mantenerlos a los dos, porque me despidieron y en este pueblo no hay muchas oportunidades para mí, ni para tu hermano y menos para tí —continuó con rabia—. Él se encargará de tí hasta que seas mayor de edad y puedas casarte con su hijo, yo me encargaré de tu hermano con lo que ahorre y buscaré un nuevo empleo.
No podía hacerme eso. Negué regresando la mirada nublada a ella, incapaz de comprender.
—¿Por-por... qué?
—Porque no puedes trabajar por ser menor de edad, empezaste a estudiar y es la única solución para nuestra salud mental, April —Seguí negando, ella siguió hiriendo mi corazón—. No podemos estar juntas en esta casa, además de que en un principio tu padre ya lo había acordado con el caballero.
No podía ser cierto.
Mi padre no haría eso.
—No es cierto, mi padre no...
Ella sonrió con saña.
—¿Pensabas que conocías a tu padre? —inquirió, poniéndose también en pié—, ¡pues claro que no, porque yo tampoco lo conocía. Ahora sube a tu maldita habitación que no quiero verte! —Cerró los ojos llorosos por un segundo, con tanta fuerza que las lágrimas se le corrieron por las mejillas rosadas—, me has herido y humillado April y esto difícilmente te lo voy a perdonar.
Tenía millones de insultos, recuerdos dolorosos, palabras hirientes con las que responderle, pero el nudo en mi garganta me impidió hablar. No obstante luego de limpiar mis lágrimas con rencor miré al tipo, y hallé burla en su mirada gris. Él se estaba regocijando con lo que estaba pasando. Eso me hizo tragar.
—No me casaré con su hijo y usted no será nada mío —Le aclaré entre dientes—, y si quiere mi madre cumplir con su palabra que lo haga con su cuerpo, no con el mío. Buenas noches.
Y me retiré del comedor.
★
El despertador no había sonado a la hora programada, fué el gallo de mi vecino quién me despertó con su canto gutural desde mi ventana. Y para el colmo el animal plumífero estaba aún ahí después de tres minutos de haberme obligado a abrir los párpados, no se iba a ir si no hacía algo, así que cogí por un extremo una almohada y se lo aventé cuando pretendía volver a cantar, logrando que cayera fuera cantando y se le escapara un grito gutural. Fué cómica su caída, pero tenía los ánimos por los suelos y los ojos me ardían como si me hubieran puesto gotas de limón en cada uno de ellos, por haber llorado toda la noche. No quería ir a la preparatoria, pero tampoco quería ver a mamá porque estaría en casa.
Queriendo y no queriendo, me alcé de la cama e hice la rutina mañanera de aseo personal. Cuando estuve ya seca y peinada busqué entre mis cajones de ropa algo para ponerme, y en el proceso de desordenar se me ocurrió usar algo revelador para molestar a mi madre, más entre tantos trapos, algunos grandes y otros pequeños, no había nada como para aquella idea. Bueno, sí había pero no quería arriesgarlos porque ya una vez ella se encargó de quemarlas por considerarlas inapropiadas, vulgares y pecaminosas. Casi todo el producto de mis trabajos informales y de medio tiempo se fueron junto a esas prendas, como también mi libertad, ya ni podía ir a clases de baile porque desde ese momento, y ante su desconfianza, mi hermano era el encargado de llevarme y traerme de la preparatoria por este año. Decepcionada de mi suerte, me vestí con unos oscuros jeans ajustados viejos, unas sandalias de cordones y una sudadera negra tan ancha que fácilmente ocultaba mi figura y la falta de brasier.
Sí, no tenía brasier. Mamá nos había comprado ropa interior por docena hace un mes, pero los sujetadores se le había olvidado, al menos para mí, porque en un descuido por parte de ella en su cuarto la ví usando un buen sujetador. Ahí me dí cuenta que mamá me mentía. No es que necesitara sostener mis pechos con urgencia, pero ya estaban creciendo y eso me intimidaba. Me daba miedo el cambio, ya que ella los tenía grandes y yo no quería ese tamaño para mí.
Sacudí la cabeza para espantar esos pensamientos y toqué mis senos por encima de la tela de algodón, pidiéndoles en silencio que no se revelaran frente a los pervertidos, porque habían muchos ahí afuera, que parecían ver a través de la ropa, como mi hermano. Él creía que no me daba cuenta, más en varias oportunidades lo atrapé espiándome en la puerta del baño y viéndome el trasero mientras caminaba.
Era enfermo lo sé, pero evadía el tema cada que se lo encaraba.
