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Chapter 274 - El fantasma de las cloacas (2)

Primero llegó la policía, después la ambulancia y finalmente el inspector Bleek. Los detectives interrogaron a McCune y Ringgold, tomaban fotografías y medidas y acabaron por amontonar lo que quedaba de Ernie: la cabeza, los brazos, las piernas y el corazón. Los genitales habían desaparecido. Podía ser que los hubieran echado al canal y que hubieran pasado inadvertidamente frente a los dos trabajadores, pero nadie lo creía así. Tanto Richie Washington como Abdul. Y habían sido troceados y se habían recuperado sus miembros y sus cabezas, pero los genitales todavía no habían aparecido. La teoría imperante era que el asesino se los había llevado consigo. Nadie sabía por qué habría hecho algo semejante, pero la venta de criadillas en los restaurantes había caído en picado hasta llegar a ser prácticamente inexistente.

Ustedes dos tendrán que venir conmigo a la comisaría señaló el teniente Hallot.

No os preocupéis, muchachos dijo Bleek con voz densa y pastosa como la miel. Veré de conseguiros un abogado y me haré cargo de la fianza. Yo sé velar por mis hombres.

Dicho esto, rodeó a cada uno con un brazo para demostrar que no se dejaba llevar por favoritismos.

No están bajo arresto anunció Hallot. Sólo quiero que presten declaración.

Tomaros el resto del día libre cuando hayan acabado con vosotros dijo Bleek

. ¡Dios mío! Pero ¿qué clase de monstruo anda suelto por aquí abajo? ¿Qué razón tendrá para atacar a los trabajadores de las cloacas? El mes pasado Richie, y Abdul el anterior. ¿Qué tiene contra vosotros? Nosotros, quiero decir. ¿No será una conspiración destinada a obstruir las cloacas y contaminar la ciudad?

Bleek parecía tan trastornado como lo estaba Red. Era un hombre corpulento que le sacaba a este último casi una cabeza tanto en altura como en anchura, y era prácticamente tan feo como él. Cada mañana su espejo se llevaba un buen susto, pero aquello no parecía preocuparle ni muchos menos de lo que le preocupaba a Red. Estaba casado con una inmigrante china que había llegado de Taiwan y a quien no le afectaba el aspecto de su marido porque, para ella, todos los caucásicos eran iguales.

¡Vamos, anímate, compadre! dijo Bleek, agarrando a Red por los hombros.

¡No te achantes, colega! le dijo Ringo con una sonrisa burlona mientras se alejaban. A ese hijo de puta de la voz pastosa le gustas tanto porque comparado con él, tú eres un trasero de jabalí y él uno de pavo real.

Red no decía nada. En aquel momento, tuvieron que hacerse a un lado para dejar paso a los camilleros que retiraban a Enrié, cubierto por una sábana. La sangre manaba de la camilla como si estuviera buscando un nuevo hogar.

Creo que voy a dejar este trabajo anunció Ringo. ¡Diablos, ni siquiera nos

pagan el plus de combate!

Durante las dos horas siguientes, Red habló poco más que para responder a las preguntas que le formularon los detectives. Era evidente que para ellos Ringo y Red eran culpables, pero aquello no le preocupaba en lo más mínimo a este último. Según sus ordenanzas todo el mundo era culpable, incluidos los jueces. Para cuando el interrogatorio acabó, habían llegado al punto de mirarse unos a otros con expresión desconfiada. De todos modos, la encuesta no duró mucho; los rostros purpúreos de los polis adquirieron rápidamente un tono verdoso y no tardaron en salir de uno en uno con andares vacilantes. Red acabó por deducir que se debía a que él y Ringo se habían traído consigo buena parte de los aromas de la cloaca.

Aún así, aquello le extrañó. La atmósfera moral del lugar no parecía afectarles y lo cierto era que, en su mayoría, daban la impresión de engordar con ella. Entonces recordó a las ratas de la cloaca y lo gordas que estaban.