Pensando seriamente en contarle a mamá para que le pusiera un estate quieto, me dí una rápida mirada en reprobación y me coloqué la capucha. Mi mochila ya lista me estaba esperando junto a mis patines, y en el momento que pretendía cogerlos, alguien tocó mi puerta.
—April —Era el enfermo de mi hermano—, ¿ya estás lista?
—Aún no —mentí. No pensaba ir con él.
—Pues apúrate que ya es tarde.
Con sigilo cogí mis cosas, y como el gallo del vecino salté por la ventana, ya que no habían muchos metros de distancia entre el alféizar y el grass, solo tres pero tenía buenas y resistentes piernas. En el camino que elegí tomar cambié mis sandalias por los patines y pensé en papá, ¿sería cierto que ya había planeado un futuro para mí? Si bien decía que la familia era importante planearla, siempre imaginé que uno personalmente lo hacía, sin intervención de segundos o terceros.
¿Por qué darme a un extraño si supuestamente me amaba?, ¿y porqué no a mí hermano conseguirle una mujer millonaria?
Con un remolino en la cabeza esquivé a algunas personas que circulaban en las veredas angostas de piedra tallada y me metí por el patio delantero de la casa abandonada que quedaba a tres casas de la mía, era mi atajo cada que despertaba tarde o quería huir de mi hermano. La casa abandonada pertenecía a un anciano que murió de esclerosis múltiple hace dos años. Se decía que sus perros habían devorado parte de su cuerpo días después a cuando murió, y es que esos animales eran lo único que el pobre hombre tenía.
Entonces me pregunté si yo devoraría a una persona si no tuviera otra opción. A veces el hambre y la sed pensaban por sí mismos, nublando tu raciocinio para saciar el intenso deseo de satisfacer tus necesidades escenciales. ¿Sería capaz? No, no sería capaz. Pero si deseaba ser capaz de cambiar, no me gustaba depender de otras personas, quería trabajar sin trabas, mudarme a la ciudad y estudiar en la universidad luego de acabar la preparatoria, no quería casarme.
Cruzando la sala, con una decoración neoclásica, recordé al extraño; parecía millonario y accesible, tal vez con una mansión de vivienda y varios esclavos, más yo no estaba interesada en su dinero, menos en su desconocido hijo. Mi sueño era ser alguien en la vida y poder sacar a mi familia de la pobreza, mejorar la calidad de vida de papá, pero a base de mi esfuerzo para que se sintiera orgulloso de mí. ¿Pero dónde estaría él? ¿De verdad me habría abandonado?
La última vez que lo ví se dirigía a presentarse a un trabajo de construcción, necesitaban obreros y él estaba disponible. Luego encontré una nota y mamá dijo que se marchó apenas llegó. No dió más explicaciones, ni detalles, solo lloró por unas horas y se encerró por el resto de la semana en su habitación. La inverosímil situación la manejé con la esperanza de que papá volvería, mi hermano entró más en la adicción y al igual que mamá, cambió. Desde entonces ya casi pasaron dos años y aún no aparecía, y todo iba de mal en peor, incluso yo, por la culpa que mamá me echaba sin fundamentos.
De pronto el foco sobre mi cabeza se encendió, iluminando mi mente.
¿Y si personalmente investigaba la dirección del lugar a donde fué a buscar trabajo? ¡Claro! ¿Pero con quién?, porque según mí madre no sabía nada más que la nota. ¿Dónde iría a preguntar? Suspiré con decepción. Necesitaba pensar dónde ir y cuando hacerlo ya que en estos instantes no podía hacerlo, ya casi salía de la casa abandonada para abordar el camino de una hora que me llevaría a la prepa. No podía faltar a clases. No una vez más, porque ya había faltado en un par de ocasiones el año pasado, cuando mi empleo de niñera lo requería.
Y es que los niños eran mi pasión, nótese el sarcasmo.
Patiné el tiempo requerido entre mi pueblo y la escuela y cuando estaba a unos metros de llegar a la puerta de ella, noté que no había cuidante, así es que corrí, metiéndome de voladas en el pabellón C. No obstante mi corazón culposo latió a mil por hora, porque no había ningún alma en movimiento, solo voces vagas de los profesores que ya dictaban clases. ¡Era muy tarde! Alarmada me quité los patines con torpeza y ya en sandalias corrí hacia mi salón. Sin embargo, la puerta estaba abierta y el hombre barrigón frente a la pizarra vió mi atropellada llegada.
—¿No cree señorita Aurora que ya es tarde para asistir a clases? —regañó, con su torba mirada en mi mano que sujetaba los patines.
Oí risas y murmullos por el seudónimo que usó para nombrarme, más no me dejé amilanar y me disculpé con sinceridad.
—Lo siento.
—¿Lo siente?
Asentí, retirándome la capucha.
Él caminó hacia mí con una postura que pretendía intimidarme, mientras sus ojos café repasaban mi aspecto.
—Usted no va a cambiar nunca señorita Belaú —expresó con antipatía—, genio y figura hasta la sepultura, ¿no es así? —Solo me limité a encogerme de hombros, porque definitivamente era así. Se hizo a un lado—. Bien, no empecemos mal el segundo día. Pero si el próximo Martes vuelve a llegar tarde se va a ganar una suspensión y puntos menos y eso le haría perder la beca. ¿Entendió?
Volví a asentir.
—Claro.
—Adelante —Yo era una sin vergüenza al encarar a mis compañeros cada que llegaba tarde, pero en ese instante mi cuerpo se congeló, haciendo detener mis pasos y bajar la mirada, cuando mis ojos coincidieron con unos extraños ojos grises que me observaban con una inquietante frialdad desde donde era mi escritorio. Sabía quién era—. Hay un asiento libre delante del señor Reuss.
Confundida miré al profesor.
—¿Reuss?
¿Entonces no era?
Él señaló una dirección, la cual seguí con la mirada y hallé nuevamente al chico de mirada clara y peculiar, que al igual que yo vestía una sudadera negra, pero de un estilo assassin creed que le daba un aire inquietante y misterioso. No sabía si aún me estudiaba por las sombras de la amplia capucha que cubría sus cabellos, como parte de su rostro de los lados, y porque parecía haber bajado la mirada ante mi observación y la de otros compañeros.
—El señor Reuss, su nuevo compañero de clases —Oh, extraño nombre. Torcí la boca porque por un inicio pensé que era otra persona cuyos ojos eran muy similares—, ¿no oyó cuando lo presenté? —continuó hablando el profesor, denotando burla en su voz aguda—. Oh, deberás, no estuvo presente. ¡Qué lástima!, luego lo conocerá.
Bajo las risillas del salón y con la mirada aún en el nuevo, precisamente en sus colorados labios e impoluto mentón, enfilé los escritorios individuales hasta llegar al que habían designado para mí. Pero me detuve, con mi corazón fallando y un incómodo escalofrío recorriendo cada terminación nerviosa de mi organismo, en el instante que lo ví ponerse en pie, porque era alto también y emanaba una energía de superioridad arrebatadora, intimidante y desconcertante que me hizo sentir pequeña y miserable.
Y para el colmo, como si no le importara si me atropellaba o no, pasó por mi lado, provocando que su caro aroma me abrazara y me fuera de espalda contra el escritorio, al chocar mitad de su cuerpo con mi hombro.
¿Qué rayos?
—¿Dónde se supone que va jovencito?
Por un instante me quedé estupefacta, porque no había conocido más animal que mi hermano, pero tan solo ver que ya salía del salón, reaccioné.
—¡Óyeme tú, detente!
El profesor Stewart trató de detenerme en el momento que pasé junto a él para ir tras el nuevo, más le dí mi mochila junto a mis patines y salí corriendo del salón. No iba a permitir que se fuera así como así, porque lo había hecho adrede. Sin embargo mis piernas se detuvieron a mitad del pasillo al darme cuenta que estaba tal como lo encontré: vacío. No había nadie ni por los anexos. ¿A dónde se había ido?
—¡Sabía que estaba mintiendo! —Con el pulso acelerado dí media vuelta, notando las cabezas de mis compañeros y la del profesor saliendo por un lado de la puerta del salón. Él también buscaba con la mirada al chico misterioso—. Era muy alto y desarrollado como para ser de esta zona y de aledañas... Y por su ropa, rasgos y aspecto estoy seguro de que es de Bellrich, ¿pero qué hacía por aquí?
Yo también me preguntaba lo mismo que el profesor, hasta que ví llegar del otro extremo del pasillo, vistiendo su ropa chic, con su caminar coqueto, con su cartera en mano, y con una sonrisita de suficiencia dibujado en sus labios rojos, a Annette Schwarz, la alumna riquilla de la preparatoria, mi compañera de grado.
—¡¿Qué haces ahí anormal?, ¿también llegaste tarde?! —chilló con su voz divertida, deteniendo sus pasos y llamando la atención de todos, incluso del profesor.
Estaba feliz, porque no le importó llamarme como me nombró frente a los demás.
—Señorita Schwarz—exclamó molesto Stewart—, ¿también se le pegaron las sábanas? Venga rápido que quiero hablar muy seriamente con usted acerca de sus amiguitos.
Y si bien pensé lo mismo que el profesor Stewart, me entró la duda... ¿De verdad sería amigo de Schwarz o era él?... ¿O quién sería?